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El fascista estrafalario: Volumen II
El fascista estrafalario: Volumen II
El fascista estrafalario: Volumen II
Libro electrónico591 páginas7 horas

El fascista estrafalario: Volumen II

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El fascista estrafalario continúa la saga iniciada en Guinea Ecuatorial y revisa la historia española del siglo XX a través de la mirada de Ernesto Giménez Caballero, un personaje extravagante que resulta incompatible con cualquiera de las lógicas que aceptamos como buenas.

Ahora que en muchos balcones españoles crecen banderas como si fueran geranios es oportuno recordar el peligro que tienen, cómo nacieron y el dolor que provocaron los fascismos. No vaya a ser.

Ese repaso visita entre otros asuntos, las vanguardias, la hispanidad, la cuestión catalana y la guerra civil.

A pesar de la relevancia ideológica y literaria que en su día tuvo Ernesto Giménez Caballero hoy ha sido borrado (sobre todo por los suyos), probablemente porque no hay modo de que encaje en ningún sitio.

Al igual que en el volumen anterior, biografías de personajes singulares, como el escritor italiano Curzio Malaparte, Elizabeth Nietzsche -la hermana pequeña del filósofo- o el torero Ignacio Sánchez Mejías aportan a la reflexión un punto de vista estimulante.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 dic 2021
ISBN9788468562803
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    El fascista estrafalario - Alberto Quintana

    Preámbulo

    Si está usted leyendo estas líneas es que Piezas que no encajan ha llegado de algún modo hasta sus manos .

    Ocurrido eso, tal vez sea necesario ofrecer una explicación.

    Estos tres libros nacen del estupor; de la perplejidad que provoca el tiempo en el que vivimos. Una época impregnada de realidad virtual que se supone víspera de que aparezca la inteligencia artificial o quién sabe qué otra clase de distopía cada vez menos improbable.

    Ante un escenario tan sofisticado las páginas que siguen proponen algo mucho más primario. Detenernos un poco y volver la mirada a la vieja usanza. Alrededor y atrás.

    El rompecabezas

    Los textos que componen esta trilogía han sido concebidos como un collage; un revoltijo irreverente y de aluvión que mezcla sin rubor materiales de registros muy dispares. En ellos la lucidez irónica de Vázquez Montalbán juega a barajarse con naturalidad -entre periódicos, recuerdos y libros de historia- con notas de Carl Schmitt o versos de Javier Krahe.

    Cada uno de nosotros contamos con un repertorio de convicciones -y de prejuicios- que hemos ido acumulando desde la infancia. Algunos proceden de la experiencia personal, pero la mayoría proviene de lo que otros nos han contado (sea la familia, la escuela, la televisión, los libros o en los últimos años las redes sociales). Con esos ingredientes fabricamos un relato -el término está ahora tan de moda que parece que no puede hablarse de nada si no se lo utiliza-, un mapa que nos sirve de guía para orientarnos en la vida.

    Aunque mientras los construimos se convierten en ejercicios obsesivos, cualquier aficionado a los rompecabezas sabe que lo que reconforta en ellos es la certeza de que los fragmentos van a acabar encajando. Cuando adquirimos uno no estamos comprando una caja con trozos de cartón pintados, sino la fantasía de un orden. La garantía de que al final todo va a tener sentido porque habrá un lugar en el que ajuste cada una de las piezas.

    Menciono la metáfora del puzzle (a diferencia de la mayoría de anglicismos, puzzle es una palabra bastante bonita) porque las seguridades con las que ordenamos nuestra existencia -las cosas que nos creemos- se parecen mucho a esos montoncitos de pedazos de algo destinados a ser armados (en los dos sentidos) para construir una imagen.

    Piezas que no encajan pretende mostrar lo contrario; que en la vida real (sea eso lo que sea -pero no es virtual-) las cosas no suceden así y el único lugar ordenado es el cementerio.

    Piezas imposibles y piezas problemáticas

    A poco que uno se fije, se percata de que estamos cercados por historias incomprensibles vistas desde el cuento que nos hemos contado. Basta con tomar algo de distancia y mirarlas de cerca -qué paradoja-. Son piezas imposibles. Viven con nosotros, pero a menudo no las vemos. Y no encajan.

    La dificultad consiste en que mostrarlas con un poco de rigor obliga a revisarlas desde diferentes ángulos y a pasar -despacito- la yema del dedo índice por el borde de sus aristas. Es una tarea laboriosa.

    Los dos primeros libros de esta trilogía tratan de hacer precisamente eso: exponer sendos ejemplos de piezas imposibles.

    En el primer caso se trata de un lugar desquiciado con una historia absurda (Guinea Ecuatorial) y en el segundo del recuerdo de un personaje extravagante (Ernesto Giménez Caballero) incompatible con cualquiera de las lógicas que aceptamos como buenas.

    El tercer título, Desórdenes, es un poco diferente. Consiste en el repaso a una serie de asuntos esenciales (el lenguaje, la melancolía, el deseo, la locura, el poder, la muerte…) que son a todas luces problemáticos y por los que acostumbramos también a pasar cerca de ellos de puntillas.

    La forma. Citas e hipervínculos

    Piezas que no encajan intercala entre sus capítulos historias de personas concretas que complementan de manera arbitraria -pero ilustrativa- la narración principal.

    Me siento en la obligación de prevenir además al lector de que sus páginas están plagadas de citas. Una verdadera plaga.

    La razón es que -si uno revisa lo suficiente- resulta infrecuente encontrar algo que no haya sido ya escrito. Las notas a pie de página lo atestiguan. También mi falta de fantasía para inventar según qué cosas y la pretensión de que el texto pueda en algún momento recibir la legitimación de los legitimadores.

    Lo decía Cortázar (ahí va la primera):¹

    …citar es citarse. La diferencia es que los pedantes citan porque viste mucho y los cronopios porque son terriblemente egoístas y quieren acaparar a sus amigos.

    …y la segunda. Ésta es una concesión sentimental, porque se trata de una página póstuma que fue impresa en Bruselas el 15 de febrero de 1984, exactamente al día siguiente del entierro de Julio.

    …más de una vez la memoria iba trayendo cosas todavía no dichas, pedacitos ajustables a los otros pedacitos …yo iba viendo nacer los puntos de sutura, la unión de tanta cosa suelta o presumida …rompecabezas del insomnio de la hora del mate delante del cuaderno …necesitábamos que aquello se completara, que el último agujero recibiera al fin la pieza, el color, el final de una línea viniendo de una pierna o de una palabra o de una escalera.²

    Entre las notas va a encontrar también, mezcladas, un puñado de cosas que escribí hace años y que he decidido reciclar.

    Ahora que veo perplejo

    asomar manchas de viejo

    -todavía diminutas-

    en el dorso de mis manos,

    ahora entiendo (confundido)

    que bajo de tanto ruido

    no hay verdades absolutas

    de tirios ni de troyanos.³

    Además de vez en cuando se topará con la palabra hipervínculo. Soy consciente de que su uso no es muy preciso -en esta ocasión lo mismo me da, si sirve para entendernos-. Me refiero con ella a un atajo que relaciona dos menciones al mismo asunto o personaje abordado en diferentes capítulos. Una especie de costura interna que refuerza la unidad y pelea con las limitaciones inherentes al formato libro (páginas secuenciadas y numeradas -otra vez la fantasía de orden-). Y es que las conexiones están a muchos niveles. Tantos, que más que del rompecabezas a lo mejor hubiera sido preferible utilizar la metáfora de un sudoku. O del cubo de Rubik.

    Los hipervínculos sirven además de homenaje a Rayuela y como invitación a saltar dentro del texto sin necesidad de seguirlo de principio a fin, como un lector aplicado.

    El fondo. Para qué escribir

    Yo creo que uno escribe por vanidad. O para ordenarse. En mi caso -tengo 54 años- lo hago sobre todo por mis hijos.

    Confío en que algún día descubran con interés estas líneas, y que les puedan ser útiles para aclarar el inmenso malentendido que supone confundir nuevo con mejor. También que les ayude a comprender más a su abuela.

    Confieso que en cuestión de saltos generacionales me siento más próximo a los que me preceden que de los que me siguen. Más despistado frente al futuro que respecto al pasado.

    Escribir requiere de mucho esfuerzo. A menudo cuesta amarrar un sujeto y un escuálido predicado. Tengo sin embargo la convicción⁵ de que a la hora del balance ese empeño va a quedar apuntado en la columna del haber, y no en la otra. Porque a base de insistir -erre que erre- uno consigue acercarse un poquito a. Aunque nunca llegue.

    …porque escribir es viento fugitivo

    y publicar, columna arrinconada,

    digo vivir, vivir como si nada

    hubiese de quedar de lo que escribo.

    Lo decía Blas de Otero. Tal vez porque el juego de las palabras es lo único de que disponemos para desarmar (también en los dos sentidos) el desorden inabarcable que nos amenaza.

    En Malabo, a 16 de julio de 2019

    1 La vuelta al día en ochenta mundos. Julio Cortázar. 1967.

    2 El tango de la vuelta. Julio Cortázar. Editions Elisabeth Franck. Bruselas, 1984.

    3 Décimas escolares. Décimas febriles. Alberto Quintana. Ed. Arandurá. Asunción, 2014.

    4 Lo hago también por ella. Quisiera acabarlo para que pueda leerlo antes de morir, pero es un trabajo lento y temo no disponer de mucho tiempo.

    5 En realidad, la sospecha.

    6 Digo vivir. Blas de Otero. Redoble de conciencia. 1951.

    Introducción al segundo cuaderno

    El fascista estrafalario

    Siempre me ha sorprendido -por incompleta- esa idea tan extendida que asocia la memoria histórica al recuerdo y homenaje de las víctimas.

    Eso es imprescindible, claro; y por supuesto que la reparación es un imperativo de justicia. Pero de quien tiene en verdad peligro olvidarse es de los verdugos. No vaya a ser.

    Recalco esto porque tengo la impresión de que -a diferencia de lo que generalmente se cree- los españoles, de mi generación en adelante, conocemos mejor a los vencidos de la guerra civil que a los vencedores.

    Ahora se vuelve a hablar de ultraderecha y la última vez que fui a Madrid encontré abundantes banderas creciendo en los balcones como si fuesen geranios. Y si uno mira hacia afuera ve el mundo alborotado con los Trump, los Bolsonaro y los Salvini. En un contexto así parece oportuno seleccionar una pieza imposible que tenga que ver con el fascismo.

    Y Ernesto Giménez Caballero, Gecé -como a veces firmaba-, ofrece un ejemplo precioso. De libro.

    Lo hace, porque a pesar de la relevancia ideológica y literaria que en su día tuvo hoy ha sido borrado (sobre todo por los suyos). Y no porque no tenga interés, que lo tiene,⁷ sino porque no hay manera de que encaje en ningún sitio.

    A mí su historia me interesa además porque tiene muchas implicaciones con Paraguay, que es un país al que por razones personales me siento especialmente vinculado.

    Lo mismo que los otros dos volúmenes, este texto incorpora abundantes notas y referencias. Sálteselas, si le parece. Sin remordimiento. En algunos casos las citas provienen de investigación a la antigua usanza (con permisos, archivos y horas pasadas frente a biblioratos inéditos y páginas escritas a máquina en papel cebolla -es el caso de Los papeles de la embajada-), en otros remiten a pilas de libros, revistas y fotocopias subrayadas y -las más de ellas- a consultas fiadas a internet. No pocas, a la wikipedia (quien nunca lo haya hecho que tire la primera piedra). Quiero reivindicarlo porque me parece una herramienta de divulgación buenísima en sí misma y que conduce a otras muchas puertas. Merecería el homenaje de cualquiera que no sea un vendedor de enciclopedias.

    Aunque en la pretensión de aportar denominaciones de origen -igual que en los vinos caros- he procurado identificar la procedencia de cada pieza, no descarto que se haya colado alguna cita no citada. Manejar miles de notas es engorroso y durante el proceso puede que haya traspapelado u olvidado de dónde vino alguna. No creo de todos modos que sean muchas. Lo aclaro por si hubiera algún lector especialmente escrupuloso o suspicaz.

    La intención en todo caso es añadir una pieza más -la mía- contra cualquier posible adanismo ingenuo a la hora de recibir al posfascismo. Porque viene con una careta que, sobre todo a la gente más joven, puede resultarle atractiva.

    La paradoja de esto es que le hago un favor un poco anacrónico a Giménez Caballero, que tanto quiso ser recordado. Me acuerdo de él yo en un momento en el que ya nadie lo hace.

    7 La Gaceta Literaria fue magnífica. Y su intento de casar con Hitler a Pilar Primo de Rivera, memorable.

    Gecé

    El ansia por perdurar

    Me siento un poco en la obligación de explicar (y sobre todo de explicarme a mí mismo) por qué he tolerado que durante más de dos años la sombra de Giménez Caballero haya ocupado tanto espacio en mi cabeza, convertida en una fijación incómoda y casi obsesiva. Creo que es porque su figura no solo constituye una de esas piezas imposibles de encajar, sino porque ilustra la historia de la tragedia española. Y de modo colateral, un complejo fracaso personal.

    A eso hay que añadir que siempre resulta más estimulante observar al adversario que a quienes opinan más o menos como nosotros, cuyos argumentos -puesto que los compartimos- la mayoría de las veces conocemos.

    La primera vez que me fijé en el nombre de Ernesto Giménez Caballero estaba esculpido. En una estela de piedra dedicada al conquistador Martínez de Irala que se encuentra adosada a la fachada de la catedral de Asunción. Luego volví a encontrarlo en el pedestal de otra estatua ubicada en la misma plaza (frente al Cabildo, a muy pocos metros del edificio del Congreso que los manifestantes quemaron en marzo de 2017). En esa ocasión sobre él descansaba la escultura armada -con armadura- de Juan de Salazar.

    Comenzó a intrigarme; y cuando me asomé a internet quedé perplejo: promotor del vanguardismo, dos veces Premio Nacional de Literatura, fundador de Falange… ¿cómo es que nunca había oído hablar de él?

    ¿Por qué a todos nos suena desde el bachillerato que la Generación del 27 -y suele haber consenso en que fue uno de los momentos culturales más fecundos del siglo XX- se llama así por un homenaje que le hicieron a Góngora, y sin embargo nadie recuerda al principal aglutinador de aquel movimiento?

    Pregunté a mis amigos y verifiqué que la ignorancia no era solo mía. Vaya por delante que entre mis conocidos hay unos cuantos a los que atribuyo cierta cultura política y -en menor medida- literaria, pero casi nadie conseguía ubicarlo. Con pocas excepciones (que coincidían con aquellos que me sacaban más de diez años) los que habían escuchado hablar de Giménez Caballero no tenían más que referencias sumamente vagas.

    Hubo quien se acordó de que era uno de los 100 autores recogidos en aquella magnífica iniciativa editorial que fue la Biblioteca RTVE Salvat, que a principios de los 70 iluminó las estanterías de las familias españolas de clase media. Concretamente del penúltimo número, el 99. De color naranja. Junto a la tumba de Larra se titulaba. Lo busqué y -efectivamente- allí estaba, en un estante en la casa de mis padres. He aprovechado para verificarlo estos días que visito en ella a mi madre, a quien acaban de amputarle una pierna. La vejez es una catástrofe terrible.

    ¿Cómo es posible que alguien que tuvo una influencia tan notable en la gestación de la tragedia de España y que en su momento representó la punta de lanza de la vanguardia literaria haya sido olvidado de esa manera? Se diría que -ante la dificultad de encontrarle un acomodo- su figura ha sido abducida y echada a un lado.

    En estos meses he leído mucho de lo escrito por él y, sobre todo, mucho de lo escrito sobre él. No leí por supuesto todas sus obras, porque son bastante ininteligibles (ilegibles por la jerga farragosa, detestable e imperial de una buena parte de ellas, e inmanejables por el ingente volumen de páginas que dejó escritas).

    Me ayudó mucho un amigo. Ezequiel es un antiguo militante del PCE que en su día formó parte del equipo de gobierno de Tierno Galván en el Ayuntamiento de Madrid (por cierto, en 1979 -cuando eso ocurrió- Tierno le arrebató la alcaldía a UCD con el apoyo del PCE y a nadie en aquel momento se le hubiera ocurrido llamar a eso un pacto de perdedores).

    Está muy mayor, claro. Ezequiel. Yo lo conocí a través del círculo de Podemos en Paraguay. Estos meses lo he tenido presente porque a él también acaban de amputarle una pierna. Como a mi madre. Ezequiel tiene una biblioteca envidiable; y como además es generoso me trajo a Asunción 6 ó 7 libros de Giménez Caballero de regalo -seguro, seguramente, de que nadie iba a echarlos jamás de menos-. Entre ellos se encontraba el dedicado a Azaña y La Nueva Catolicidad.

    Otros títulos los conseguí en uniliber.com, un buscador de internet que permite husmear en librerías de viejo sin que sea preciso mancharse las manos de polvo y tinta -lo que le hace perder gran parte de su encanto-. Pude obtener otro en la biblioteca de AECID en Moncloa, y algo encontré también en la del Centro Cultural Español en Asunción. En este último había varios libros menos de lo que indicaba la base de datos. No puedo asegurarlo, pero siempre he tenido la sospecha de que hay diplomáticos escasos de escrúpulos que esquilman los fondos documentales en beneficio de sus bibliotecas particulares, lo mismo que hay embajadores que en sus mudanzas arramblan con todo y se llevan hasta las botellas sobrantes de la última fiesta nacional. No lo van a hacer porque les va en ello el sueldo, pero si los cancilleres hablaran…

    En fin, volvamos a Ernesto Giménez Caballero.

    ¿Quién fue?

    Tal vez el principal teórico del fascismo español, pero también otras muchas cosas. Autor de más de 50 libros, pionero del surrealismo, realizador de una decena de documentales (alguno filmado en 1930, un verdadero precursor). Un escritor al que Pío XII le bendijo todas sus obras, organizador -por encargo personal de Franco y junto a Millán Astray- del primer servicio de propaganda nacional, director de muchas publicaciones -entre ellas La Gaceta Literaria, que sirvió como estímulo y estupendo escaparate a la Generación del 27-, promotor del intento de instaurar una monarquía fascista mediante el rocambolesco procedimiento de casar a Hitler con Pilar Primo de Rivera,⁸ embajador durante más de una década, procurador en Cortes …y mucho más.

    Nació, por poco, en el siglo XIX. El 2 de agosto de 1899. O sea, inmediatamente después del desastre del 98 provocado por la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y la consiguiente asunción por parte de la sociedad española de que se había quedado sin colonias. Era mentira, restaban todavía el Sahara, Ifni, Fernando Poo y Río Muni -y no menciono Ceuta o Melilla porque ése es un berenjenal en el que no quiero entrar-. Esa circunstancia tuvo consecuencias en la vida política y en el debate de las décadas posteriores que marcaron sin duda el pensamiento de Giménez Caballero.

    España tuvo además que recibir a los soldados repatriados de la guerra. Desmoralizados, sin trabajo y muchos de ellos mutilados. La sociedad no fue precisamente generosa y se les responsabilizó de alguna manera del desastre. El libro España salvaje lo refleja bien.⁹ Quizás la única concesión hacia ellos haya sido el monumento a Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro de Madrid (el corazón del Rastro). Por cierto, es inusual que en la estatua de un soldado lo que le pongan en las manos sea una cuerda, un bidón de gasolina y una mecha. Da idea de cómo debieron de ser algunas batallas.

    En uno de los dos números extraordinarios que la revista Anthropos dedicó a Ernesto Giménez Caballero el año de su muerte puede leerse: …a estas alturas es de suponer que pocos se entretendrán en revisar sus argumentos.¹⁰

    …pues yo me he propuesto desmentir tal cosa.

    Traerlo de nuevo a colación¹¹ e intentar comprenderlo, por más repugnancia que inspiren la mayor parte de sus ideas.

    Hay quien sostiene en Anthropos -pese a las más de 200 páginas que la revista le dedicó entre ambos números- que para muchos, como fascista, no debe de ser siquiera recordado.

    De hecho, apenas lo es.

    Dicen que a su entierro (murió a punto de cumplir los 90) solo acudieron una veintena de personas. Fue en el cementerio de San Isidro. Curiosamente está enterrado junto a la tumba de Azorín y no junto a la tumba de Larra, como el título de su libro. He leído que en sus últimos tiempos pasó apuros económicos.

    Él mismo no entendió jamás, ni quiso asumir, ese olvido.

    En sus memorias Giménez Caballero se queja amargamente de lo que consideraba una ingratitud. Escribió: …quizás alguno de mis amigos, si viven cuando yo muera, me adiosen aún. Gracias. Es curioso que emplee el verbo ´adiosar´. En su caso tal vez hubiera sido más preciso ´endiosar´, tan alta era la estima en que él mismo se tenía, por más que en sus memorias presuma al mismo tiempo de humildad y sencillez.¹²

    No en vano ya en 1931 había publicado un Ensayo sobre mí mismo¹³ y 56 años después, al final de su vida, dictó en los Cursos de Verano de la Universidad de Salamanca una conferencia titulada Salamanca, la guerra civil y yo. Debía de tener un ombligo inmenso.

    En Paraguay he tenido ocasión de conversar sobre él con tres personas (viejitos todos, claro) que lo conocieron. Lo recordaban. Uno es académico de la lengua, otro regenta una librería de libros usados y el tercero, aunque no habían coincidido en la misma época, trabajó muchos años en la embajada de España. Todos ellos me corroboraron que en el trato directo irradiaba la misma egolatría que rezuman sus libros. Eso es coherencia.

    Pude también revisar muchos de los escritos que desde su puesto de embajador envió a Fernando María Castiella, el ministro de Exteriores de la época.

    El conjunto de todo ello infunde algo que tiene mezcla de inquietante y de trágico: la pretensión inequívoca de haber querido siempre, por encima de todas las cosas, trascender y dejar huella. Que no me olviden del todo. Le daba horror que pasara lo que, efectiva y paradójicamente, ha acabado sucediendo.

    Para mis padres ser citado en la enciclopedia Espasa era el mayor reconocimiento que uno podía llegar a alcanzar. El Espasa describe a Giménez Caballero como una de las figuras más atrayentes y originales …pero se apresura a continuación a matizar ´desde el punto de vista literario´. Claro, una cosa es saber escribir bien y otra diferente qué es lo que se escribe.

    Mi pequeña mitología familiar tiene el orgullo de contar con un pariente, el Padre Tuñón, que sale también en El Espasa con fotografía de medio cuerpo incluida. Hablaré de él en el siguiente capítulo.

    En cuanto a Giménez Caballero, tal vez valiera la pena editar la wikipedia e ilustrar la definición de petulancia con una foto suya de cuerpo entero.

    Al día siguiente de su muerte -el mismo en que yo cumplía 23 años- Eduardo Haro Tecglen publicó en El País un artículo titulado Lo que Giménez Caballero no ha sido en el que cuenta haber coincidido con él en un avión y haberle escuchado murmurar en sueños ¿cómo no habré sido yo ministro…? No me creo la anécdota, que estoy seguro Haro inventó como excusa para introducir su columna, pero esa fijación sí que encaja con todo lo demás.¹⁴

    De hecho, sus memorias contienen varias menciones a una indisimulada frustración por no haber sido ministro. En un pasaje asevera que sí, que lo fue, aunque en aquel momento no lo llamaran de ese modo. Se refiere a haber formado parte del primer Secretariado Político que Franco organizó durante la guerra. En otro relata la vez que -a saber a cuento de qué- Franco le dijo: ¡qué inteligente es usted, Giménez Caballero! Y en un tercero afirma que todo el mundo le pronosticaba un ministerio o una embajada… Asegura que en una ocasión se le insinuó que iba a ser nombrado secretario general del Movimiento (el cargo que años después obtendría Adolfo Suárez) y a continuación afirma que, de haber sucedido, quién sabe si el Movimiento no se hubiera detenido. Cuenta incluso -sin pudor- que cuando el ministro de Educación de la época (Ibáñez Martín) le preguntó una vez si quería el puesto de director en el instituto madrileño Cardenal Cisneros su respuesta fue que no; que solo aceptaría el suyo de ministro.¹⁵

    Nunca admitió de buen grado que no lo reconocieran como él se reconocía.

    Torrente Ballester dejó dicho de él:

    …su obra crítica está ya un poco avejentada, porque envejecieron los puntos de vista desde los que la ejercía …responde a formas de pensamiento y de vida rebasadas por la historia: apenas tienen otro valor que el documental …el mundo de las ideas literarias de G. C. se vino abajo -quién lo diría- con el crack económico de 1930.

    José Antonio Primo de Rivera, tras uno de sus desencuentros, comentó que le parecía …un remedo grotesco hitleriano.

    Paul Preston se refirió a él como desequilibrado.

    …y el propio Franco aseguró que era un genial improcedente.

    De todos modos, si hay un texto cruel y especialmente despiadado con Giménez Caballero, ése es un librito publicado en 1992 por Francisco Umbral.¹⁶ Justo el año en que el carácter hosco de Umbral hizo popular el ´…yo he venido aquí a hablar de mi libro´, con el que puso en apuros a Mercedes Milá en un programa en directo de Antena 3. Vale la pena recordar algunos de sus párrafos:

    …Giménez Caballero tiene una noche inspirada, combativa e insoportable, cantando a las Escuadras Negras …¿le habrá explicado al Caudillo su teoría sobre las castañuelas y la Virgen? …tiene una frase o un muerto para cada mañana, Giménez Caballero es la chismosa de esta guerra …autodefinido como fundador del fascismo español y definido por los demás como el Groucho Marx del Nuevo Estado …imprudentemente vestido de falangista, Giménez Caballero le ha pedido al Caudillo un cargo, un ministerio, algo …el Caudillo estaba un poco arrepentido de haber metido a aquel loco en su secretaría particular …su verbosidad rampante y todavía ultraísta la corrige luego la pluma judicial y pulcra de Serrano Suñer …´dice que Franco ha estado en su imprenta´ -si lo dice Giménez Caballero es que no ha estado- ...´vendrán los rojos y violarán a nuestras hermanas´ ha dicho Giménez Caballero con una preocupación un tanto incestuosa …por la ciudad anda el rumor de que a Franco se le aparece Santa Teresa (invención de Giménez Caballero) …se ha quitado las insoportables gafas romboidales (insoportables para el que las mira) …está sentado en su mesa caótica de papeles, castañuelas y Vírgenes …menos mal que hemos parado a ese loco de Giménez Caballero.¹⁷

    La verdad es que sorprende el nivel de mala hostia que tenía Umbral.

    Es lastimoso ver en alguien que dedicó toda su vida a cultivar un afán desmedido de reconocimiento (lo obtuvo solo de manera parcial y durante no mucho tiempo) que el propio empeño acabara por volverse contraproducente y convertirlo en un personaje incómodo y marginado.

    Más amargo todavía le debió de parecer si pensamos en sus numerosos amigos que sí trascendieron -Buñuel, Dalí, Lorca, Alberti…-, en que había mirado por encima del hombro los escritos de Miguel Hernández y hasta los de su condiscípulo Vicente Aleixandre, quien en 1977 obtuvo nada menos que el Nobel de literatura.

    Él en cambio se quedó aislado. Sus colaboradores se fueron apartando -horrorizados con su deriva ideológica- y los últimos seis números de La Gaceta Literaria los tuvo que escribir íntegros (a pulmón) él solo. Enteros. Terminó cambiándole el nombre a la revista por el de El Robinsón Literario.¹⁸

    El mismo régimen del que había sido inspirador acabó por desterrarlo. Poco a poco. El proceso se aceleró conforme los tecnócratas del Opus Dei ganaban poder en detrimento de Falange, que iba quedando paulatinamente relegada. Las hipérboles y extravagancias de Ernesto resultaban ya incómodas. En esa época tuvo sin embargo la habilidad de buscarse un refugio confortable en la embajada española en Paraguay, desde donde pudo deslumbrar al dictador Stroessner -un militarote intelectualmente bastante mediocre-.

    En el año 1968 Estados Unidos lo condecoró como el mejor Jefe de Misión en Hispanoamérica (vaya premio más raro; y qué raro también que los gringos estuvieran pensando en eso mientras en México se producía la matanza de Tlatelolco, en Praga la primavera y en París el mayo). Todavía sigo ejerciendo virtual¹⁹ y moralmente allá, escribiría Giménez Caballero años después refiriéndose a Paraguay. Siempre pensó en sí mismo como el heraldo de una revolución moral.

    Acercándonos desde una perspectiva totalmente diferente, la investigación (estupenda) que a principios de los 80 hicieron Fernando Jáuregui y Pedro Vega sobre el antifranquismo contiene dos referencias a Giménez sumamente pintorescas.

    La primera lo vincula a José Gallego-Díaz (matemático y padre de Soledad Gallego-Díaz, la actual directora de El País). Según parece, en su casa se reunían los conspiradores de la UIL, Unión de Intelectuales Libres, un grupúsculo promovido por el comunista Rafael Guisasola; y en el libro se asegura haber oído comentar que algunos clichés fueron picados con la máquina de escribir de Ernesto Giménez Caballero, evidentemente sin que éste se enterase.²⁰

    La alusión a la dirección de El País me lleva -de oca en oca- a otro recuerdo en formato de comic. Carlos Romeu, el dibujante creador de Miguelito, ilustró durante tres décadas el periódico -y a través de él y de otras publicaciones una buena parte de nuestra juventud-. En sus memorias dibujadas Romeu relata cómo fue despedido de El País de modo fulminante (mediante una llamada de teléfono) por una viñeta en la que había criticado a los judíos. Por lo visto nadie le avisó de que Cebrián había vendido el diario a un grupo financiero de su influencia.

    De él en su libro dice:

    …a Cebrián nunca le hice mucha gracia. Quizá mi humor ácrata le dolía más en su condición de señorito de lo que estaba dispuesto a admitir como periodista.

    Me conmueve especialmente que en la última frase del libro se pregunte:

    ¿…qué opinaría Manolo -por Manuel Vázquez Montalbán- de la situación actual? ¿También a él le habrían silenciado?²¹

    Romeu, entre otro millón de cosas, fue quien ilustró El libro rojo del cole, un análisis marxista que en la transición abordó con un lenguaje muy coloquial asuntos espinosos, como el consumo de drogas o la sexualidad juvenil. Para mí estará siempre relacionado con el atentado que sufrió la librería progre de mi barrio, La oveja negra, a manos de unos descerebrados que seguro habrían gustado a Giménez Caballero. Estaba en la calle Hermanos de Pablo. A mí me pilló muy joven, pero con los años llegué a comprar muy baratos varios libros un poco quemados que habían sobrevivido a las llamas. Todavía conservo una antología de Miguel Hernández con las huellas del incendio. Al fascismo no lo hemos tenido tan lejos.

    La otra mención es ésta:

    …muchos jóvenes estudiantes ven en los ´curas obreros´ que se extienden por la periferia madrileña de Moratalaz, Vallecas o el Pozo del Tío Raimundo, un ejemplo …recordaría años después cómo el escritor franquista Ernesto Giménez Caballero colocaba ladrillos junto a él en Moratalaz codo con codo …solo que Giménez Caballero trabajaba con guantes de goma, entonces casi inéditos en España.

    Esa referencia me trae también reminiscencias. Entre 1982 y 1985 me involucré mucho con Adsis, un grupo cristiano que trabajaba en el Pozo del Tío Raimundo y era heredero de alguna manera del Padre Llanos. Confieso que emocionalmente me costó desvincularme de todo aquello. Años después oí contar que se habían peleado entre ellos y la comunidad se había disuelto. Era el tiempo en que estaba Alberto Iniesta como obispo auxiliar de Madrid. Gran tipo. Uno de los catequistas de aquel grupo era Javier Sáez de Ibarra, que luego ha alcanzado cierta fama como poeta y escritor de cuentos.

    Allí tuve un día ocasión de ver llegar en su mercedes oscuro a Luis Valls Taberner. Creo que entonces era una de las personas más poderosas de España y vino, sin avisar, a conocer un local con una multicopista que habíamos abierto en Entrevías. Valls Taberner fue durante más de 30 años presidente del Banco Popular, delantero centro del Opus Dei, financiador de Juan Carlos de Borbón y -por lo visto- también de nuestros grupos católico-obreristas. Eso es jugar con todas las barajas a la vez.

    Pero regresemos a Ernesto Giménez Caballero, que hay que ver lo que me disperso.

    A partir de determinado momento hasta los suyos dejaron de tomarle en serio. Yo creo que nunca le perdonó a Franco que en una ocasión se refiriera a él como peso pluma, utilizando un juego de palabras respecto a la literatura que entrañaba cierto desprecio. O al menos una gota de cachondeo.

    Giménez promovió en el Café Levante de la Puerta del Sol (su número 5) una tertulia literaria con alguna relevancia. La bautizó la cripta de Don Quijote y le quiso dar un tinte americanista. El tiempo acabaría transformando el café en una zapatería (no estoy seguro, creo que se llamaba Los guerrilleros), del mismo modo que el célebre café Pombo de la calle Carretas en el que Ramón Gómez de la Serna hacía su tertulia acabó convertido en una fábrica de maletas.

    No solo desapareció el Pombo. También Gómez de la Serna, que había sido muy amigo suyo. A su muerte Giménez Caballero escribirá: vivió 74 años, 6 meses, 3 horas y 35 minutos. Con él yo no sé ser tan preciso,²² pero su vida duró 89 años, 9 meses y 13 días, lo que vienen a ser 32.797 días. Poco más de 47 millones de minutos. Uno detrás de otro. Produce un poco de vértigo acotar la vida en términos tan objetivos.

    Gecé, como a veces firmaba,²³ vivió su infancia en una casa de la calle Huertas en la que se cree que siglos antes había residido Miguel de Cervantes (actualmente el solar ocupa los números 14 y 16). No es un mal inicio.

    A pesar de todo lo dicho, a mí -que debo de ser un poco terco- me sigue pareciendo que el olvido es injusto. Aunque sea para tomar de inmediato distancia, Ernesto Giménez Caballero Gecé merece ser recordado.

    ¿Qué era lo que pensaba?

    Para asomarse a sus ideas hay que partir del contexto del Desastre. De hecho, él había escrito de sí mismo …soy el único nieto del 98 al que le interesa asumir esa nietez. Su obra de algún modo enlaza entre sí a las generaciones del 98, del 14 y del 27. Desde el regeneracionismo de Joaquín Costa hasta el fascismo.

    Fue un alumno cercano a Unamuno, en quien reconoció a su principal maestro. Contaba la anécdota de que fue precisamente Don Miguel, como presidente del tribunal que lo evaluaba, quien decidió en contra de todas las presiones -eran los tiempos de la República y Giménez Caballero ya destacaba como falangista- concederle una plaza de catedrático en el instituto Cisneros.

    La época heredaba la reforma educativa de Giner de los Ríos y la decepción provocada por el 98. Un ambiente de desilusión por el presente, con un pasado comprendido en clave mítica y no poca angustia respecto al futuro. Si uno lo piensa tiene bastantes cosas en común con lo que nos rodea hoy.

    Gecé también tuvo como profesor (de ética) a Julián Besteiro. Besteiro fue un catedrático de lógica que a la muerte de Pablo Iglesias, en 1925, asumió la presidencia del PSOE y de la UGT. Su decisión de apoyar el golpe de Segismundo Casado contribuyó a precipitar el final de la guerra. Acabó siendo el que rindió la capital a las tropas franquistas. A diferencia de lo que otros hicieron, se negó a abandonar Madrid. Murió en la cárcel apenas un año después.

    Para mí la figura de Besteiro va a estar siempre asociada a la letra de una canción que cantaba el grupo Aguaviva. Recuerdo perfectamente la funda del LP (nadie los llamaba entonces vinilos) que me prestó un amigo y el cassette en el que lo grabé. Decía:

    Institución Libre de Enseñanza,

    el recuerdo y la añoranza

    de tu maestro Giner.

    Y después,

    cuatro copas de ribeiro

    y reproches derechistas

    por el carnet socialista

    que te dio Julián Besteiro.

    Resulta curioso que transcurridos más de 35 años continúe recordando esa letra (la tarareo a veces cuando conduzco). Corresponde a esa época de la vida en que uno tiene la capacidad de apropiarse de las cosas. Luego se pierde. Años más tarde incluí en El brillo de los reversos una fotografía de la lápida de Julián Besteiro en el cementerio civil de Madrid.

    Bajo la influencia de Besteiro Ernesto Giménez Caballero promovió en su juventud un grupo de estudiantes socialistas que se reunía en la sidrería Casa Mingo de la calle Echegaray (era una sucursal de la Casa Mingo del Paseo de la Florida, que todavía hoy continúa funcionando y está especializada en pollos asados). ¡Quién iba a decirles a los demás en lo que su amigo habría de transformarse!

    Insistió más tarde en un intento similar apadrinado por otro profesor ilustre de filosofía -Ortega y Gasset- y participó en la fundación de la Liga para la educación política, que debió de funcionar, salvando las distancias, como si fuera un círculo de Podemos. En aquel grupo estaba también Salvador de Madariaga.

    Entre sus compañeros estudiantes de filosofía se encontraba Xavier Zubiri, quien además de un filósofo esencial se convertirá con los años en el maestro de Ignacio Ellacuría.²⁴

    Hay que decir también, para ser justos, que con solo 24 años Giménez Caballero estaba ya recluido en una prisión militar por haberse atrevido a publicar -pese a que le habían advertido de las previsibles consecuencias- un libro (el primero suyo) que los jueces interpretaron como una incitación a la rebeldía.

    A posteriori Giménez Caballero explicará su idea de España como la consecuencia de una trayectoria personal influida por Europa (había sido lector en Estrasburgo), por África (fue soldado en Marruecos) y por América (sobre todo tras su estancia en Paraguay).

    Un precursor

    Si hemos de fiarnos de él -y creo que es preferible hacerlo con alguna prevención, no vaya a ser que su afán de notoriedad lo lleve a apuntarse en la cuenta tantos de más-, la mayor parte de la simbología del régimen franquista fue de su inspiración. Puede ser cierto.

    Veámoslo.

    Muchos de los 27 puntos de Falange estaban ya sugeridos en La nueva catolicidad.²⁵

    Yo le atribuyo especialmente -aunque reconozco que no estoy en condiciones de asegurarlo- la autoría del principio de Falange que a mí más me gusta, el número dos. Estoy convencido de que ése es además el origen (en una evolución que ha dado bastantes tumbos) de lo que con los años acabaría institucionalizándose como agencia de cooperación española, la AECID, para la que trabajo desde hace década y media. Pero eso lo comentaré en otro momento.²⁶

    El principio falangista al que me refiero es ése que asegura que España es una Unidad de Destino en lo Universal.

    Estos días tan convulsos en Cataluña resulta inevitable relacionar aquella consigna con el actual conflicto independentista, e interpretar las tres palabras mayúsculas (Unidad, Destino y Universal) como un intento -a medio camino entre lo nostálgico, lo ontológico y lo político- de demostrar que la España imperial de los siglos XVI a XIX habría sido la madre de otra cosa. La relación no está tan cogida por los pelos como parece. A fin de cuentas el Estado Catalán ya había sido proclamado en 1934. Los padres de Puigdemont, si habían nacido, serían entonces niños pequeños.

    Por cierto, lo mismo que Franco se reservó para sí mismo, para Carmen Polo y para su hija los números 1, 2 y 3 del DNI español, a Giménez Caballero le dieron el carnet número 5 de Falange. ¿Quiénes, además de José Antonio y Ledesma Ramos, habrán tenido los dos anteriores?

    Según cuenta el propio Giménez, fue él quien organizó -a medias con Ledesma Ramos- el lanzamiento de La conquista del Estado,²⁷ cuyo nombre habían fusilado (y en este contexto provoca un poco de grima utilizar esa metáfora) de la publicación italiana del fascista Curzio Malaparte.²⁸

    Gecé presume de haber participado en la fundación de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista -las JONS-, aunque más tarde todo el mérito le haya sido atribuido (a causa de Ricardo de la Cierva) al ex jesuita vallisoletano Onésimo Redondo.

    Él fue asimismo quien propuso en el primer Congreso Nacional el uso de la camisa azul -color laboral y operario lo llama-

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