Historia de Magdelaine Bavent: Religiosa del monasterio de San Luis de Louviers
Por Alberto Ortiz
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Historia de Magdelaine Bavent - Alberto Ortiz
Historia de Magdelaine Bavent
Historia de Magdelaine Bavent
Religiosa del monasterio de San Luis de Louviers
Con su confesión general y testamentaria, donde ella declara las abominaciones, irreverencias y sacrilegios que ha practicado y vio practicar, tanto en el dicho monasterio, como en el sabbat, y las personas que ella ha señalado.
Alberto Ortiz
Versión e introducción
Historia de Magdelaine Bavent
Traductores auxiliares: Rebeca Becerra, Roberto Hugo Maciel y Adso Eduardo Gutiérrez
Portada: Julieta Bracho-estudio Jamaica
Primera edición: febrero de 2021
© 2021, Alberto Ortiz
© 2021, Editorial Terracota bajo el sello Pax
ISBN: 978-607-713-323-0
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
DR © 2021, Editorial Terracota, SA de CV
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Col. Santa Cruz Atoyac
03310 Ciudad de México Tel. 55 5335 0090
www.terradelibros.com
Índice
Introducción 9
Alberto Ortiz
Historia de Magdelaine Bavent 17
Religiosa del monasterio de San Luis de Louviers
Al lector 19
Prefacio 21
Capítulo I 23
Capítulo II 27
Capítulo III 29
Capítulo IV 31
Capítulo V 33
Capítulo VI 35
Capítulo VII 39
Capítulo VIII 43
Capítulo IX 49
Capítulo X 53
Capítulo XI 57
Capítulo XII 61
Capítulo XIII 63
Capítulo XIV 67
Capítulo XV 73
Capítulo XVI 77
Capítulo XVII 83
Capítulo XVIII 89
Introducción
La historia de Magdelaine Bavent debe siturase al lado de las de otras mujeres involucradas en procesos inquisitoriales contra brujería, apostasía y demonolatría, puesto que, en conjunto, constituyen un síntoma de la complejidad que acumuló durante el siglo xvii la relación entre los hombres y el mundo preternatural dentro del esquema social del pensamiento mágico. Este caso en particular parece reunir una serie de prejuicios, confusiones y enredos, que alejan la posibilidad de reconocer un acontecimiento de brujería real, en la medida en que este fenómeno es posible, y remiten el proceso al imaginario colectivo ligado a la intriga clerical y a la victimización sistemática de una mujer en quien se enfocaron las pasiones, prejuicios y convicciones de tutores, confesores, hermanas de religión y jueces.
Hay que decirlo desde el principio, la culpabilidad de la acusada fue un producto del sistema inquisidor contra las creencias supersticiosas, más atribuible a los sujetos que abusaron de ella que a su carácter o iniciativa. La única falta que su escrito trasluce es el exceso de mansedumbre, ingenuidad y credulidad, lo que, por otro lado, cabría esperar de las mujeres de la época. Aunque esta versión de sus confesiones no fue hecha únicamente para descargarla de culpa, cualquier lector puede colegir lo que se esconde tras sus remordimientos y problemas legales.
Los infortunios en la vida de Magdelaine Bavent, nacida durante 1607, se inician con la pérdida de sus padres, cuando ella tenía nueve años, por lo que quedó al cuidado de sus tíos. En 1620, a los doce o trece años ingresó a una casa taller como aprendiz de costurera. Después de pasar un tiempo aprendiendo a confeccionar ropa para los sacerdotes, y de ser desflorada a los catorce años por un padre franciscano de apellido Bontemps, entró, alrededor de los dieciocho años de edad, según la usanza, al noviciado del convento para franciscanas terciarias de Louviers, dedicado a San Luis y Santa Isabel de Hungría, claustro que entonces estaba bajo la tutela de un sacerdote con ideas heterodoxas, Pierre David, quien creía en matar el pecado pecando y pedía a las monjas comulgar con el torso desnudo, danzar desnudas y tocarse unas a otras. Este capellán muere y otro padre algo más joven, Mathurin Picard, ocupó su lugar en 1628, acompañado de un vicario, Thomas Boullé. Supuestamente, a instancias de todos ellos se sumaron a las prácticas inmorales dentro del convento la brujería, el aquelarre y las relaciones sexuales con demonios.
Para la joven, y seguramente hermosa Magdelaine, la sustitución de guías espirituales inauguró su martirio dentro de la casa eclesial, pues aunque David trató de seducirla y acaso la acarició algunas veces con intenciones lascivas, debido a su avanzada edad no pudo poseerla, pero es seguro que Picard no se detuvo ante la inocencia de la joven, sino que la persiguió, sedujo y manipuló hasta convertirla en su esclava sexual e ideológica. Parece claro que fue él quien la perturbó y sugestionó tanto que ella terminó creyendo todo lo que el religioso le decía, incluso deliraba dirigida por sus palabras y por algunos alucinógenos que le administraba. La posesion de Picard fue más que física, pues tuvo un dominio casi total de la mente y el cuerpo de Magdelaine. Así la arrastró a las creencias de la asistencia al aquelarre y el contacto con los demonios. Picard murió en 1642 y, como lo hiciera David, heredó la potestad sobre Magdelaine a su colega, Boullé, quien, alentado por él desde que estaba vivo, hizo otro tanto. La justicia intervino y ambos, uno presente, en vida, y otro, inhumado, muerto, fueron juzgados culpables y quemados el 22 de agosto de 1647, en Ruan. El convento murió también, pues las autoridades lo cerraron y distribuyeron a las monjas en otras sedes. Hoy ni siquiera se conserva el edificio original.
Según las declaraciones ante los jueces, el gusto de Mathurin Picard por Magdelaine se desbordó hasta la obsesión, el sacerdote sintió una pasión enfermiza por ella, quería tenerla a su lado todo el tiempo, la acariciaba en cualquier oportunidad y la conminaba a jurarle que moriría con él y después de fallecidos seguirían el mismo camino. Cuando ella reaccionaba él volvía a sugestionarla, le daba a beber drogas y la mantenía semi insconsciente, esto, más el complejo de culpa, los abortos clandestinos y una vida de privaciones, afectaron su ánimo y lucidez. Conociendo las extravagancias de sus antecesores gracias a las confesiones de las religiosas, Picard fue más allá e insertó la creencia en Magdelaine y en el resto de las monjas de que asistían a los aquelarres, donde se realizaban misas negras presididas por los propios Picard y Boullé. De la imaginación delirante pasaron a la realidad de la brujería y realizaron varios rituales sacrílegos. Fabricaron filtros de amor con hostias y sangre menstrual de la infeliz Magdelaine, dieron la comunión a las hermanas después de poner las hostias en sus miembros sexuales y redactaron encantamientos y documentos blasfemos.
Supuestamente, uno de los papeles de blasfemias que las acusadoras señalaron en posesión de los demonios, y que luego, tras indagaciones y búsquedas oficiales, apareció en el convento, es justamente el pacto diabólico de Magdelaine:
Yo, Magdelaine de la Resurrección, religiosa de Louviers, me entrego a Belcebú, a Lucifer y a Leviatán y a todo aquel que ellos señalen para poseer mi cuerpo y mi alma, y renuncio a Dios, a la Virgen, a los nueve coros de ángeles, a los santos y santas del Paraíso y adoro de buen corazón y con toda mi alma a los nueve coros de diablos, y me sacrifico a todas sus voluntades y les prometo mi corazón y mis deseos, y me asocio a la magia y no quiero otra cosa que ser del Diablo por toda la eternidad y entregarme allí por segunda vez.¹
De suyo, el pacto con el diablo es un acontecimiento crítico en el esquema del pensamiento mágico, pues representa uno de los actos más anatematizados de la cristiandad, pero cuando el contrato se vuelve una expresión personal, resulta impresionante el grado de dramatismo que adquiere. En el suscrito por Magdelaine, en caso de que sea verídico, la frase final cierra la tragedia de la firmante, su renuncia y sus promesas forman parte del machote comercial, pero la donación incondicional de cuerpo y alma a quienes los demonios invocados digan, más la reiteración tajante de entregarse por segunda y definitiva vez en el infierno, no deja lugar a dudas del nivel de enajenación que pudo haber tenido para, dirigida por el perverso Picard, tener la capacidad de escribir y firmar tal pacto con sangre.
Dos demonios y un gato diabólico se mencionan en su relato. Un gato infernal y lascivo la importunaba sin cesar, la perseguía con intención de poseerla sexualmente. Se supone que se entregó a uno de los demonios, de nombre Dagón, quien fungía como el acompañante personal de su increíble historia y sus viajes al aquelarre, un suceso del cual Magdelaine nunca tuvo cabal certeza y, si confiamos en sus declaraciones, ni siquiera supo si asistió de verdad ni qué pasó en cada reunión. Ella misma afirma que todo le es muy confuso, pero atina a decir que asistía raptada, llevada ahí sin su voluntad. Es una aclaración bastante conveniente ante las autoridades, pues la participación de buen grado hubiera sugerido filiación diabólica e imposibilidad de redención. El otro demonio es Belcebú, uno de los