Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I: De los orígenes del hombre al mundo del Renacimiento
Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I: De los orígenes del hombre al mundo del Renacimiento
Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I: De los orígenes del hombre al mundo del Renacimiento
Libro electrónico1005 páginas15 horas

Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I: De los orígenes del hombre al mundo del Renacimiento

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Dividida en dos volúmenes, esta obra conmemora el cincuentenario de los cursos de Politeia sobre historia de las civilizaciones que Jorgina Gil-Delgado puso en marcha en el ya lejano 1969-1970. Esta iniciativa cultural de la sociedad civil, con una inherente perspectiva liberal, se ha desarrollado desde entonces sin interrupciones, conforme a una programación sistemática que ha consistido en dedicar cada curso al estudio de un determinado periodo histórico, con riguroso orden cronológico, y en analizarlo desde diferentes puntos de vista. Presentamos aquí una selección de noventa conferencias, escogidas de entre las más de tres mil que se han pronunciado en el aula de Politeia a lo largo de cincuenta años. La lista de los autores, por sí sola, es expresiva de la calidad y de la diversidad ideológica y generacional de los conferenciantes que han participado en Politeia. El libro propone un amplio recorrido por la historia de las civilizaciones y está ordenado en grandes apartados relativos a las principales fases o periodos históricos, como una representación simbólica de los cursos que efectivamente se han desarrollado en Politeia. Este primer volumen reúne conferencias sobre asuntos que abarcan desde los orígenes del hombre y las civilizaciones antiguas a la Edad Media y el mundo del Renacimiento. Resulta destacable la variedad de aproximaciones de estos textos, que corresponden a ramas del saber diferentes, como física, paleoantropología, prehistoria, historia propiamente dicha, geografía, arqueología, filosofía, derecho, economía, historia de la medicina, antropología cultural, filología, historia de la literatura, historia del arte e historia de las religiones.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 oct 2020
ISBN9788418218828
Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I: De los orígenes del hombre al mundo del Renacimiento

Relacionado con Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I

Libros electrónicos relacionados

Artículos relacionados

Comentarios para Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Politeia. 50 años de cultura (1969-2019)- I - Miguel Satrústegui

    Miguel Satrústegui Gil-Delgado (Madrid, 1949) es presidente del Patronato de la Fundación Politeia y profesor honorífico de Derecho Constitucional de la Universidad Carlos III de Madrid.

    Ha desempeñado diversos altos cargos en el Ministerio de Cultura entre 1984 y 1989, y en el Grupo Prisa entre 1992 y 2009.

    Dividida en dos volúmenes, esta obra conmemora el cincuentenario de los cursos de Politeia sobre historia de las civilizaciones que Jorgina Gil-Delgado puso en marcha en el ya lejano 1969-1970. Esta iniciativa cultural de la sociedad civil, con una inherente perspectiva liberal, se ha desarrollado desde entonces sin interrupciones, conforme a una programación sistemática que ha consistido en dedicar cada curso al estudio de un determinado periodo histórico, con riguroso orden cronológico, y en analizarlo desde diferentes puntos de vista. Presentamos aquí una selección de noventa conferencias, escogidas de entre las más de tres mil que se han pronunciado en el aula de Politeia a lo largo de cincuenta años. La lista de los autores, por sí sola, es expresiva de la calidad y de la diversidad ideológica y generacional de los conferenciantes que han participado en Politeia.

    El libro propone un amplio recorrido por la historia de las civilizaciones y está ordenado en grandes apartados relativos a las principales fases o periodos históricos, como una representación simbólica de los cursos que efectivamente se han desarrollado en Politeia.

    Este primer volumen reúne conferencias sobre asuntos que abarcan desde los orígenes del hombre y las civilizaciones antiguas a la Edad Media y el mundo del Renacimiento. Resulta destacable la variedad de aproximaciones de estos textos, que corresponden a ramas del saber diferentes, como física, paleoantropología, prehistoria, historia propiamente dicha, geografía, arqueología, filosofía, derecho, economía, historia de la medicina, antropología cultural, filología, historia de la literatura, historia del arte e historia de las religiones.

    Edición al cuidado de María Cifuentes

    Publicado por:

    Galaxia Gutenberg, S.L.

    Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª

    08037-Barcelona

    info@galaxiagutenberg.com

    www.galaxiagutenberg.com

    Edición en formato digital: octubre de 2020

    © Fundación Politeia, 2020

    © Galaxia Gutenberg, S.L., 2020

    Imagen de portada: © Estudio Pep Carrió, 2020

    Conversión a formato digital: Maria Garcia

    ISBN: 978-84-18218-82-8

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, aparte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

    Jorgina Gil-Delgado Heredia (1921-2013)

    Fundadora de Politeia

    Fotografía en Madrid, 1973

    Índice

    Nota sobre los autores de este volumen

    Introducción, Miguel Satrústegui Gil-Delgado

    1

    ORÍGENES DEL HOMBRE

    Y CIVILIZACIONES ANTIGUAS

    El origen del Universo. Visiones del Universo desde la Antigüedad al Big Bang, Cayetano López

    Neandertales y Homo sapiens. ¿Convivencia, cruce, aniquilación?, Antonio Rosas González

    De la depredación a la producción: el Neolítico en el Próximo Oriente (10000-6900 cal ANE), Miquel Molist Montaña

    El arte del Próximo Oriente y su proyección sobre los pueblos del Mediterráneo. Panorama inicial y periodización de las diversas áreas, Antonio Blanco Freijeiro

    De Sumer a Acad: las primeras sociedades estatales en Mesopotamia, Luz Neira

    La historiografía griega, Luis Gil Fernández

    El nacimiento de la filosofía. Las interpretaciones de la vida humana, Julián Marías

    La medicina en la Grecia antigua, Pedro Laín Entralgo

    Mitología y tragedia. Prometeo encadenado, de Esquilo, Carlos García Gual

    Contenido y forma de la lírica griega, Manuel Fernández-Galiano

    El estoicismo: la lucha entre la voluntad y el destino, Emilio Lledó

    La realidad histórica de Tarteso, Jaime Alvar

    Filón de Alejandría y el judaísmo de su tiempo, Miguel García-Baró

    La libertad en Roma y su proyección actual, Joaquín Ruiz-Giménez

    La lengua latina y su presencia en el tiempo, Antonio Tovar

    Lecturas latinas, Agustín García Calvo

    ¿Quiénes son los «bárbaros»?, Adolfo J. Domínguez Monedero

    2

    EDAD MEDIA

    El mapa y el escenario geográfico de las civilizaciones medievales, Manuel Terán

    De la Marca Hispánica al condado de Barcelona, Antonio Rumeu de Armas

    La arquitectura de Alfonso III y la restauración urbana del valle del Duero, Isidro Bango

    El reinado de Alfonso X: un quicio entre dos épocas de la Edad Media, José Ángel García de Cortázar

    Toledo mudéjar, Fernando Chueca Goitia

    La vidriera gótica, Víctor Nieto Alcaide

    Pintura y miniatura españolas bajomedievales. Una versión burguesa del arte cortesano de 1400 (1395-1425), Joaquín Yarza

    Las grandes figuras de la poesía arábigo-andaluza, Emilio García Gómez

    El Poema de Fernán González, Alonso Zamora Vicente

    El Arcipreste de Hita, José Fradejas

    Pensamiento filosófico de la Edad Media (siglos IX a XII). De ancilla a domina, José María Abad Buil

    Los sufíes españoles: un islamismo abierto y ecuménico, Enrique Miret Magdalena

    Comentario sobre La Celestina, Rafael Lapesa

    3

    EL MUNDO DEL RENACIMIENTO

    Europa a finales del siglo XV. La época de los Reyes Católicos, Luis Suárez Fernández

    Orígenes del Estado moderno: Maquiavelo, Santiago Montero Díaz

    La cultura en la corte napolitana de Alfonso V de Aragón, Miguel Ángel Elvira Barba

    Miguel Ángel como expresión de los ideales del Cinquecento, José Manuel Pita Andrade

    El Cinquecento italiano. Arquitectura. Huesos y piel: de Bramante a Rafael, Fernando Marías

    Palladio, Lilia Maure Rubio

    La pintura en los Países Bajos en el siglo XVI: el mercado del arte. Patinir, el Bosco y Pieter Bruegel el Viejo, Alejandro Vergara Sharp

    Influencia flamenca en la pintura europea, José María de Azcárate

    La percepción de la realidad en los círculos ambientales de la Reforma, Luis Cencillo

    Los místicos españoles del siglo XVI, Carlos Castro Cubells

    El arzobispo Carranza, José Ignacio Tellechea

    La colonización de América, Manuel Ballesteros Gaibrois

    La economía durante el siglo XVI, Gonzalo Anes

    Nota sobre los autores de este volumen

    José María Abad Buil fue profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia de Salamanca.

    Jaime Alvar, catedrático de Historia Antigua de la Universidad Carlos III de Madrid.

    Gonzalo Anes Álvarez de Castrillón fue catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Complutense, presidente del Patronato del Museo del Prado y director de la Real Academia de la Historia.

    José María de Azcárate fue catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

    Manuel Ballesteros Gaibrois fue catedrático de Historia de América en la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de la Historia.

    Isidro Bango, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid.

    Antonio Blanco Freijeiro fue catedrático de Arqueología Clásica de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de la Historia.

    Carlos Castro Cubells fue filósofo e historiador de las religiones.

    Luis Cencillo fue catedrático de Antropología de la Universidad de Salamanca.

    Fernando Chueca Goitia fue catedrático de Historia del Arte de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de la Historia.

    Adolfo J. Domínguez Monedero, catedrático de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid.

    Miguel Ángel Elvira Barba, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense.

    Manuel Fernández-Galiano fue catedrático de Filología Griega de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española.

    José Fradejas fue catedrático de Filología Románica de la Universidad de Valladolid.

    Miguel García-Baró, catedrático de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Comillas y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

    Agustín García Calvo fue catedrático de Filología Latina de la Universidad Complutense.

    José Ángel García de Cortázar, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Cantabria.

    Emilio García Gómez fue catedrático de Lengua Árabe de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia.

    Carlos García Gual, catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia Española.

    Luis Gil Fernández, catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense.

    Pedro Laín Entralgo fue catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia Española.

    Rafael Lapesa fue catedrático de Historia del Español en la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia.

    Cayetano López, catedrático de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid, fue director general del CIEMAT.

    Emilio Lledó, catedrático de Historia de la Filosofía de la UNED y miembro de la Real Academia Española.

    Fernando Marías, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia de la Historia.

    Julián Marías fue filósofo y miembro de la Real Academia Española y senador por designación del rey en las Cortes constituyentes.

    Lilia Maure Rubio, profesora titular de Historia de la Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid.

    Enrique Miret Magdalena fue teólogo y profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca.

    Miquel Molist Montaña, catedrático de Prehistoria de la Universidad Autónoma de Barcelona.

    Santiago Montero Díaz fue catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense.

    Luz Neira, profesora titular de Historia Antigua de la Universidad Carlos III de Madrid, acreditada como catedrática.

    Víctor Nieto Alcaide, catedrático de Historia del Arte de la UNED y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

    José Manuel Pita Andrade fue catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de la Historia y director del Museo del Prado.

    Antonio Rosas González, profesor de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

    Joaquín Ruiz-Giménez fue catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense, ministro de Educación y posteriormente miembro destacado de la oposición democrática al franquismo. Fue el primero en desempeñar el cargo de Defensor del Pueblo.

    Antonio Rumeu de Armas fue catedrático de Historia Moderna de España en la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de la Historia.

    Luis Suárez Fernández, catedrático de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia de la Historia.

    José Ignacio Tellechea fue catedrático de Historia de la Iglesia en la Universidad Pontificia de Salamanca.

    Manuel Terán fue catedrático de Geografía de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia Española.

    Antonio Tovar fue catedrático de Filología Clásica de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia Española.

    Alejandro Vergara Sharp, jefe de Conservación del Museo Nacional del Prado de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte.

    Joaquín Yarza fue catedrático de Arte Medieval en la Universidad Autónoma de Barcelona.

    Alonso Zamora Vicente fue catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia Española.

    Introducción

    Este libro quiere conmemorar el cincuentenario de Politeia y es también un homenaje a su fundadora, Jorgina Gil-Delgado, que puso en marcha sus actividades en el ya lejano curso 1969/1970 y las dirigió con tenacidad y acierto durante cuatro décadas. Ella concibió Politeia como un proyecto de difusión cultural riguroso, de nivel universitario, para responder al deseo de educación permanente de quienes –como ella misma– no habían podido estudiar en la universidad (todavía por entonces muy minoritaria y con escasa presencia femenina)* o en general, de quienes sentían la necesidad de profundizar y poner al día sus conocimientos en el campo de la historia y de las humanidades.

    En 1969, Jorgina Gil-Delgado tenía 48 años, estaba llena de ilusión y de fuerza, sabía claramente lo que quería y contaba con el eficaz respaldo de su marido, Joaquín Satrústegui, y con la gran capacidad de convocatoria que ambos tenían. Y con esos mimbres y sus recursos Jorgina Gil-Delgado puso en marcha esta iniciativa cultural. La avalaba el previo reconocimiento que había alcanzado por las recensiones de conferencias que había venido publicando en ABC desde 1962, especialmente las de los cursos de Zubiri en la Sociedad de Estudios y Publicaciones. El anuncio del primer curso de Politeia fue además respaldado por Mercedes Formica, Josefina Carabias, Nieves Atalayas y Flora Hormaechea.

    Como era de esperar, los comienzos no fueron fáciles. Baste recordar que en el contexto político de entonces era obligatorio solicitar permisos a la Dirección General de Seguridad para celebrar las conferencias y alguna llegó a ser prohibida.† La inscripción de los matriculados se realizó en el despacho de Joaquín Satrústegui, en la calle Fernández de la Hoz. Y aunque los inscritos al primer curso no fueron muchos, Politeia fue ampliando poco a poco su público hasta alcanzar una audiencia comparativamente numerosa. De hecho, a lo largo de estos cincuenta años, ha recibido más de 21.000 matrículas a sus cursos de historia de las civilizaciones (sin contar los participantes en las otras actividades que también organiza, como son los seminarios, las visitas a museos y exposiciones o los viajes culturales). Y en 1992 Politeia se institucionalizó como fundación cultural.

    Durante estos cincuenta años los cursos de Politeia se han desarrollado en distintas sedes: en el Colegio Mayor Jaime del Amo (1969-1970), en el Salón de actos de la Previsión Sanitaria Nacional (1970-1972), en el Instituto Internacional (1972-2003) y finalmente en el Colegio Chamberí (desde 2003 hasta hoy). No han cambiado sin embargo los criterios básicos que han orientado la actividad de Politeia desde sus orígenes y que pueden resumirse así: independencia institucional, sistematicidad de la programación y convocatoria de un profesorado excelente seleccionado sin sectarismo ideológico.

    Jorgina Gil-Delgado y Joaquín Satrústegui en su casa de Madrid en 1973.

    La independencia de Politeia estriba en su carácter estrictamente privado y desvinculado del poder político. Se trata por lo tanto de una iniciativa de la sociedad civil en el campo de la educación, como lo había sido, hace más de 140 años, el modelo venerable de la Institución Libre de Enseñanza, a cuyo ejemplo Jorgina Gil-Delgado se remitía. Esa voluntad de independencia de Politeia se ha visto reforzada por legados y donaciones recibidos, entre otros, de Sabina Baliño Pérez y José Manuel Vidal Zapater. Conste aquí el agradecimiento de la Fundación por esas contribuciones.

    La programación de Politeia ha sido siempre sistemática porque dedica cada uno de los cursos al estudio de un determinado período histórico, en rigurosa sucesión cronológica; y el estudio de cada período es pluridisciplinar, abarcando todas las perspectivas. De ese modo, los cursos de Politeia han recorrido la historia de las civilizaciones en varios ciclos sucesivos. Ahora vamos ya por el quinto ciclo, que se inició en el curso 2018/2019.

    Jorgina Gil-Delgado con Antonio Blanco Freijeiro y Pedro Laín Entralgo en el fin del curso de Politeia, 1984.

    Y en cuanto a los profesores, baste recordar que Politeia contó desde el principio con el apoyo y la colaboración de un grupo de docentes verdaderamente excepcional, integrado por intelectuales como Pedro Laín Entralgo, Julián Marías, Santiago Montero Díaz, Antonio Blanco Freijeiro, Gonzalo Anes, Fernando Chueca Goitia, José Manuel Pita Andrade, José Luis López Aranguren, Manuel Terán, Alfonso Pérez Sánchez, Emilio Lledó, Antonio Rumeu de Armas o Enrique Tierno Galván, entre otros. Todos eran desde luego sobresalientes, aunque tenían muy diversos perfiles ideológicos y trayectorias vitales. Entre ellos, no faltaban los que vivían en un exilio interior, apartados de la docencia por razón de su discrepancia política, como era el caso de Julián Marías, o los que habían sido suspendidos o expulsados de sus cátedras en la universidad en 1965 (como les ocurrió a Montero Díaz, Tierno Galván o Aranguren).

    Al convocar y concitar el apoyo de ese núcleo de profesores, Politeia adquirió un firme compromiso con la libertad intelectual, con la libertad en el acercamiento a la verdad, un compromiso que se basa en la convicción de que todo conocimiento es por definición limitado y que la realidad histórica solo puede iluminarse con una pluralidad de enfoques y aproximaciones.

    La excelencia y el pluralismo han caracterizado también al elenco de profesores de distintas generaciones que posteriormente se han ido incorporando a los cursos de Politeia. Valga mencionar aquí, en representación de todos ellos, a los profesores Diego Gracia, José Manuel Cruz Valdovinos y Santos Juliá –cuya reciente pérdida tanto lamentamos–. De los tres ha recibido Politeia un apoyo decisivo, no solo por su destacado magisterio, sino también por su consejo y participación como miembros del Patronato.

    Los miembros del Patronato de Politeia, que Jorgina Gil-Delgado presidió hasta el año 2010, son docentes –como los tres profesores antes mencionados– y también participantes en los cursos, como las queridas amigas Ritama Fernández Troyano, Elvira Gancedo, María Teresa Gutiérrez, Mercedes Sanjuanbenito y María Luisa Vigil, con quienes Politeia tiene una impagable deuda de gratitud.‡ Es menester recordar también a otros antiguos miembros del Patronato que ya nos han dejado, como Rosa Martínez y José Manuel Vidal, así como la profesora María Rosa Alonso, que tan activamente participó en la vida de Politeia. Y con toda justicia debe reconocerse también el papel de la gerente de la Fundación, Carmen Satrústegui, que viene asegurando desde hace tantos años el funcionamiento de Politeia, en Madrid y en los numerosos viajes y excursiones culturales, con una dedicación y amabilidad encomiables. Así mismo merece reconocimiento la aportación de Berta Maure para modernizar las actividades de Politeia en el ámbito de la comunicación, con la creación y el mantenimiento de la página web, y cooperando de tantas otras maneras, con constancia y generosidad.

    Jorgina Gil-Delgado con María Rosa Alonso en 1999.

    Este libro pretende dar la palabra a los profesores de Politeia, mediante la publicación de algunas de las conferencias que se han pronunciado en sus cursos a lo largo de estos años. La selección aspira a representar bien la ingente labor docente que se ha desarrollado en Politeia, pero es inevitable que omita contribuciones relevantes. Es el coste de elegir noventa conferencias de entre más de tres mil.

    En todo caso, esta obra no debe considerarse como una sucesión de monólogos, por completo ajenos los unos a los otros, porque todas las conferencias comparten el escenario y el público de Politeia, que se renueva año a año, pero que mantiene también una considerable estabilidad y una invariable actitud de exigencia y curiosidad intelectual. Por eso, todos los textos reflejan la aproximación de los conferenciantes a ese público numeroso y culto, y su disposición a exponer, en el breve lapso de una hora, los aspectos más importantes de cada tema, sin ocultar las dudas o interrogantes suscitados por el estado del conocimiento. Y es que la aceptación de la incertidumbre es inherente al espíritu de Politeia, hasta el punto de que Jorgina Gil-Delgado consideraba que el signo de interrogación podía valer como lema de Politeia.§

    Para ordenar esta obra, se han agrupado las conferencias escogidas en seis grandes apartados, cada uno dedicado a un periodo histórico, de forma que el conjunto puede verse como un ciclo completo de la historia de las civilizaciones. Un ciclo ideal que, como tal, no se ha impartido, pero que puede servir como símbolo de los que realmente se han cursado en Politeia.

    La mayor parte de los textos que se publican son transcripciones de las conferencias; ese es el caso sobre todo de las conferencias correspondientes a las primeras décadas de Politeia. Posteriormente ya se cuenta con textos escritos por los propios profesores.

    Y casi todas las transcripciones fueron realizadas por Jorgina Gil-Delgado. La recuerdo en el saloncito de arriba de su casa en el Paseo de la Castellana, sentada frente a la máquina de escribir o el ordenador, junto a una gran pintura de paisaje romántico, trabajando a veces hasta altas horas de la noche, completamente concentrada en la escucha de las grabaciones de las últimas conferencias de Politeia, para ponerlas por escrito. Esos textos luego se reproducían, para poderlos distribuir a los asistentes a los cursos que los demandaran.

    Pero la transcripción de un discurso hablado plantea desde luego problemas, no porque el lenguaje oral sea inferior al escrito –baste recordar cómo Platón narra en el Fedro que Sócrates lo consideraba preferible para la verdadera comunicación–, sino porque son lenguajes distintos y el primero se caracteriza por su mayor espontaneidad e incluso por lo que hay en él de irreproducible, como son los cambios de entonación y los gestos con los que el orador apoya su discurso. Sin embargo, cuando se transcribe bien el lenguaje oral (que no es siempre al pie de la letra) se puede preservar su frescura y vitalidad y dotar de ese modo al texto de un atractivo particular. En todo caso, hay que tener en cuenta que los textos originales que ahora se publican han sido revisados gracias a la eficaz labor editorial de Galaxia Gutenberg y en particular de María Cifuentes.

    Quiero agradecer también, de forma muy especial, la generosa colaboración de los autores o de sus derechohabientes, que inmediatamente han dado su consentimiento para la publicación de las conferencias que se incluyen en este libro. Su buena disposición ha hecho posible reunir en esta obra un elenco de autores de varias generaciones verdaderamente notable, que prueba de forma elocuente la capacidad de convocatoria de Politeia y el papel que ha desempeñado en la vida cultural madrileña.

    Aunque tal vez la mejor manera de describir ese papel sea reproducir las opiniones al respecto de algunos de los conferenciantes.

    Al cumplir Politeia sus primeros veinte años se celebró un homenaje a Jorgina Gil-Delgado en el que tomaron la palabra algunos destacados profesores. Reproduzco a continuación dos de esas intervenciones, especialmente significativas:

    Discurso del profesor Julián Marías:

    Nos reunimos, queridos amigos, veinte años después con Jorgina, que augura y promete otros veinte años, en los que nosotros –sobre todo los de esta mesa– no estaremos. Y creo que esta reunión es sobre todo el símbolo de una actitud intelectual: Politeia no se ha podido hacer ni ha podido continuar durante veinte años, más que por un movimiento de entusiasmo de un colectivo, un entusiasmo de muchas personas individuales. Yo creo que si se realizan las cosas es por una convergencia de voluntades individuales, en número –como pueden ustedes comprobar– muy crecido. Creo que en España no valoramos suficientemente el número de individuos que tienen una actitud inteligente, activa, generosa; si se sumara su número se vería que es enorme… Haría falta hacer la versión general de lo que en España tenemos, de lo que poseemos, que siempre o casi siempre se olvida.

    Hay un efecto característico de Politeia que podríamos llamar nietzscheano, que es su propensión al «eterno retorno», porque es una institución que da la vuelta a la Historia, una vez, otra vez… ¡La de pasadas por la Historia que ha dado Politeia! Lo cual tiene un interés, que es algo fiel precisamente al espíritu de la Historia… Es lo que hace Politeia: recorrer la Historia entera, de la antigüedad hasta hoy, de una manera distinta en cada curso. Y esto en dos sentidos: por una parte, por el planteamiento de las cuestiones, por las personas que con cierto cambio van hablando de ellas, pero también por los asistentes, muchos «fieles», muchas «fieles», a lo largo de los veinte años. Pero hay también una renovación, se van incorporando nuevas promociones, siempre con el mismo entusiasmo.

    Pero además de estas palabras circunstanciales por el homenaje de hoy, quiero leer una página, una sola página de un libro mío que va a aparecer. No con ocasión de este homenaje, sino para entender un poco lo que ha sido mi vida y lo que ha sido la vida española. Es una parte de un artículo que se titula «Cursos de media tarde» y hablo de los cursos de Politeia y digo: «Creo que han tenido más importancia de lo que parece. Han significado un grupo vital en muchos sentidos: dinero, tiempo, esfuerzo, sin ninguna recompensa tangible. Con interés muy vivo, cientos de personas se apresuraban –se apresuran– para no perder una conferencia en una ciudad con comunicaciones no muy fáciles, abandonando quehaceres apremiantes. Han oído, año tras año, muchas cosas, en buena parte de calidad, desinteresadamente, y esto ha traído una dilatación, una apertura que durante muchos años no habían existido… En un país tan propenso a la disociación, esta convergencia «hacia lo alto» ha sido civilizadora y fecunda».** Muchas gracias.

    Discurso del profesor Pedro Laín Entralgo:

    Querida y admirada Jorgina: estás en tu reino, reino natural, conseguido por derecho de origen y por derecho de legitimidad. Aquí está tu reino, y en él, usando de tu condición de reina, has venido a hacer una poligamia poliándrica y sentarnos a tu lado, como el duque de Edimburgo, a los que a lo largo de estos años hemos colaborado. Por eso quiero decirte, ante todo, muchas gracias.

    Querida Jorgina, ¡veinte años! Los que teníamos muchos más que veinte cuando comenzamos a colaborar contigo tenemos que acogernos a alguna de las sentencias de la vida española que no han tenido suficiente divulgación. Una de ellas es la de Dámaso, el cual, teniendo que escribir un prólogo más o menos a la edad en que yo empecé en Politeia, escribió que se había pasado la vida llamándose: «Dámaso bruto; Dámaso, montoncito de estiércol» ... y añadía: «Pero aún, aún». Pues bien, a este «aún, aún» tenemos que acogernos, querida Jorgina, los convocados por ti, por lo menos los que profesoralmente estamos aquí.

    Me considero hijo histórico de una egregia generación, la que habitualmente se llama «del 14», de la generación que institucional y colectivamente quiso hacer de España un país en el que se cumpliesen dos condiciones: la primera, vivir a la altura del tiempo de lo que entonces era Europa y el Occidente, vivir a esa altura en el orden de la ciencia, en el orden del arte, en el orden de la sensibilidad, de la convivencia política, de la eficacia administrativa, de la técnica, en todos estos sentidos, y al propio tiempo, vivir a este nivel con plena integración a lo mejor de lo que España ha sido. Este era el programa presentado ante los españoles en esos días de 1914. Desde entonces esta enseña ha sido seguida por algunos, por muchos quizá, pero nunca enteramente.

    Y a estas alturas de la Historia y de mi edad, yo me pregunto: ¿Este ideal será una utopía? ¿Que España viva a la altura de lo que es la cultura de Occidente y al propio tiempo sea esencialmente fiel a sí misma, a lo que ha sido en la Historia, haciendo por supuesto examen de conciencia de lo que ha sido? ¿Será esto posible? En muchos ratos de insomnio de mis noches, lo digo con toda humildad, con toda sinceridad, dudo que eso sea posible. Ahora bien, no deja de ser mi pretensión el desear y servir a esta idea. A lo largo de mi vida me he hecho las siguientes reflexiones. Yo no sé si España será íntegramente lo que acabo de enunciar y que como lema de acción histórica me legaron mis padres históricos españoles. Pero si España colectivamente no puede ser esto, siempre, siempre tendrá dentro de ella unas minorías que estarán justamente a esta altura. Serán lo que se debe ser en el tiempo en que se vive y lo serán ahincadamente fieles a la condición histórica. Esto que empieza desde la llamada decadencia de España en el siglo XVII nunca ha dejado de existir, y esto egregiamente se ha producido justamente en el siglo XX. Pues bien, humildemente, a la causa de esta posibilidad me apunto con la convicción de que hoy hay muchos jóvenes que responden justamente a este criterio, que minoritariamente tal vez están sirviendo a estas cosas. Allí estoy yo con lo que escriba, con lo que hable, con lo que haga; allí estaré humildemente, sé que muy humildemente, pero ahí estaré.

    Pues bien, al servicio de esta última ilusión, al servicio de esta última voluntad, ha contribuido no poco el espectáculo de Politeia. Conocí a Jorgina mucho antes de la fundación de Politeia, oscura, humildemente entregada a tomar notas manuscritas de los cursos a los que acudía de don Xavier Zubiri. La veía semana tras semana, pregunté por ella, pregunté si era doctora en Filosofía, graduada en alguna facultad universitaria; me dijeron que no. Y desde entonces cobré una admiración enorme por Jorgina, porque al día siguiente o a los dos días, yo veía una columna en el ABC en que quedaba recogido aquello que no era fácil, que muchas veces era abstruso, con una fidelidad, con una integridad realmente extraordinarias. Admiré a Jorgina desde entonces. Más tarde, ella tuvo la magnífica idea de fundar Politeia. Tuve entonces la honra de que me recibiesen para lo que yo podía hacer: un par de lecciones al año, una sobre medicina de la época que se estudiaba en aquel curso, y otra, excediéndome un poco de mis posibilidades, sobre la ciencia de la época. Han corrido los años, las obligaciones han aumentado mucho y rogué a Jorgina que me relevase de la mitad. Yo daría la lección correspondiente a la ciencia, y la de medicina la debía dar el sucesor mío en la cátedra, Diego Gracia, que lo ha hecho –creo– con plena satisfacción de todos ustedes.

    Desde entonces, veinte años. Decía Julián que ojalá otros veinte, aunque no los veamos. Dicen en Sevilla: ¡Viva el Betis manque pierda! ¡Viva Politeia, aunque no la veamos!

    Por los años que queden en mí, en que razonablemente pueda expresar pensamiento, ahí estaré siempre. Pero estoy seguro de haber servido la causa de lo que he querido decir: una minoría que desinteresadamente, libremente, sin garantía de retribución ni de recompensa de ningún orden, como Julián Marías subrayó hace un momento, asisten año tras año ¿para qué? Para vivir plenamente la cultura del mundo al que pertenecemos, y para vivirla como españoles de este tiempo, para transmitir esta inquietud, esta nobilísima afición a los que nos rodean.

    Querida Jorgina, en nombre de esta España ideal a la que yo sirvo, ya muy personalmente, muchas gracias.

    Con ocasión de la imposición, el 1 de febrero de 1999, de la Encomienda con placa de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio a Jorgina Gil-Delgado de Satrústegui, el profesor Diego Gracia pronunció una laudatio de la que cito los siguientes extractos:

    ¿Qué es lo que nos ha dado? ¿Qué ha hecho Jorgina? ¿Qué es lo que el Estado español ha querido premiar? ¿Qué es lo que ha llevado a sus amigos a organizar este homenaje?

    La gran obra de Jorgina ha sido, repito una vez más, Politeia. Y es una gran obra porque incide en un gran tema, la educación, la cultura, la civilidad, la vida civil. Politeia es un término griego, que como bien sabéis, significa muchas cosas, quizá demasiadas: Estado, República, también sociedad, comunidad, ciudadanía, y algunas más. La obra más importante de Platón se titula así Politeia. (En español se traduce La República). Politeia es Estado, pero es también sociedad civil. Son dos cosas distintas, pero indisolublemente unidas. Dime qué sociedad civil tienes, y te diré qué Estado resulta. Y la sociedad civil es, en toda la extensión de la palabra, cultura. Así se hace sociedad civil, así se crea ciudadanía, mediante la educación y la cultura.

    […]

    Politeia ha sido siempre un espléndido ejercicio de cultura y de civilidad en este sentido. Ha intentado siempre ir tras la verdad, descorrer el velo que tapa la realidad de las cosas, pero sin dogmatismos, con el convencimiento de que siempre hay más de lo que uno puede ver. De ahí la necesidad de los contrastes, de la multiplicación de perspectivas, de la asunción del pluralismo, de la pluralidad como vía hacia la verdad. Saber que el otro me es necesario para el descubrimiento de mi propia verdad, que yo no soy ni puedo ser verdadero sin el otro. He ahí un bonito ejercicio de ciudadanía, de politeia, un bonito modo de construir sociedad civil.

    De esto se dieron cuenta algunos grandes hombres en España, desde hace más de un siglo. Y empezaron a crear instituciones para remediarlo. Dejadme recordar algunas instituciones privadas –como Politeia, es una institución privada–, ajenas al Estado, obra de individuos aislados o de pequeños grupos que creían en la absoluta necesidad de que la sociedad civil de este país elevara su nivel cultural. La primera, la Institución Libre de Enseñanza. Hay un espíritu institucionista que, desde entonces, de una u otra forma, no ha perdido presencia en la sociedad española, en lo mejor de la sociedad española. Despunta con rostros varios, en diversos personajes tan heterogéneos entre sí como el Joaquín Costa de su famoso eslogan «escuela y despensa», Ramón y Cajal, Ortega, o tantos más. Cuando analiza las causas del atraso español, Cajal acaba diciendo: «En suma, España no es un pueblo degenerado, sino ineducado» (en relación con el regeneracionismo de Costa) y la gran tarea que propone como terapéutica es su educación civil.

    Esto es lo que yo creo que ha intentado hacer Jorgina, siguiendo toda esta tradición que ella conoce tan bien. Por eso su obra se inscribe por derecho propio en una tradición que tiene ya no menos de siglo y medio entre nosotros, y que ha sido la fuente de los mejores frutos dados por este país. Politeia ha sido permanentemente un ejemplar ejercicio de civilidad, de educación, de cultura. Y lo ha sido desde abajo, desde la sociedad, no desde el Estado. También en esto su actitud me parece sencillamente admirable.

    Politeia ha hecho siempre gala de una gran amplitud de miras, de un amplio talante liberal en el mejor sentido de la palabra. También eso es muy de agradecer. Amplitud de miras, liberalidad, ausencia de dogmatismos y sectarismos, han sido criterios fundamentales en el éxito de Politeia. Todos lo sabéis. Eso también es civilidad, eso también es sociedad civil. Y hay otra característica que me parece fundamental, y con la que quiero acabar. Me refiero al rigor, a la búsqueda de la excelencia. Por Politeia han pasado los mejores de cada disciplina. Todo un lujo. Y ello no por lujo, sino por la aspiración a lo mejor, por la búsqueda de la excelencia. Otra gran lección de civilidad. Dejadme por ello que acabe con estas palabras que se hallan en la última página del libro de Ortega, La España invertebrada. Dice así: «Si España quiere resucitar es preciso que se apodere de ella un formidable apetito de todas las perfecciones». Quizá, esa es la función de la cultura, suscitar ese formidable apetito. Ese formidable apetito es el que Jorgina ha intentado suscitar en los españoles que se han acercado a Politeia, y por eso es lógico que ellos, y por extensión todos los demás españoles, le estemos profundamente agradecidos. Jorgina, gracias.

    Con motivo del cuarenta aniversario de Politeia, se celebró en junio de 2010 un almuerzo conmemorativo y el profesor Miguel García Baró envió el siguiente texto para su lectura en ese acto:

    He tenido la malísima suerte, queridos amigos, de no poder estar presente en esta celebración tan alegre y tan justa. Estaba ya comprometido sin remedio a hablar en otro lugar a las cuatro de la tarde de hoy. Pero es imposible no deciros nada...

    He conocido Politeia hace sólo cinco años, y aún no he salido de mi asombro: ese teatro de los Maristas lleno cada tarde a la hora de la siesta, aunque caigan chuzos de punta o un sol abrasador, y para escuchar, quizá, cómo podríamos entender o medio entender la coincidencia de los opuestos en Dios, según el cardenal de Cusa...

    Es un espectáculo este único en Madrid y muy probablemente único en el mundo, ante el cual el orador se queda absorto un par de minutos y olvida casi su tema, porque lo más interesante es el hecho mismo de la existencia de este círculo entusiasta de Politeia. Un círculo que gira, además, y gira y vuelve a girar por la historia de la humanidad, como es propio de quienes sabemos que no sabemos nunca casi nada del profundo misterio de las cosas.

    Quienes hablamos desde el escenario, tan alto, tan iluminado, no vemos apenas los rostros y nos sentimos luego apenados por la probabilidad de no saludar en la calle a quienes han venido con tanta amabilidad a oírnos y a pensar con nosotros una hora. Y es que esta escucha pensante, tranquila, tenaz, nos hace un inmenso favor, me hace, a mí, desde luego al menos, un inmenso favor: nos regala esperanza dentro de un mundo que es muy avaro de esta materia imprescindible.

    Pero incluso desde las alturas de la tarima de oradores se distingue muy bien, en el primer término, a Jorgina, y yo no puedo pensar en Politeia sin identificarla en buena medida con esta persona tan querida y tan admirable.

    No hemos hablado jamás despacio ni largamente, pero permitidme que os diga que Jorgina, en el conjunto de esta ciudad, es para mí –como lo será, seguro, para muchos otros–, una presencia indispensable, un estímulo no sólo para continuar, sino para mejorar infinitamente. Con Jorgina tan dentro de su espíritu y de su cuerpo, Politeia no puede, sin duda, más que continuar y mejorar y mejorar y mejorar.

    El profesor Manuel Fraijó acaba de publicar este año un libro titulado Semblanza de grandes pensadores en el que recopila los textos revisados de muchas de sus conferencias en Politeia.†† Extraigo del prólogo de esa obra, que dedica «A la memoria entrañable de Jorgina Gil-Delgado de Satrústegui» y «A mis oyentes en Politeia», las siguientes frases:

    Fue en el lejano 1980 cuando su fundadora y directora, Jorgina Gil-Delgado de Satrústegui (1921-2013), me invitó a pronunciar dos conferencias sobre las «Fuentes no cristianas del cristianismo» (Tácito, Suetonio, Josefo…). Lo que debía ser una colaboración puntual se convirtió en habitual, y año tras año fui exponiendo, ante un auditorio tan culto como agradecido los grandes acontecimientos eclesiales y teológicos de la historia de la Iglesia. Al objetarle a Jorgina que yo no era historiador, solía decirme: «Bueno, te lo preparas…».

    Pero, además de encargarme los temas relacionados con la historia de la Iglesia y la religión en general, Jorgina terminó asignándome también la presentación de algunos filósofos. Durante bastantes años tuve la satisfacción de compartir esa tarea con Julián Marías y José María Abad Buil, ambos ya fallecidos. Su relevo lo tomaron, entre otros, Miguel García-Baró y Fernando Savater.

    En ese contexto nacieron estas conferencias. Se trata, por tanto, de conferencias de divulgación, impartidas por alguien que, sin ser especialista en la materia, procura ofrecer las líneas maestras de los grandes maestros en un lenguaje que deseaba ser asequible a mis oyentes, a las «politeias y politeios», como solía decir Jorgina.

    […]

    Con cierta frecuencia escuché decir a Jorgina que la intención de Politeia había sido mantener el rigor de los estudios universitarios sin la inevitable rigidez de la enseñanza universitaria. Buena prueba de ello es la gran cantidad de profesores universitarios que han impartido docencia en Politeia. Con una modalidad importante: Jorgina abrió las puertas de la Fundación a no pocos profesores represaliados por el régimen franquista. Para alguno de ellos Politeia fue su única «cátedra».

    Concluyo, pero antes de hacerlo quiero subrayar lo obvio y es que, por importantes que sean las opiniones de los profesores sobre esta institución, lo principal en última instancia es lo que opine sobre ella el público de Politeia, y me parece que su continuada lealtad y su ininterrumpida renovación acreditan que Politeia ha sido y ojalá siga siendo una institución apreciada por los numerosos participantes en sus cursos, que además de compartir curiosidad intelectual, afán de estudio y una actitud liberal ante la cultura, han desarrollado en muchos casos vínculos de amistad. En ese sentido Politeia espera haber contribuido modestamente a mejorar la vida cultural y a la felicidad de su público, que no sería poco, porque la felicidad es el bien último al que debe tender la acción humana.

    Cuando los dos volúmenes de este libro estaban en la última fase de edición estalló la inesperada pandemia del Covid-19, con trágicas consecuencias para la población, la economía y la cultura españolas. La aceptación de la incertidumbre a la que antes me refería, inherente al espíritu de Politeia, debe estar ahora más presente que nunca. Espero que la recuperación de la felicidad, con todo lo que ello implica, no esté lejana.

    Para el que suscribe es un alto honor haber sucedido a Jorgina Gil-Delgado en la presidencia del Patronato de esta institución y tener ocasión de presentar este libro conmemorativo de su cincuentenario.‡‡

    MIGUEL SATRÚSTEGUI GIL-DELGADO,

    presidente del Patronato

    * En el curso 1969/1970 sólo había 192.139 estudiantes matriculados en las universidades españolas, de los cuales el 25,2% eran mujeres. Véase Síntesis actualizada del III informe FOESA de 1978, pp. 112 y 125 (Tabla 2 Población Estudiantil por cada nivel educativo por curso y tasa de escolarización), p. 128 (Tabla 5 Proporción de estudiantes en los distintos niveles educativos, por curso y sexo).

    † Concretamente fue prohibida la conferencia de Enrique Tierno Galván sobre «El socialismo precientífico» programada para el 12 de mayo de 1975.

    ‡ Recientemente se ha incorporado al Patronato la joven arquitecta y consultora Claudia Satrústegui Maure.

    § Sus palabras de fin de curso el 20 de mayo de 1999.

    ** Julián Marías, Una vida presente. Memorias, Madrid, Editorial Páginas de Espuma, 3.ª ed., 2017, pp. 560-561

    †† Manuel Fraijó Nieto, Semblanza de grandes pensadores, Madrid, Editorial Trotta, 2020.

    ‡‡ Para una información detallada sobre los cursos de Politeia a lo largo de este período, puede consultarse su página web: https://fundacionpoliteia.org/

    1

    ORÍGENES DEL HOMBRE

    Y CIVILIZACIONES ANTIGUAS

    El origen del Universo. Visiones del Universo

    desde la Antigüedad al Big Bang

    *

    Cayetano López

    Martes 14 de octubre de 2003

    En esta conferencia me centraré en las ideas cosmológicas que han existido hasta mediados del siglo XX, en donde hubo una serie de cambios radicales que han conducido a la cosmología moderna.

    La cosmología es una disciplina moderna. La palabra Universo en sí es también bastante moderna. Siempre se ha hablado del mundo, la creación del mundo, el fin del mundo, cómo es el mundo. Y el mundo en general, hasta hace poco, siempre se ha restringido a nuestro planeta, que es lo que teníamos cerca, y los cuerpos celestes eran apéndices, objetos marginales que brillaban en el cielo para que sirvieran de orientación a las personas o algo así, pero no tenían un papel importante en el mundo. El mundo era nuestro planeta, incluso la parte del planeta conocida por las distintas civilizaciones y lo que ha ocurrido con esas civilizaciones. Sin embargo, la preocupación o curiosidad por saber de qué estamos hechos, cómo es de grande el mundo en que vivimos, la distancia que hay entre esos objetos celestes, si están hechos de las mismas cosas que nosotros, si el cielo siempre ha tenido la misma apariencia que tiene ahora, si en el futuro esta apariencia será distinta, si podremos alguna vez tocar o pisar alguno de esos astros, cómo es de antiguo nuestro linaje, cómo es de antigua la tierra que pisamos..., todas estas preguntas venían de muy antiguo, son preguntas suscitadas por la curiosidad de los seres humanos.

    En las primeras civilizaciones, la fuente de inspiración y de respuesta a esas preguntas era la contemplación del cielo nocturno. El cielo nocturno es majestuoso. En tiempos antiguos no había alumbrado artificial en las ciudades, y el cielo nocturno era un espectáculo hermoso y grandioso, que animaba a las personas a imaginar cómo serían esos mundos lejanos, que se movían con ciertas regularidades. Y al final, las respuestas a estas preguntas tuvieron que ver justamente con la regularidad de los movimientos de los cuerpos celestes. Porque lo primero que uno observa es que este firmamento, en donde están solos la Luna, los planetas, las estrellas, tiene una gran regularidad. Evoluciona a base de ciclos, el ciclo diurno y nocturno (cada día sale el sol y luego se pone), el ciclo de la Luna, el ciclo anual, que hoy sabemos que tiene que ver con el giro de la Tierra alrededor del Sol, y otros ciclos que ya eran conocidos por los griegos. Así que lo más natural era que las civilizaciones más antiguas, y de hecho las de raíz oriental en particular, tuvieran una visión cíclica del mundo. Esa visión cíclica era compartida también por los griegos, por los filósofos o astrónomos, o científicos, que daba lo mismo, porque en aquella época no había esta distinción, y todos eran todo. Tal visión cíclica se ajustaba mucho a la mentalidad de los griegos, una mentalidad que hemos heredado los científicos modernos. Y es que el mundo no puede ser un desorden, no puede ser algo imprevisible, caótico, sino que tiene que ajustarse a ciertas leyes, y estas leyes, según los griegos, están relacionadas con lo más abstracto que haya inventado la mente humana, que son las matemáticas. Y son ellos, y no así las civilizaciones orientales, quienes introdujeron ese factor de que el mundo podía ser comprensible en base a la formulación de ciertas leyes con un enorme grado de abstracción, desde luego, y que esas leyes podían expresarse en lenguaje matemático. Y eso, que es específico de los griegos, es lo que hemos heredado los científicos de hoy. Esa visión cíclica, como digo, es una visión que casaba muy bien con esta mentalidad metamatemática de los griegos.

    ¿Cuándo se empezó a pensar sobre la duración de los fenómenos cosmológicos? Los fenómenos cosmológicos en esta visión cíclica eran esencialmente fenómenos de creación y de destrucción. Había unos ciclos y, a lo largo de estos, de vez en cuando había catástrofes que «aniquilaban el Mundo». Y de esa aniquilación surgía un nuevo mundo. Esos ciclos de creación y de aniquilación estaban muy relacionados también con una concepción moral de las sociedades humanas. Si el Sol sale cada día y luego se pone y luego vuelve a salir, cada vez que sale nos calienta con su luz, con su calor, y luego, cuando desaparece, nos deja sumidos en la oscuridad y el frío, y más tarde volvemos a renacer con el Sol. Era natural que pensaran que lo mismo ocurría con las civilizaciones. Las civilizaciones nacían fuertes, sin vicios, con una gran salud mental y física, pero poco a poco envejecían, adquirían vicios, y tanto los imperios, las civilizaciones, como las personas, se iban haciendo peores y se iban haciendo merecedores de un castigo, de una aniquilación, que acabaría con ese estado de degradación y se volvería otra vez a empezar desde cero con nuevas personas, nuevas sociedades, nuevos imperios, nuevos modos de entender la vida. Y así sucesivamente. Y ligaban los ciclos astronómicos visibles con los ciclos sociales e incluso políticos.

    Es el origen de la astrología: establecer una relación entre esos mecanismos que operan a largo plazo tanto en el mundo material, el cosmológico de los cuerpos celestes, como en el mundo de las relaciones entre personas. Esta noción fue aceptada con entusiasmo por filósofos como Platón o como Séneca, que hacen una descripción muy detallada de este tipo de relaciones entre los ciclos cosmológicos y los ciclos humanos. Incluso se llegó a acuñar un término que era el llamado «Año Grande» o «Gran Año». El Año Grande era el tiempo en que el Universo evolucionaba en uno de estos ciclos y volvía al estadio primigenio donde nació. Entonces, cada periodo de tiempo en que se volvía al estadio primigenio se le llamaba el Gran Año. Y las estimaciones del Gran Año, de cuánto duraba el Gran Año en términos de medidas humanas, fueron muy diversas en las distintas civilizaciones. En las civilizaciones orientales eran normalmente periodos de tiempo muy largos, expresables incluso en millones de años en nuestra nomenclatura actual. Los griegos descubrieron asombrosamente un fenómeno que era el de la precesión del eje del giro de la Tierra. La Tierra gira sobre sí misma alrededor de un eje. El eje gira a su vez formando una especie de cono respecto del plano de la eclíptica, el plano en que la Tierra gira alrededor del Sol, y por eso el cielo aparece distinto a lo largo del tiempo. A la misma hora, en el mismo momento del año, aparece ligeramente distinto. Y aparece muy distinto cuando los periodos de tiempo son muy grandes, comparables con el tiempo de precesión del eje de rotación de la Tierra. Hiparco descubrió ese fenómeno e incluso llegó a estimarlo en aproximadamente 24.000 años. Y lo estimó bien.

    Es asombroso, pero efectivamente el tiempo de precesión del eje de la Tierra es aproximadamente de unos 24.000 años. Esta fue una de las cifras avanzadas por Platón, y él pensaba que correspondía a este Gran Año. Es decir, que después de ese periodo de 24.000 años, todo en el cielo, y por lo tanto también todo en la Tierra, volvía a repetirse.

    Esta visión cíclica era una visión que incomodaba profundamente a la cultura hebrea, porque era una visión bastante mecanicista del mundo: el mundo evolucionaba y cambiaba por una serie de regularidades en las que no hacía falta la intervención divina. El Dios de los hebreos era muy intervencionista, era un Dios que se ocupaba cada día de que el mundo funcionara y de que ocurrieran las cosas que ocurren, y podía intervenir e interrumpir, cambiar o acabar con esos ciclos. Y por tanto esa visión cíclica era una visión astrológica profundamente incómoda. Por ejemplo, se piensa que uno de los motivos importantes del aborrecimiento que tenían los hebreos por los sumerios y por la Torre de Babel, que era un observatorio astronómico donde se hacían observaciones y también previsiones muy en la línea de este tipo de culturas cíclicas, era justamente que mantenían una posición radicalmente incompatible con lo que estamos diciendo de un Dios intervencionista. Y, además, en esta cultura el mundo tenía un principio absoluto, y tenía que tener un final absoluto.

    San Agustín, que fue una persona de extraordinaria inteligencia, argumentaba –⁠era un escritor muy sarcástico y muy cruel con las personas que a su juicio estaban equivocadas y, para él, todos los que tenían esa visión cíclica del mundo estaban profundamente equivocados⁠– que el nacimiento de Cristo es un fenómeno único en la historia y, por lo tanto, era inconcebible para San Agustín y para cualquier cristiano que la historia del mundo se repitiera muchas veces. Así, el Universo, el tiempo cosmológico, en la civilización hebreo-judaica es un tiempo lineal. Nada de ciclos. Tiene un principio y tiene un final y un punto intermedio que es el punto básico del nacimiento de Cristo, la Redención, etc. Esta es la concepción del Universo que ha perdurado hasta hace uno, dos o tres siglos. De hecho, los filósofos y pensadores cristianos pretendieron que podían calcular exactamente el principio, el día en que empezó el mundo, y el día en que acabará. Y esa duración del mundo la cifraban casi todos en 6.000 años, de los cuales el nacimiento de Cristo tiene que ocurrir en el tercer tercio del comienzo del Universo. El primer tercio era la época del caos, de la falta de orden, de la falta de leyes divinas; luego hay otros 2.000 años de la época de Abraham, en que se establece el contacto con el Creador, y luego está el tercer tercio, que viene después de la llegada de Jesucristo, con el Nacimiento, la Resurrección y, por lo tanto, la Redención de la especie humana. El obispo Ussher llegó a concluir que el mundo lo creó Dios exactamente el 22 de octubre del año 4004 antes de Jesucristo, al atardecer. Y que 6.000 años más tarde, el mundo desaparecería. De ahí el milenarismo que ha existido y ha seguido existiendo alrededor del año 2000, el año donde se tendría que acabar el mundo.

    A pesar de que esto no tiene ningún sentido, yo me declaro admirador de esos pensadores y filósofos, porque en una época en que no había ningún instrumento conceptual ni experimental para explorar el pasado de nuestro planeta y de la especie humana, se esforzaron por estudiar y analizar los únicos elementos que tenían a su alcance, que eran los documentos escritos de la historia, para obtener una idea completa de la historia del mundo. Y el razonamiento y los trabajos de una persona como el obispo Ussher, que era un arzobispo anglicano irlandés del siglo XVII, no son baladíes. Exigen esfuerzos considerables. Y el libro que Ussher dedicó a este tipo de cuestiones, Los anales del mundo, un legajo de más de mil páginas en letra muy prieta, en latín, tiene mucho mérito, aunque no tiene ningún sentido. Lo que es extraño es que en la actualidad todavía haya personas que razonen igual que lo hizo el obispo Ussher en el siglo XVII.

    Digo que no son de extrañar ese tipo de estimaciones, ya que el propio Newton, el más grande científico que ha existido nunca, también fue de los que contribuyó a la elaboración de esta historia del mundo basada en el estudio de los textos sagrados.

    De hecho, en el primer libro de geología en el que ya se intenta dar un cierto papel a la observación experimental, escrito por un inglés, un gran geólogo del XVII, Thomas Burnet, amigo de Newton, se acepta con comodidad la concepción de que la Tierra y el mundo en general tienen una duración de unos 6.000 años.

    Estas son las visiones del mundo, o de los ciclos de nuestro mundo, hasta el siglo XIX. Un ciclo a todos los efectos para los antiguos era la historia del Universo, un nacimiento y una destrucción que están completamente separados desde todos los puntos de vista de otros ciclos que les precedían o seguían. Esta concepción empezó a cambiar por el trabajo de dos científicos ingleses en el siglo XIX. Uno de ellos fue Charles Lyell, el que puso los cimientos de la geología moderna, Lyell, el apóstol del «uniformismo», que afirmó que las causas de las estructuras de océanos y montañas y volcanes y continentes son causas que siguen actuando ahora, pero con una lentitud tal que no se perciben en una vida humana y solo se perciben como el resultado de lo acumulado a lo largo de milenios o millones de años.

    Otro científico, Charles Darwin, en El origen de las especies, expresó su visión de los seres vivos en constante evolución. De manera que para entender cómo son los seres vivos ahora, necesariamente tendríamos que acudir a su teoría de la evolución que en un corto espacio de tiempo es inapreciable, pero explica cómo a lo largo de millones de millones de años esos cambios se acumulan, y las especies a lo largo de ese tiempo a veces no se parecen en nada a las especies de las que partieron.

    Por tanto, la geología moderna como la biología moderna están hoy exigiendo tiempos geológicos muy grandes, desde luego incompatibles con los 6.000 años de los pensadores cristianos, que son menos incluso de lo que hoy llamamos historia de la civilización. La civilización aparece cuando los primeros seres humanos intentan la agricultura y la ganadería y, por tanto, los asentamientos permanentes; intentan una manera de generar alimentos y energía para alimentar a la ganadería y a las personas, incluso a las que no contribuyen a generar alimentos como los filósofos o sacerdotes o astrónomos. Eso ocurrió hace unos 11.000 años, después de la última glaciación. Por tanto, tanto la geología como la biología necesitaban tiempos mucho más largos, del orden de millones o miles de millones de años, para poder reconstruir la historia tan compleja y tan difícil como la historia de los seres vivos o de nuestro planeta.

    A finales del siglo XIX, Lord Kelvin que era profundamente antievolucionista, intentó refutar desde el punto de vista científico el evolucionismo, demostrando que la vida del Sol y de la Tierra necesariamente tenía que haber sido más breve que los tiempos definidos por la evolución biológica. Intentó estimar el tiempo de vida del Sol y de la Tierra, y lo estimó de un modo extremadamente inteligente. Pensó correctamente que, cuando nació, la Tierra era una especie de esfera de roca fundida y caliente; él no sabía por qué. Nosotros sí sabemos que es por la agregación de los materiales que aparecieron en el nacimiento del Sistema Solar. En aquel momento la Tierra era una esfera extremadamente caliente de roca fundida en estado líquido. Intentó calcular cuánto tiempo le habría llevado a la Tierra enfriarse hasta la temperatura actual, pensando que todo el calor existente en el centro de la Tierra era calor residual de esos primeros tiempos en donde era una bola ardiente. Y calculó que la vida de la Tierra no podía tener más allá de cuarenta o cincuenta millones de años, que era ya una cifra grande en comparación con los tiempos bíblicos, pero todavía era pequeña para acomodar la visión evolucionista, tanto de nuestro planeta como de los seres vivos.

    También hizo un cálculo de cuánto había vivido y cuánto viviría el Sol. Partió de nuevo de hipótesis correctas y pensó que el calor que difunde el Sol depende de la compresión gravitatoria de su materia. El Sol nació de una inmensa nube de gas y polvo que se comprimió por gravitación y que, según se fue comprimiendo, se fue calentando y llegó hasta temperaturas gigantescas. Y Lord Kelvin pensó que el origen de la energía calorífica y luminosa del Sol era ese fenómeno de conversión de la energía gravitatoria en energía calorífica y radiante. Y digo que es correcto, porque así es como nació el Sol y se calentó el Sol, y por lo tanto el Sol podía haber tenido una vida de unos cuarenta o cincuenta millones de años y lo que le quedaba de vida antes de convertirse en un astro frío y apagado, oscuro, podría ser por el estilo.

    Pero esto fue a finales del siglo XIX, cuando muchos científicos pensaban que la ciencia tenía ya muy poco que aprender de cosas nuevas y que los principios fundamentales estaban ya establecidos. Muy lejos de la realidad. En realidad, el calor interno de la Tierra, el calor que fluye hacia la superficie y que nosotros percibimos cuando penetramos en su profundidad, en una mina por ejemplo, o cuando se hacen experimentos con sondas, ese calor no es el calor residual de cuando la Tierra era muy caliente, ese calor procede en más de un 90% de la desintegración de los minerales radiactivos naturales de la Tierra. Y eso es lo que no sabía Lord Kelvin, porque no se había descubierto aún: la radiactividad.

    Por lo tanto, la Tierra ha vivido muchísimo más. Ha nacido en una época mucho más antigua y se ha manteniendo con esa temperatura interna, con este calor interior, no como residuo de sus tiempos de astro ardiente, sino por los minerales radiactivos naturales que se desintegran y mantienen su temperatura. Y lo mismo pasa con el Sol. El Sol nació, según Lord Kelvin, de una nube de gas y polvo que al irse comprimiendo se fue calentando; pero a partir de cierta temperatura en el centro del Sol comienzan a desencadenarse reacciones de fusión nuclear. El hidrógeno es el elemento más ligero. Los núcleos de los átomos de hidrógeno empiezan a pegarse unos con otros para formar núcleos más pesados y desprender energía. Y, de hecho, salvo en el primer millón de años de la vida del Sol, toda la energía que irradia el Sol es la energía que se elabora en reacciones de fusión nuclear que tampoco se conocían en la época de Lord Kelvin.

    Es decir, podemos hoy reconstruir con bastante fiabilidad la historia de la Tierra, basándonos entre otras cosas en las cadenas de desintegración de los minerales radiactivos, con el resultado de que la Tierra y el Sol nacieron al

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1