Memorias De Un Miserable
Por Hiram Dorado
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“Memorias de un miserable”, a través del diálogo y del relato de las experiencias, puede ser la mejor forma para identificarnos con la condición de nuestro propio corazón y desgranar esos tiempos en los que hemos sido abatidos por la insensibilidad, la indiferencia, la apatía, el racismo o los prejuicios que hemos vivido durante nuestras vidas. “Memorias de un miserable” es algo original y diferente que nos puede llevar a la transparencia en nuestras relaciones y con nosotros mismos, sin olvidar que la libertad de las personas es tan valiosa como la nuestra y que el amor incondicional y la aceptación para con los demás comienza en nosotros mismos.
Hiram Dorado
Hiram Dorado es un escritor algo excepcional a quien le encanta pasar tiempo meditando y reflexionando sobre los problemas y dificultades que ocurren durante nuestras relaciones. Es apasionado y disfruta sacudir las mentes de las personas para promover una mejor comunicación y entendimiento entre ellas. Hiram aprecia un buen diálogo en cualquier ámbito o campo de estudio ya que ha estado involucrado en diferentes tareas en el entorno de la política, el ejército, la religión y el gobierno, y tiene además un conocimiento muy diversificado producto de otras experiencias de la vida. Le encanta conocer gente nueva. Puedes encontrar y conocer más sobre Hiram Dorado en Twitter, Google, Facebook, Instagram, YouTube y en su sitio web personal https://www.hiramdorado.com.
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Memorias De Un Miserable - Hiram Dorado
MEMORIAS
DE UN
MISERABLE
HIRAM DORADO
Copyright © 2020 por Hiram Dorado.
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Fecha de revisión: 05/08/2020
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
ÍNDICE
Nota del autor
Introducción: El encuentro
Soledad
Capítulo I Las enseñanzas
Necesidad
Temor
Engaño
Desilusión
Desobediencia
Aflicción
Capítulo II Los romances
Libertad
Experiencia
Rebeldía
Sencillez
Lógica
Esperanza
Capítulo III Las enemistades
Tradición
Duda
Resentimiento
Ego y Vanidad
Obsesión
Inocencia
Capítulo IV Las tragedias
Injusticia
Propósito
Desorden
Capítulo V La madurez
Criterio
Gracia
Capítulo VI El juicio
Armonía
Final: La despedida
Miserable
Nota del autor
Esta serie de encuentros entre Soledad, Hiram y otros personajes son experiencias que pudo haber tenido cualquier otra persona. Son lecciones que todos podemos aprender después de tomar en cuenta las experiencias que tuvimos con las relaciones, las amistades y hasta con nuestra propia familia. Puedo decir que esta obra es la continuación del libro Relaciones; ahora comparto lo bueno y lo malo de mis propios encuentros y la manera en que todo se vuelve indispensable para el crecimiento personal. Es como haber expuesto la teoría acerca de las relaciones en el último libro, mientras que aquí se expone la aplicación.
Aunque preferí no asociar ningún nombre en particular durante cada encuentro o para cada experiencia que tuve durante cierto tiempo (o durante toda mi vida), para no causar daños a terceros, los personajes son reales. La intención de usar esas mismas conductas o sentimientos que los distinguieron individualmente como si hubieran sido sus nombres propios fue para que nos demos cuenta de la manera en que nuestra propia energía tiene gran influencia en los demás. Es muy importante para mí sugerir que todos nosotros seremos siempre reconocidos por los demás a través de nuestras propias actitudes y conductas; hablo de esa energía que se convierte en una identificación muy propia, como los calificativos que he usado para los personajes de mis memorias.
En cada personaje existe la posibilidad de identificarnos con alguien o con nosotros mismos y de ver de qué manera en frecuentes ocasiones hemos permitido que ciertas conductas o sentimientos tomaran el control de nuestras decisiones y cómo estas conductas han afectado negativamente nuestras relaciones con los demás.
El orden de los encuentros no está asociado al crecimiento de ninguna vida; todos pasamos por etapas muy parecidas, pero también muy diferentes de los demás. En muchas ocasiones, la vida nos lleva en un sube y baja de experiencias, y cuando pensamos que ya hemos aprendido bastante y que ya nos conocemos mejor es cuando nos viene otra tragedia; después de la tragedia, un romance o una enemistad, o viceversa, para después comenzar de nuevo con otra enseñanza que nos invita a seguir descubriéndonos.
Aunque todas estas experiencias las he hecho muy personales, no puedo apuntar el dedo hacia ciertas personas, porque ninguna de las experiencias aquí escritas puede tomarse subjetivamente, sino, más bien, escribir nombres diferentes nos hace pensar que la única forma en que todos podemos aprender y crecer es ver este mundo más objetivamente.
Qué conveniente sería si estas mismas memorias de un miserable nos sirvieran para enfrentar a nuestros propios monstruos. Y menciono el hecho de saber enfrentar nuestros propios monstruos porque en varios capítulos el encuentro no es necesariamente un enfrentamiento con una persona ajena sino, tal vez, una de mis luchas internas. Esta misma incógnita de no saber a quién me refiero se vuelve algo más interesante y única a su vez, porque el lector tiene la libertad de imaginarse o interpretar tales encuentros como una referencia a alguien más, o preguntarse si tal vez se está tratando de mi propia vida, batallando con ciertos monstruos.
El motivo de haber escrito estas memorias es continuar dándole esa importancia que merecen todos nuestros sentimientos para poder aceptarlos y entenderlos a través de la reflexión, ya que todas nuestras reacciones la mayoría de veces podrían ser controladas si tomáramos el tiempo de conocernos mejor, pero al no hacerlo seguiremos permitiendo que el temor, los prejuicios y las experiencias del pasado continúen fortificando murallas muy altas, que siguen limitando nuestro crecimiento y alimentando la forma tan negativa en la que convivimos con los demás. Con esto en mente, qué beneficioso sería que todos supiéramos aceptar, con transparencia, todos nuestros defectos, sin la necesidad de buscar excusas, para poder aprender cómo trabajar colectivamente en cultivar mejores relaciones para que nuestras vidas puedan proveer un mejor futuro para la siguiente generación.
Aunque el calificativo del título es algo fuerte para hablar de mi vida, de antemano les digo que no me considero una persona miserable. Entonces, ¿por qué decidí verme como un miserable? ¿Qué hace a una persona ser o sentirse miserable? No niego que la palabra puede ser algo repugnante para varias personas; la mayoría de las veces tomamos esta palabra como la expresión más apropiada para hablar de una extremada pobreza que una persona está pasando o sufriendo, ya sea por la falta de recursos económicos, por un sentimiento de desdicha, por la escasez de algo o hasta por el abandono de alguien.
En sí la palabra miserable
hace referencia de alguien que merece o es digno de compasión por el grado de aflicción o lamentación que esta persona estuviera pasando. Aunque la mayoría de veces vemos esta palabra como sinónimo de una extremada pobreza o como referencia a alguien que es exageradamente tacaño, mi énfasis está en la condición desdichada, infeliz o abatida en que se puede encontrar la persona. Tal desdicha puede llevar a las personas a sentirse insignificantes, al punto de no importarles su propia vida y de abandonar toda forma de motivación o estímulo en sus vidas.
Existen muchos motivos diferentes que pueden llegar a oprimir la inspiración o el ánimo de la persona, al punto de llevarla al desánimo, a la miseria, al llanto y hasta al mismo sufrimiento. Pero por muy intenso que fuese ese desánimo, nunca debemos limitar a ninguna persona en la expresión de sus propios sentimientos, porque incluso con ese rechazo de nuestra parte podemos hacerla sentirse una persona miserable o muy infeliz. Ninguno de estos ha sido mi caso personal, pero he sentido la necesidad de usar estos términos para llegar a la realidad de nuestra condición como seres humanos.
Sin lugar a dudas, por ser tan desagradable, la palabra miserable
se menciona muy poco y hasta hay personas que no desean escucharla, porque es una expresión algo deplorable para ellas. Tal vez hasta llegan a evitar usar esta palabra por el mismo temor de no encontrarse cara a cara con esa realidad miserable que tal vez han tratado de evitar, intentando esconderla detrás de lujos, hipocresías, pretensiones, el trabajo excesivo, modismos exagerados, estilos de vida extravagantes o a través de comparaciones y detrás de un sinnúmero de fantasías y conductas o ideas, con tal de no sentirse tan desdichadas. Sin ponerle más adornos a esta expresión, creo que podemos llegar a la conclusión de que la palabra miseria
se puede volver una palabra muy humillante, indigna y bastante despreciable; tal vez por eso no queremos reconocer que hemos tratado de disfrazarla de diferentes formas, hasta con racismo, supremacía, soberbia y humillaciones hacia los demás.
Entonces, al reconocer las tantas veces que quizás hemos tratado de disfrazar esa palabra de una forma u otra, me pregunto si verdaderamente somos transparentes con nosotros mismos y no hemos evitado admitir que siempre ha existido cierta sensación de ser miserables en cada uno de nosotros o si, por sentirnos así, nos ha sido más conveniente echarles la culpa a aquel o a aquellos que no saben disfrazar su miserable condición.
Algunas veces he llegado a pensar que lo que verdaderamente sentimos por aquellos que no saben encubrir su estado de miseria se convierte simplemente en lástima y no en una genuina compasión hacia el prójimo, y pienso así porque nos hemos vuelto tan grandes actores que también hemos logrado lo contrario: es el hecho de disfrutar la manera en que hemos podido disfrazar nuestra propia miseria con actuaciones de víctima para causar diferentes niveles de lástima.
Y lo menciono porque he podido ver cómo ciertas personas han podido fingir un nivel de lástima muy bajo, con tal de chantajear a los demás y así adquirir cierto favor o cierto beneficio; esto se ve muy pronunciado entre culturas. Pero todo este juego se vuelve un afán, el de decir que sentimos esa extrema piedad hacia las personas, cuando en realidad lo que tratamos de hacer es encubrir nuestra misma condición desafortunada que a veces nos hace sentir que somos los más infelices y abatidos del mundo.
Y tal vez a cada uno de nosotros le es más fácil aceptar la palabra pobreza
en lugar de tratar de entender lo que es realmente la miseria, porque hablar de miseria nos compromete a actuar, mientras que sentir pobreza nos llena de un falso calmante, pensando que pronto esa pobreza llegará a su final. Desgraciadamente, pensar así solamente está destruyendo más nuestra calidad de seres humanos, en vez de ayudarnos a ver nuestra propia realidad. Permítanme explicar por qué estoy recalcando esta idea una vez más: uno nunca puede dar lo que no tiene y esa es la condición del miserable, un miserable es una persona que no tiene los recursos para dar o darse a los demás. En cambio, el pobre es una persona que, aunque tenga muy poco y esté viviendo en cierta escasez, sigue dando de lo poco que tiene. Por tal motivo creo que deberíamos ser más honestos con nosotros mismos y saber si en verdad tenemos lo que estamos ofreciendo, ya sea amor, fidelidad, cariño, integridad, esperanza, comprensión, libertad, armonía, etc. Si verdaderamente no podemos dar algo, es simplemente porque no lo tenemos, y me estoy refiriendo a esa pretensión de dar amor, a esa falsa comprensión o esa aparente esperanza, etc. Todos podemos muy fácilmente fingir estar dando algo que no es real, pero todos, hasta el mismo ciego, pueden sentir que eso no existe en nosotros, menos nosotros mismos.
Para poder entender el verdadero significado de este trabajo, tendríamos que comenzar leyendo estas memorias con esa idea en mente, la de que la palabra miserable
es aún más extensa de lo que podemos abarcar en esta nota.
Y no es nada absurdo pensar que las personas también llegan a ser miserables aun teniéndolo todo en la vida (o fingen al decir que lo tienen todo), pero por sus propias actitudes egoístas, inhumanas, mentirosas y deshonradas, solamente están encubriendo sus propias necesidades y su falta de amor hacia los demás, viviendo engañados al no querer ver las raíces de su antipatía y de su propia sequedad (o falta de algo en sus propias vidas), al punto de no darse cuenta del engaño en el que están viviendo. Y no me refiero a todas las personas, pero no tenemos que irnos muy lejos, ya que hemos visto que existen esos extremos de personas en la misma política, en la religión, en los medios sociales, que se han convertido en viles y despreciables (aun teniéndolo todo), ya que lo opuesto de ser miserables es ser generosos, dadivosos y desprendidos de todo lo que los puede atar a costumbres, hábitos y ciertas normas.
¿Pero acaso son esa clase de personas los únicos modelos de ser un miserable? ¡No!
Sinceramente creo que también existen personas miserables por vivir sujetas a ciertas normas de conducta o de conocimientos que las han llenado de arrogancia y las vuelven incapaces de cambiar o de ser más libres. Una vez más, me estoy refiriendo a esos extremos que pueden hacer que las personas se llenen de prejuicios. Y mi razón para llegar a esta conclusión es que tales personas no desean apreciar otra cosa diferente de lo que han vivido toda su vida, y es porque saben que, si les faltara esa atadura o sujeción que tanto valoran en ellas mismas, serían aún más infelices.
Por todo esto, pienso que la palabra miserable
puede ser apropiada para muchas más personas de lo que nos imaginamos. Una persona que no es miserable es una persona llena de libertad y con una capacidad de amar incondicionalmente a todos y a todo, dispuesta para dar y seguir dando sin escatimar y sin exigir algún pago de regreso o esperar ciertos reconocimientos.
Ahora, mi pregunta en todo este escrito es si nos hacemos miserables (por iniciativa propia) o si nos volvemos miserables (por influencias externas). La pregunta es algo atrevida, porque debemos recordar que todos hemos llegado a este mundo sin nada y nos iremos de este mundo de igual manera, entonces mi pregunta no está tan desquiciada cuando pienso de qué manera el ser humano logra o llega a conocer la miseria en su propia vida. ¿Será acaso la soledad lo que nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos? ¿O es acaso nuestra propia consciencia la que nos atormenta, al punto de inducirnos a un autoexamen de valores personales? Pero si fuese la conciencia, ¿por qué muchas personas no pueden hacer conciencia a temprana edad, antes de llegar a la vejez? ¿O será que la miseria se descubre al darnos cuenta del vacío que existe dentro de todos nosotros? Y aunque todos cargamos dentro de nosotros cierto vacío, pocos podemos aceptar esa realidad. ¿O será posible que tal sentimiento de miseria sea necesario y este sentimiento solo venga a nosotros cuando ya estamos listos para verdaderamente darnos la tarea de conocernos a nosotros mismos sin pretensiones o pretextos, sin excusas y sin evasivas, sin justificaciones o disculpas? Yo diría que la miseria es el estado natural de nuestra desnudez, al darnos cuenta de que nunca fuimos lo que siempre habíamos fingido ser y al reconocer que desnudos nacimos y desnudos moriremos, porque todo lo demás es pasajero; entonces, nos volveremos más transparentes con nosotros mismos, porque nos habremos dado cuenta de nuestra miserable realidad, la cual es que nada nos pertenece y nada es permanente; por mucho que deseemos vestirnos (cubrir nuestras faltas), esa vestidura en algún momento dejará de existir.
Si una cosa detesto, es cómo la religión ha usado las Escrituras para beneficio de sus propia instituciones y cómo no sacan más profundidad y sustancia a lo que el Maestro nos dijo con sus enseñanzas. Un ejemplo es aquello a lo que se refería el Maestro al bendecir a los pobres
, en aquel versículo de Lucas 6:20, que dice: Jesús miró a sus discípulos y les dijo: ‘Bienaventurados ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece’
. ¿Acaso vamos a seguir alimentado la idea de lo que significa ser pobre en términos comunes?
Nadie tiene la necesidad de seguir viviendo una ilusión o un fingimiento; hemos vivido con demasiadas actitudes para tratar de disfrazarnos a través de títulos, empleos, lujos, pretensiones, reconocimientos, lástima, temores, necesidades, etc., con tal de ocultar ese vacío que todos llevamos dentro. No habría ningún problema si vivir en ese engaño y sin esa transparencia fuera lo único que nos afectara, pero no es así: esa falta de transparencia nos ha vuelto más caprichosos, más manipuladores, más vanidosos, y más miserables (aunque no queramos reconocerlo).
Introducción:
El encuentro
Soledad
Enlace: He llegado a darme cuenta de que nuestros encuentros con otras personas nunca ocurren por casualidad o por accidente. Las personas llegan a nuestras vidas por cierto tiempo y con un propósito que a veces es difícil de entender. Sin lugar a dudas, todos nuestros encuentros vienen para ayudarnos, probarnos, enseñarnos, guiarnos o hasta para desviarnos de nuestros objetivos cuando estamos por atravesar un cambio muy significativo en nuestras vidas.
Pero para que se pueda entender cómo surgió este encuentro tan significativo y todas las demás experiencias durante los siguientes seis dramas de mi vida, es conveniente dejar escrito que una de las cualidades que siempre me han distinguido de la mayoría de las personas es mi constante curiosidad por conocer un mundo diferente, así como la bendición —o, quizá, la maldición— de poseer una mente muy inquieta, muy observadora y muy investigadora para aquellas personas que no supieron lidiar conmigo (menciono esto sarcásticamente). Y es porque esta mente que yo poseo siempre ha tenido los mismos deseos de aprender cosas nuevas y buscar la superación, en una forma positiva, en todas las áreas de mi vida. Pero, así como todos tenemos cualidades buenas y malas, otra de mis cualidades —no tan buenas y que no han sido tan favorables para mí— es mi constante pasión y apego a la vida, con un deseo enorme de disfrutar mi libertad de ser, de pensar, actuar, soñar y de ser transparente, sin tener miedo a la crítica o al fracaso, al punto de enamorarme fácilmente de los momentos, de las personas, de los detalles y de la vida