La imitación de Cristo
Por Tomás de Kempis
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Se trata de un texto espiritual, redactado para monjes y frailes que viven según el ejemplo de Cristo, pero tuvo una amplia difusión en el seno de la Iglesia. La obra pone énfasis en la necesidad de una vida interior y retirada, así como en la importancia de la eucaristía y la devoción como centro de la vida cristiana.
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La imitación de Cristo - Tomás de Kempis
TOMÁS DE KEMPIS
LA IMITACIÓN DE CRISTO
Herder
Título original: De imitatione Christi
Traducción: Agustín Magaña Méndez, pbro.
Diseño de cubierta: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3719-9
1.ª edición digital, 2017
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).
Herder
www.herdereditorial.com
ÍNDICE
Prólogo del traductor
Libro primero: EXHORTACIONES ÚTILES PARA LA VIDA ESPIRITUAL
1. La imitación de Cristo y desprecio de todas las vanidades del mundo
2. De la humilde opinión de sí mismo
3. Doctrina de la verdad
4. Prudencia en las acciones
5. Lectura de los libros santos
6. Afectos desordenados
7. Se debe huir del orgullo y de la vana confianza
8. Debe evitarse la familiaridad excesiva
9. Obediencia y sujeción
10. Deben evitarse las conversaciones inútiles
11. Modo de adquirir la paz y celo por adelantar
12. Utilidad de las adversidades
13. Resistencia a las tentaciones
14. Hay que evitar los juicios temerarios
15. Las obras hechas por caridad
16. Paciencia para sufrir los defectos ajenos
17. De la vida monástica
18. De los ejemplos de los santos padres
19. De los ejercicios del buen religioso
20. Del amor al silencio y a la soledad
21. De la compunción del corazón
22. Reflexiones sobre la infelicidad del hombre
23. De la meditación de la muerte
24. Del juicio y de los castigos de los pecadores
25. De la fervorosa enmienda de toda la vida
Libro segundo: EXHORTACIONES A VIVIR VIDA INTERIOR
1. De la vida interior
2. De la humilde sumisión
3. Del hombre bueno y pacífico
4. De la pureza de alma y rectitud de intención
5. De la consideración propia
6. De la alegría de una conciencia pura
7. Del amor de Jesús sobre todas las cosas
8. De la familiar amistad de Jesús
9. De la privación de todo consuelo
10. Del agradecimiento de la gracia de Dios
11. Corto es el número de los que aman la cruz
12. Del camino real de la santa cruz
Libro tercero: DE LA CONSOLACIÓN INTERIOR
1. Cristo habla interiormente al alma fiel
2. La verdad habla dentro sin ruido de palabras
3. Las palabras de Dios deben oírse humildemente, y muchos no las ponderan
4. Vivir delante de Dios en humildad y verdad
5. Maravillosos efectos del amor divino
6. La prueba del amante verdadero
7. Se debe ocultar la gracia con la humildad
8. La baja estima de sí a los ojos de Dios
9. Todo debe ser reducido a Dios como fin último
10. La dicha de servir a Dios
11. Debemos moderar los deseos del corazón
12. La adquisición de la paciencia y la lucha contra la concupiscencia
13. La obediencia del súbdito a ejemplo de Cristo
14. Debemos considerar los misteriosos juicios de Dios para no enorgullecernos de lo bueno
15. Qué disposición se debe tener y cómo se debe orar cuando se desea obtener alguna cosa
16. El verdadero consuelo debe buscarse en Dios
17. Debemos confiar a Dios nuestras inquietudes
18. A ejemplo de Cristo, debemos sufrir serenamente las miserias de la vida
19. El sufrimiento de las injurias, y señales de la paciencia verdadera
20. Confesión de nuestra fragilidad, y lamentación de las miserias de la vida
21. Se debe descansar en Dios más que en todos los bienes y dones
22. El recuerdo de los beneficios de Dios
23. Cuatro cosas que producen profunda paz
24. No seamos curiosos de saber vidas ajenas
25. En qué consisten el verdadero progreso espiritual y la sólida paz del corazón
26. De la alteza de la libertad del alma, la cual se obtiene con la humilde oración
27. El amor propio es el mayor obstáculo para alcanzar el sumo bien
28. Remedio contra las malas lenguas
29. Cómo hemos de invocar a Dios y bendecirlo en las tribulaciones
30. Debemos pedir la ayuda de Dios confiando en recuperar la gracia
31. Del desprecio de toda criatura para poder hallar al Creador
32. De la renuncia de sí mismo
33. Inconstancia del corazón. Dios debe ser el fin último de nuestros actos
34. Cuando amamos a Dios, Él nos deleita en todas las cosas y más que todas las cosas
35. En esta vida no hay seguridad contra las tentaciones
36. Contra los vanos juicios de los hombres
37. De la renuncia sincera y total de sí mismo para alcanzar la libertad del corazón
38. Buen gobierno de los actos externos y recurso a Dios en los peligros
39. No hay que ser importuno en los negocios
40. De suyo el hombre no tiene nada bueno, y no puede enorgullecerse de nada
41. Desprecio de toda honra mundana
42. Nuestra paz no debe depender de los hombres
43. Contra la vana ciencia del mundo
44. Cómo no debemos atender a cosas exteriores
45. No se debe creer a todos
46. Confiemos en Dios cuando murmuren de nosotros
47. Todo debe sufrirse por la vida eterna
48. El día eterno y las miserias de esta vida
49. El deseo de la vida eterna, y los grandes bienes prometidos a los que luchan por ganarla
50. De qué manera debe ponerse en manos de Dios el hombre desolado
51. Hay que insistir en hacer obras humildes cuando faltan fuerzas para grandes
52. No debemos juzgarnos merecedores de consuelo, sino de castigo
53. La gracia no se infunde a los mundanos
54. Impulsos de la naturaleza y de la gracia
55. Corrupción de la naturaleza y poder de la gracia
56. Debemos renunciar a nosotros mismos, e imitar a Cristo llevando la cruz
57. No debe abatirse demasiado el hombre cuando cae en algunas faltas
58. No deben investigarse los juicios de Dios
59. Sólo en Dios se debe confiar y esperar
Libro cuarto: DEL SACRAMENTO DEL ALTAR
Ferviente invitación a recibir la sagrada comunión
1. Con cuánto respeto se debe recibir a Cristo
2. Cuánta bondad y amor demuestra Dios al hombre en el sacramento del altar
3. Utilidad de la comunión frecuente
4. Quienes comulgan reciben muchos bienes
5. Majestad de la eucaristía
6. Cómo debe el discípulo prepararse a comulgar
7. Examen de conciencia y propósito de enmienda
8. La inmolación de Cristo en la cruz y el sacrificio de sí mismo
9. Debemos ofrecernos a Dios con todo lo nuestro y orar por todos
10. No se deje de comulgar por leves motivos
11. El cuerpo de Cristo y la Sagrada Escritura son muy necesarios al alma fiel
12. Con cuánto cuidado debe prepararse quien va a comulgar
13. El alma devota debe suspirar con todo el corazón por unirse a Cristo en la eucaristía
14. Del ardiente deseo que ciertos devotos tienen de recibir el cuerpo de Cristo
15. Con humildad y renuncia de sí mismo se alcanza la devoción
16. Expongamos nuestras necesidades a Cristo y pidámosle que las remedie
17. Con qué amor tan abrasado y deseo tan vehemente debemos recibir a Cristo
18. No investiguemos curiosamente la eucaristía, sino imitemos humildemente a Cristo y sometamos a la fe nuestra inteligencia
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR
El humilde monje del Agnetenberg estaría muy lejos de sospechar que quinientos años después y en un rincón de la América española, a varios miles de kilómetros de su patria, se trataría de remozar y poner su obra al día, en todo, menos en sus inmutables, inmortales ideas.
Sí, este traductor de Tomás de Kempis se propuso hacerlo hablar un castellano actual, claro, bello, enérgico, varonil. ¿Lo lograría? El público juzgará.
La mucha libertad de la traducción pudo juntarse con la fidelidad posible.
Kempis vistió su profunda filosofía, su poética y bella mística, de un tosco ropaje latino. Su lengua es torpe y balbuciente. ¡Lo que hubiera podido legarnos, si hubiera usado el bajo alemán que hablaba!
A pesar de todo llenó de ritmo y armonía su imperecedero librito. Desde el primer capítulo pone aquel aforismo: «Opto magis sentire compuntionen quam scire eius definitionem». Consonantes abundan en todo el librito. Así, en el capítulo veintitrés del libro primero pone esta frase lapidaria: «Si bonam conscientiam haberes, non multum mortem timeres.» Entresaqué estos dos ejemplos de muchísimos casos de consonancia. ¿Lo haría por el carácter sentencioso y poético de su obrita o por imprimir más tenazmente en la memoria tantas frases dignas de llevarlas siempre grabadas? Probablemente sería por ambas razones.
En la presente traducción se procuró seguir el ritmo y manera kempianos. Podrá haber quien extrañe leer muchas sentencias en forma de verso, el frecuente uso del hipérbaton, el estilo más o menos poético de varios lugares. La figura retórica a que me refiero es muy usada en proverbios y adagios, en poemas, y hasta en el lenguaje vulgar aparece frecuentemente.
Fénelon se queja de que el francés sea tan servil y monótono en su sintaxis. Con fina sonrisa irónica dice, me parece que en su famoso Discours sur les occupations de l’Académie, que necesariamente ha de ir primero el sujeto, luego el verbo, luego el complemento directo, luego el complemento indirecto, sin salir jamás de ese molde. El castellano es y siempre ha sido más libre que el francés, aunque sin llegar, ni de lejos, a la libérrima pero complicada sintaxis del latín clásico.
Por lo que se refiere al estilo y manera poética, tiene Kempis tantos lugares de subida poesía y lirismo, que un lenguaje prosaico común y corriente no cuadra bien allí.
En esta traducción se tuvo gran cuidado del ritmo y armonía. Se quiso hacer uso de estilo fluido, que con palabras sencillas, caseras, pero bien combinadas produjese una especie de música deleitosa al oído.
El traductor se da perfecta cuenta de que así como hay muchas personas, por otra parte bastante cultas y doctas, incapaces de saborear una sinfonía, un concierto, un cuarteto de Mozart o de Beethoven o Brahms, así también ha de haber muchas personas que no capten la musicalidad del lenguaje. Sin embargo, un buen número de personas de sensibilidad exquisita sí capta la armonía. Quien tenga un poco de alma y algo de ejercicio goza con la bella música y con el bello lenguaje algo que los demás nunca sienten.
¿Qué decir ahora acerca del fondo de este inmortal del siglo quince? En dos palabras, Kempis es la predicación continua, el continuo machacar en las cabezas de sus lectores, del desprendimiento del mundo visible, del interés por lo invisible y eterno; la insistencia sobre la denudación completa de los vicios del hombre y de sus pasiones, para revestirse de Cristo, para irse plasmando poco a poco a su imagen, adoptando sus ideas y sentimientos, viviendo como Él. En resumen, Kempis intenta ser la quintaesencia del Evangelio, del cristianismo verdadero.
Es evidente que este librito se compuso para religiosos. Sin embargo, lo más de él puede tener implicación en cualquier estado que sea. Es de tal carácter este libro que donde quiera que se le abra topa uno con frases que son verdaderos aldabonazos al corazón.
Las sentencias y la profundidad de este tomito exigen lectura atenta y pausada. Con frecuencia una sola frase de Tomás de Kempis, una sola de sus tonantes sentencias, hace a uno pararse a meditar; ya no hay necesidad de pasar adelante; allí se encuentra algo que asimilar.
Hay muchos que leen la Biblia, la Imitación de Cristo y los grandes místicos españoles del siglo de oro, sin desarraigar sus vicios, sin mejorar sus vidas. Kempis sabe el porqué, y nos lo dice.
Esta lectura redentora debería tenerse diariamente, y como la semilla echada sobre tierra buena, produciría el ciento por uno de virtudes y adelanto del espíritu.
Allá en el silencio nocturno de la alcoba, puede uno saborear este platillo celeste que nutre, vigoriza, alivia de las malas pasiones, modela el corazón y la inteligencia, eleva el carácter mucho más que el estoicismo, sin sus innaturales extremos.
Dice Kempis que la verdad, y no la perfección del estilo, es lo que debe buscarse en los libros santos. Sin embargo, él mismo procuró, en cuanto pudo, hacer atractiva su lectura, a pesar del imperfecto instrumento de que se sirvió.
Esta traducción pretende hacer amable la lectura de la Imitación, no solamente a cristianos bien dispuestos a escucharla, sino también a todos aquellos incrédulos o indiferentes de cualquier matiz que sean capaces de percibir y sentir la belleza, la sencillez, la sinceridad de Tomás de Kempis.
El traductor sentiría profunda satisfacción si su trabajo sirviera para atraer al redil de Cristo a tantas ovejas suyas descarriadas entre los barrancos y breñales de este siglo veinte, que quizás pare en horrible catástrofe.
Pero dice Tomás de Kempis que el que ama a Dios perfectamente no tiene miedo ni a la muerte, ni al juicio, ni al infierno, porque el amor perfecto asegura al hombre entrada libre a la casa del Padre celestial.
Agustín MAGAÑA MÉNDEZ
Libro primero
EXHORTACIONES ÚTILES PARA LA VIDA ESPIRITUAL
Capítulo 1
LA IMITACIÓN DE CRISTO Y DESPRECIO
DE TODAS LAS VANIDADES DEL MUNDO
Quien me sigue no camina a oscuras» (Jn 8, 12), dice el Señor. Éstas son palabras de Cristo, y con ellas se nos exhorta a imitar su vida y sus virtudes, si queremos ser de veras iluminados y vernos libres de toda ceguedad del corazón.
Sea, pues, nuestro principal estudio meditar la vida de Jesucristo.
2. La doctrina de Cristo es más excelsa que todas las enseñanzas de los santos, y quien tuviera su espíritu, maná escondido encontraría en ella.
Pero sucede que muchos, a pesar de oír el Evangelio con frecuencia, pocos deseos tienen de seguirlo, porque les falta el espíritu de Cristo.
El que quiera, pues, entender bien las palabras de Cristo y saborearlas, necesita empeñarse en ajustar toda su manera de vivir a la de Él.
3. ¿De qué te sirve hacer sublimes disertaciones sobre la Trinidad, si por no ser humilde le desagradas?
Por cierto que el lenguaje sublime a nadie hace santo ni justo: es la vida virtuosa lo que hace al hombre amigo de Dios. Prefiero sentir la compunción a saber su definición.
Si supieras de memoria toda la Biblia, más los escritos de todos los filósofos, ¿de qué te serviría todo eso sin la gracia de Dios y la caridad?
«Vanidad de vanidades, y todo vanidad» (Ecl 1, 2), menos el amar a Dios, y servirle a Él solo.
Ésta es la cumbre de la sabiduría: marchar hacia el cielo pisoteando la tierra.
4. Es, pues, vanidad buscar deleznables riquezas, y poner en ellas la esperanza.
También es vanidad ambicionar honores y subirse a elevada posición.
Es vanidad seguir los apetitos de la carne, deseando placeres por los cuales se tiene que sufrir después severo castigo.
Es vanidad querer vivir mucho, cuidando poco de vivir bien.
Es vanidad atender sólo a la vida presente, sin prever la futura.
Es vanidad apegarse a lo que tan pronto pasa, y no afanarse por llegar a donde los goces son eternos.
Acuérdate a menudo de aquel proverbio: «Los ojos no se sacian de ver; ni los oídos, de oír» (cf. Ecl 1, 8).
Procura, pues, despegar el corazón del amor a lo visible, y apegarlo a lo invisible.
Porque los que siguen las inclinaciones sensuales manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios.
Capítulo 2
DE LA HUMILDE OPINIÓN DE SÍ MISMO
Todos tenemos el deseo natural de saber; pero, sin el temor de Dios ¿de qué sirve el saber?
Es mejor, sin duda alguna, el humilde campesino que sirve a Dios que el orgulloso filósofo que, olvidado de sí, observa los movimientos de las estrellas.
Quien bien se conoce, en poco se estima, ni le gustan humanos elogios. Si yo supiera cuanto hay en el mundo, pero no tuviera la virtud de la caridad, ¿de qué me serviría ante Dios, quien por mis obras me va a juzgar?
2. No te dejes llevar del excesivo deseo de saber; que en ello se encuentran grandes distracciones e ilusiones.
Porque a los doctos les gusta figurar y tener fama de sabios.
Hay muchas cosas cuyo conocimiento de poco o nada sirve al alma.
Y muy tonto es quien se ocupa en lo que no le ayude a salvarse.
El alma no se llena con las muchas palabras; mas la vida virtuosa alivia el corazón, y la conciencia pura infunde gran confianza en Dios.
3. Cuanto más y mejor sepas, con tanta mayor severidad se te juzgará, si no vives con la santidad correspondiente.
No te ufanes, pues, de saber alguna ciencia o arte; antes teme por ese conocimiento que se te dio.
Si crees saber mucho y entenderlo bastante bien, no olvides, sin embargo, que es mucho más lo que ignoras.
«No te envanezcas» (Rom 11, 20), antes confiesa tu ignorancia. ¿Por qué quieres anteponerte a los demás, habiendo tantos más sabios que tú, y más conocedores de la ley de Dios?
Si quieres saber o aprender con provecho, procura vivir ignorado y tenido en nada.
4. Ésta es la más útil y profunda de las ciencias: el verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo.
El tenerse a sí mismo en nada, y a los otros en opinión siempre buena y elevada, es cosa de gran perfección y sabiduría.
Si alguna vez vieres a otro cometiendo manifiestos pecados, o aun pecando gravemente, no por eso debes juzgarte mejor que él, porque no sabes cuánto vas a