En 1936, España contaba con médicos bien formados, tanto a nivel científico —la educación había mejorado considerablemente en los últimos tiempos—como militar, pues la guerra de Marruecos (1911-1927) había sido un magnífico campo de pruebas. Aun así, había que suplir la falta de medios con mucho trabajo y una buena dosis de imaginación.
La sanidad militar estaba mejor estructurada en el bando nacional, mientras que en el republicano se había incorporado bastante personal civil con escasos conocimientos militares. Por ese motivo, y en vista de las numerosas bajas que se producían, en 1938 se creó la Escuela de Sanidad de Guerra.
Pese a sus diferencias, tanto un bando como el otro demostraron sobradamente su capacidad. Hubo enormes avances científicos que se adaptaron con éxito a las necesidades del combate y permitieron salvar muchas vidas. Entre ellos, hay que mencionar dos logros fundamentales: la mayor rapidez en el inicio de los tratamientos quirúrgicos y la realización de transfusiones de sangre en el mismo campo de batalla.
En Inglaterra, Duran i Jordà modernizó los bancos de plasma que había desarrollado en España
TRANSFUSIONES EN EL FRENTE
La contienda resultó decisiva para el desarrollo