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Vivir con un psicópata: Las emociones no tienen inteligencia
Vivir con un psicópata: Las emociones no tienen inteligencia
Vivir con un psicópata: Las emociones no tienen inteligencia
Libro electrónico164 páginas3 horas

Vivir con un psicópata: Las emociones no tienen inteligencia

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TODOS SOMOS VULNERABLES A INSTALAR UN PSICÓPATA EN NUESTRA VIDA

Una mujer madura, psicóloga de profesión, con dos hijos adultos, se reencuentra con un antiguo amor de juventud. Después de treinta años sin saber nada el uno del otro, el destino los pone frente a frente en el último tramo de sus vidas. El deseo de escribir el final de una historia no vivida, que a menudo queda latente en ese primer amor, les empuja a dar rienda suelta a esa segunda oportunidad que disipe sus frustraciones. La protagonista viene de un desierto emocional de largo recorrido deseosa de reivindicar su condición de mujer, y sin apenas darse cuenta se va dejando atrapar por la tela de araña tejida por un psicópata que la maneja con habilidad. Descubre sus engaños a través de la red y aquella visión atroz de su mundo virtual la deja en estado de shock, instalándose en una lucha desesperada contra ella misma sin saber que camino tomar. Apoyada por su profesión estudia en profundidad los rasgos de la personalidad psicopática, elaborando un perfil del personaje que le va a servir para superar la situación.

Dedicado a todas las mujeres y hombres que aun siendo capaces de afrontar cualquier reto que les plantee la vida, en sus relaciones se muestran sumisos y soportan desprecios, humillaciones y engaños, esperando un cambio que nunca llega.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento12 abr 2016
ISBN9788491124740
Vivir con un psicópata: Las emociones no tienen inteligencia
Autor

María José García-Tomé

María José García-Tomé es licenciada en psicología por la Universidad Complutense de Madrid (1979). Terapeuta especialista en ps. cognitivo-conductual. Terapeuta en la Asociación Bipolar de Madrid. Especialista en inteligencia emocional y recursos humanos. Los últimos diez años ha impartido diferentes cursos de formación en el área empresarial. Es autora de dos manuales, Inteligencia Emocional (2008) y Gestión de Estrés (2009).

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    Vivir con un psicópata - María José García-Tomé

    Título original: Vivir con un psicópata

    Primera edición: Abril 2016

    © 2016, María José García-Tomé

    © 2016, megustaescribir

               Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda           978-8-4911-2473-3

                 Libro Electrónico   978-8-4911-2474-0

    Contenido

    INTRODUCCIÓN

    EL REENCUENTRO

    AMIGAS

    ILUSIÓN Y TRAICIÓN

    AUTOANÁLISIS Y DUELO

    DIAGNÓSTICO.- CREENCIAS.- ENTRENAMIENTO MENTAL

    DESCUBRIENDO AL PSICÓPATA

    EMPEZAR DE NUEVO

    AGRADECIMIENTOS

    BIBLIOGRAFÍA

    A Rafa y Angel que hicieron

    de mi vida un Arco Iris

    INTRODUCCIÓN

    Desde pequeña sentí una enorme curiosidad por la manera en que se mostraban las personas, observaba a mis compañeras de colegio casi con la misma intensidad que al tendero, al fontanero, o a mis profesores. Cualquier persona que interactuaba conmigo en mayor o menor medida, provocaba mi interés. Aquella afición fue desarrollando en mí una capacidad de observación que a veces compartía con mi padre, un hombre intuitivo y empático que conectaba de inmediato con cualquiera que se cruzara en su camino. Supongo que esa tendencia mía para deducir por qué las personas actúan de una forma y no de otra, y esa especie de juego conmigo misma de intentar acertar si la respuesta ante determinadas situaciones, es la que yo espero, o la contraria, me empujaron a hacer de la psicología mi profesión y a escudriñar en el funcionamiento del cerebro y el papel que ejercen las emociones. Cuanta más información tengo de este tema, más fascinación me produce.

    Del cerebro se han utilizado infinidad de metáforas a lo largo de los años, se han comparado sus funciones con arreglo a los avances tecnológicos de las distintas épocas. En las últimas décadas se le ha comparado con un ordenador, innumerables chips unidos por infinidad de conexiones, al que también atacan legiones de virus. Creo que como metáfora es muy adecuada, y si analizamos la cantidad de células, neuronas, sinapsis, hormonas, proteínas, neurotransmisores, y elementos químicos en general que fluyen a través de él, afrontando además los cambios que pueden provocar las diferentes emociones que nos sacuden cada día, no hay software más económico ni de mayor duración.

    Mi entusiasmo por averiguar más y más acerca del papel de las emociones en los comportamientos humanos, me lleva a la conclusión de que no vemos ni percibimos las cosas como son, vemos y percibimos las cosas como somos. Y simplificando al máximo el proceso, parece que somos el producto de un código genético en el que ya vienen fijados nuestro carácter, capacidades y limitaciones; un cerebro único que precisa un ambiente sano, seguro, y estimulante que plantee objetivos alcanzables al neonato, para favorecer el desarrollo de ese cerebro. Partiendo de esta premisa las cosas se pueden complicar bastante dependiendo del entorno, y es que las relaciones a veces son muy complicadas. Es difícil cambiar al otro, y sobre todo neutralizar sus experiencias tempranas, pero si reflexionamos sobre nosotros y nos preguntamos, ¿Por qué me siento tan mal? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Y la respuesta se parece a: Soy una marioneta incapaz de manejar los hilos, necesariamente debemos reaccionar y variar el rumbo. Contar tu experiencia, en vez de negarla puede ser un primer paso.

    Y contamos con un aliado importante, la plasticidad cerebral, es una propiedad tan valiosa que permite que sigamos aprendiendo el resto de nuestra vida si nos lo proponemos.

    Llegué a la madurez cumpliendo etapas, enfrentándome a los desafíos que plantea la vida, estudiando trastornos mentales. Creía conocer la psicología de mis pacientes y por supuesto los conflictos de todas las personas que entraban y salían de mi cotidianidad. Cuanto más crees conocer la compleja relación que existe entre Sujeto y Emoción en la teoría, más sorpresas te acechan en la práctica. Me equivoqué muchas veces y sufrí por ello; volví a empezar estudiando de nuevo, y esta vez desde la subjetividad, el desarrollo de una emoción y el proceso del control emocional.

    Mahatma Gandhi decía:

    "Tus Creencias se convierten en tus Pensamientos,

    tus Pensamientos se convierten en tus Palabras,

    tus Palabras se convierten en tus Acciones,

    tus Acciones se convierten en tus Hábitos,

    tus Hábitos se convierten en tus Valores,

    tus Valores se convierten en tu Destino".

    Este relato es una historia de ficción, aunque tiene puntos en común con la historia de una colega mía compañera de fatigas en la Facultad y más tarde en la Profesión, y muy posiblemente también, con algunas mujeres y hombres que dan demasiado en el amor, muchas veces a cambio de nada, o peor aún, a cambio de maltrato y humillación.

    Una historia de amor y desencanto como tantas otras, plagada de un sufrimiento que confirma una vez más, que vivir una situación de estrés prolongado va minando la salud de quien la padece. Una historia que como todas empieza con un TE QUIERO pero pese a ello, nunca debemos permitir a nadie que traspase la línea de la falta de respeto y del no aguanto más, ni que aniquile tu autoestima, ni viole tus derechos, callando para que nadie del entorno nos convenza de que tenemos que salir de ahí, porque eso entraña dificultades.

    El objetivo, traducir a través de los sentimientos determinadas conductas, aparentemente seductoras, que llevan nuestra vida a un calvario a la espera de un cambio que nunca llegará. Sufrimiento gratuito en exceso extendido en esta sociedad de abusos, malos tratos, estafas y manipulación. Una sociedad cada vez más psicopática con ausencia absoluta de empatía y comportamiento moral, en la que parece que la Corteza Prefrontal (estructura más evolucionada del cerebro) hubiera involucionado. Guerras, violaciones, luchas de poder, estafas y corrupción. Ladrones de guante blanco, políticos, directivos, y banqueros, que roban impunemente mientras el pueblo se desangra en los límites de la pobreza. Maltratadores, pederastas, violadores. Todos estos personajes con los que convivimos a diario, que aunque no maten, también son psicópatas. Están ahí relacionándose con nosotros cada día, y van a seguir ahí. Es difícil que haya un cambio drástico, la sociedad tiene muchos defectos. Lo importante es que tomemos conciencia de que cuando a las personas y a las situaciones no podemos cambiarlas, somos nosotros los que tenemos que cambiar la manera de abordarlas.

    El mensaje final alberga la esperanza de poder desarrollar la capacidad de superar los zarpazos y sinsabores de nuestra existencia, de adquirir los recursos necesarios para, no solo sobrevivir, también dejarnos impregnar de un sentimiento de superación que instale nuestro consciente en la infinidad de episodios agradables que van surgiendo día a día en nuestro entorno; vivir con pasión cada minuto, entusiasmarnos por las cosas pequeñas de la vida, y rasgar esa venda de pesimismo que nos atenaza e impide que seamos capaces de darle un valor, a veces extraordinario.

    No importa lo que ocurra, no importan las dificultades, no importa el sufrimiento de algunos episodios dolorosos, la vida te da y te quita a su antojo, no podemos sucumbir, rendirnos, ni caer en el desánimo. Para hacer frente a las circunstancias adversas y a los sinsabores, todos contamos con unos recursos internos que hay que dejar aflorar aunque ello requiera un ejercicio de voluntad. A mí me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida, instalar en mi mente un pensamiento muy sencillo: ESTO TAMBIÉN PASARÁ

    EL REENCUENTRO

    Atardecía, el sol estaba en ese punto tan cercano al agua que desaparece de repente, como si alguien en el horizonte tirara de él con fuerza ocultándolo en un instante, dejando tras de sí una estela roja llena de matices multicolores.

    Como cada tarde el grupo se reunía esperando algún tipo de tema interesante con el que sentirse identificado. Me tocaba empezar aquella sesión y pensé que había llegado el momento de contar la historia que me habían pedido repetidas veces. Una historia tierna y triste, dulce y amarga, en la que las emociones luchan por sobrevivir a un amor cruel y al desencanto que provoca el desamor. Empecé mi relato sin esfuerzo, de forma pausada iba recordando cada página de los últimos diez años de mi vida, las que empecé a escribir sobre un amor tardío pero lleno de ilusión, para continuar viviendo en la negación de lo que empezaba a vislumbrar, y terminar sacudiendo mi alma y obligar a mi mente a abrir los ojos de la razón.

    Mientras desgranaba cada vivencia con absoluta sinceridad, iba descubriendo la distancia que se había instalado en mí entre el miedo y la seguridad, la angustia y la serenidad, y más sorprendente aún, la ausencia de rencor.

    Me despedí de ella lanzándole un beso al aire, su cuerpo frío e inmóvil me mantuvo en la distancia. Mi mente y mi cuerpo se estremecieron, acababa de perder algo más que una hermana, era mi amiga, mi cómplice y mi confidente. Las mejores vivencias de mi infancia y juventud se fueron con ella. Llevaba meses haciéndome a la idea pero me quedaba un largo camino por recorrer, poco antes me había pedido que cuidara de sus hijas y estaba dispuesta. El momento había llegado, tenía el alma rota pero no podía permitirme desfallecer, ni siquiera dejarme llevar por el llanto. Me contuve con entereza invadida por el dolor, aquellas tres niñas y una madre en carne viva necesitaban sonrisas y no lágrimas.

    Fueron años duros en los que todos los hermanos cerramos filas peleando como jabatos, para superar aquel trance en el que cada uno aportaba lo que podía. Una familia de clase media como tantas otras, seis hijos que fueron sacando adelante con el tesón que requerían aquellos años cincuenta. Mi padre, enfermo y cansado, nos había dejado meses atrás sin fuerza para enfrentarse a la muerte de una hija. Pasó su vida pateando la calle para darnos una vida más que digna. Mi madre, la fiel compañera siempre en la brecha, nos enseñó a vivir, a desarrollar la voluntad para conseguir metas, de ambos aprendimos con su ejemplo. Aquel nuevo envite sacudió mi vida hasta resquebrajar todos sus cimientos.

    De mis dos hijos adolescentes recibí todo el apoyo que necesitaba para tirar de aquel carro que pesaba tanto. Mi mundo se trastocó entero, parecía que llevara el universo sobre mis hombros mientras me esforzaba por mantener oculto el deseo de vivir mi propia vida. A veces me sentí acorralada por un ambiente denso e irrespirable, pero sabía que ese punto del camino no tenía retorno y había que seguir adelante. Las niñas vivían en Sevilla y mi vida transcurría en Madrid. Sacarlas de su entorno era más duro aún, sus edades demasiado tiernas, entre nueve y doce años pedían a gritos al menos una madre a medias. Yo repartía mi tiempo entre ellas y mis hijos haciendo viajes continuos, mi madre me sustituía cuando yo tenía que volver.

    El día a día transcurría con lentitud, mientras el tiempo inexorable, iba quemando etapas y cumpliendo su único objetivo, pasar, seguir avanzando. Poco a poco empecé a respirar hondo de nuevo, las heridas se iban convirtiendo en cicatrices, esas que perpetúan el recuerdo pero van mitigando el dolor.

    Las niñas crecían, la familia se iba recomponiendo, y como siempre, la vida seguía su ritmo constante sin darle importancia a los estragos que provoca, y a las sensibilidades que hiere cuando sitúa un alma en la proa. La sensación de por dónde empiezo y cómo sigo de los primeros momentos de desconcierto, fue dando paso a un sentimiento de orgullo al contemplar la evolución de esas personitas, a las que el destino arrancó a su madre de cuajo. Su forma de caminar por la vida, compensó cualquier esfuerzo.

    Habían pasado ya cinco años, casi sin que me diera cuenta llegó el verano del 2001, y lo hizo con una sorpresa. Como cada año nos instalamos en La Antilla, una playa de la provincia de Huelva en el suroeste de España, a poca distancia del Algarve portugués. Allí disfrutábamos del verano toda la familia. Una treintena de casas construidas sobre la arena, y una pequeña colonia de pescadores, era todo lo que había cuando recalamos allí a finales de los años cincuenta. Frente al mar, las viviendas típicas

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