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De la Oscuridad a la Luz
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Libro electrónico270 páginas4 horas

De la Oscuridad a la Luz

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Escribir mi testimonio tomó varios años, no porque tuviera que pensarlo mucho para decidir qué escribir, pues la historia no podría fluir con mas facilidad. Mi experiencia de Dios, que narré en la primera versión de mi libro conocido en español como "Testimonio" y en otros idiomas en que ha sido traducido como "De la Oscuridad a la luz", es tan rica en eventos, en etapas, en niveles, en interminables dimensiones espirituales, que podría seguir ampliándola por el resto de mi vida. A pesar de no tener una formación teológica o de ciencias religiosas que me acredite como docto en estos temas, he tenido mucha libertad de expresar estos misterios. Es una plena dicha compartir con ustedes todas estas experiencias que he tenido con Dios. Lo invito entonces querido lector, a navegar conmigo por estas aguas sobrenaturales de mi testimonio y le pido a Dios que imparta una gran bendición sobre su vida para que se convierta en un verdadero faro de luz en este mundo de tinieblas. Dios sea bendito!
IdiomaEspañol
EditorialeBookIt.com
Fecha de lanzamiento26 abr 2016
ISBN9781456602734
De la Oscuridad a la Luz

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    De la Oscuridad a la Luz - Marino Restrepo

    Colombia

    INDICE

    PRÓLOGO

    Es muy satisfactorio prologar este relato documental, expresado como sincera y audaz confesión, con la humildad y amor a la verdad que corresponde no sólo a la primera parte tan aparentemente negativa, como a la segunda, tan positivamente opuesta. Es la resurrección que no podría darse sin haber muerto primero.

    Tres citas: del apóstol Pablo, san Agustín y san Juan de La Cruz, orientan al lector definitivamente para meditar sobre Dios Amor que sigue hoy día haciendo vivir los corazones de los seres humanos. Estas citas están distanciadas veinte, dieciséis y cinco siglos.

    Dice san Pablo:

    …Pues todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios. Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los ha librado de culpa, mediante la liberación que se alcanza por Cristo Jesús. Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón. Este perdón se alcanza por la fe y demuestra que Dios es justo y que, si pasó por alto los pecados de otro tiempo, fue solo a causa de su paciencia. Igualmente demuestra que Dios es justo ahora, y que sigue siendo justo al declarar libres de culpa a los que creen en Jesús

    1 Romanos 3,23-26.

    Dice san Agustín:

    Hubieses muerto para siempre, si Él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si Él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. No hubieras podido volver a vivir, si no hubiera venido Él al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras padecido, si no hubiera venido. Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención.

    Sermones de san Agustín, Obispo.

    Sermón 185 PL 38, 997-999.

    Dice san Juan de La Cruz:

    Verdaderamente esta alma está perdida en todas las cosas, y sólo ganada en amor, no empleando ya el espíritu en otra cosa. Por lo cual, aun lo que es vida activa y otros ejercicios exteriores desfallece, por cumplir de veras con la ‘una cosa sola’ que dijo el esposo ‘era necesaria’ y es la asistencia y continuo ejercicio de amor en Dios.

    San Juan de La Cruz. Cántico B, canción 8,

    anotación, nn. 1-3pp. 934-935, Edic. BAC,1960.

    A los 47 años de edad, la luz de Dios penetró en la brillante carrera artística de Marino y le reveló, a la vez, su propia oscuridad y las tinieblas de las acciones viles de seres humanos que lo privaron violentamente de su libertad física.

    Paradójicamente, esa pérdida se transformó en auténtica libertad de espíritu por el regalo que Jesucristo le entregó misericordiosamente, de tal manera que el cambio radical que realizó el Señor en él, le dio entendimiento de su propia vida para orientarla al cumplimiento de una feliz misión apostólica.

    Marino ha obrado desde entonces con una asistencia notable de inspiración divina. El calor, el consejo, el espíritu de Iglesia, le proporcionan hoy día una gran seguridad de visión doctrinal. En todas sus exposiciones cuenta siempre con disponibilidad para la asesoría de sacerdotes entusiastas, con la sacrificada entrega al cumplimiento de la voluntad de Dios sobre él y sobre quienes, movidos por su testimonio, se han vinculado al movimiento regenerador de miles de personas en diversos países.

    Agradeciendo su amistad y valiente ejemplo,

    Rafael Vall-Serra, S. J.

    Director de ECOM –Evangelio Comunicado–

    Bogotá, abril de 2003

    TESTIMONIO

    Hablar de un encuentro con Dios es penetrar en lo más sensible del ser humano, es hablar de su Creador, si el ser humano cree que existe; y para aquel que no cree es hablarle de una fantasía que reclama todo en su nombre y que llama Dios. En cualquiera de los dos casos, estamos enfrentados a una difícil recepción de parte de la criatura humana a quien dirijo un sentido testimonio de encuentro con Dios Creador, y para el no creyente, un testimonio de ilusión.

    Hay dos razones principales que llevan a un ser humano a declarar un encuentro con Dios en forma pública: la primera es la necesidad de compartir algo de origen sobrenatural, que no se puede guardar por medios naturales y la segunda es la inspiración de la misma revelación presentada en dicho encuentro con Dios, que dirige a la criatura humana a comunicar, en forma de mensaje, toda la enseñanza infusa en el espíritu, por el mismo Dios. Podríamos decir que si Dios escoge una criatura para un encuentro personal es para que ésta comunique y dé fe de dicho encuentro para el beneficio de las almas.

    En los inescrutables misterios de nuestro Creador, contamos con miles de encuentros personales entre Él y sus criaturas humanas; innumerables pasajes de las Sagradas Escrituras así lo demuestran. Ahora bien, tanto el sentido como el destino del mensaje mismo, están vinculados al tiempo en el cual se realiza esa revelación y al instrumento humano en quien se deposita esa gracia. Existen revelaciones personales hechas a religiosos, que los han fortalecido para que sean luz en su monasterio o comunidad e inspiración espiritual para quienes los rodean. Dichas revelaciones se conocen, muchas veces, años después de la muerte de estas criaturas escogidas. No obstante, cuando la revelación tiene como objetivo un sinnúmero de almas escogidas, el portador vive la urgencia de dar a conocer su contenido para lo cual recibe los dones necesarios con el fin de llevar esta delicada tarea, hasta su pleno cumplimiento.

    Así que la historia que voy a presentar posee estas características de urgencia, ya que todo lo que yo recibí en el encuentro con el Señor, es para comunicarlo a todos aquellos a quienes Él, desde siempre, escogió para que recibieran este mensaje.

    Lo más sorprendente del testimonio que van a leer es que no ofrece absolutamente nada nuevo, nada que no haya sido revelado ya, nada que no esté escrito. Sin embargo, en obediencia a nuestro Señor, lo comunicaré, sabiendo, al mismo tiempo, que la verdad será siempre manifestada en infinitas formas de expresión y aún siendo la misma verdad parece que se renovara en cada nuevo amanecer en sus criaturas. Si la verdad nos cansara, no podríamos resistir la presencia del mismo sol y la misma luna, que repetidamente encontramos cada día; no obstante, parecen como si fueran un nuevo sol y una nueva luna, sabiendo que son los mismos astros que siempre brillan.

    Este maravilloso encuentro con el Señor sucedió durante mi secuestro en Colombia, Suramérica, el día de Navidad, 25 de diciembre de 1997. Es mi intención referirme al hecho, doloroso, del secuestro, únicamente para conducir

    al lector a la experiencia mística, razón y eje central de este libro.

    La situación política de Colombia y los motivos que mueven a estos insurgentes a cometer estos crímenes no son, de ninguna manera, parte de esta historia; por consiguiente, todo lo que se mencione de Colombia y de estos criminales estará estrechamente ligado a la experiencia espiritual y nada más. El mensaje del Señor es para las almas y éstas no tienen nacionalidad, ni filiaciones políticas o ideológicas. Las almas tienen un sólo destino: la salvación o la condenación eterna.

    Respeto la interpretación, impresión y posición que el lector tome cuando reciba este testimonio. No intento convencer a nadie; mucho menos convertirlo. Sé, con seguridad, que sólo por la gracia de Dios se puede llegar a Él. Si el Señor quiere que, por medio de estas líneas, un ser humano se le acerque y transforme su vida, es algo que no sucederá por mi historia ni por mi experiencia en el secuestro, sino por Su gracia y Su misericordia.

    Siempre estuve convencido que, en materia mística, yo tenía todas las respuestas y que nada ni nadie haría cambiar mi visión y estilo de vida. Por esto me dediqué con mayor interés a escribir este libro, ya que desde el momento de este encuentro, además de entrar en obediencia con Dios, comencé a vivir una continua y sorprendente realidad, la cual motivó en mí la urgencia de compartir todo, con el mayor número posible de personas. Descubrí entonces, que no tenía todas las respuestas y, además, que la experiencia mística de toda mi vida, antes de mi conversión, no venía de Dios, sino de la oscuridad.

    COLOMBIA, 12 de septiembre de 2000

    Una semana atrás, fui invitado a dar mi testimonio, a un lugar católico de retiros espirituales. Desde el momento en que entré en ese lugar, sentí que algo muy especial tenía el Señor para mí. Después de dar mi testimonio, fui invitado a participar en un retiro de silencio que comenzaba ese 12 de septiembre. Para mí, era una oportunidad de oro; llevaba cerca de cuatro meses dando mi testimonio, casi todos los días, por muchos lugares de Colombia. En ocasiones, lo relataba hasta dos y tres veces en un día. Por lo tanto, era la oportunidad de entrar a un necesitado descanso. Poco sabía de lo que era un retiro espiritual. Aunque sin entenderlo muy bien, toda mi vida había anhelado retirarme a un lugar así y participar en una actividad de esta magnitud; era como la realización de un sueño secreto de mi espíritu.

    En la primera conferencia que escuché, el sacerdote hablaba del cisma en la Iglesia Católica y explicaba cómo éste era ya visible entre sacerdotes, religiosos y religiosas de todos los diferentes carismas de la Iglesia; hablaba de la necesidad que tenía la Iglesia de vivir una pasión, crucifixión y muerte para llegar a la resurrección y segundo Pentecostés, por ser ella el cuerpo místico de Cristo en la tierra; y el sacerdote anunciaba: La Iglesia pasará por una gran tribulación y persecución antes de su purificación. En otras palabras, todo lo que va a Cristo y es de Cristo se convierte en Cristo y, por lo tanto, vive una Cristificación proporcional a la de nuestro propio Cristo.

    A medida que el sacerdote avanzaba en su conferencia, yo vivía paralelamente una experiencia muy interna; era como si todo lo que el estaba predicando, estuviera en mí y se convirtiera en una oportunidad para recibir información, más de aquella que ya tenía infusa por el Señor. También pude percibir que este sacerdote era una persona ungida pues hablaba desde el Espíritu del Señor; sentí mucha alegría de este encuentro.

    Al regresar a mi Iglesia, después de mi conversión, me dolí de la increíble pobreza espiritual de algunos de nuestros sacerdotes y religiosos; admirablemente preparados en filosofía y en teología, algunos con grandes títulos y extensas enseñanzas en Roma, en Tierra Santa y en las mejores universidades del mundo, pero increíblemente alejados de la vida sobrenatural de la Iglesia. Pareciera ser que cuanta más educación formal han recibido, más se han alejado de Dios. Nunca lo entenderé, pero me imagino que es parte de la presencia del enemigo en las filas de nuestra fe.

    Siguiendo el hilo de la conferencia puedo decir que su desarrollo iba a la par con mis pensamientos, ya que el sacerdote habló del laicado santo de estos últimos tiempos. En ese momento sentía una alegría muy grande, pues esto se

    parece a todo lo que llevo en mí, regalo de nuestro Señor. El sacerdote también mencionó cómo iban a ser los laicos quienes despertarán al clero y a las comunidades religiosas para regresar al Espíritu Santo y reconciliarse. Yo sentí que algo se fortalecía dentro de mí, y ese algo era la certeza de que nuestro Señor me había llamado a una edad adulta, para poder ir por el mundo testimoniando que Él está vivo y que nuestra salvación no fue el invento de un grupo de judíos rebeldes de hace dos mil años, y que la persecución de los primeros cristianos sí fue un verdadero acto de martirio y no la acción de un grupo de fanáticos. Ser testigo de todo esto me empezaba a llamar la atención. Así que viví este primer día de retiro con una intensidad que no podría describir; el silencio de todos los compañeros era una contribución para acrecentar el tesoro de esta experiencia.

    Comencé el día siguiente con gran entusiasmo y llegué al salón de conferencias con mi libreta de apuntes y mi Biblia. Abrí mi libreta y repasé las notas del día anterior; cuando el sacerdote nos habló del plan del maligno para sabotear el plan divino que tiene Dios para la salvación del hombre y de cómo la Trinidad Santa, Unidad salvífica, se traslada hacia el hombre en una perfecta concepción trinitaria, tema extenso e importante para nuestra concepción sobre la fe; en ese instante recibí la presencia clara de nuestro Señor, quien me hizo ver que esas notas eran la primera página del primer libro que Él me inspiraría. Ahora sí que cambiaría el rumbo de toda mi experiencia. Parecía que, a medida que me adentraba en el retiro, me sumergía en una dimensión llena de nuevas avenidas para mi espíritu y de riqueza de expresión.

    Una vez más me sorprendo de la perfecta mano del Señor, cuando Él decide tocarnos y llevarnos a ser parte de su pedagogía divina, pues ya algunas personas me habían preguntado con mucho interés si yo había considerado la posibilidad de escribir un libro sobre mi experiencia con el Señor. Realmente, ni siquiera lo había pensado. Esto demuestra que nosotros no tenemos control de los planes divinos, cuando decidimos entregarnos a Su voluntad. Sin pensarlo, ya me encontraba escribiéndolo. Lo más difícil fue elegir la forma de empezarlo y encontrar un lenguaje lo suficientemente claro a fin de expresar todo lo que Él me había enseñado, especialmente para una persona como yo, sin ninguna formación teológica y que ni siquiera el Catecismo de la Iglesia llegué a conocer bien. Las dificultades ya no existían en mí. De repente me invadió una seguridad específica, de cómo dejar que el Espíritu del Señor fuera mi guía durante la jornada que me esperaba al escribir este libro. Fue claro para mí que el inicio de éste libro estaría impregnado de la esencia del retiro.

    Como el tiempo destinado al retiro avanzaba, los organizadores anunciaron la presentación de mi testimonio para el día viernes. Sin duda que esta sería una gran oportunidad para estrechar mi relación con el grupo del retiro y de esta forma podría presentarle al lector una visión amplia de mi experiencia de vida,

    la cual espero sea un medio de apoyo para que pueda vivir un testimonio más de conversión, dentro de los miles y miles que se encuentran registrados en el curso de los dos milenios de cristiandad.

    Dios tiene una manera muy peculiar de renovarse cada día, en cada amanecer, por medio de todas sus criaturas. Aunque mi testimonio se parece a todos, porque en el fondo nos lleva a un mismo destino que es el de nuestra salvación a través de nuestro Señor Jesucristo, parece ser que Dios quiso que fuera escrito. No es posible que pueda proyectar, con absoluta exactitud, la experiencia vivida en un plano espiritual, por medio de palabras y tomar una dimensión inmaterial y divina para presentarla en un plano humano. Sería como si tratara de sentir la suavidad de la piel del rostro de un bebé, con un guante de asbesto en la mano. Tan solo por la gracia del Espíritu Santo, el lector, con mi pobre vocabulario y mi escaso conocimiento de terminología teológica, podrá penetrar los misterios que Él me reveló. Con la bendición de nuestro Señor y la inspiración del Espíritu Santo, guía espiritual en esta jornada, invito al lector, como delegado de sus manos, a participar en este encuentro con el Señor, con un corazón alegre, humilde y una mente abierta.

    MI VIDA EN EL MUNDO, 47 años apartado de Dios

    Nací en un pueblo cafetero de Colombia, lleno de encantos tropicales, en las montañas de los Andes llamado Anserma. Mi vida allí estuvo llena de salud física y espiritual hasta los 14 años. Mi numerosa familia, de raíces católicas de muchas generaciones, me proveyó con una infancia y temprana adolescencia llena de actividades en el campo y en el pueblo, de una grata vida de escuela elemental y primeros años de enseñanza secundaria. Soy el sexto hijo de diez hermanos y el primer varón que sobrevivió. Los primeros dos varones murieron a muy temprana edad. Quedamos tres hombres y cuatro mujeres. Mis abuelos, tanto paternos como maternos, fueron dos patriarcas que poseyeron una buena extensión de sembrados de café y gozaron del respeto y admiración de todos, al mismo tiempo que ejercieron poderes políticos y sociales, los cuales me proporcionaron la vida que llevé en el pueblo, llena de apoyo, oportunidades y protección.

    Mi vida en la Iglesia fue abundante y permanente. Era el trompeta mayor de la banda de mi escuela y, por lo tanto, tenía que participar en todas las procesiones en Semana Santa. Podría decir que esta experiencia fue la más dramática de todas. El pueblo está construido sobre el pico de una montaña, y tenía dos calles principales que lo atravesaban. Las calles transversales, en

    esa época, eran de piedra y parecían más bien abismos aunque a sus lados se veían las filas de casas que llegaban hasta los pies de la montaña. Pasear con toda la cantidad de santos que desfilaban en las procesiones era una odisea.

    Estos eran cargados por varios hombres, pues eran estatuas de gran tamaño y peso, traídas desde España, la mayoría desde la época de la colonia. Siempre que la procesión tomaba una de esas calles o abismos empedrados, parecía que se iban a precipitar pero nunca ocurrió una calamidad, por lo menos durante el tiempo que yo estuve. Las prostitutas del pueblo cerraban los prostíbulos durante toda la semana y participaban en cada procesión, recorriendo las calles de rodillas y llorando a mares sus pecados, para volver a su prostíbulo el lunes de pascua y reanudar sus actividades, como quien ha pagado una deuda y ya puede pedir otro préstamo. El resto de la gente del pueblo no lo hacía muy diferente, pues sus vidas después de Semana Santa no mejoraban espiritualmente a excepción de aquellos que siempre le eran leales a Dios. Podría decir que crecí en una religiosidad católica, que ya empezaba a dar señales de decadencia y que nos llevó, a muchos, al abismo del desierto espiritual en que se encuentra nuestra Iglesia hoy.

    En medio de estas contradicciones religiosas, me formé una vida espiritual que también tenía su buena dosis de superstición, herencia de los españoles y los nativos de la región. No creo que mi caso fuera muy diferente al de gran parte de nuestra cultura cristiano-latina. A pesar de todo esto, mi vida se desenvolvió en medio de un ambiente de familia y de camaradería con un numeroso grupo de jóvenes de mi generación, quienes teníamos una vida muy cercana entre todos, por aquello de ser un pueblo pequeño, donde todo el mundo se conocía. Este ambiente contribuyó a que gozara de cierta fortaleza de carácter que fue una buena herramienta durante mi vida en el mundo. Así que antes de cumplir los 15 años me fui para Bogotá, la capital de Colombia, donde viví 5 años. A los 20 años de edad me casé y me fui a vivir a Hamburgo, Alemania, por seis años. De allí me trasladé a los Estados Unidos donde viví 24 años.

    Todos estos años, después de dejar mi pueblo natal, fueron marcados por una temprana ruptura con todas las raíces de familia, Iglesia y valores. Uno o dos años antes de partir de mi pueblo, ya se oían los ecos de una revolución en la juventud del mundo, que llegaba de Estados Unidos e Inglaterra. Elvis Presley y los Beatles empezaban a escucharse en todos los lugares, hasta en los más distantes como mi pueblo, Anserma. Los medios de comunicación eran muy limitados en ese entonces. En Colombia tan sólo había un canal de televisión y era un monopolio del Estado y su maquinaria política; sin embargo, la histeria que se empezaba a gestar alrededor de estos nuevos ídolos era algo que contaminaba a toda la juventud. Razón por la cual mi primera gran meta fue la de aprender inglés, que logré muy rápidamente en Bogotá, cuando me trasladé de la casa de mi tío, donde habitaba desde mi llegada a esa ciudad, a una residencia de una comunidad estadounidense que se llamaba YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes). Sólo años después de haberme ido de esta residencia me enteré que ellos formaban parte de una iglesia protestante. Fue allí donde aprendí a interpretar lo que estos misteriosos y poderosos ídolos estaban cantando. Allí tuve la oportunidad de conocer muchos estudiantes estadounidenses que venían en intercambio estudiantil. No pasaron dos años, cuando todo empezó a tomar otro color. Los estudiantes que llegaban ya no eran aquellos muchachos y muchachas, limpios y sanos, amantes de Cristo y de la Iglesia, sino jóvenes de pelo largo, con ropas descuidadas, de colores sicodélicos y una actitud como nunca había visto. Detrás de todo esto venía el espíritu de los años sesenta que ofrecía una total liberación de lo que llamaban ellos el establecimiento. Yo no comprendía mucho el sentido de este movimiento, pero en mi espíritu de provinciano me parecía muy atractivo ese mundo tan raro y poco convencional que veía en ellos. Poco a poco, y debido a mi primera aventura romántica con una estadounidense, se me empezó a mostrar el secreto que acompañaba esta actitud nueva, este rechazo al establecimiento y se me reveló la presencia de la marihuana. Esta noviecita me invitó a fumarla un día y en medio de esta increíble y extraña sensación que me produjo, me empezó a contar cómo la juventud era la salvación del mundo, que los adultos habían corrompido el planeta y nosotros teníamos que salvarlo, que la guerra de Vietnam tenía que acabar, que la paz y el amor eran el único camino.

    Mientras ella me hablaba, en sus bellos ojos azules vislumbraba el paraíso prometido, jamás soñado en la más increíble fábula. Todo era tan hermoso, visto bajo el efecto de esa hierba. Por la belleza de mi compañera y la historia misionera que me compartía, pronto me sentí como si hubiese sido invitado a formar parte de una gran legión de ángeles que iban a salvar la tierra. Cuando salía por las calles de Bogotá de la mano de esta mensajera del cielo, me sentía como si caminara en una nube de felicidad. No me daba cuenta de que nadie a nuestro alrededor estaba cerca de vislumbrar lo que llevábamos en el corazón y mucho menos de la alucinación que embargaba nuestra cabeza con tanta marihuana. Generalmente, éramos seis o siete, entre muchachos y muchachas, los que andábamos juntos. El único colombiano era yo. Ellos pagaban todos mis gastos. Yo no tenía el dinero para sostener el tren de vida que llevaban ellos. La hierba nos daba mucha hambre y por eso comer era algo que hacíamos con frecuencia. Alquilaban carros y nos íbamos a diferentes lugares de Colombia a acampar, sobre todo a los sitios que tuvieran magia, como los parques arqueológicos precolombinos.

    Este primer grupo de ángeles mensajeros estuvo en Colombia por tres meses, los cuales, por aquello del intenso romance, la permanente alucinación con marihuana y la cantidad de viajes, se me pasaron como si fueran un día. Además, se hablaba del amor libre. Nunca antes había tenido una novia con la que hubiese tenido relaciones

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