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Desórdenes: Volumen III
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Desórdenes: Volumen III
Libro electrónico680 páginas8 horas

Desórdenes: Volumen III

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Piezas que no encajan es un ensayo irreverente que nace de la perplejidad. Del estupor que provoca este tiempo en el que vivimos, próximos a inteligencias artificiales o quién sabe qué otra clase de distopías sofisticadas.

La vida real sin embargo no es virtual y en ella nos rodean muchas historias que de ninguna manera encajan en el cuento que nos han contado.

El propósito de estos libros es mostrar algunos ejemplos. Se trata de una tarea laboriosa, porque el rigor exige recorrer con el dedo sus aristas. Para hacerlo el texto baraja sin rubor materiales de registros muy diferentes; así, la prosa resplandeciente de Julio Cortázar o la ironía lúcida de Vázquez Montalbán se mezclan con naturalidad -entre periódicos, recuerdos y libros de historia- con notas de Carl Schmitt y versos de Javier Krahe.

La trilogía cierra con Desórdenes, un volumen un poco diferente. En cierta manera complementario. A diferencia de los anteriores, la narración toma distancia de los acontecimientos históricos para fijarse en un puñado de piezas problemáticas por las cuales acostumbramos a pasar de puntillas. El propósito es llamar la atención sobre la enorme cantidad de desorden que aparece en ellas a poquito que uno rasque.

Son aspectos esenciales que forman parte de la urdimbre con la que todos armamos nuestra vida. Así, en él se repasan la melancolía, la política, el sexo, la independencia de Puerto Rico, la muerte o la locura.

Entre otros personajes, los antropólogos Lévi-Strauss y Branislava Susnik contribuyen a aderezar el relato.

Alberto Quintana tiene publicados varios ensayos. También una novela y un par de libros de poesía.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 dic 2021
ISBN9788468562797
Desórdenes: Volumen III

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    Desórdenes - Alberto Quintana

    Preámbulo

    Si está usted leyendo estas líneas es que Piezas que no encajan ha llegado de algún modo hasta sus manos .

    Ocurrido eso, tal vez sea necesario ofrecer una explicación.

    Estos tres libros nacen del estupor; de la perplejidad que provoca el tiempo en el que vivimos. Una época impregnada de realidad virtual que se supone víspera de que aparezca la inteligencia artificial o quién sabe qué otra clase de distopía cada vez menos improbable.

    Ante un escenario tan sofisticado las páginas que siguen proponen algo mucho más primario. Detenernos un poco y volver la mirada a la vieja usanza. Alrededor y atrás.

    El rompecabezas

    Los textos que componen esta trilogía han sido concebidos como un collage; un revoltijo irreverente y de aluvión que mezcla sin rubor materiales de registros muy dispares. En ellos la lucidez irónica de Vázquez Montalbán juega a barajarse con naturalidad -entre periódicos, recuerdos y libros de historia- con notas de Carl Schmitt o versos de Javier Krahe.

    Cada uno de nosotros contamos con un repertorio de convicciones -y de prejuicios- que hemos ido acumulando desde la infancia. Algunos proceden de la experiencia personal, pero la mayoría proviene de lo que otros nos han contado (sea la familia, la escuela, la televisión, los libros o en los últimos años las redes sociales). Con esos ingredientes fabricamos un relato -el término está ahora tan de moda que parece que no puede hablarse de nada si no se lo utiliza-, un mapa que nos sirve de guía para orientarnos en la vida.

    Aunque mientras los construimos se convierten en ejercicios obsesivos, cualquier aficionado a los rompecabezas sabe que lo que reconforta en ellos es la certeza de que los fragmentos van a acabar encajando. Cuando adquirimos uno no estamos comprando una caja con trozos de cartón pintados, sino la fantasía de un orden. La garantía de que al final todo va a tener sentido porque habrá un lugar en el que ajuste cada una de las piezas.

    Menciono la metáfora del puzzle (a diferencia de la mayoría de anglicismos, puzzle es una palabra bastante bonita) porque las seguridades con las que ordenamos nuestra existencia -las cosas que nos creemos- se parecen mucho a esos montoncitos de pedazos de algo destinados a ser armados (en los dos sentidos) para construir una imagen.

    Piezas que no encajan pretende mostrar lo contrario; que en la vida real (sea eso lo que sea -pero no es virtual-) las cosas no suceden así y el único lugar ordenado es el cementerio.

    Piezas imposibles y piezas problemáticas

    A poco que uno se fije, se percata de que estamos cercados por historias incomprensibles vistas desde el cuento que nos hemos contado. Basta con tomar algo de distancia y mirarlas de cerca -qué paradoja-. Son piezas imposibles. Viven con nosotros, pero a menudo no las vemos. Y no encajan.

    La dificultad consiste en que mostrarlas con un poco de rigor obliga a revisarlas desde diferentes ángulos y a pasar -despacito- la yema del dedo índice por el borde de sus aristas. Es una tarea laboriosa.

    Los dos primeros libros de esta trilogía tratan de hacer precisamente eso: exponer sendos ejemplos de piezas imposibles.

    En el primer caso se trata de un lugar desquiciado con una historia absurda (Guinea Ecuatorial) y en el segundo del recuerdo de un personaje extravagante (Ernesto Giménez Caballero) incompatible con cualquiera de las lógicas que aceptamos como buenas.

    El tercer título, Desórdenes, es un poco diferente. Consiste en el repaso a una serie de asuntos esenciales (el lenguaje, la melancolía, el deseo, la locura, el poder, la muerte…) que son a todas luces problemáticos y por los que acostumbramos también a pasar cerca de ellos de puntillas.

    La forma. Citas e hipervínculos

    Piezas que no encajan intercala entre sus capítulos historias de personas concretas que complementan de manera arbitraria -pero ilustrativa- la narración principal.

    Me siento en la obligación de prevenir además al lector de que sus páginas están plagadas de citas. Una verdadera plaga.

    La razón es que -si uno revisa lo suficiente- resulta infrecuente encontrar algo que no haya sido ya escrito. Las notas a pie de página lo atestiguan. También mi falta de fantasía para inventar según qué cosas y la pretensión de que el texto pueda en algún momento recibir la legitimación de los legitimadores.

    Lo decía Cortázar (ahí va la primera):¹

    …citar es citarse. La diferencia es que los pedantes citan porque viste mucho y los cronopios porque son terriblemente egoístas y quieren acaparar a sus amigos.

    …y la segunda. Ésta es una concesión sentimental, porque se trata de una página póstuma que fue impresa en Bruselas el 15 de febrero de 1984, exactamente al día siguiente del entierro de Julio.

    …más de una vez la memoria iba trayendo cosas todavía no dichas, pedacitos ajustables a los otros pedacitos …yo iba viendo nacer los puntos de sutura, la unión de tanta cosa suelta o presumida …rompecabezas del insomnio de la hora del mate delante del cuaderno …necesitábamos que aquello se completara, que el último agujero recibiera al fin la pieza, el color, el final de una línea viniendo de una pierna o de una palabra o de una escalera.²

    Entre las notas va a encontrar también, mezcladas, un puñado de cosas que escribí hace años y que he decidido reciclar.

    Ahora que veo perplejo

    asomar manchas de viejo

    -todavía diminutas-

    en el dorso de mis manos,

    ahora entiendo (confundido)

    que bajo de tanto ruido

    no hay verdades absolutas

    de tirios ni de troyanos.³

    Además de vez en cuando se topará con la palabra hipervínculo. Soy consciente de que su uso no es muy preciso -en esta ocasión lo mismo me da, si sirve para entendernos-. Me refiero con ella a un atajo que relaciona dos menciones al mismo asunto o personaje abordado en diferentes capítulos. Una especie de costura interna que refuerza la unidad y pelea con las limitaciones inherentes al formato libro (páginas secuenciadas y numeradas -otra vez la fantasía de orden-). Y es que las conexiones están a muchos niveles. Tantos, que más que del rompecabezas a lo mejor hubiera sido preferible utilizar la metáfora de un sudoku. O del cubo de Rubik.

    Los hipervínculos sirven además de homenaje a Rayuela y como invitación a saltar dentro del texto sin necesidad de seguirlo de principio a fin, como un lector aplicado.

    El fondo. Para qué escribir

    Yo creo que uno escribe por vanidad. O para ordenarse. En mi caso -tengo 54 años- lo hago sobre todo por mis hijos.

    Confío en que algún día descubran con interés estas líneas, y que les puedan ser útiles para aclarar el inmenso malentendido que supone confundir nuevo con mejor. También que les ayude a comprender más a su abuela.

    Confieso que en cuestión de saltos generacionales me siento más próximo a los que me preceden que de los que me siguen. Más despistado frente al futuro que respecto al pasado.

    Escribir requiere de mucho esfuerzo. A menudo cuesta amarrar un sujeto y un escuálido predicado. Tengo sin embargo la convicción⁵ de que a la hora del balance ese empeño va a quedar apuntado en la columna del haber, y no en la otra. Porque a base de insistir -erre que erre- uno consigue acercarse un poquito a. Aunque nunca llegue.

    …porque escribir es viento fugitivo

    y publicar, columna arrinconada,

    digo vivir, vivir como si nada

    hubiese de quedar de lo que escribo.

    Lo decía Blas de Otero. Tal vez porque el juego de las palabras es lo único de que disponemos para desarmar (también en los dos sentidos) el desorden inabarcable que nos amenaza.

    En Malabo, a 16 de julio de 2019

    1 La vuelta al día en ochenta mundos. Julio Cortázar. 1967.

    2 El tango de la vuelta. Julio Cortázar. Editions Elisabeth Franck. Bruselas, 1984.

    3 Décimas escolares. Décimas febriles. Alberto Quintana. Ed. Arandurá. Asunción, 2014.

    4 Lo hago también por ella. Quisiera acabarlo para que pueda leerlo antes de morir, pero es un trabajo lento y temo no disponer de mucho tiempo.

    5 En realidad, la sospecha.

    6 Digo vivir. Blas de Otero. Redoble de conciencia. 1951.

    Introducción al tercer cuaderno

    Desórdenes

    Este último volumen es un poco diferente a los dos anteriores. Diferente, y en cierta manera complementario.

    Desórdenes se fija en un puñado de piezas que no me atrevo a calificar como imposibles, pero que parecen por lo menos problemáticas. Son de ésas que cuando tratamos de armar el puzzle que es la vida vuelven, obstinadas, una y otra vez a nuestras manos. Esenciales y tercas.

    No hay a nuestro alrededor, me parece, demasiados asuntos que sean realmente importantes. Solamente el paso del tiempo, el sexo, los hijos, el amor -y su reverso, el desamor-, los amigos, la injusticia, la inexistencia tal vez de dios …y poco más.

    Siendo así, sorprende que sin embargo tengamos tantas energías depositadas en cuestiones que son periféricas y a menudo bastante bobas. La mayor parte de ellas tienen relación con el dinero.

    Por eso es oportuno alborotar y abrir las ventanas. Para que corra un poco el aire, porque -lo cantaba Carlos Cano- si estuvieran abiertas todas las puertas nadie tendría que abrirlas con violencia.

    Y una manera, creo, de ir haciéndolo, es señalar un puñado de cosas.

    Mostrar que las palabras fracasan en su intento por tapar el galimatías de lo que nombran; que por más trapos que colguemos en las terrazas (o pulseras que nos pongamos en las muñecas, insignias en las solapas o pegatinas en los coches -nadie utiliza ya la palabra ´calcomanía´-) seguimos sin saber adónde pertenecemos; que la moral no ha sido nunca (ni lo va a ser) capaz de poner orden en el deseo; que sentirse a salvo de la locura tras un parapeto de batas blancas y de diagnósticos es síntoma de estar bastante enfermo; que el paso del tiempo provoca melancolía; que el Poder tiene aristas que lastiman, o -sobre todo- que no hay liturgia capaz de suavizar el desorden mayor. El de la muerte.

    Julio Cortázar describió mejor que nadie esa impotencia:

    …era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco. Cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros; todo lleno de agujeros, todo esponja …pero ellos eran la ciencia ¿comprendes? Estaban muy seguros de sí mismos, convencidísimos de sus recetas, de sus jergas, su maldito psicoanálisis, sus no fume y sus no beba…

    Afeaba -lo hizo en Rayuela- que haya quien prefiera mirar hacia otro lado, aunque para ello deba pagar el precio de ser tan vegetal, tan caracol. Pedro Juan Gutiérrez, el escritor cubano, es de la misma opinión:

    …para vivir con paz interior hay que ser un imbécil.

    Por eso este texto se propone, decía, alborotar. Soliviantar y llamar la atención acerca de la desmesurada cantidad de desorden que aparece a poquito que uno rasque. Desengañémonos, bajo los adoquines no estaba la playa (como decían los estudiantes parisinos del 68 -eso fue una majadería-). Lo que hay es un vértigo horroroso provocado por tanto fragmento que no encaja.

    También aquello de atado y bien atado fue una bobada. Una bravuconada, en el mejor de los casos. Porque orden, lo que se dice orden, solo existe en la fantasía ofuscada de los totalitarismos, y acaso en la ficción botánica de algunos clasificadores. Como si hubiera un lugar para cada cosa.

    Fíjese en las feministas, empecinadas como están en el empeño imposible de catalogar la posición subjetiva frente al deseo: L, G, T, B, I, Q, +… siempre va a aparecer alguien que no se sienta concernido (concernida, concernid@, concernide) en ninguna de las anteriores.

    --

    Hay algo que debo anticipar; y es que en este cuaderno va a encontrar mayor número de vivencias personales. Es así porque me ayudan a vincularme mejor al texto, y a ese vínculo le doy mucha importancia.

    Me ha preocupado (pero poco -por lo impúdico-) que el resultado pueda ser demasiado referencial, pero creo que, en el fondo, nunca hablamos de otra cosa que no sea nosotros mismos. Tal vez somos nuestra única herramienta.

    Ojalá que estas páginas tengan suficiente interés -trabajo sí que tienen- para que valga la pena compartirlas (valer la pena, vaya una expresión).

    Me gusta creer que sí, porque cómo seguir -si no- después de este poema:

    Desde el bar

    -al otro lado de la calle-,

    observo una boca de metro:

    la gente

    sube

    y baja,

    entra y sale,

    y todos

    parecen tener claro

    a dónde van.

    Es fascinante.

    Le dedico estas piezas problemáticas a Bruno (…era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros).

    Son una recopilación de ingenuidades.

    7 Quizás haya alguno otro; en un rompecabezas como éste cabe mucho, pero no todo.

    8 El perseguidor. Las armas secretas. Julio Cortázar. 1959.

    9 Perplejidad. Karmelo C. Iribarren. Poema incluido en Otra ciudad, otra vida (2011) y recogido en su Poesía Completa 1993-2018. Visor Libros SL, 2019.

    Las palabras

    Mágicas y fundantes

    …apenas has sentido ya viene lo otro, vienen las palabras …no, no son las palabras, es lo que está en las palabras; esa especie de cola de pegar, esa baba.¹⁰

    Me gustaría comenzar con una patada al pecho. Planteando la idea de que el lenguaje constituye un esfuerzo inútil por tapar el desorden de las cosas. Para ello hubiese sido estupendo arrancar el capítulo con una cita de Las palabras y las cosas, el libro de Michael Foucault -el título encaja, es un autor de culto y viste mucho todo lo que toca-; pero, aunque lo haya citado alguna vez, admito que jamás lo leí. A veces pasa.

    El Génesis, que sí he leído, sostiene que al principio el mundo era una confusión. Hasta que llega dios y le pone orden a todo a través del lenguaje. Lo cantaba Carlos Puebla, llegó el comandante y mandó parar: …y llamó a la luz ´día´, y a las tinieblas ´noche´. Hubo así tarde y mañana …y todo eso.

    Quien lo haya escrito comprendía que la acción divina es una clasificación. Dios da vida al mundo ordenándolo, marcando límites y alrededores (que ésa es precisamente la definición de definir, valga la redundancia). El primer acto de fe de los cristianos consiste en creer que bastó esa/ese orden para acabar con el caos. Pero, ¿…y si no hubiera sido así?

    No son solo los cristianos (aunque ellos sean los más poderosos); para los guaraníes la palabra también es la vida misma -lo es todo-. Por eso para suicidarse tradicionalmente eligen el ahorcamiento; es decir, oprimirse la garganta hasta matar la palabra.¹¹ La palabra… ¿no le suena en nuestra tradición católica aquello del verbo divino, que además se hizo carne?

    Lo mismo sucede, a poquito que nos fiemos de los antropólogos, en las creencias de los guayakíes (o achés), para quienes la palabra -desprovista de significado- remite a la trascendencia y se convierte en algo sagrado que no tiene traducción posible.¹²

    El poder, pues, sale de la boca humana. Y no de la boca del fusil, como decía el cafre de Mao.

    Seguro que hay muchos otros ejemplos religiosos que sugieren que los hombres no hablamos, sino que somos hablados. Pero como me he ido demasiado arriba y es preferible bajar el listón de lo teológico al nivel del suelo, sin entrar en metáforas que habiten entre nosotros asumo que son las palabras las que estructuran nuestro pensamiento. Las que hacen posible producirlo, y también reproducirlo. Así como hablemos seremos capaces de pensar (y por eso será un drama que nuestros hijos no adquieran el suficiente vocabulario; porque si no pueden matizar su discurso tampoco van a poder afinar sus reflexiones, y será por tanto más fácil que los manipulen y luego pase lo que pasa).

    Sin palabras no hay conceptos. Y hablar de manera diferente implica pensar de manera diferente. No es lo mismo hacerlo en español que en mandarín. Hay lenguas por ejemplo en las que la palabra religión no existe. Pensar en eso provoca un poco de vértigo.

    Lo decía Malinowski: la realidad es una creación social construida por el lenguaje. También lo han dicho Berger y Luckmann -hay que ver qué suerte llamarse así-.¹³ Y eso que ninguno de ellos conoció Second life, Pokemon GO ni ninguna otra de tantas construcciones paralelas y virtuales.

    Bartomeu Meliá lo complementa de una manera bonita -es digno de admirar lo bien que escribe-. Meliá es uno de los sabios vivos (en el momento en que escribo estas líneas, pero está mayorcísimo) que más sabe de todo esto. Y se esfuerza en explicarlo:

    …el lenguaje no es un tubo por el que circulan palabras, sino un esófago donde se digieren experiencias.

    En cualquier texto tiene siempre mayor importancia lo que provoca que lo que contiene, y eso depende más del receptor que del emisor (del lector que del autor). Lo provocado tendrá directamente que ver con las experiencias a que Meliá se refiere -lo único que permite aprender es la experiencia-. El que lee es a la vez intérprete, amo y filtro del texto. En última instancia, más que bípedos implumes, que es como definía Platón a los humanos, somos filtros culturales.

    La verdad es que entre esa afirmación del Padre Meliá y Mariano Rajoy desencadenado diciéndole a la prensa ´un plato es un plato y un vaso es un vaso´ media una distancia de análisis considerable.

    Llegados a este punto casi es inevitable hacer una mención, aunque sea somera, a la semiótica. La versión que de ella más se ha difundido en las escuelas son las ideas de Ferdinand de Saussure sobre la conexión que existe entre un significante y su significado; es decir -groseramente- entre el símbolo y el objeto.¹⁴ Las palabras y las cosas de nuevo. Marshall McLuhan afirmaba que el medio es el mensaje (y Vázquez Montalbán lo ponía en solfa, sugiriendo que tal vez quien sostenga eso sea porque no tiene mucho que decir).

    El asunto viene de lejos. De lejísimos. Dionisio de Tracia ya reflexionaba sobre estos temas hace casi 2.500 años. Y luego, las grandes ligas: Platón distinguió entre sustantivos, adjetivos y verbos; y Aristóteles lo hizo entre pasado, presente y futuro. Por eso los animales, que no tienen verbos, carecen de la idea de tiempo y no pueden hacer planes de futuro ni arrepentirse de lo que han hecho. Esas cosas llegaron hasta nosotros a través de los árabes (hay una película de Amenábar, Ágora, que da idea de lo que bastantes cristianos de la época pensaban acerca del saber antiguo).

    Claro que como la aspiración de cualquier gobierno es mantener el orden (muy a menudo por encima de la justicia), la bobada que dijo Rajoy tiene su trasfondo: desearía que la significación fuera efectivamente por contraste, y que por ende un vaso no tuviera otro remedio que ser un vaso porque no es un plato. Tratan de apoyarse en el lenguaje para instaurar un orden ficticio y así quedar como dios. Son creyentes -en lugar de pensantes-¹⁵ e imaginan que las cosas han estado siempre ahí, esperando a ser nombradas (y de paso gobernadas) por ellos. Es el debate clásico entre esencialismo y nominalismo. Una de las herencias que nos legaron Platón y Aristóteles.

    Otros autores sin embargo, como Peirce,¹⁶ advierten que por eficaz que resulte eso de ´significante/significado´ es un modelo demasiado simple para resultar creíble, porque se olvida de un tercer elemento que debería ser inolvidable: el interpretante (no estoy seguro de si sería un sinónimo del sujeto lacaniano, yo creo que sí).

    Parece que se han olvidado interesadamente de nosotros.

    Y es que incluir esa tercera dimensión introduce de lleno el tema del Poder, y de ahí en cascada aparecen todas las interpretaciones políticas del mundo.

    Un apunte divertido sobre el sujeto. Transcribo parte de la genial intervención de uno de Les Luthiers en el último congreso sobre la lengua, porque más allá de la broma ilustra la versatilidad del lenguaje:

    …ahora pasaré a un interesante tema gramatical. En un reciente congreso de lingüistas y filólogos al que fui invitado se presentó un trabajo sobre la estructura de algunas formas idiomáticas curiosas, como por ejemplo la oración ´Pedro sujetó al sujeto´. En esta oración Pedro es el sujeto y ´sujetó al sujeto´ es el predicado. Pedro es al mismo tiempo el sujeto y el que sujeta, o sea el sujetador. Pero también Pedro es un sujeto sintáctico; ´sin-tactico´, o sea le falta tacto. Eso es falta de tacto y por eso anda sujetando a los demás. Porque si tuviera un poco de tacto no andaría sujetando a ningún sujeto y trataría de conversar con él. Pedro es el sujeto de la oración, el que ejecuta el predicado, el predicador. Pero el predicador reza sus oraciones, por lo tanto el sujeto de la oración no es Pedro es el predicador. Ya lo dijo el famoso predicador mediático Warren Sánchez: ´nunca me he sentido mejor sujeto que después de haber predicado´ etc… Otra oración curiosa es ´Pedro lleva una gorra sujeta en la nuca´. Lo que llama la atención no es que Pedro lleve una gorra, sino que tenga su jeta, su propia jeta, en la nuca. Como el dios Jano. La conclusión a que arribaron los autores de este estudio fue que estas oraciones pertenecen a un tipo muy raro. Y que ese tipo se llama Pedro.¹⁷

    …y ahora que Rajoy repita que un plato es un plato y un vaso es un vaso.

    Hace unos años me divertí sobremanera deconstruyendo la novela Rayuela. La palabra es muy pedante, pero me refiero a experimentar al límite el juego que Julio propone (a su manera este libro es muchos libros…) Edifiqué un texto diferente utilizando como ladrillos sintagmas y frases que previamente había entresacado del suyo, volviéndolos a montar -como si fueran piezas de un mecano- de otra manera.¹⁸ Eso me facilita ahora recordar algunas frases contundentes:

    …enumerá, enumerá, eso ayuda. Sujetate a los nombres, así no te caés (64) …pero no te confíes; las palabras son algo de lo que hay que desconfiar, si se es serio (28) …envuelven a las cosas como la circunferencia al círculo (133) …tienen algo de cubrecama o cubretetera, de cubre cualquier cosa; algo hecho para poner encima, pero encima de qué, ése es el problema. (47)

    Fíjese en fastigio, que es una palabra muy bonita y que es una lástima lo que quiere decir, pero lo mismo nos pasa con mortadela, y tantas otras, (41) palabras que te fascinan porque no creías que existieran fuera de los poemas, y que además tuviéramos el derecho a emplearlas. (34)¹⁹

    En definitiva, todo lo que atañe al lenguaje es complicado; porque la palabra no solo le pertenece al interpretante, sino que es mitad de quien la pronuncia y mitad también de quien la escucha (y puede ser escuchada -o pronunciada- por muchos). La realidad se construye entre todos y eso tiene algunas consecuencias paradójicas; porque, aunque sea colectiva, la experiencia sin embargo no deja de ser algo estrictamente individual.

    Esto, que parece un juego de palabras para intelectuales, en la práctica tiene muchas implicaciones. La psiquiatría, por ejemplo, trata los síntomas de los pacientes como si de universales se tratara (y a continuación pretende recogerlos en el DSM 5²⁰ como si fuese el catálogo de una ferretería -de nuevo la ingenuidad y la pretensión divina de que las cosas son de una determinada manera porque alguien, en este caso la American Phychiatric Association, las ha clasificado-). En cambio los antropólogos y los psicoanalistas creen que los síntomas pueden significar cosas diferentes dependiendo de las circunstancias, es decir del contexto en el que se inscriba el texto. Volveremos a ello en otro capítulo.

    Y es que siempre que nos topemos con una generalización podemos interpretarla como una manifestación del Poder. El profesor Friedhelm Guttandin considera que la argumentación debe de ir siempre de lo concreto a lo general, porque lo contrario implica autoritarismo.

    Un paréntesis, al hilo de esta cita. En realidad esa reflexión del profesor Guttandin yo se la he escuchado, no se la he leído; y eso me hace dudar de la exactitud de lo que yo he podido entender y sido capaz de transmitir. Tal vez no sea exactamente lo mismo que dijo aquel día (porque nada garantiza que en otro momento no haya dicho algo distinto). Todo esto conduce a pensar en la diferencia que existe entre el lenguaje escrito y el hablado.

    Lo hablado y lo escrito

    Quizás escribimos porque desconfiamos de lo verbal. No se utiliza ya mucho -creo- pero una de las cosas más bonitas que antes se le podía decir a alguien es que era un hombre de palabra. O mujer, que no se enfaden las feministas. Ni los feministas. Eso tenía también que ver con expresiones como hablar a la novia o dejarse de hablar. En desuso, me temo.

    Dauzat se ha ocupado de ello, y aventurado que mientras que lo oral introduce continuas modificaciones en cada repetición (¿recuerdan aquel juego infantil del teléfono roto?), en cambio las instrucciones y las prohibiciones escritas son mucho más estrictas.²¹ Pasa lo mismo con los números, que una vez escritos hacen la contabilidad más precisa. Claro que eso deja fuera de la partida a quienes no sepan leer, escribir o contar -lo que tampoco tiene mucha relevancia porque generalmente no forman parte del club de los que importan-. La expresión tomar la palabra no es inocente y los que hacen hablar al papel se convierten de esa manera en los dueños de lo dicho. Que suelen coincidir, dicho sea de paso, con los dueños de casi todo lo demás.

    Si alguien tiene dudas sobre el potencial dominador de las letras, que piense en las sentencias, las escrituras de propiedad o las sagradas escrituras.

    Lo escrito hace posible la ortodoxia. La iglesia lo sabe bien y por eso se prodiga tanto en sus textos: evangelios, epístolas, misales, encíclicas, catecismos…

    De nuevo el Poder. Porque, entendida así, la escritura se transforma en un instrumento de dominación. No creo que haya nada que impida que también pudiese ser una herramienta de defensa: con el mismo martillo lo mismo se puede aplastar a alguien la cabeza que esculpir una obra de arte bellísima. O colocarlo al lado de una hoz.

    Siguiendo esa lógica, debería de ser posible que algún día podamos reapropiarnos del lenguaje para convertir los diccionarios en un instrumento revolucionario.

    Esto es polémico. No hace mucho se armó en España un pequeño revuelo a raíz de que una diputada de Unidos Podemos pronunciara en el Congreso la palabra portavoza. En realidad consistió en una réplica casi exacta de lo sucedido unos años atrás cuando una ministra del PSOE dijera aquello de miembra. ¿Cuántas veces nos obligan a consumir las mismas discusiones? Es cansado.

    Enseguida todos los dardos se dirigen a los diccionarios y a la Real Academia de la Lengua, y ahí se dividen entre los que acusan a la RAE de sexismo (de nuevo la palabra que construye) y otros -generalmente abanderados por Perez Reverte- que defienden que el papel de la Academia se limita a ser notario de cómo es que la gente habla.

    Obviemos que el limpia, fija y da esplendor de la RAE resulta un poco anacrónico y olvidémonos también de que a Teodoro Obiang, que habla el hombre como puede, le hayan hecho Académico Honorario de la Lengua;²² el debate está servido, ¿las academias deben de ser descriptivas o prescriptivas?

    Una vez escuché una conferencia sobre esto de un lingüista griego, Haralambos Symeonidis. Supongo que debió dedicarse a estudiar la forma de las palabras para poder explicarse a sí mismo su propio nombre, que remite a Rastapopoulos y parece el malo de alguna aventura de Tintín.

    Haralambos orientó su charla hacia las diferentes implicaciones que tienen el lenguaje oral y el escrito. Recordémoslo: los fenicios fueron los primeros en representar con letras los sonidos y los griegos lo completaron añadiendo las vocales. De ahí viene lo de alfabeto griego (o abecedario latino). Quedaban aún muy lejos las leyes de correspondencia entre las lenguas, los estructuralistas americanos, el neurolingüismo tratando de averiguar qué parte del cerebro activan los bilingües -la mía debe de estar atrofiada- y los textos de Franz Boas.²³

    Boas fue un antropólogo judío -y de origen alemán- que aparte de anticipar los estudios sobre lingüística comparada peleó contra las teorías de razas superiores y culturas puras. Y tuvo mérito, porque sostuvo esas cosas en un momento histórico en el que comenzaban a despuntar los nazis y era muy difícil plantarle cara al racismo. Además de mérito, también tuvo media jeta paralizada por una enfermedad.

    Esto tiene que ver -curiosa expresión, tener que ver- con la evidencia (evidencia proviene de videre, ´ver´ en latín, todo concuerda) de que no hablamos como escribimos. Puede que tampoco nos comportemos como decimos, pero eso es otro asunto. Habría que consultar a un consultor -qué manía con eso, sería mucho más sensato consultar a un respondedor- por qué lo escrito ha de tener siempre mayor valor. Y también cuál es el valor que le corresponde a los nuevos soportes virtuales, que no son exactamente escritos ni tampoco hablados. Supongo que han de traer de cabeza a los teóricos.

    El papel lo aguanta todo, se dice, pero tal vez mata a la palabra. Julio Cortázar sugería que la escritura es como el cadáver de una voz muerta, y cada libro un pequeño ataúd. Oliveira y La Maga, los protagonistas de Rayuela, pasan el tiempo jugando al cementerio; es decir, al diccionario al que van a morir las palabras. Más allá de las metáforas, lo cierto es que la lengua se vivifica cuando se habla.

    Un problema añadido del lenguaje escrito es que no es capaz de reflejar los silencios. Y son fundamentales. Hay que aprender a interpretar -y a experimentar- los silencios. El refrán uno es amo de sus silencios y esclavo de sus palabras (aunque no lo busquemos el Poder se nos enreda una y otra vez en el lenguaje) tiene su sentido. Por esa razón es imperdonable que se borren las pausas de las transcripciones.

    Rebobinando un poco, hay libros cultos que sostienen que el lenguaje es el acuerdo por excelencia y bla, bla, bla… Y ése bla, bla, bla tiene un repertorio de lo más florido:

    …lo que nos permite pensar y abordar la realidad …nuestro comportamiento más estructurado …la síntesis de la cultura …el instrumento esencial para constituir la sociedad… (recordemos que al margen de la sociedad -dicen- no pueden vivir más que las fieras y los dioses).

    No es fácil definir las cosas. Y si no es sencillo definir un vaso (inténtelo en voz alta y podrá comprobarlo -ojo, no sirve la trampa de recurrir a su función, porque un vaso no deja de ser un vaso aunque lo utilicemos de florero o como sombrero-); si vaso resulta complicado… ¿quién puede definir algo como Estado? A ver si Rajoy se anima, que tampoco es un plato.

    Volviendo a las palabras, hay algunas (poquísimas) que funcionan como iconos -a nuestros hijos lo que les suena es emoticonos, pero ese término no proviene como ellos creen de la informática ni de la telefonía-. Es decir, que entre su forma y su significado existe una relación directa. Sucede por ejemplo en zigzag, maullar o kikirikí (en Estados Unidos dicen kukurukú), pero en la inmensa mayoría de los casos el vínculo entre las palabras y a lo que se refieren es arbitrario. No hay nada que sugiera que dos signifique lo que significa y no, por ejemplo, cuarenta y ocho. ¿Cómo se determina eso?

    El lenguaje y el Poder

    Lo explica muy bien Lewis Carroll en Alicia a través del espejo. El Poder es hacer que las cosas signifiquen exactamente lo que uno desea. Quien maneje el símbolo tendrá el mango de la sartén. Y el mando de la televisión.

    -Cuando yo digo una palabra -afirma Humpty Dumpty- significa aquello que yo quiero que signifique; ni más ni menos.

    -La cuestión es -contesta Alicia- si uno puede hacer que las palabras signifiquen cosas distintas.

    -La cuestión es -replica Humpty Dumpty- quién es el que manda, y se acabó.²⁴

    Carl Schmitt -nazi, pero brillante siempre- añade un complemento interesante a esa reflexión. Nos advierte de que quien posee el Poder no es -como suele creerse- el legislador que establece la norma, sino aquel que es capaz de dictar dónde no se aplica. La excepción. Eso significa, hablando en plata, que el soberano está a la vez dentro y fuera del ordenamiento jurídico.²⁵ El que manda, manda.

    Cuentan que Antonio de Nebrija, el adelantado que escribió la primera Gramática española (y hablamos del siglo XV) le dijo a Isabel La Católica: el idioma es el compañero del Imperio. Un tipo listo. Y un precursor.

    Juan Carlos Monedero nos recuerda que el que define, coloniza; y explica cómo por ejemplo la palabra salvaje mecánicamente incorporada a Oeste respaldó, en lo que son hoy los Estados Unidos, la expansión de los colonos hacia el Pacífico, o cómo el concepto Oriente facilitó las cruzadas.²⁶

    Otro ejemplo -mucho más burdo- de colonización es que Macías bautizara con su propio nombre a la isla que los españoles llamaban Fernando Poo (curiosamente, el nombre de un portugués) o Stroessner con el suyo lo que hoy es Ciudad del Este, en el Paraguay.

    La manipulación del lenguaje por parte de los poderosos es tan obvia que casi no vale la pena detenerse en ella. Zizek²⁷ recuerda el frecuente uso de eufemismos para evitar llamar a las cosas por su nombre: técnicas de investigación avanzada en lugar de tortura, por ejemplo; o la manera como desde los medios de comunicación se refieren a acciones de guerra con nombres de folletín: Justicia Infinita, Libertad Duradera…

    ¿Cómo no acordarse acá de la jerga utilizada por el fascismo español? Basta con revisar los textos de Giménez Caballero:

    …un Caudillo en caballo blanco, saltando el mar y con espada de fuego rompió el hechizo, talando bosques y marañas, aplastando alimañas y sabandijas…²⁸

    No es necesario acudir a extremos tan obvios. Basta encender la televisión y escuchar hablar a los políticos: minijobs, copago, movilidad exterior, flexibilización, emprendedores… la manipulación a base de retorcer el lenguaje es zafia y constante -de nuevo Monedero-. Ahí están las expresiones surrealistas acuñadas con tanta gracia por el PP (el despido en diferido por ejemplo de Luis Bárcenas, cuya caja B era una actividad extracontable sin carácter finalista -hay que ser asombrosamente imaginativo y tener muy poca vergüenza para animarse a decir algo así en público-). Aunque la palma seguro que se la lleva, con aplausos, ese dislate recién acuñado que es la nueva normalidad.

    Cosa diferente es la simple bobería; como que tengamos que oír a diputados y tertulianos darse ínfulas repitiendo a cada rato en sede parlamentaria (o en sede judicial) en lugar de decir simplemente en el parlamento o en el juzgado. Lo ensayarán supongo cada mañana ante el espejo. En sede sanitaria.

    Si a algún destino conducen estas consideraciones, es a prestar cierta atención a la manera cómo surgen, evolucionan y se mueren las lenguas.

    La biblia es en esto coherente con su ideal autoritario. Explica cómo la diversidad es el resultado de un castigo divino (el mito de Babel y el origen de los idiomas). No deja de ser algo venenoso, porque -claro- el sistema cultural no solo nos divide, también nos jerarquiza. Y en el relato esa jerarquización viene avalada por la gracia de Dios. Lo decían hasta las pesetas.

    En cuanto a las lenguas, ¿todas son iguales? ¿será que hay unas mejores que otras? Vázquez Montalbán recordaba que en España hubo una época -no tan lejana- en la que el caló tenía más hablantes que el inglés;²⁹ ¿estamos seguros de haber mejorado? ¿quién puede aseverar que la lengua española sea mejor que la esquimal, que tiene nueve palabras diferentes para referirse a eso que nosotros llamamos solamente nieve? ¿es preferible la prefijación o la sufijación? ¿la sonoridad pastosa del alemán o el chasqueo de lengua de los damara en el Kalahari namibio? ¿qué hay del silbo gomero?

    Montalbán añade una anécdota sabrosa. Como un elemento más de su esfuerzo ordenador (curiosa la palabra y curioso su significado moderno), Franco complementaba la censura a las películas con la obligación de que fueran dobladas al castellano (un inciso para evitar malentendidos: español y castellano son lo mismo -no así el yiddish y el hebreo-; si en El Salvador por ejemplo se habla más de español y en Paraguay de castellano dependerá supongo de tradiciones diferentes).³⁰ Esa obsesión por el doblaje contribuyó entre otras cosas a que los españoles -y castellanos- de mi generación tengamos tantas dificultades en pronunciar el inglés.

    Me acuerdo ahora de un taxista de San Salvador con ganas de charla que, inmediatamente después de haber obtenido un escueto ´de España´ como respuesta a su curiosidad sobre de dónde era, a continuación me preguntó: ¿y dónde ha aprendido usted a hablar tan bien el español?

    …y también de cómo en las iglesias católicas salvadoreñas coreaban rogad por nosotros aunque en ese país la segunda persona del plural sea ustedes, y por tanto lo esperable hubiera sido rueguen por nosotros. Otro indicio de por dónde viene la gramática del Poder. Y de la fantasía.³¹

    La anécdota a la que me refería -que hay que ver cómo me disperso- es que cuando la censura franquista intervino el guion de Mogambo (una película estupenda de John Ford, con Clark Gable y Ava Gardner) por razones morales -la moral es otra de las patas del Poder- queriendo disimular una simple infidelidad …la acabó convirtiendo en un incesto.

    Las lenguas

    Volviendo a la igualdad entre las lenguas, mi hijo mayor se avergüenza de hablar en changana, el dialecto africano de su abuela, porque piensa (siente, en realidad) que se trata de una lengua inferior y que utilizarla le hace por extensión un poco inferior a él, aunque sea la lengua en la que su madre le regaña cuando se enfada.

    Ese detalle es importante, porque a su vez remite a otra cosa: a la noción casi geológica de sustrato, de una capa profunda original a la que cada uno de nosotros recurrimos -porque fue en la que comenzamos a organizarnos el mundo- y sobre la que después hemos ido colocando los aprendizajes posteriores. Braudel sugiere que las políticas lingüísticas de los diferentes ministros de educación se reducen a un mero barniz superficial con muy poca capacidad de influencia; la estructura lingüística subyacente es la que en realidad determina nuestro pensamiento y nuestra capacidad de aprender.³²

    En su evolución todas las lenguas incorporan elementos de otras. No hay lenguas puras (tampoco razas). También es normal que haya términos que caigan en desuso. En América Latina he vuelto por ejemplo a escuchar palabras hermosísimas como afligirse o talabartero que creo que en España ya no son muy utilizadas, y nosotros usamos ñandú, maraca, piraña o jaguar que son voces prestadas del guaraní. Me pregunto qué préstamos tendrá el español que hayan sido tomados de las lenguas fang o bubi que se hablan en Guinea Ecuatorial.

    Y es que las lenguas no se corrompen, evolucionan (aunque resulte difícil de aceptar cuando escuchamos cómo suenan algunos anglicismos). Si una lengua no cambiara, moriría. Además, las lenguas cambian por abajo. Las romances no fueron el resultado de la evolución del latín culto, sino del vulgar. Por ahí fluyen hoy el spanglish y el jopará (que es una mezcla de español y de guaraní) deambulando su propio camino aunque a los diccionarios, a las academias y a la Fundación Fundéu no les guste.

    Eso, por no hablar de los significados que cambian con nosotros. Para mi padre la palabra pantalla remitía a cine, y en cambio para mi hija lo hace a teléfono. Quienes lo llevan al extremo -e implica evidentes complicaciones administrativas- son los ayoreos de El Chaco. A lo largo de su vida van cambiando su propio nombre (el propio) conforme van creciendo. Una amiga conoce a un líder ayoreo con cinco cédulas de identidad que corresponden a cinco nombres distintos de cinco momentos diferentes de su vida. Al fin y al cabo no es una lógica tan diferente a nuestro nombre de soltera o a que Muhammad Ali se llamara unos años antes Cassius Clay.

    Mención aparte merecen las lenguas criollas. En Guinea Ecuatorial el pichi o pidgi es tan popular o más que el castellano. Su origen, como el del creole -el francés criollo de Haití-, proviene de contextos impuestos. Casi siempre, la esclavitud. Imagínese cómo debían de ser las cosas en los barcos negreros, donde convivían y se vieron obligados a entenderse personas de orígenes y lenguas diferentes. El pichi es en sí mismo una rebeldía frente a todas las gramáticas. Paradójicamente, un acto de libertad. Y un ejercicio pragmático de destrucción del inglés victoriano.

    Y es que cómo nace y cómo muere cada lengua es un asunto apasionante. ¿O no lo son acaso las lenguas artificiales, como las inventadas por algunos antropólogos o escritores? ¿Qué otra cosa es sino el élfico, o el gíglico del fabuloso capítulo 68 de Rayuela?³³ Me dicen que el esperanto no ha desaparecido. Ni siquiera el latín -que es el que siempre se pone como ejemplo- está muerto del todo, puesto que se sigue hablando en el Vaticano (aunque no creo que ningún chico lo tenga ya como lengua materna).

    Los expertos que se dedican al estudio diacrónico de las lenguas (otra cosa serían los sincrónicos, que construyen cosas tan preciosas y tan poco útiles como el atlas lingüístico que Menéndez Pidal y Navarro Tomás pretendieron hacer en España)³⁴ dicen que casi todo lo que hablamos proviene del indoeuropeo, y que en esa evolución hay un punto en el que los dialectos se convierten en lenguas.

    Eso lleva a preguntarse -y la respuesta será muy importante para los nacionalistas- quién es el que define en qué momento se pasa de uno a otra. De nuevo es claramente una cuestión de Poder. Lo que subyace es el miedo a no poder dominar la diversidad (otra cosa es el politiqueo del perfil lingüístico -me contaron del proceso de selección para una plaza de cirujano en un hospital vasco en el que puntuaban casi tanto los conocimientos de euskera como los de cirugía-). Tal vez sería buena idea que -aunque sea un gesto sumamente erótico- los políticos no le metieran tanto la mano a la lengua (ni reprimiendo ni promoviendo) y dejaran que ésta fluyera en su evolución natural.

    Bartomeu Meliá sostiene que el universo guaraní no puede ser explicado en castellano, porque cada lengua tiene incorporada una manera propia, particular y diferente de concebir el mundo. Una cosmovisión. Si eso es verdad puede que la etnografía no sea en el fondo otra cosa que un enorme problema de traducción. Y habrá que asumir que para algunas palabras no hay equivalente posible, porque se refieren a conceptos que no son compartidos. Por eso cuando desaparecen las lenguas (y estoy pensando en tantas africanas que no se escriben: shonga, ndau, umbundo, kimbundu, oshiwambo…) se perderá parte de los mundos que ellas nombran.³⁵

    Esto tiene relación con algo que los españoles hicieron durante la colonización, que fue dar nombre a aquello que ya lo tenía. Ante esa tesitura no todos siguieron la misma estrategia. Así, mientras que los franciscanos respetaron en Paraguay los nombres indígenas para sus pueblos (Yaguarón, Piribebuy, Ypacaraí…) los jesuitas en cambio impusieron en las reducciones los nombres cristianos. Ojo a la palabra misma reducciones porque es un acto de sinceridad -el lugar en el que viven los indios reducidos-, lo que es muy de agradecer en estos tiempos tiranizados por la corrección. Si uno se deja llevar por esa manía de levantar el asfalto para ver lo que hay debajo, ¿no resulta llamativo que las tres ciudades más pobladas del Paraguay se llamen Asunción, Concepción y Encarnación? La expresión del Poder, ¿verdad que da miedo?

    En cualquier caso -y al margen esta vez de cualquier consideración de tipo político- el origen de las palabras es siempre fascinante.

    Lo es darse cuenta de que salario proviene de sal; que recordar es pasar dos veces por el corazón; Filipinas, una derivación de Felipe (por el rey, como el de ahora); que hígado viene de higo; proletario de prole; diplomático de diploma; carretera de carreta; parlamento de parlar; nación de nacer; saludo de salud; manipular de mano; bárbaro de lo que no se entiende (bar… bar… bar…) o que Atenas termina en plural porque en su origen fueron varias ciudades.

    A los españoles siempre nos sorprenden los neologismos que construyen los latinos inventándose verbos a partir de sustantivos, tipo llavear, hambrear o sencillar (conseguir cambio); pero sin embargo hemos asumido como propio agendar.

    Un buen colofón a todo esto es lo

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