Intolerantes al amor
Por Roberto Rachado
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¡Vale!, ¡que sí! , que me lo he inventado. Pero… puede ser que cuando leas este libro, termines dándome la razón.
Intolerantes al amor es una desenfadada autocrítica, y reflexión, sobre el amor de hoy y lo difícil que resulta no solo encontrar pareja; también mantenerla sin descomponernos por dentro en el intento.
¡Porque el amor y el desamor pueden sentar muy, pero que muuuuy mal!
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Intolerantes al amor - Roberto Rachado
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© Roberto Rachado
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1144-057-8
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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.
Dedicado a mis ex
PRÓLOGO
¡Adoro el queso!
No solo me encanta; ¡lo amo!
Pero hace mucho tiempo descubrí que era intolerante a la lactosa; lo que fue un drama en mi vida.
Pero no voy a contar esa historia, ya que no sería muy interesante para ti, ni emocionante para mí recordar la cantidad de pruebas que tuve que aguantar hasta el diagnóstico —incluida una colonoscopia (sin sedación) en la que una enfermera te mete un tubo por el ano mientras tú, con tu batita de culo al aire, en posición fetal miras al vacío. Y tu dignidad va muriendo cada segundo, y milímetro, que el tubo avanza hacia tu interior. Literalmente —si te hicieron una antaño, sabes a lo que me refiero (guiño, guiño)—.
Colon aparte, hace poco descubrí que era intolerante al amor.
Sí, soy un romántico, y adoro enamorarme —tanto o más que el queso—; pero recientemente me he dado cuenta de que el amor me sienta mal. Demasiado mal.
El momento de consumirlo es todo un placer; sin embargo, los efectos secundarios tarde o temprano aparecen.
Lo que me ha llevado a pensar… ¿Y si el problema no es el amor en sí, sino el tipo de amor que consumo? ¿Y si en todos ellos ha habido uno, o algunos ingredientes, que son los que han hecho que me descomponga por dentro?
Esta reflexión es la que me llevó a escribir estas páginas y poder así, quizá, descubrir (al igual que ocurre con los alimentos) qué tipo de amor y de personas son las que debo dejar de ingerir.
Aclarar, sobre todo, que no soy ni psicólogo, ni coach, ni tengo ningún máster en nada que se le parezca —aunque seguramente por un módico precio podría hacerme con uno—.
Y si creías que esto era un libro de autoayuda (segunda desilusión), tampoco lo es, o no por lo menos al uso.
Lo que sí es: un libro de autocrítica, tanto personal como social.
Son páginas repletas de ‘reconocerse’, de salseo
, y de asentir mientras piensas: eso ya lo decía yo
, eso también me ha pasado a mí
, no estoy nada de acuerdo
, esto no lo había pensado
o qué verdad
.
Es una extensa reflexión sobre aquellos errores que cometemos y contribuyen a que las relaciones no terminen de cuajar o mueran sin remedio, ni anestesia. Porque cariños y cariñas, tengo una noticia: las relaciones son de dos, y muchas veces el porcentaje de responsabilidad, la nuestra, sobrepasa al de la otra persona.
Si además de hacerte meditar un poco sobre tus próximas relaciones, consigo también que te diviertas leyendo (y llegas al final), entonces habré logrado ganar mi propio Operación Triunfo.
Capítulo 1
QUIÉREME RÁPIDO QUE TENGO PRISA
(el arte olvidado de masticar despacio).
.
¿Y si…?
Nos desnudamos los miedos
hasta dejar los tequieros
en cueros.
.
Como dije en el prólogo: soy intolerante al amor. Pero si bien tengo mi parte egocéntrica —quién no—, este libro no va sobre mí, aunque lo escriba desde mi conocimiento, experiencia y humilde punto de vista.
Pues bien, lo que he descubierto, además, es que no soy el único. Todos/as nos hemos convertido en algún aspecto u otro en intolerantes al amor en el más amplio sentido.
Se trata de una nueva afección que no se transmite por aire, sangre o contacto físico (o no como tal). Es algo más complejo que se contagia, como si fuese un virus, a través de la vivencia experimentada con otra persona y la experiencia acumulada de cada una de esas vivencias.
Al final, toda relación fallida nos vuelve un poco más intolerantes, nuestro comportamiento cambia y contagiamos a la siguiente persona. A veces, dos personas con el mismo problema se encuentran, se contagian la una a la otra, y mutan. Porque, por otra parte, también hay diferentes tipos de consumidores/as,
y suministradores/as de amor; de los/as que hablaremos en próximos capítulos —¡oops!, ¡spoiler!—.
Volviendo al tema principal, somos intolerantes al amor, en tanto en cuanto a la forma en la que nos irrita y descompone por dentro y, por otra parte, en la medida en la que cada vez toleramos menos los defectos y a las propias personas de las que recibimos ese amor.
De esta manera, en ciertos momentos y por diferentes circunstancias, cada uno/a de nosotros/as adquirimos el rol tanto de víctimas como de verdugos.
Sé que no estoy descubriendo la pólvora con esto que acabo de decir, pero a veces las cosas más simples se omiten y dejamos de pensar en ello hasta que nos las recuerdan, las oímos en algún sitio o leemos en cualquier parte. Como por ejemplo… ¿Aquí?
Nos empeñamos en creer que solo desempeñamos un único papel (el que más nos gusta o conviene), y olvidamos que, en la función de la vida, una vez fuimos esa mala persona que rompió un corazón.
Que para alguien pudimos serlo todo, o el amor de su vida. Habrá para quien no seamos nadie —tal vez ni recuerde nuestro nombre—, y existirá quien opine que somos inalcanzables —y seamos nosotros/as los/as que no sepamos ni cómo se llama—.
Habremos sido la peor noche de sexo de unos/as; y la mejor, en el mejor, nunca mejor dicho, de los casos.
Así podría pasarme muchas líneas enumerando los distintos tipos de personajes que podemos llegar a representar fuera de nuestro prisma.
¿Entonces qué, quién o quiénes son los causantes de este brote de intolerancia?
De esa urticaria invisible que surge espontáneamente al oír frases del tipo: ¿Entonces…? Tú y yo… ¿Qué somos?
, ¿Hacia dónde va nuestra relación?
, y un largo etcéteras de herpes verbales.
Desde la objetividad, mi respuesta sería ese emoji que levanta los hombros encogiendo el cuello y muestra las palmas de las manos. El de: no tengo ni puta idea, ¡ese!
Desde la subjetividad —porque como opinar es gratis— me arriesgo, es más, me atrevo a decir que los mayores problemas a los que nos enfrentamos en estos tiempos que corren, son:
La impaciencia.
La desmesurada opción de elecciones.
La adicción a la novedad.
Tres grandes cuestiones que merecen un apartado propio cada una de ellas.
La impaciencia
(tragar sin saborear).
Cuando era joven no dejaba de oír lo de las buenas costumbres se están perdiendo
y esta juventud está loca
. Hoy soy yo el que se descubre entonando estas frases de una manera actualizada y postmoderna, pero al fin y al cabo con el mismo significado.
Oficialmente, me he hecho mayor.
No importa que los cuarenta sean los nuevos treinta, o que la juventud esté en la mente y no en el cuerpo, porque la madurez es un estado de sabiduría que te vuelve crítico/a y quisquilloso/a a partes iguales.
Pero lo de el mundo se va a la mierda
o son malos tiempos para el amor
es un discurso que siempre ha estado en vigor, no es una novedad de nuestro siglo, eso es más antiguo que la orilla de la playa —tomo prestada esta expresión de mi sabia abuela—.
Al igual que nosotros/as en nuestra vida; la sociedad y las formas de relacionarse viven en un cambio constante, aunque siempre defenderé el arte de masticar despacio
. Porque hay mucha diferencia entre saborear y engullir.
No obstante, saborear el amor no está de moda, puesto que eso necesita de tiempo y esfuerzo.
Hay una nueva costumbre de consumir rápido, saciar al instante ese vacío interno, ese hueco de soledad que empieza en el lado izquierdo del pecho, por el cual parece que se accede desde más abajo de la cintura.
A eso llamamos disfrutar del momento.
Nos asemejamos a productos de un solo uso que, con suerte, serán reciclados y usados por la misma persona alguna vez más si la experiencia es buena.
Y así es como alquilamos nuestro corazón por horas, ya que la compraventa es muy arriesgada, e hipotecarse es demasiado serio y, claro, la seriedad da miedo. Da pánico porque eso exige un compromiso y entonces dejaríamos de ser libres (según el uso fallido del concepto libertad).
A esto es a lo que llamo el contacto sin tacto
.