CUANDO VIVIR ES UNA MONTAÑA RUSA
Estás taaan enamorada… harías cualquier cosa por él. La vida es increíble desde que lo encontraste. Lo admiras y lo adoras, nunca habías conocido a alguien con tan buenas cualidades. Es tu luna, tu sol, tu alegría. Todo eso traes en la cabeza mientras te diriges a tu cita para cenar, nerviosa por comprobar si le gustará el vestido nuevo que te has comprado, de su color favorito. Lo ves ya sentado a la mesa del restaurante, te mira y… el corazón se te apachurra. De pronto, te sientes como si te hubieran dado una patada voladora en la panza. ¿Qué pasó? ¿Por qué trae esa cara? Parece enojado; no, agobiado, quizás harto. Te acercas, pero él sigue sentado, no se levanta para recibirte. Seguro que algo le pasa. Ya no le gustas. Se cansó de ti. Esa mirada… ¿habrá quedado contigo sólo para tronar la relación?
Tu sonrisa se vuelve mueca. Te sientas, él te da un beso en el cachete, no en la boca. Ya no puedes más y le recetas un: “¿Sabes qué? No tengo hambre. Sólo vine para decirte que eres un imbécil. ¡Te odio!”. Te paras y lo dejas allí plantado. Él no sale corriendo detrás de ti como las veces anteriores en las que pasó algo así. Gritas, lloras, le das un manotazo a un poste con todas tus fuerzas, te lastimas con el golpe, pero no te importa. En realidad, quisieras morirte…
La vida al
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos