Principe En Salmuera: Historia De Una Noble (Pero No Aristócrata) Familia Cubana En Un País Mejor
Por Andrés Rivero
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Prncipe en Salmuera es la historia de cuatro generaciones de una notable familia cubana destacada en la poltica, las leyes, la educacin y la economa. Abuelos, padres, hijos y nietos conforman la trama de esta historia que describe al cubano de ayer y de hoy, triunfador en dos mundos: la Cuba prspera de los cincuenta y el temprano exilio en los Estados Unidos. El padre del autor, Andrs Rivero Aguero, fue el ltimo presidente electo democrticamente en Cuba, 1958.
Andrés Rivero
Andrés Rivero, un escritor americano, nacido en Cuba, ha pasado gran parte de su vida viajando y “descubriendo” los Estados Unidos. El es un fecundo autor de 15 libros en diferentes temas: novelas, ensayos políticos, colección de sus artículos periodísticos, de sus cuentos costumbristas y de aventuras viajeras. Rivero escribe en español e inglés y ha ganado numerosos premios y distinciones por su obra literaria. Andrés vive en Miami, Florida, con su familia. Andrés Rivero, an American writer born in Cuba, has spent a large part of his life travelling throughout the United States. He has written fifteen books on diverse subjects: political essays, collections of newspaper articles, novels, short stories and travel literature. Rivero writes in English and Spanish and has earned several literary awards for his work. He lives in Miami.
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Principe En Salmuera - Andrés Rivero
Contents
Mi Padre
Mi Madre
Mis Hijos
Mis Nietos
Fotos
Mi Familia Extendida
Mi Esposa
Yo, el Príncipe
DEDICATORIA
Este libro está dedicado a los mártires en la lucha contra el fidelismo cubano, antes y después del triunfo terrorista de la revolución. Valientes compatriotas asesinados en las calles, en las cárceles, frente al paredón, en los cielos y en los mares del Golfo.
SOBRE EL AUTOR
Andrés Rivero nació en La Habana en 1936, salió de Cuba el primero de enero de 1959, no ha regresado nunca a la isla, ni piensa regresar. Escritor, periodista, educador, asesor económico, ha publicado once libros, centenares de artículos periodísticos, decenas de materiales didácticos para la enseñanza del idioma español en las escuelas de los Estados Unidos y ha ganado numerosos premios literarios y académicos. Rivero reside en Miami con su familia y es hijo del Dr. Andrés Rivero Agüero, último presidente-electo en Cuba republicana (1958).
Para comunicarse con el autor escriba a: principe@cubaexilio.net
Prólogo
Yo no nací en cuna de oro, pero si de níquel, útil metal plateado que abunda en Cuba y tiene algún valor material porque no es chatarra. Mi padre no era millonario, ni aristócrata, pero ganaba buen dinero como abogado en La Habana de 1936, cuando nací. Mi madre tampoco era una socialite, o heredera de fortunas y títulos nobiliarios, pero fue una mujer excepcional, elegante y digna.
De pequeño, me trataron en realidad como príncipe, de malacrianzas, trajes de piqué, manejadora uniformada y escuela privada, pero todo cambió en 1944, por la política, y crecí en el humilde barrio habanero de Pueblo Nuevo, jugando pelota, canicas, enganchándome de los tranvías y manitiguando postalitas.
Hasta que de nuevo en 1952 (el Diez de Marzo) volvimos al poder político, a la abundancia económica y la relevancia social, lo que hizo que mi adolescencia fuera de nuevo principesca. Aunque estuviese en salmuera.
Se lo explico todo si usted me sigue por las páginas de este libro.
Pero aclaro que esta historia no es sólamente mía, sino también la de mi noble (pero no aristocrática, Dios nos salve) familia cubana. En un país mejor. La Cuba de ayer. Los Estados Unidos de siempre.
Andrés Rivero,
o Andrés Rivero Collado
(porque siempre he tenido madre)
Verano de 2012
Convergencia
(Para que gocen los cubanos envidiosos y los fidelistas de corazón).
El 31 de diciembre de 1958 yo era un príncipe cubano. El 1 de enero de 1959 era un pobre exiliado, sin futuro alguno, un plebeyo más.
El 31 de diciembre vestía un traje de lana vírgen, hecho a la medida en la famosa Sastrería Oscar de La Habana. El 1 de enero me enfundaba en una gruesa camisa azul de cuadros rojos y un tosco jean del Army and Navy de West Palm Beach.
El 31 de diciembre paseaba por La Habana en un Oldsmobile del año, con chofer, guardaespalda, sirena, aire acondicionado y microonda policial. El 1 de enero, solo y triste miraba, titiritando, el embravecido mar de la Florida sub-tropical.
El 31 de diciembre centenares de amigos me adulaban. El 1 de enero nadie me quería saludar.
El 31 de diciembre vivía en amplia y moderna casa de un lujoso barrio residencial. El 1 de enero nos apiñábamos cinco en un caluroso apartamento de Lantana, pueblecito floridano.
El 31 de diciembre era un avanzado estudiante universitario. El 1 de enero buscaba trabajo de jornalero mercantil.
El 31 de diciembre celebraba el nuevo año con whiskey escocés y cena gourmet en el flamante cabaret Sans Souci. El 1 de enero me comía un hamburger y papitas fritas en un Royal Castle de la US 1.
El 31 de diciembre ser un buen cubano era toda mi ambición. El 1 de enero me cuestionaban la nacionalidad.
El 31 de diciembre el futuro era una bella ilusión. El 1 de enero todo se hizo lóbrega realidad.
El 31 de diciembre no me cansaba de amar. El 1 de enero empecé a odiar.
El 31 de diciembre de 1958, mi padre, Andrés Rivero Agüero, se preparaba a tomar posesión de la presidencia de Cuba… el rey. El 1 de enero de 1959, Fidel Castro se robaba el poder y yo, el príncipe, comenzaba un exilio a eternidad.
Ese es el tema de este libro, que no quiere abrumar, ni deprimir, ni endiosar, si no meramente contar una simple, pero muy humana historia familiar.
Mi Padre
El cuatro de febrero de 1905, Andrés Rivero Agüero nació en Burenes, un pobre barrio del Municipio de San Luis, en la estribaciones de la Sierra Maestra, oriente cubano. Desde muy pequeño tuvo que trabajar infatigablemente en el campo para ayudar a su padre, Juan, aparcero de un sembradío cafetalero que dejaba poca ganancia, sólo la suficiente para subsistir en un bohío con piso de tierra, fogón de carbón y escusado en el monte. Mi abuelo murió jóven de una infección renal y mi abuela, Isidra, decidió abandonar el campo con sus cinco hijos hacia la ciudad, en busca de un mejor porvenir. Así llegaron con escasos recursos a Santiago de Cuba, lo que afortunadamente se convirtió en la gran oportunidad de mi padre para labrarse un buen futuro. Como mensajero de la Zona Fiscal santiaguera conoció a Martín Veloz, notable educador, quien vio en el guajirito adolescente, potencial de aprendizaje y superación. Con quince años de edad, Andrés todavía no sabía leer ni escribir, lo que el mentor resolvió con clases privadas que eventualmente lo hicieron bachiller por la libre a los 22 y Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras a los 29. ¿Impresionante, verdad?
Su carrera como abogado fue brillante y próspera en uno de los mejores bufetes litigantes del país, pero la política, el servicio público, eran en realidad la pasión de mi padre y por ello, pronto empezó a participar activamente de procesos electorales: fue electo concejal de Santiago de Cuba en 1936, aspiró en 1938 a Representante por el distrito oriental de Mayarí, pero perdió la elección y entonces regresó a La Habana, a ocupar en los años siguientes destacadas posiciones gubernamentales como presidente del Instituto del Café y Jefe de Consultores Legales del Ministerio de Salubridad. Aunque, siguió trabajando en su bufete que contaba con muy buenos clientes comerciales extranjeros y nacionales.
De casualidad, en un viaje por tren de Santiago a La Habana, mi padre conoció al sargento Fulgencio Batista Zaldívar y enseguida surgió una mutua simpatía y amistad que duró toda la vida; durante la campaña electoral de 1940, Rivero Agüero fue secretario político del candidato Batista, quien al ser electo presidente de la república, nombró a su aliado Ministro de Agricultura.
Como ministro, fiel a su origen, a su integridad, mi padre cometió dos errores imperdonables para el cubano acaudalado (usualmente explotador del obrero), iniciar una sensata reforma agraria que repartiera equitativamente tierras latifundistas entre los amiserados campesinos de la Sierra Maestra (donde él había crecido) y ser un hombre honrado hasta la pulcritud. Sólo duró un año en el ministerio, la presión ricachona fue demasiado, renunció y entonces el presidente lo nombró Embajador en Perú, un brilloso cargo de neblina política. Cuando en 1944 el candidato oficialista, Carlos Saladrigas Zayas perdió la elección presidencial frente a Ramón Grau San Martín, el bufete de mi padre fue a la quiebra, pues sus opulentos clientes le pasaron la cuenta por la reforma agraria que él habia intentado infructuosamente. En la oposición, Rivero Agüero fue uno de los pocos fieles seguidores que le quedaron en Cuba a Batista, quien se había exiliado en Daytona Beach, Estados Unidos. Mi padre se afilió al Partido Liberal, comenzó a escribir para el diario Prensa Libre y la Revista Bohemia y a atender su único medio de vida, una pequeña finca tabacalera en San Diego, Pinar del Río. Pero con los malos vientos de enemigo (monstruoso ciclón del 44) el negocio fue a la ruína económica y nos tuvimos que mudar