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La Puerta Falsa De Los Héroes
La Puerta Falsa De Los Héroes
La Puerta Falsa De Los Héroes
Libro electrónico560 páginas8 horas

La Puerta Falsa De Los Héroes

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Hroes de otro tiempo.
Constructores de fantasas y transgresores de cdigos.
Rasgos repetidos en los personajes de "La puerta falsa de los hroes", un libro apasionante para retar a la desidia propia de este tiempo en el que la cultura light de las redes sociales nos amenaza sin ningn disimulo.
Firma esta vez Jairo Giraldo un libro en el que nos encontramos de nuevo con toda su fuerza narrativa en la que destacan rasgos de sensibilidad que van mucho ms all del puro lenguaje del deporte.
Lnea por lnea e historia tras historia, resulta muy desafiante comprender cmo aquellos elegidos de los dioses, dueos de los titulares de los medios y gestores del fervor invencible de los fans pasan de pronto de la gloria al arroyo.
"La puerta falsa de los hroes" debe ser un libro fundamental en su gnero, porque aporta una mirada sensata sobre un universo catico de celebraciones, promesas y sueos fallidos para concluir que al final del trayecto, en el ltimo corte de cuentas, el simbolismo de ganar o perder llega a ser un metfora.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento16 nov 2017
ISBN9781463386542
La Puerta Falsa De Los Héroes
Autor

Jairo Giraldo

JAIRO GIRALDO. Periodista y economista, nacido en Manizales, Colombia. Reside en Estados Unidos desde 1993 y es un agudo analista de temas socioeconómicos, experiencia que comparte exitosamente con su quehacer profesional en el ejercicio del periodismo deportivo, su otra gran pasión. Entre sus principales trabajos publicados destacan: Pablo Escobar, cuenta de no retorno; Instrumentos de Control monetario y medios de pago; La complicidad, nuevo deporte nacional; Café: sin luz al final del túnel; Enfoque: Guadalupe años sin cuenta; Don Manuel, un ‘pistolazo’ a la paz; En la guerra la paz no es optativa; Microempresas y respuesta al desempleo; Presupuesto público como negación de la inversión social; Colombia: Visión global. Aproximación a un diagnóstico y Contra el Estado invertebrado (compilación de ensayos, columnas y notas editoriales). En el marco del periodismo deportivo ha combinado sus aportes en radio y televisión con el ‘bendito martirio’ de las salas de redacción. Muchos y destacados son sus trabajos en este campo, en el que ha investigado y publicado sobre béisbol, fútbol, boxeo, olimpismo, siempre con un enfoque de carácter social. Sus textos se publican en Los Ángeles, New York, Chicago, San Francisco y Houston. Jairo Giraldo trabaja desde 2007 en el diario La Opinión de Los Ángeles.

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    La Puerta Falsa De Los Héroes - Jairo Giraldo

    Copyright © 2017 por Jairo Giraldo.

    Asesor editorial: David Torres

    Fotos de portada e interior: Agencia EFE

    Diseño de portada: Sergio Fraire

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2017911019

    ISBN:       Tapa Dura                     978-1-4633-8653-5

                     Tapa Blanda                 978-1-4633-8655-9

                      Libro Electrónico         978-1-4633-8654-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 11/13/2017

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    Althea Gibson

    Alexis Argüello

    Carlos Monzón

    Martín Dihigo

    Florence Griffith-Joyner

    ‘Mané’ Garrincha

    Denny McLain

    Kid Pambelé

    Marco Pantani

    Salvador Sánchez

    Bibliografía

    Althea Gibson

    La guerrera de ébano que derrotó al racismo

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    Aunque inicialmente habían tomado el Tren D en la Sexta Avenida, debieron cambiar al F en la estación de la calle 50, para así, en apenas 20 minutos, llegar hasta Continental Avenue, en la calle 71. De allí estaban a sólo tres cuadras del exclusivo Forest Hills, donde Althea Gibson y Rhonda Smith, su compañera de aquellas andanzas, se aprestaban a entrenar en los campos oficiales del West Side Tennis Club, donde sólo tres días después debía empezar el torneo que citaba, como siempre, a los más grandes tenistas del circuito.

    La noticia se había conocido una semana atrás cuando Bertram Baker, el presidente de la American Tennis Asociation (ATA), que propugnaba por ganar espacio para el protagonismo de los deportistas negros, anunció en conferencia de prensa que la United States Lawn Tennis Asociation (USLTA) invitaba oficialmente a Althea Gibson a competir en el Torneo de Forest Hills.

    Por eso la tenista regresaba de Ohio a Nueva York para conseguir el permiso de entrenar al menos una vez en un campo de césped, superficie en la que no había jugado nunca antes.

    Por eso aquella tarde tenía tanto de especial, como que pisaría por primera vez las canchas de un club de tenistas blancos y de paso enfrentaría los primeros signos del reparo racial de los segregacionistas.

    El hecho había sacudido al país y The New York Times había publicado un editorial reconociendo la importancia del tema y subrayando cómo se seguían derribando barreras étnicas en favor de los deportistas negros.

    Corría la semana final de agosto de 1950 y Nueva York volvía a ser el epicentro de un hecho, que hacia la posteridad reclamaría un sitio y hora puntual en la historia del deporte.

    Althea Gibson, la mejor tenista negra de Estados Unidos, se integraba al circuito del tenis internacional poniendo fin a una larga batalla de brega, lucha y persistencia que había empezado varios años atrás.

    El asunto era que tenía la obligación de ganar e impresionar para mantener en alto la voz de reclamo por un trato igual y el reconocimiento de unos derechos legítimos que existían, si acaso, en algún lugar de la conciencia colectiva pero que todavía no eran generalmente admitidos.

    En otras palabras, Gibson, entonces de 23 años, se jugaba su nombre desconocido, su carrera incipiente y el futuro incierto de los de su raza, en aquel evento que estaba sólo a horas de tomar vuelo en Queens, Nueva York.

    De South Carolina a Harlem

    Cuando la pobreza obligó a la familia a dejar Silver, el pueblito de South Carolina donde habían vivido toda la vida, los Gibson eligieron Nueva York para tratar de buscarse un mejor futuro. No había mayor alternativa para una familia de negros vinculados con la esclavitud por generaciones y por eso llegaron en 1930, sin dejar nada atrás. Por supuesto no pareció un buen plan mudarse a Nueva York en la hora más cruda de la Gran Depresión —tras la caída de Wall Street en 1929—, pero así se barajaba la realidad y aquel Harlem —brutal y mágico Harlem— empezaría muy pronto a sumar una más, a los cientos de historias de sus calles cargadas de protagonistas anónimos.

    Daniel Gibson, a quien llamaban Dush, llegó solo a Nueva York; buscó un lugar en Harlem para vivir (a la altura de la calle 145) y tras conseguir prontamente un trabajo de ayudante de garaje por 10 dólares la semana, sintió que tenía el mundo en sus manos y le pidió a su esposa Annie Bell que viajara a Nueva York. Tenían dos hijos, Althea, la mayor de la familia, con sólo tres años, y Mildred. Aquello era otra vida. Vivir pobremente, del trabajo, pero sin que faltara nada en casa, les permitió soñar y construir una familia con cinco hijos en el azaroso mundo de una ciudad salvaje y desafiante como pocas.

    Porque la violencia social era una constante en las calles, Dush Gibson empezó a buscar la manera de proteger a su familia y como no tenía un hijo mayor para intentar algo más práctico, decidió enseñarle a su hija Althea a pelear a las trompadas para que defendiera a la familia de las amenazas cotidianas y, así, él podría estar más tranquilo fuera de casa.

    La morenita alta y muy atlética, recién en sus diez años, le tomó gusto a la clase que le daba su padre. Llegaron a excitarle mucho aquellas largas sesiones de puñetes en las que a menudo la aprendiz rodaba por el suelo. Entonces se ponía de pie… volvía a caer, pero sentía que aprendía.

    Aquello le venía muy bien, ya que uno de los primeros problemas que tenían los Gibson era que Althea odiaba la escuela. Por más que se lo ordenaran o la obligaran, ella cortaba clase y no había voluntad divina que la hiciera cumplir con los deberes escolares.

    Me gustaba hacer lo que yo quería… yo quería jugar en las calles… yo no quería estudiar, empezó diciéndole a Frances Clayton Gray, su biógrafa autorizada en el libro Born to win.

    Estaba hecha para el rigor y aquellas calles de lenguaje rudo y acciones violentas no la intimidaban en absoluto. Además, ahora sabía pelear a las trompadas y estaba dispuesta a probarlo.

    Las historias cuentan de cierto jovenzuelo que hacía sus primeras armas como pandillero y que tuvo la mala idea de asaltar a la tía Sally. Ello por supuesto desató la ira de Althea, quien acompañó a su pariente hasta la casa y regresó para buscar al agresor y retarlo a pelear. El chico tendría 14 años y la Gibson 12, pero la pelea llegó a ser tan desigual que el gamberro huyó espantado y no se le vio más por esas calles. Fue una pelea sangrienta en la que se daban golpe acá y golpe allá… y reconozco que a mí me habrían batido prontamente, diría después Bubba, su hermano menor.

    Eso me duró mucho tiempo y aun cuando jugaba en torneos importantes, quería pelearme con cualquier mujer que empezara a ganarme un partido, reconocía Althea. Le atraía la violencia. Amaba las pandillas y en verdad le gustaba pelear. Ganó respeto de inmediato en el medio por ser buena peleadora y por su gusto hacia los deportes, especialmente baloncesto, bádminton y sóftbol.

    Por entonces los códigos para un chico que crecía en Harlem pasaban por jugar y destacar en algún deporte y ser bueno —y ojalá muy bueno— para pelear. A veces ganaban respeto en la barriada por ser buenos jugando, otras veces había que pelear. Eso lo sabían todos en el vecindario.

    El inventario de lo vivido era más o menos una invitación al pesimismo. El caso es que la graduación de Althea Gibson de Junior School en 1941, a los 14 años, sólo sirvió para confirmar su desinterés por estudiar. Empezó las clases en el New York Trade School, pero se aburrió terriblemente porque no estaba junto a sus amigos; y como no pudo obtener un traslado empezó a escapar semanas enteras de la escuela y luego de la casa.

    Se quedaba vagando la noche entera en el Subway. Había días en que parecía un zombi, pero era libre… hacía lo que quería y eso me hacía feliz. Ya era una adolescente que podía trabajar pero los empleos rara vez le duraban más de un mes. Limpiaba vitrinas, trapeaba tiendas, descargaba camiones, hacía deliveris, catchaba en tiendas o era ascensorista. Hacía de todo para conseguir el dinero que gastaba en la noche en cualquier cosa y a veces asistiendo a espectáculos del Teatro Apolo.

    Aquellas horas bajas en la familia tendrían su clímax cuando Dush, su padre, la confrontó duramente por sus faltas a la escuela y por no llegar a casa para dormir. La batalla verbal subió de tono y entonces Daddy, fuera de control, le asestó un puñetazo a su hija en el rostro. Ella rodó por el suelo… se negó a llorar… entonces se puso de pie y con la misma frialdad que acusó el golpe, le devolvió un derechazo terrible a la quijada de su padre. Entonces Dush Gibson entendió que su hija estaba totalmente fuera de sus manos y que, salvo un milagro, Althea Gibson sería un miembro más de cualquier pandilla de Nueva York y no quería imaginarse todo lo mal que podía terminar.

    Dentro de lo malo y como las boxeadoras ganaban mucho dinero, papá Gibson estuvo mucho tiempo cavilando la posibilidad de convertirla en una peleadora profesional, sólo que el milagro de rescatar socialmente a su hija va a llegar de las mismas calles y Althea no va a ser campeona de boxeo, sino de tenis.

    ¿… y cuánto le van a pagar?

    En medio de la adversidad del racismo rampante, la comunidad afroamericana siempre fue enormemente solidaria con los suyos. Si había un lugar para un negro, siempre trataban de que cupieran dos. Eran unos años —30 y 40— en los que los negocios andaban tan mal que las empresas buscaban oxigenarse cortando puestos de trabajo, pero siempre protegiendo a los empleados blancos. Ya por entonces los más pobres se defendían con la ayuda del Estado que llegaba a través del WPA (Works Progress Administration) que era un equivalente a lo que por estos años es el Welfare, el reconocido y maltrecho servicio de Seguro Social. Los Gibson a menudo debieron paliar sus carencias materiales con frecuentes visitas al WPA. Aun así, entre los negros, ya había una crema dirigente —muy incipiente— que ganaba poco a poco espacio en los distintos frentes de la cotidianidad. Entre ellos el deporte.

    En este contexto va a aparecer Buddy Walker, un músico bohemio que le regaló la primera raqueta de tenis a Althea Gibson. Él creía que si ella podía ganar torneos de ping pong y bádminton en los que derrotaba casi siempre a hombres, bien podía intentarlo jugando tenis.

    Hasta entonces la deportista era pura fuerza y talento natural. Aun así, ya entre sus 11 y 12 años (1938-39) tendría su primer coqueteo con la fama cuando el alcalde de la ciudad, Fiorello La Guardia, le dio un galardón como parte de un equipo de sóftbol en el que Althea era uno de los pítchers (la única mujer del equipo). Luego también fue campeona en paddleball.

    Fue Buddy Walker quien consiguió que pudiera jugar en el Harlem River Tennis Courts de la calle 153 con la Séptima Avenida. Allí podría decirse que nació la tenista y empezó a desaparecer la chica rebelde y callejera que se codeaba con pandilleros y se peleaba en las calles. Allí la vieron algunos scouts quienes le contaron a Fred Johnson la historia de una chica de sólo 13 años que golpeaba la pelota con gran poder y que parecía ser un prodigio del tenis.

    Johnson era uno de los mejores entrenadores de tenis de la época y estaba vinculado con la American Tennis Asociation (ATA), entidad organizada desde 1916 y comprometida predominantemente con objetivos de apoyo a los deportistas negros. Extrañamente aquel hombre que había perdido su brazo izquierdo en un accidente industrial llegó a ser ganador de varios torneos importantes en el ámbito regional y aun nacional.

    Así, y luego de contactar a la deportista y enterarse de lo que pensaba ella misma respecto de su futuro, decidió tocar a la puerta de la casa de los Gibson.

    —¿… y cuánto le van a pagar?, preguntó Annie Bell, la madre de Althea.

    —Nada por ahora… tal vez algo en el futuro —contesto Alfred Johnson.

    No se habló mucho más, pero Althea Gibson, desde aquel verano de 1941, quedaba vinculada con Johnson y allí en aquel club conocería a Rhonda Smith, la primera tenista blanca con la que practicó y quien se encargó de convertir su tenis silvestre, de gran poder, pero burdo y sin mucha técnica, en una manera convincente y conceptualmente válida para competir.

    Evidentemente una cosa era golpear la pelota contra una pared hasta la fatiga, y otra muy distinta tener al frente a un competidor con recursos físicos, argumentos técnicos y un plan de acción para tratar de ganar un partido.

    Rhonda Smith era la misma mujer —pero nueve años después— con la que Althea Gibson viajaba en el tren F, entre Broadway y Forest Hill, buscando que las dejaran entrenar, al menos una vez, en las canchas oficiales antes de que empezara el US National de Forest Hills, que era como se llamaba el torneo que llegaría a ser el US Open en 1968.

    De las buenas relaciones

    En el entorno de Fred Johnson se movían varias personalidades que ya tenían algún nombre y un protagonismo de relieve y que van a ejercer una positiva influencia en esta fase clave para la formación de la tenista. Como ya está dicho, la aparición del saxofonista Buddy Walker empezó a abrirle puertas, ya que en ese mismo entorno conoció a Ray Sugar Robinson, el gran boxeador que por entonces no era todavía la leyenda que conoció el mundo y trabajaba part time como un baterista en varios centros nocturnos de Manhattan.

    También, y porque era miembro del Club de Tenis Cosmopolitan, tenía un lugar en la escena Gordon Parks el famoso fotoperiodista que recién empezaba a construir su carrera en la revista Life. Todos ellos, porque eran voces autorizadas en un medio hostil para los negros, tuvieron un papel decisivo en la formación personal de la futura campeona.

    Estos serían los años más fructíferos de su fase formativa y en los que desarrolló su verdadero aprendizaje. Desde 1941 y hasta 1946 acrecentaría su imagen de futura gran estrella y se convertiría en un ícono gracias a sus triunfos y a que su comunidad la arropaba en cada uno de los eventos en que competía. Era parte del grupo privilegiado del Cosmopolitan Club, que era la fuerza más autorizada para decidir qué era y qué no era posible en Harlem.

    Ya había dejado de nuevo la High School y me dedicaba por completo a la instrucción del tenis. Fue en esa época cuando entendí que tendría que acostumbrarme a jugar con mujeres, a vestirme de blanco y a caminar como una dama dentro de los campos en cada partido.

    Gibson tenía apenas 15 años en 1942 cuando ganó el New York State Open Championship. Entonces declaró que le había encontrado un gusto especialmente dulce por haber derrotado en la final a una rival blanca llamada Nina Irwin.

    Este es el punto de partida de Althea Gibson en su carrera de éxitos que va abarcar casi 16 años y más de 70 títulos.

    La motivación de aquel primer triunfo llevó a los miembros del Cosmopolitan a conseguir el dinero para enviarla a competir en el campeonato nacional de la ATA que se realizaba ese verano en el Lincoln University de Pennsylvania. Gibson cayó en la final ante Nana Davis quien, a propósito, denunció que Althea era una mala perdedora que se había negado a estrechar su mano al término del partido y que intentó agredir a un chico que se reía cuando ella abandonaba el campo.

    Aquello por supuesto era una constante que preocupaba a sus mentores. Tenían en sus manos a una atleta de gran talento, pero también a una persona sin educación y sobre todo carente de buenas maneras para conducirse socialmente. Eso no ayudaba en nada a la comunidad negra que temprano en los años 40 buscaba nuevos escenarios para probar el mérito de sus logros. Sin embargo, a esa hora ya alguien miraba con detalles lo que pasaba y se disponía a traer una propuesta que lo iba a resolver todo de una vez por todas.

    Mientras tanto y debido a las medidas nacionales de seguridad por la Segunda Guerra Mundial, la ATA no tuvo calendario en 1943, por lo que prácticamente pasó sin competir para regresar en 1944 y de nuevo ganar el campeonato de aquella organización; algo que repitió en 1945 y que llegaría a ser casi una costumbre durante una década.

    El caso es que ya Althea Gibson tenía 18 años y en busca de formular sus objetivos de manera más precisa buscaba expandir su círculo de amistades. Así, una noche su amiga Gloria Nightingale le presentó a Ray Sugar Robinson. El boxeador, cuyo verdadero nombre era Walker Smith, había nacido en 1921 y en aquellos años, aunque ya era muy famoso, todavía no era campeón mundial; pero para Althea Gibson, él y su esposa Edna Mae van a resultar una formidable ayuda ya no sólo por lo económico, sino porque se convirtieron en una especie de hermanos a los que la tenista podía acudir a todas horas. De hecho, cuando Robinson debió ir a cumplir con el servicio militar, Althea se quedaba días y semanas enteras acompañando a Edna.

    Los Robinson eran dueños de una boutique y un restaurante en Harlem y también allí pasaba su tiempo, por entonces ya viviendo en el limbo de querer hacer una carrera en el tenis de alta competencia, pero con la imposibilidad de retar a las mejores porque era negra.

    El manojo de realidades crudas de a poco se quedaban atrás y ya no habría más peleas en las calles, ni noches largas en el subway. Acaso las carencias seguirían siendo las mismas de una comunidad pobre y marginada, pero Althea Gibson daba su lucha abierta por tener derecho a algo mejor y eso venía en camino.

    Eaton and Johnson

    Althea había regresado de Ohio donde había perdido la final del torneo del Wilberforce College frente a Roumania Peters, y mientras recibía los aplausos de sus fans neoyorquinos —quienes siempre la trataban como si hubiera ganado— vio venir directamente hacia ella a un hombre elegantemente vestido.

    —¿Te gustaría jugar en Forest Hills? —fue la pregunta, a secas.

    —Sí, por supuesto, pero usted sabe que eso es imposible —respondió Gibson.

    —Es imposible por ahora, pero tú puedes ser quien abra aquella puerta. Sólo debes estar dispuesta trabajar tan duro como sea necesario para lograrlo.

    —Yo hago lo que haya que hacer por jugar en Forest Hills —terminó diciendo la tenista.

    Aquel extraño se llamaba Walter Johnson, era médico, jugador de tenis y ya un connotado defensor de las causas de los deportistas de su raza. Él y su compañero de travesía en el tenis, Huber Eaton, también médico, habían coincidido en que bien valía la pena ofrecerle una oportunidad a la deportista para que tuviera acceso a un entrenamiento adecuado, un día a día sin apuros y una buena educación. Asimismo, en esos términos, le pusieron la oferta sobre la mesa.

    En realidad, Althea no estaba muy convencida de regresar al sur, básicamente por el miedo que sentía de todo lo que le pasaba a los negros en aquellas zonas, por el sólo hecho de ser negros. Su mamá Annie Bell tampoco parecía muy conforme, pero entre los hermanos y el mismo Ray Sugar Robinson y su esposa, más los amigos del Cosmopolitan Club, la convencieron.

    El procedimiento era que ella debería estar en casa del Doctor Huber Eaton en Wilmington, North Carolina, integrada a la familia de cinco miembros, mientras completaba su educación y en los veranos se sumaba a la familia del Doctor Johnson en Lynchburg, Virginia. En ambos casos tendría oportunidades de practicar todos los días en los campos privados de sus nuevos mecenas. Habrá que agregar que Johnson, a quien llamaban Whirlwind (Torbellino) era un conocido tenista en el circuito estadounidense.

    Contra todo pronóstico, Gibson se despidió de los suyos en Nueva York, tomó un tren y empezando septiembre estaba llegando a Wilmington para iniciar su nueva vida. Allí, como si cumpliera un mandato divino, estaría tres años.

    Como tenía tan poca educación lo primero sería terminar su secundaria básica en Williston Industrial High School. Así y tras un proceso de adaptación no exento de dificultades llegó a ser un miembro más de las familias con las que compartía y desarrollaba tareas y deberes todos los días.

    De paso, lo deportivo marchaba bastante mejor. En 1947, cumpliendo su primer año fuera de Nueva York, se inscribió de nuevo en el torneo Nacional del ATA, en cuya final derrotó a su enconada rival Nana Davis. Aquel título lo revalidaría invariablemente durante diez años entre 1947 y 1956. En la categoría de mixtos, en la que competía con su protector Walter Whirlwind Johnson, ganaron siete títulos nacionales entre 1948 y 1955.

    Siguiendo la huella de Jackie Robinson

    Como en abril de 1947, Jackie Robinson —jugando para los Dodgers de Nueva York— había derrumbado la barrera del racismo en las Grandes Ligas del Béisbol, el tema había tomado una elevada temperatura y se hacía casi inevitable debatir la posibilidad de que los negros jugaran tenis en torneos oficiales de élite.

    Habrá que añadir que en 1946 Woodie Strode y Kenny Washington habían roto la barrera étnica en la NFL, que desde la Gran Depresión le había cerrado las puertas a los futbolistas negros, y Alice Coachman en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, había llegado a ser la primera negra ganadora de una medalla de oro en una olimpiada. También William King y William Gates abrieron la puerta de la NBA en 1946. Así que era casi un imperativo presentar, ya no una solicitud, que era invariablemente rechazada, sino un reclamo en tono alto para aprovecharse de los vientos de apertura que se imponían.

    Frente a esto, los doctores Johnson y Eaton, ya totalmente apersonados de la carrera de Althea Gibson, tenían muy claro que para tocar a la puerta de Forest Hills había que llegar con una competidora de alto nivel. Era obvio que si les dejaban entrar querían empezar a demostrar prontamente qué tan buenos eran los negros en el tenis, así como ya otros probaban serlo y se destacaban en otros deportes.

    No había otros competidores de su nivel (ni hombres, ni otras mujeres) y por tanto quien ya tenía una respetable colección de títulos en el ámbito nacional era Gibson; y en esas circunstancias —¡quién lo creyera! — iba a convertirse en una pionera con un sitial de honor para la posteridad en la larga y rica historia del deporte.

    Althea Gibson se graduó de High School en 1949, a los 22 años, y como ya tenía tres años compartidos con los doctores Eaton y Johnson, y además ya había adquirido el fogueo necesario para buscar otro nivel en su carrera, se despidió de la casa de la familia Eaton en Wilmington y partió rumbo a Nueva York, directo a Harlem.

    Con la autoridad de mi experiencia

    Alice Marble era una voz altamente respetada en el mundo del tenis en Estados Unidos. Había ganado cuatro títulos de Forest Hills entre 1937 y 1940. También había sido campeona de Wimbledon en 1939 y a través de una columna en la revista American Lawn Tennis emitía sus autorizadas opiniones sobre temas gravitantes de este deporte.

    En el mes de julio de 1950, Marble, quien desde antes hacía eco sobre la necesidad de una apertura en la frontera racial, al ver los logros innegables de Gibson en el tenis estadounidense publicó una nota durísima contra la intolerancia y exigiendo directamente que permitieran a la campeona afroamericana participar en los torneos de la USLTA.

    Si Althea Gibson representa un desafío para las jugadoras que están surgiendo, entonces lo más limpio y noble es que ese choque se dirima en los campos de tenis, decía en un aparte la nota de Marble, quien agregaría: Permitir que Althea Gibson siga fuera de los campeonatos de la USTLA es darle la razón a la intolerancia… deben dejarla jugar… lo pido públicamente con la autoridad de mi experiencia. Acaso porque era casi una moda derribar las barreras étnicas o porque simplemente la presión ya era demasiado fuerte, la organización del torneo invitó a Althea Gibson.

    En el libro Born to Win, Gray-Lamb expone aquellas horas decisivas en la vida de la atleta: El mensaje hecho público el 21 de agosto decía lacónicamente: ‘Miss Gibson fue aceptada por su habilidad como una de las 52 mujeres seleccionadas para los nacionales’. No agregaba mucho más.

    En la misma biografía de Gibson (Born to Win) Gray-Lamb le atribuye a Bertram Baker, presidente de la ATA, la siguiente declaración final: Muchos de nosotros hemos trabajado incansablemente por años para ser testigos del día en que nuestros jugadores sean aceptados para competir en los Campeonatos Nacionales de la USLTA. Ese día ha llegado. En el resto de un discurso sensiblero y dulzón, Baker exhortaba a la sensatez y a tomar ese día histórico con mucha amistad y gratitud.

    Por entonces, Gibson se hallaba en Ohio, compitiendo en el torneo Nacional de la ATA, en Wilberforce, en el Central State College. Esa misma semana, el día 24 de agosto, celebró su cumpleaños número 23 y al día siguiente se coronó campeona por cuarta vez de aquel evento.

    Lo demás fue tomar un bus, de aquellos en que se leía: Whites in front, colored back. (Blancos adelante y negros atrás). Esta situación, corriente en el sur, ya era conocida por Althea y aunque odiaba padecerla, básicamente la aceptaba con mucha integridad. El sábado 26 en la tarde ya estaban en Nueva York.

    Beat the nigger!

    Aquel lunes 28 de agosto, otra vez Althea Gibson y Rhonda Smith hacían la ruta entre Manhattan y Queens. De nuevo tomaban el Tren D para después cambiarse al F e ir directo a la parada de Continental Avenue en Queens, exactamente sobre Queens Boulevard.

    Las tres cuadras que separan la estación del Subway del West Side Tennis Club transcurrieron casi en segundos y de repente estaban en Forest Hills. El esquivo Forest Hills, donde, a la 1:00 pm Althea Gibson debía debutar en la cancha 14 frente a la inglesa Barbara Knapp. Los medios periodísticos se volcaron para dar cobertura al evento.

    Sin embargo, en algo que no pocos —entre ellos Sports Illustrated— entendieron como una acción tendenciosa, el partido se programó en un lugar apartado en el que olía a veneno espantarratas y había un ruido especial desde los altoparlantes. En la cancha siguiente estaba la estrella del cine Ginger Rogers, gran aficionada al tenis, jugando y robándose el show de la tarde. También, y de manera inusual, se permitió que una nube de fotógrafos se plantara frente a la cara de Althea Gibson a disparar insistentemente sus flashes en pleno partido.

    La hora llegaba y junto a la tenista que moría de nervios estaban solamente su entrañable Rhonda Smith y Alice Marble, la respetada dama del tenis y quien era su principal apoyo. Tienes que tener coraje… tú tienes que sentirte como cualquiera de nosotros, fue lo último que le dijo la legendaria excampeona, y Althea Gibson pisó a la 1:00 de la tarde la, hasta entonces prohibida, cancha de Forest Hills.

    Eso sí, el partido fue un trámite corto. Althea Gibson hizo valer prontamente la diferencia de su poder físico y aplastó a Knapp 6-2 y 6-2.

    Así, el primer paso estaba dado y el temor no expresado de muchos, en el sentido de que de pronto la tenista negra se desplomara con el peso del compromiso, quedó borrado, como también el hecho de que no había diferencias marcadas entre las tenistas blancas y la naciente estrella.

    Al regresar a Harlem le dije a Rhonda (Smith) que quería ir a ver una película, pero en seguida me dio temor de que mis ojos se cansaran y por ello jugara mal al día siguiente, bromeaba Gibson.

    La segunda jornada de su primera aventura en un torneo de Grand Slam la puso frente a Louise Brough, sin duda una competidora del máximo riesgo y ante más de dos mil aficionados. De hecho, con Althea hecha un mar de nervios, la rival se hizo con el primer set con un premonitorio 6-1 que empezó a cambiar los rostros de los más entusiastas. Mientras, de cuando en cuando, bajaban desde el público las voces de: Louise, destrózala o Beat the nigger.

    Como quiera que sus consejeros le habían advertido sobre lo que podía pasar, la tenista no apartó nunca la mirada de la bola. No permitirás que te saquen del partido… no puedes perder la concentración, le había dicho Mom Smith, que era como ella le decía a Rhonda Smith. Así que para el segundo set las cosas vendrían bastante mejor y la principiante, que empezaba a encontrar el verdadero nivel de su tenis, se tomó la revancha liquidando esta manga 6-3.

    El tercero y definitivo set lo empezó fatal y prontamente Brough estaba 3-0 arriba; sin embargo, una reacción sorprendente de Gibson, quien le rompe el saque tres veces a su rival, la va a poner 7-6 al frente y dispuesta a servir por el game, el set y el partido.

    Extrañamente lo que era desde temprano una amenaza de lluvia, se convirtió en una tormenta terrible y el final del choque fue aplazado hasta el día siguiente.

    Apenas pude dormir, diría Althea Gibson acerca de la mala noche que pasó, bajo la fuerte presión de regresar al día siguiente a finiquitar su tarea.

    Al volver para cerrar su victoria, Althea Gibson se encontró con que de repente era incapaz de encontrar su ritmo y después de fallar tres games consecutivos entregó el set decisivo 9-7 y regaló el partido.

    Así terminaba —prematuramente— la primera incursión de un tenista negro —hombre o mujer— en el gran circuito internacional de los torneos que llegaron luego a constituir el Grand Slam. Althea Gibson había podido derrotar a los intemperantes que la insultaban desde las gradas, al periodismo hirsuto que la ignoraba, incluso había sido mejor que su rival, pero había sucumbido frente a los nervios, para entregar malamente su opción de triunfo.

    Las historias hablan de las caras de asombro y de decepción. Había estado demasiado cerca; sin embargo, había dejado demostrado que tenía el nivel para competir exitosamente frente a esas rivales y eso era lo más importante.

    Las heridas cicatrizaron muy pronto. Igual: haber perdido como debutante frente a Lousie Brough, quien tenía una racha de tres campeonatos seguidos en Wimbledon (1948-49 y 50) y ya tenía un triunfo en Forest Hills (1949), era algo que no podía avergonzar a nadie. Todo lo contrario, si frente a semejante competidora Althea le había coqueteado a la hazaña, todo lo mejor estaba por venir.

    ¿Un puente demasiado lejos?

    El buen desempeño en Forest Hill le cosechó aplausos de todos lados a la figura emergente que era Althea Gibson, mientras ella miraba en busca de una universidad para iniciar su educación superior. Por ser una atleta destacada, varios Colleges querían tenerla entre sus alumnos, pero la posibilidad de encontrar una universidad de élite tenía el obstáculo del racismo y por eso la búsqueda ya no fue tan abierta y se limitó a pensar en un centro docente donde padeciera lo menos posible del virus de la segregación. Por entonces era cosa corriente la intimidación a los estudiantes negros en los salones de clase, cuando no las vejaciones en los patios de recreo y los cuartos de baño.

    Así las cosas, Althea Gibson se decidió por la FAMU (Florida A&M University), en la que fue gran protagonista en los equipos de softbol, voleibol y basquetbol, mientras mantenía su actividad en el circuito de tenis de la ATA.

    Para 1951 van a empezar a sentirse los efectos del desplome de la barrera étnica y los dignatarios de Wimbledon le dejan saber a Althea Gibson a través de la USLTA que quieren contar con ella en el verano.

    Este que era el espaldarazo definitivo para fortalecer su presencia en el circuito mundial le va a servir a Gibson para matricularse decididamente como aspirante a todo, y aunque es eliminada en cuartos de final en su primera visita, deja una grata impresión al sumar sus primeros triunfos en la legendaria cancha londinense.

    La USLTA, en alianza con la ATA, se hacían cargo de los preparativos y decidieron enviar a Althea a Detroit para ponerla en manos de Jean Hoxie, una de las más calificadas entrenadoras de entonces. Allí en Detroit va a conocer a Joe Louis, el gran campeón de los pesos pesados, quien le presta gran apoyo financiero y entre otros favores le regala el boleto para viajar a Londres.

    En la antesala del gran evento incluso tiene oportunidad de participar en varios torneos para alcanzar la puesta a punto y encarar el compromiso en la mejor forma. Althea Gibson ya no representa sólo a los negros, ahora es también el emblema de la USLTA-ATA, unidos en un objetivo común. La prensa británica estalló en furor con la llegada de Gibson. Harlem Girl is a big tennis hit (Chica de Harlem es un gran éxito en el tenis) o First negress at Wimbledon (Primera negra en Wimbledon), expresaron algunos. Otros más prevenidos titularon: Dios quiera que tengamos un Wimbledon en paz.

    Al igual que en su debut en Forest Hills, aquella vez en Wimbledon también era lunes y también llovía. Ídem, en la primera ronda Gibson se deshizo de su rival, la inglesa Pat Ward, a quien venció 6-0, 2-6 y 6-4; pero en la segunda ronda la californiana Beverly Baker hizo valer su experiencia y envió a casa a la estrella negra con un rotundo 6-1 y 6-3. Igual, permanece en Europa varias semanas y juega varios torneos importantes en el viejo mundo.

    Para entonces la primera gran meta es alcanzar un lugar en el ranking de la USLTA, que todavía no codificaba sus resultados y por tanto la tenista no recibía invitaciones por sus resultados, sino porque a alguien se le ocurría que podía ser importante tenerla en algún torneo.

    Al paso que alternaba sus estudios con el tenis, empezó a aparecer una preocupación en el campamento de Althea Gibson y era que sus actividades en Estados Unidos seguían mayormente ligadas a la ATA y competía muy poco en los eventos de la USLTA.

    En otros términos, aunque ya había roto las barreras de la exclusión racial, seguía siendo una tenista negra de torneos organizados por negros, lo que representaba poco más o menos una redefinición de signo negativo que significaba automarginación. Eso, concluyeron, podía dañar la carrera de la tenista.

    La lectura completa del tema volvió a dejar denunciado que muchos torneos seguían destinados sólo a tenistas blancos y que en muchas ocasiones las mejores tenistas no jugaban cuando Gibson anunciaba que iba a participar. Muchas veces cuando les permitían jugar no le prestaban los baños después de los partidos. Habrá que agregar que las empresas patrocinadoras tenían su propio criterio y preferían orientar sus recursos hacia comunidades con capacidad adquisitiva. Justamente lo que el público negro no tenía. En suma, faltaba todavía irrigar desde el centro a la periferia una auténtica cultura de igualdad racial en todos los frentes de la sociedad estadounidense de mitad de siglo.

    Ella misma ya había expuesto su molestia al concluir que tanto esfuerzo y tantos éxitos todavía no le servían para comprarles una casa a sus padres. Sus ingresos anuales eran de 3 mil dólares y su carro era un Oldsmobile de segunda mano. Sus condiciones económicas eran tan malas que de nuevo debe volver a aceptar la ayuda de terceras personas. Esta vez fue una familia amiga residente en Montclair, Nueva Jersey.

    Rosemary Darben era también tenista, de raza negra y muy solidaria, tanto que conociendo las dificultades de la Gibson la invitó a vivir a su casa para que, en el tiempo que no estaba estudiando, pudiera preparar mejor sus competencias entrenando en canchas cercanas y de buena calidad.

    A esta altura de su vida se conoce la primera relación de amor de Althea Gibson. William Darben, el hermano de Rosemary, donde vivió unos meses la tenista, se convirtió en un admirador de ella y fue frecuente verlos en centros nocturnos de Harlem. La relación sin embargo va a tener su final cuando ella le confiesa que lo quiere pero que no lo ama y se despide de la familia Darben para regresar a la FAMU y terminar sus estudios universitarios.

    A los 26 años, en 1953, se gradúa e inmediatamente se busca un trabajo en la Lincoln University de Missouri como profesora de educación física. Allí estuvo casi dos años ente 1953 y 1955. Un mal salario, además de la presión racial del sur y la vida demasiado lenta la hacen apartarse de Missouri. Decepcionada e influenciada por un novio militar de quien nunca dijo su nombre (y a quien ella llamó El Capitán) presenta una solicitud para integrarse al Ejército y regresa a Nueva York.

    Este habría sido el momento crucial en el que Althea Gibson estuvo cerca de colgar la raqueta y dejarlo todo. A los 28 años vivía una terrible crisis de confianza; su carrera estaba estancada y la tenista estaba fastidiada de estar recibiendo ayuda de todos, aun para comer y vestir. El escalafón de la USLTA la muestra en el noveno lugar en 1952. Luego subirá dos lugares, hasta el séptimo en 1953, para desplomarse hasta el lugar decimotercero en 1954. La lectura era obvia.

    ¿Podemos hablar con Mrs. Gibson?

    La primera parte de la historia de Althea Gibson se cuenta en un tramo especialmente convulsionado del Siglo XX. Aquel segundo cuarto entre 1925 y 1950 tiene dos referencias puntuales. La primera es la Gran Depresión que representó la quiebra de la economía mundial, pero que específicamente fue un desastre para Estados Unidos; y luego —casi simultáneamente— la Segunda Guerra Mundial.

    En el eje del Siglo XX, vale decir hacia 1950 los Estados Unidos comprenden que se requiere de una campaña radical para alcanzar el mejoramiento de la imagen del país, que ha quedado realmente maltrecha debido a las secuelas del conflicto bélico del que el país ha salido triunfador, pero con la innegable amargura de ser señalado vindicativamente por haber lanzado la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Especialmente en los países asiáticos y naciones vecinas se mira con terror lo hecho por el gobierno estadounidense.

    Van a ser muchos los planes y programas orientados en ese sentido y uno de ellos va a tener que ver directamente con una llamada del Departamento de Estado a Mrs. Althea Gibson. No creo que me hayan invitado por mi habilidad para jugar tenis, sino porque era negra… eso de alguna manera servía para suavizar el ambiente y la opinión que se tenía de Estados Unidos en muchos países, así respondía Althea Gibson cuando le preguntaban por qué el gobierno de Estados Unidos se había fijado en ella para enviarla en una misión deportiva de índole oficial.

    Dar la sensación de fortaleza y unidad interior es un punto de partida fundamental para cualquier país después de una gran crisis; por eso Washington quería vender la idea de equidad racial, enviando a una tenista negra dentro de un contingente de blancos. Aunque ella entendió la doble moral de la intención, no le atribuyó más del peso que realmente tenía, básicamente porque Althea Gibson era apolítica. Eso, porque aunque había padecido como pocos —¡y lo que le faltaba!— las monstruosidades del racismo, ella no le daba cualificación política, y aunque era una convencida de la necesidad de libertades y derechos civiles para todos, no cargaba una valla publicitaria exponiendo su pensamiento.

    Así y cuando la tenista estaba en lo peor de su crisis de confianza y ya no sabía si sería una exitosa deportista o una profesora de escuela o una madre de Harlem, en diciembre recibió la invitación del Departamento de Estado para que se integrara a una misión llamada Tour por el sudeste asiático, lo que suponía cumplir una larga gira por países como India, Ceylán, Pakistán, Burma, Tailandia, etc., en partidos de exhibición junto a los jugadores top de Estados Unidos.

    Paradójicamente este hecho va a partir en dos la historia deportiva de Althea Gibson. En una misión integrada además por Hamilton Richardson, Bob Perry y Karol Fageros, que les tuvo por casi dos meses como embajadores de buena voluntad, Althea Gibson transformaría su actitud frente a la vida, su condición personal y su carrera deportiva.

    Gibson fue la estrella de aquel viaje. Primero porque era la figura más requerida por la prensa que le acosaba con los temas de índole racial, a lo que la tenista sorprendentemente suelta y clara para tratar el tema, siempre tuvo una respuesta sólida y concluyente para cerrar sin polémica cualquier asomo de debate.

    En segundo término porque en lo deportivo fue un verdadero espectáculo, ya que su sola presencia garantizaba el lleno total en todos los escenarios donde se presentaron.

    Para el anecdotario queda que cuando uno de los compañeros se enfermó y no había quién enfrentara al campeón local de Dacca en Pakistán, Althea lo desafió a que jugaran y lo derrotó ante el delirio de los asistentes.

    Fueron unas semanas iluminantes para Althea Gibson. En plan de estrella, con una tribuna multiétnica desbordada a su favor y con una agenda de eventos sociales en los que a menudo hacía de presentadora y cantaba con los grupos musicales. Sentirse masivamente reconocida como atleta y respetada como persona eran dos cosas que le faltaban en la vida y que una vez alcanzadas le cambiarían su futuro de una manera impensable.

    Terminada la gira por Asia y cuando cesaron las funciones como embajadora del Departamento de Estado, se fue a Europa a entrar en ritmo frente las grandes jugadoras que enfrentaría en su calendario tenístico de más exigencia. Ganó un total de 16 torneos en 18 participaciones.

    Para confirmar que era un año mágico, en junio de aquel 1956, cuando tenía 28 años, Althea Gibson va a ganar en París el primer trofeo realmente importante de su carrera: Rolland Garros. Allí se topó en la final con la campeona defensora Angela Mortimer para ganar 6/0 y 12/10. Mortimer reconocería después: Althea simplemente no me dejó posibilidades; temprano en el partido parecía un huracán y me ganó 6-0, y cuando yo entré en mi nivel de juego, ella respondió. Y aunque estuve cerca de dominarla, siempre volvía y jugamos un set endiablado que ganó ella 12-10… la recuerdo muy bien… aunque todas las derrotas duelen, esta la sentí menos por todo lo que significaba para ella.

    Para completar su semana inolvidable, la tenista de ébano se sumó a su amiga Angela Buxton para ganar los dobles ante Darlene Hard y Dorothy Knode 6-8, 8-6 y 6-1. Posteriormente la pareja Gibson-Buxton va a escribir una gran historia como doblistas y ganadoras, pero más que eso por haber sumado su amistad y coraje para recibir los insultos por ser una negra y la otra judía. El libro The Match, de Bruce Schoenfield, trata a extensión un tema espinoso y candente en las primeras horas de la postguerra.

    El sueño ya tenía alas de realidad y Althea Gibson, que menos de un año atrás estaba cerca de dejar el tenis, le había reencontrado el gusto a su carrera y ahora había sido la gran galardonada en París. De ahí vendría el corto paso a Wimbledon en pleno verano londinense, aunque antes haría una parada en el torneo de Manchester, donde volvió a estar intratable y venció en semifinales a Shirley Fry y en la final a Louise Brough, quienes eran las favoritas para ganar en la grama de Wimbledon. Sin embargo, su larga estancia en Europa no va a terminar como ella

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