Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Luz de Endor
La Luz de Endor
La Luz de Endor
Libro electrónico479 páginas6 horas

La Luz de Endor

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una intrépida luz se atreve a forjar su propio destino.

Tras huir de Endor, Shylah se encuentra a sí misma en un mundo nuevo en el que tendrá que aprender a sobrevivir y enfrentar nuevos retos, iniciando así el viaje que cambiará su vida, y la de todos, para siempre.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento30 ene 2021
ISBN9788418500749
La Luz de Endor
Autor

Marta Torrico Lorenzo

Marta Torrico Lorenzo nació en Madrid en el año 1997. Originaria del distrito de Hortaleza, nos presenta su primer libro qu e promete ser el primero de una saga. Inició sus estudios en Arqueología y después en Estudios de Asia y África, ninguno concluido hasta la fecha. Sus grandes pasiones son la lectura, los viajes, la fotografía y la geopolítica.

Relacionado con La Luz de Endor

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La Luz de Endor

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Luz de Endor - Marta Torrico Lorenzo

    1

    Mientras caminaba a paso rápido, Shylah no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido desde que abandonara Endor. Un montón de nuevas emociones estremecían su ser, sentimientos encontrados que subvertían su juicio, pero, sobre todo, caía sobre todo su ser el peso de la decepción. No solo se sentía decepcionada con aquellos que habían tomado un papel importante en su vida, no; es cierto que le traía dolor pensar en aquellos momentos de felicidad, momentos que habían dado un nuevo significado a su existencia, con los que había compartido experiencias que jamás podría olvidar; no, no solo se sentía decepcionada con ellos, estaba decepcionada consigo misma. Se había dejado guiar por su corazón, por sus emociones, había sido débil e ingenua, había confiado demasiado en su intuición y había rechazado la razón, y todo ¿por qué? ¿Por querer llevar la razón? ¿Porque realmente creía que la bondad, que la luz habitaba en sus corazones? Había negado a su propia especie, a su propia maestra; había ignorado sus palabras y ahora todo aquello le pesaba. Y, por primera vez en sus más de seiscientos años, se sentía completamente sola.

    No se arrepentía de haber abandonado Endor, fue su decisión y eso es algo que aun en soledad nadie podrá arrebatárselo. Había desafiado a su destino y, aunque el resultado no pareciera como se figuraba, había alcanzado la libertad de ejercerlo, la libertad de ser ella.

    Hacía ya muchísimos siglos de aquella primera aventura, cuando no siendo más que una recién nacida en términos endorianos, mientras todas dormían, se había fugado de su cuarto y había recorrido pasillos eternos y, como después bautizaría, el Gran salón de la Historia. Poseía unas dimensiones colosales que, a ojos de una recién nacida, suponía la inmensidad de todo su mundo.

    Jamás olvidaría que fue allí donde sintió por primera vez. Un estremecimiento ante toda aquella grandeza, su belleza, que aún de carácter simple, se encontraba entre sus columnas, la vastedad, la oscuridad que allí se cernía, la hicieron sentir pequeña, vulnerable, insignificante, pero a la vez fue la realización de quién era, de quién podría llegar a ser y lo que se esperaba de ella.

    El silencio, aun siendo característico del palacio, allí, en el Gran Salón de la Historia, Shylah se sentía diferente, sentía vibrar la luz de Endor a su alrededor, sentía como la suya propia se llenaba con su luz, como por unos instantes se sentía una con Endor. Tampoco olvidaría cómo estando allí quieta había creído oír una voz, una voz que la llamaba.

    Aquella aventura no solo había despertado en ella la capacidad de sentir, sino que la curiosidad se volvió parte de su identidad. Muchas más excursiones sucedieron a aquella y en todas ellas Shylah recorría no solo el Gran Salón de la Historia, sino que se aventuraba en las profundidades del palacio.

    Los largos y enrevesados pasillos de mármol y cuarzo habrían conseguido que cualquier ser poco avispado perdiera el sentido de la orientación y hubiera acabado en un laberinto sin fin. Pero Shylah aprendió que jamás se perdía, no importaba cuán lejos fuera o cuán perdida creyera que estaba, siempre encontraba la forma de hallar su camino de vuelta.

    En otra de sus aventuras encontró algo que despertó su segunda emoción. La sorpresa. Mientras deambulaba por los grisáceos pasillos de mármol, un tono muy parecido al de su piel, y blanco cuarzo, llegó hasta lo que parecía una novedad entre toda aquella uniformidad.

    Una luz desconocida para Shylah entraba por una de las paredes.

    Hasta ese momento no había descubierto ningún cambio significativo en ninguna de sus incursiones. Para deleite suyo, aquel descubrimiento suponía un gran avance, por insignificante que pudiera parecer para mentes obtusas.

    Con cierto recelo pero sin miedo alguno se acercó a aquella luz. Era clara y tenue. Acercó una de sus mano y trató de tocarla, pero no pudo, la luz que ahí se proyectaba no era la clase de luz a la que la endoriana estaba acostumbrada. No podía tocarla y, aun así, era la luz quien acariciaba su mano con gracia y gentileza.

    Era diferente y, aún desconocida, sentía su conexión. Sin darse cuenta Shylah había sonreído por primera vez; pero su gesto cambió por completo cuando giró el rostro hacia la derecha. Sus grandes ojos se abrieron tanto que empequeñecieron su fino rostro.

    En lo alto había un agujero en la pared lo suficientemente grande para que nuestra intrépida protagonista pudiera mirar a través de él con su menudo cuerpo.

    Se subió en la rota piedra que había en el suelo y miró a través del agujero. Una gran bola flotaba en un mar de oscuridad. Shylah jamás había estado en el exterior ni aún conocía de su existencia, era demasiado joven y, por lo que a ella respectaba, el palacio era todo su universo.

    Una suave brisa acarició su ceniciento rostro y sutilmente movió su melena castaña oscura. Es difícil de expresar con palabras qué sintió exactamente en ese momento, todo lo que significaba para ella, lo que sus ojos estaban presenciando.

    Ante ella se encontraba Leilue, una de las once lunas de Endor. Pero no solo Leilue se hallaba ante ella, la mismísima Endor y la oscuridad de la noche abarcaban todo cuanto alcanzaba a ver.

    En el cielo, Leilue parecía luchar por mantener a raya a la oscuridad, por conservar su sitio en el universo. Gris y solitaria, Leilue se erigía con orgullo y determinación ante toda aquella oscuridad. Su luz era capaz de eclipsar, pero, aun así, no era suficiente para impedir que la oscuridad continuara dominando el cielo y todo a su alrededor.

    Shylah se había enamorado de su belleza, de su luz, de su autenticidad; era su primer gran descubrimiento. Su mundo empezaba a coger forma. Su realidad comenzaba a tener significado.

    Con el corazón en un puño, tenía que abandonar a Leilue, su primera amiga, pues era tiempo de volver antes de que su maestra se diera cuenta de su ausencia.

    Este descubrimiento abrió una ventana en su ser. Su luz había cambiado, ella había cambiado, lo sentía y le gustaba.

    Pero con Kaeith todo había sido diferente. Todas las emociones, todo cuanto ella había sentido antes de conocerle, habían sido un reflejo de su luz, de su ser, de sus aprendizajes individuales.

    Con él había descubierto sentimientos que iban más allá de su propia comprensión, sentimientos que por primera vez no giraban en torno a ella. Y eran estos sentimientos lo que le hacían perderse en un mar de incertidumbre. Kaeith había significado mucho para ella. Significaba el comienzo de su libertad, en el que, por primera vez, ella era dueña de su destino.

    Sería mucho tiempo después de aquellas primera escapadas, cuando ya conocía de la existencia de otros planetas, galaxias, formas de vida y muchas de las intrínsecas respuestas sobre la existencia, que Shylah se habría resignado, no sin pena, a su destino. Durante largos siglos trató de buscar la manera de salir del palacio, de volver a ver a Leilue, pero jamás encontró una salida ni volvió a ver a su amiga.

    Pero esto no detuvo a Shylah. Su mente pudo haberse rendido, pero no así su luz, su alma, lo hizo. Su luz continuó guiándola y, cuando todo creía perdido, encontró la manera de volver a usar sus alas.

    Cuando se prometió que solo una vez más volvería a desobedecer, descubrió algo que quebraría aquella promesa.

    Caminando sin rumbo en las profundidades del palacio, como tantas otras veces había hecho, llegó hasta una puerta que a su llegada, por motivos que jamás se cuestionaría, se abrió a voluntad.

    Sin miedo y ciertamente excitada ante aquel nuevo descubrimiento, se acercó como empujada por una fuerza mayor.

    Era una estancia tan grande o más que el Gran Salón de la Historia. Sus ojos no podían ver su final, y la luz ocupaba todo el lugar. En él, había una infinidad de bolas de cristal y cuarzo y materiales que aún no conocía. Todas ellas empezaron a brillar con fuerza durante unos segundos en los que Shylah no pudo mantener los ojos abiertos.

    Cuando por fin pudo abrir los ojos, vio que solo una, de entre todas aquellas bolas que alcanzaba a ver, seguía brillando con fuerza.

    Se acercó a ella y sintió como la luz que se hallaba en su interior llamaba a la suya propia. Colocó instintivamente sus manos sobre la bola y se dejó llevar. Cuando abrió los ojos, Shylah había abandonado la estancia y se encontró a sí misma en un mundo completamente desconocido…

    Las llamaría las Bolas del Recuerdo, pues eran ventanas a otros mundos, luces conservadas que una vez estuvieron a punto de desaparecer, vidas que una vez poblaron el universo. Aquel viaje marcó un punto de inflexión en Shylah. Su curiosidad se acrecentó y el anhelo de libertad tomó conciencia en ella. La tristeza la embargó y la soledad comenzó a pesar en su corazón. Pero Shylah sabía que no podía contarle nada de aquello a su maestra, pues esta no lo entendería.

    Decidió seguir fingiendo delante de ella, pero se negaba a seguir reprimiendo sus emociones, sus sentimientos. Ella era quien era y, aun si su destino estaba escrito, no iba a dejar que ello la definiera.

    Los seres de Endor pertenecen a una de las once especies más antiguas del universo, siendo estas las primeras en brotar tras la gran explosión y que han pervivido desde entonces. Muchos mundos han oído sobre ellos, creando dioses y leyendas en torno a su imagen.

    Las endorianas, a través de la vastedad del tiempo, han conseguido dominar su luz por completo, concediéndoles este una sabiduría y poder ilimitado, llegando inclusive a ser capaces de volverse una con la misma.

    La luz de Endor es conocida como la energía principal que dio origen a toda la vida en su planeta. Es esta energía que se desprende de la principal la que se convierte en la luz de cada ser; al separarse de la energía principal, la luz toma su propio camino convirtiéndose en una nueva y única consciencia independiente.

    Todo el conocimiento que Shylah conocía le fue transmitido por su mentora y guardiana, Sheloa. En Endor aquellas que aún no habían alcanzado el milenio, conocidas como endias, debían ser educadas por una endara, una endoriana que ha superado el millón de años; algunas llegando inclusive a tener una edad muy cercana al de la creación del universo. Estas últimas son conocidas como las endaras del comienzo. Y son estas, las endaras, las que se encargan de transmitir todo el conocimiento acumulado por miles de millones de años. Una vez nacida la criatura, su madre biológica se marcha a continuar explorando el universo, y no volverá a ser vista hasta pasado el millón o varios millones de años. Estas endorianas son conocidas como las endiivas, aquellas que tienen una edad entre los mil y el millón de años. Las endiivas son clave para la supervivencia de su especie, pues son ellas las que harán el viaje a otros mundo, donde serán fecundadas. No existen los varones en Endor, por lo que las endiivas, como un rito de iniciación a la edad adulta y en la exploración del universo, han de hacer su primer viaje con la intención de ser fecundadas por una especie que posea dos cualidades fundamentales: tener la capacidad reproductiva entre dos o más sexos y ser una especie con una consciencia lo suficientemente desarrollada para poder conectar. Después, tardarán cientos de años en dar a luz a una nueva vida, es por eso que, aunque el palacio ocupe todo el planeta, son muy pocas quienes lo habitan.

    Por último, pero no menos importante, la Endar. Ella fue la primera en comprender y dominar la luz de Endor; es de ella de quien descienden las demás; es tan antigua como el universo mismo.

    Pero las endias solo tienen permitido conocer únicamente otro ser de su propia especie, a su endara. En una de las muchas discusiones que Shylah había tenido con su mentora acerca de las luces y las energías, había una que destacaba por su importancia:

    Las luces de nuestro universo desprenden lo que conocemos como las energías principales, que dan forma a la existencia y, a su vez, conforma una infinidad de realidades que se crean a partir de cada una de las consciencias únicas.

    En el inicio de nuestros tiempos, tras la gran explosión que dio origen a nuestro universo, conocida como la Plebanie, la luz se expandió por todos los rincones del mismo. Esta luz es conocida como la Original, de la que derivan todas las principales. Y estas principales, a su vez, derivan de las luces primordiales, estrellas que en un principio se encontraban en el centro de cada Espiral de Vida y, tal y como sucedió con la Plebanie pero a una menor escala, explotaron. Pero para que entiendas nuestro universo antes he de hablarte del Verso. El Verso es el ‘conjunto de unidades cilíndricas, conocidas como universos, que se ramifican entre sí, formando una red’. Podemos encontrar una semejanza con un sistema nervioso de una especie media. Cuando un universo es creado, es en realidad la expansión del Verso en una nueva rama.

    Nuestro universo, es decir, nuestra ramificación, existe desde hace doce mil millones de años. La expansión surgió tras la explosión de una estrella de dimensiones colosales y, de esta estrella, surge toda la luz, vida y existencia de nuestro universo. La Luz Original.

    En estas ramas cilíndricas se forman lo que nosotras llamamos las Espirales de Vida. Estas espirales, también conocidas como galaxias, fueron en su día estrellas grandes que con su explosión crearon no solo la espiral, sino un agujero negro. Los agujeros negros podemos considerarlos como puertas o, inclusive, heridas en el cilindro que llevan hasta el vacío. El vacío es lo que separa a las ramificaciones, lo que hay entre medias. Pero, si se tiene el conocimiento suficiente, sirve como atajo para viajar a otros universos. Pero ese portal no es eterno, la luz de la estrella primordial tiene un ciclo, pues busca volver, y el agujero busca cerrarse.

    Y aquí se presenta el dilema. No siempre es luz pura la que vuelve.

    La luz que un día fue primordial tiene la capacidad de cerrar el agujero y, si lo consigue, se creará una estrella aún más grande y así, sucesivamente, hasta que una de las Espirales de Vida tenga éxito y se convierta en una estrella lo suficientemente gigantesca para originar otra Plebanie.

    Pero si es, o es más la luz oscura lo que regresa al centro de la Espiral, la estrella, su luz morirá siendo absorbida y expulsada por el agujero.

    Y volviendo a nuestro universo, como te he dicho, la luz de la estrella Original se expandió creándose la mayor parte de la materia, y su luz se dividió en las estrellas primordiales, las estrellas que dan origen a las Espirales de Vida. De la luz de las primordiales, surgen dos tipos, las principales y las luces de apoyo.

    Las principales son las ‘luces que tomaron como recipiente un planeta’. Y es de este planeta, generalmente con la ayuda de las luces de apoyo, otra estrella y satélites, que nacen las conocidas como luces únicas. Todos los recipientes que nacieron de estas luces poseen la luz única.

    Las luces principales, a través de sus energías, pueden dar forma tanto en el mundo material como en los distintos planos astrales o de realidad. Las energías ni se crean ni se destruyen, únicamente se transforman. Las energías son la fuerza que nuestra luz transmite, por lo que, si una energía se transforma en oscura, también lo acabará haciendo su luz.

    Todos los seres, al ser hijas de la luz principal, con el conocimiento necesario, somos capaces también de crear y manipular nuestro entorno. Existen distintas clasificaciones de seres con respecto a su conocimiento sobre la luz. Los tres grupos principales, y los que por ahora solo necesitas saber, son:

    Los kae: Seres que transmiten la energía de su luz de manera instintiva y carecen de un conocimiento tácito o consciente sobre su concepto. Su existencia se basa en la mera supervivencia de la luz en el terreno material.

    Los kuvli: Son especies que han conseguido mínimamente dominar su energía y manipular la realidad que los rodea. Tienen una percepción sobre la existencia, pero es generalmente errónea.

    Y, por último, los kalantes, que abarcarían a las once especies originales que han subsistido al paso del tiempo. Por ejemplo, nuestra propia especie, que ha conseguido no solo manipular su propia luz, sino que nos hemos vuelto una con ella.

    Solo los kalantes hemos sido capaces de mantener nuestra forma corpórea como algo permanente, pero eso no quiere decir que seamos inmortales o que nuestro recipiente no pueda llegar a ser destruido en ciertas circunstancias. Pero, a diferencia de nuestra realidad material, toda luz sí es inmortal y existen muchos caminos que tomar después de abandonar nuestro molde, pero eso ya es algo que cada ser ha de descubrir individualmente, pues es el destino que, tarde o temprano, a todos nos aguarda.

    Y, aunque toda luz y energía en su comienzo fue pura, de ella ha surgido la luz y energía oscura de la que el espacio, en concreto la materia oscura, se alimenta. Esta nueva energía, que se transformó de la pura, se originó a través de las acciones y motivaciones de aquellos seres o luces que durante miles de millones de años acabaron por corromperse. Esta luz oscura puede bien asemejarse con un virus, pues esta «nueva» luz se alimenta como un parásito de la luz pura que habita en todos los seres o planetas sin distinción alguna, pues, si no lo hace, sus recipientes se marchitan y su existencia en el plano terrenal se ve disminuida. Es en la voluntad de sus seres donde se halla la clave de la supervivencia de un planeta o de una luz.

    Muchas de estas luces oscuras han acabado por transformar planetas enteros de luz pura, acabando así con toda la vida que conocemos y transformando al planeta en un lugar frío, hostil e inhabitado. Los kuvli, por ejemplo, son las formas de vida más peligrosas y propensas a corromperse.

    —¿Por qué son las más peligrosas, maestra?

    —Por la ignorancia, mi joven endia. La ignorancia es la carencia de conocimiento o experiencia. Y esta carencia las guía por el camino del miedo, y el miedo las lleva a tomar decisiones, en la mayoría de casos, guiadas por el odio, que corrompen su luz. Y una luz corrompida tiende a convertirse en una luz oscura. Por eso el conocimiento sobre quiénes somos es fundamental para la supervivencia de la vida en el universo. Somos lo que aportamos, somos la energía que transmitimos, somos luz.

    —¿Qué sucederá si la luz oscura gana? O, por el contrario, ¿qué sucedería si lo hiciera la luz pura? ¿Qué significaría?

    —Buena pregunta, Shylah. ¿Qué crees que sucederá?

    —Si la luz oscura gana, significaría que todas las luces se apagarían, ¿verdad? Significaría que solo existiría oscuridad y, con ello, todos nosotros también nos apagaríamos. Entonces, eso querría decir que… ¿todos moriremos? Pero dijiste que la luz no podía morir.

    —Sí, así es. Si la luz oscura ganase, no habría luz en nuestro universo. Toda vida que conocemos estaría condenada a la extinción. La transformación de la luz originaría su propia muerte, pero con ella otra forma de existencia sería creada.

    —¿Y cómo sería esa forma de existencia nueva, maestra?

    —Sería lo que conocemos como la nada. Una existencia carente de vida, pero en donde el vacío albergaría solo materia oscura y gases, pues, a diferencia de la luz pura, la luz oscura necesita de su luz para existir.

    —Entonces, una rama del Verso se apagaría, ¿verdad?

    —Así es, joven endia.

    —Maestra, ¿por qué existimos? ¿Por qué existe el Verso?

    —El Verso es únicamente una parte más que conforma algo mayor. Estamos casi seguras de que formamos parte de la creación de una entidad. El Verso forma parte del sistema nervioso de este nuevo ser.

    —¿Y qué es esta nueva entidad, maestra?

    —Lo desconocemos, joven endia. Solo podemos teorizar sobre ello.

    —Entonces, es importante que la luz no se extinga, ¿verdad?

    —Es importante, sí, así es. Pero no por esta entidad que aún desconocemos, sino porque la luz garantiza que la vida siga siendo una realidad.

    —¿Y qué teorías hay, maestra?

    —Te diré solo dos, pues este es un tema que veremos más detenidamente una vez te conviertas en endara. Una de las teorías es la creación de la luz o la oscuridad como entidad propia y la otra, que en el plano en el que este ente se desarrolla solo existen entidades que representan las complejidades de la existencia.

    —Maestra, ¿cómo se vence a la luz oscura?

    —Eso es algo de lo que no debes preocuparte, Shylah. Esa lucha no nos corresponde. Nuestra especie no es más que un espectador de lo inevitable. Somos las guardianas de la luz de Endor, somos las guardianas del conocimiento, nuestra lucha está aquí.

    —Pero, aun así, maestra, por favor, tengo curiosidad por conocer la respuesta.

    —Nuestra comprensión de Endor nos ha guiado por el camino del conocimiento hasta poder convertirnos en una con la luz principal. Me satisface ver que esa voluntad no se ha perdido y la luz continúa guiando tu camino. No existe forma o poder en nosotros capaz de «destruir» la luz oscura. Sí, en cambio, podemos destruir su realidad material, lo único que necesitas es tu propia luz para ello. Una vez destruido su recipiente, la luz oscura, si no encuentra otro molde que ocupar o solaparse, su única manera de supervivencia es abandonando al planeta, donde deberá unirse a la materia oscura o acabará siendo absorbido por una estrella que acabará purificando su corrupción y transformándose de nuevo en una luz pura.

    »Las estrellas de apoyo son una fuente de luz y energía colosal, que una vez explotan su luz se divide y viaja por el espacio, llegando a instalarse en otros planetas o adhiriéndose a otras estrellas de mayor poder. Y quizás, si su tamaño lo permite, creando nuevos agujeros negros. Estas estrellas ayudan a la luz principal a crear las condiciones necesarias para que el planeta cobre vida. Por lo que todas las especies tienen mínimo tres energías fundamentales: la suya propia, la energía principal y la energía de apoyo. De estas dos últimas es de donde las luces únicas pueden recargarse y conseguir más poder.

    —Pero yo creía que el poder de todas las luces era ilimitado.

    —Sí, así es. Pero el poder de las luces no está al alcance de todos, pues no todos tienen el conocimiento. Las luces únicas, una vez toman el recipiente, olvidan lo que son, olvidan lo que fueron. Y, para que su recipiente exista, necesitan de apoyo. Además, es recíproco. Nosotras, por ejemplo, nos convertimos en una con la luz, por lo que al igual que Endor nos transmite su poder, nosotras sustentamos a Endor transmitiéndole nuestra energía pura, y una vez la estrella de apoyo absorba las luces de su alrededor, la estrella crecerá. Pues cada estrella de apoyo tiene a su alrededor lo que conocemos como sistemas planetarios. Planetas, satélites u otros que orbitan alrededor de su luz, absorbiendo su energía, que en algún momento habrá que devolver. Es en cierta forma un trato entre luces. La luz principal, para asegurar una mayor supervivencia de su luz y sus creaciones, se coloca cerca de una de apoyo, y la de apoyo se acabará beneficiando al absorber estas luces.

    —¿Existe alguna esperanza para las luces corrompidas que aún no se han transformado?

    —Siempre hay esperanza, Shylah, pero, como ves, todo acto tiene su consecuencia, y hay veces que no hay vuelta atrás. Existe un sentimiento en particular, el más corrosivo de todos, el odio. Han existido una gran cantidad de especies con un gran potencial que decidieron caminar por la senda del odio y que finalmente acabaron con su absoluta destrucción.

    —¿Qué es el odio, maestra?

    —Es un sentimiento profundo e intenso que provoca el deseo de ejercer el mal sobre algo o alguien. Un sentimiento extremadamente corrosivo y desagradable que carece de fundamento, más allá de la propia simpleza del ser que lo contempla en su interior.

    —No estoy segura de entenderlo.

    —Es normal, joven endia. No está en nosotras sentir, pero sí el entender, y el odio no es algo sencillo de comprender. Tu luz es pura, y aún no ha experimentado o visto de lo que este sentimiento es capaz de hacer. Quizás una vez lo veas con tus propios ojos seas capaz de entenderlo.

    —Y, maestra, si existe ese ente del que hemos hablado antes, ¿formaría él parte también de algo aún más grande? ¿Sería como nosotros a otra escala?

    —Tenemos la certeza de que existe, sí. Y sí, así es. El ente formaría parte de algo aún más grande, y así sucesivamente por quién sabe cuánto más.

    —Pero, entonces, ¿hay un límite, maestra?

    —Lo hay, sí. La conocida como la Primera Existencia o la Existencia.

    —¿Y qué hay allí, maestra?

    —Lo desconocemos, endia.

    —¿Y hay forma de saberlo algún día?

    —Sí, o eso creemos al menos.

    —¿Cómo, maestra?

    —Existe una manera de llegar. Para ello has de convertirte en un ser de dimensiones microscópicas y llegar hasta el último de los reinos Micros. Allí, en el último, o primer reino, según se mire, está la pared blanca y, si consigues atravesarla, llegarás hasta la Primera Existencia.

    —¿Y cómo puedes convertirte en un ser tan pequeño, maestra?

    —Para que una luz sea capaz de viajar tal lejos, ha de cumplir ciertas características y ha de ser durante un momento concreto, ya que, por sí sola, no existe luz alguna en todo el universo, en este y en los demás, que pueda llegar tan lejos. Pero ya hablaremos de este tema, y más, cuando crezcas. En la siguiente clase abordaremos los sentimientos, las emociones y otras formas de vida más específicamente. Ahora es tiempo de que volvamos a tu cuarto. La clase ha terminado por hoy.

    2

    Shylah estaba ensimismada en sus pensamientos, tanto que no percibió cómo una luz llevaba largo rato siguiendo su paso.

    Siguió dando vueltas a las palabras de Sheloa cuando llegó a la ribera de un río. Su especie es capaz de transformar su recipiente en uno más sofisticado que asegure su supervivencia en otros planetas. Es por ello que, cuando llegó a Nádur Fearann, su cuerpo se transformó en un recipiente humano. Los detalles físicos que la habían diferenciado en Endor seguían existiendo en su nuevo cuerpo. Sus ojos continuaban siendo color almendra, mientras que su cabello continuaba siendo castaño oscuro. Su piel, en cambio, se había vuelto blanca, pálida. En Endor había dejado su color grisáceo. También su altura se había visto afectada, pues las endorianas son capaces de alcanzar los tres metros de altura y, aunque ella se consideraba bajita, probablemente debido a su corta edad, en Endor su altura llegaba únicamente a los dos metros. Aquí, en Nádur Fearann, su altura no alcanzaba el metro sesenta y cuatro. Le hacía mucha gracia pensar que no era mucho más alta a cuando se fugó por primera vez de su cuarto.

    Kaeith, en cambio, debía medir alrededor del metro noventa. Por allí en Nádur Fearann, por lo que conocía hasta el momento, la gente no solía superar los dos metros, la mayoría ni siquiera superaba el metro noventa. Solo la familia real, que ella hubiera visto, alcanzaba esa altura y, según le habían dicho, en otros tiempos, los asai llegaron a superar los dos metros de altura, siendo considerados gigantes entre los humanos.

    Era curioso, pensaría Shylah, tenía más rasgos en común con aquellos humanos que con Sheloa.

    Nunca les había dado realmente importancia a las diferencias físicas con su maestra, pues el recipiente no era más que eso, un recipiente, pero le hacía gracia poseer más similitudes, tanto físicas como a nivel emocional, con esa especie que con la suya propia.

    Cuando por fin consiguió zafarse de aquellos recuerdos, Shylah se dispuso a beber del río, pues ahora, con su nuevo recipiente, necesitaba seguir sus características únicas y fundamentales que aseguraran su supervivencia. Su cuerpo en Endor estaba hecho específicamente para su luz; allí, ese cuerpo no era más que un disfraz para salir del paso, no aguantaría eternamente. Si quería vivir, tendría que volver a Endor en algún momento, ya que una vez lo hiciera su cuerpo volvería a su forma original.

    Estando agachada se percató de la energía que la había estado siguiendo. Se paró unos segundo a analizarla y sintió que se trataba de una luz inofensiva, una luz que transmitía miedo, inseguridad pero determinación. Un humano. Junto a ella había otra luz, una más pequeña. Un animal.

    Dudó en si abordarlos, pero prefirió esperar a que ellos hicieran el primer movimiento. Había aprendido que era mejor esperar, pues, si alguien pretendía hacerle daño, se iba a llevar una grata sorpresa. Aún en su nuevo cuerpo humano, Shylah conservaba todos sus poderes, pues estos vienen de su luz. Estaba aún aprendiendo a usarlos; en Endor las clases habían sido mayormente teóricas, pero, en algunas contadas ocasiones, Sheloa le había enseñado brevemente cómo conectar con su luz y cómo usar su poder. Ciertamente, habría aprendido mucho más en los milenios posteriores, pero al haberse fugado perdió esa oportunidad.

    Ahora solo le quedaba aprender por sí misma y, hasta la fecha, no le estaba yendo del todo mal. Había sorteado muchos dilemas solo con su intelecto y perspicacia. Aunque no habían sido suficientes, y ella lo sabía. Era aún demasiado inocente. Había estudiado sobre muchísimas especies, como estas, en muchos casos, crearon civilizaciones, sus complejidades, sus modos de relacionarse entre ellos y su mundo. A Shylah le fascinaba todo ese conocimiento, aunque no fuera capaz de comprenderles enteramente. Se sentía unida a todos ellos, ya que, al igual que ella, ellos eran capaces de sentir y, a diferencia de las endorianas, para las que su mundo giraba de manera pura, racional y objetiva, estas otras especies dejaban que sus sentimientos tomaran posesión de ellos, dejaban que estos los guiaran y a través de ellos construían sus mundos.

    Shylah sabía que era cierto que anular sus sentimientos facilitaba las cosas, su visión se volvía más precisa y su criterio, más objetivo, pero también sabía que no era totalmente cierto. Sin sus emociones, sus sentimientos, perdía la capacidad de empatizar con cualquier luz, y esa pérdida podía nublar el juicio de la luz más justa, de la luz más pura.

    Pero, por más que hubiera tratado de reprimir sus sentimientos, esto jamás había dado su fruto. Su luz sentía y era algo que nadie podría cambiar. Le gustaba ser así, la existencia era mucho más rica con los sentimientos.

    Las endorianas basaban su existencia en la búsqueda y recolección del conocimiento. «¿Por qué?», le había preguntado una vez a su maestra. «Porque el conocimiento nos dará nuestro sitio en el universo». Aún no estaba segura de qué significaban esas palabras, pero tampoco les dio demasiada importancia en aquel entonces.

    Metió sus dos manos en el río para coger agua, y el humano se abalanzó sobre ella, tirándola hacia un lado. Ella le miró con los ojos muy abiertos, levantando rápidamente una de sus manos, preparada para responder al ataque, pues no había anticipado que esa inofensiva luz le atacara de la nada.

    —¡Noooo! —gritó una voz infantil mientras la apartaba—. Esta agua no se puede beber —dijo alterado.

    —Ah, no lo sabía —fue todo lo que pudo decir mientras entornaba los ojos desde el suelo.

    —Hay ríos que las personas no podemos beber, pero los animales sí —dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo.

    —Vaya, creía que toda agua era potable en este planeta.

    Intentó recordar si Kaeith o alguien de la corte le había advertido de este hecho. Pero no, nadie se lo había mencionado. La verdad, había muchos detalles que habían omitido, quizás por propia ignorancia, ya que eran sus sirvientes y esclavos quienes se encargaban de sus necesidades vitales.

    El pequeño negó con la cabeza.

    —El agua del mar tampoco se puede beber.

    Había oído hablar del mar cuando vivía en Varda, uno de los tres castillos de Aeternitas, la capital del imperio, y el castillo en el que residían el emperador y dos de sus hijos. Nunca se le ocurrió preguntar si ese agua se podía beber, la verdad, lo había dado por hecho.

    El pequeño se alejó un poco de ella, y Shylah le miró con atención. El pelo graso le caía por su pálido rostro lleno de suciedad; sus ojos, que brillaban con una luz especial, eran de un azul muy intenso. Vestía con ropas andrajosas e iba descalzo. Aquella imagen enterneció su corazón; desde su llegada, Kaeith y el emperador le habían mostrado un mundo ficticio. Jamás mencionaron la pobreza u otro tipo de opresión, solo la colmaron con datos que enorgullecían al imperio; el mundo que le habían mostrado estaba rodeado de exquisitez, perfección, pareciera que todos en aquel planeta vivieran como en Varda. Incluso cuando se trasladaron a la capital, Kaeith había tomado las precauciones necesarias para evitar que ella viera zonas pobres o barbaridades que se estaban llevando a cabo por sus soldados.

    Habían sido muy cuidadosos al mostrarle su mundo. Ahí debió ser el momento en el que se percatara de que algo no podía ir bien. Sabía perfectamente que no existían los mundos perfectos.

    Raramente un mundo, y más si era poblado por especies kuvli, lograba alcanzar un estado en el que sus luces se sintieran libres y realizadas.

    Y ese mundo no era ninguna excepción, por mucho que ella lo hubiera deseado. Guiada por la inocencia de su edad y de su carácter, se dejó llevar y, por un tiempo, aceptó aquella burbuja de cristal.

    Unos arbustos a su izquierda comenzaron a agitarse. De ellos salió una pequeña cabeza roja con dos orejas puntiagudas. Miró a Shylah con curiosidad y después al pequeño, sin saber muy bien si unirse a ellos o quedarse al resguardo del arbusto. El niño nada más verle corrió hacia él y le cogió en brazos, tratando de protegerle con su menudo cuerpo.

    —Es mi amigo, no le hagas daño, por favor.

    Había miedo en su mirada mientras apretaba contra su cuerpo al animal. Shylah vio que se trataba de un zorro. La primera vez que oyó sobre ellos fue en Irindar, aunque no sería hasta estar en Varda cuando vería el recipiente de uno en el cuerpo de una

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1