Páginas De La Infancia: La Leyenda De Nacasquémetl
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Al final se relatan algunas leyendas locales que se han transmitido de generacin en generacin, y que le dan un emocionante colorido a la imaginacin de los infantes, as como un sentido de pertenencia del rea geogrfica que se habita.
Debo decir que el contenido aqu presentado tuvo la intencin inicial de quedar como un manuscrito para que lo conocieran mis descendientes. No obstante, por varias razones he permitido que se ample su publicacin, con la intencin de que t, estimado lector, conozcas cmo era la vida de los nios en esa poca y en ese escenario rural de Apaxtla de Castrejn, Guerrero.
Filiberto Figueroa Salgado
Filiberto Figueroa Salgado nació el 22 de agosto de 1962. Hizo sus estudios básicos en su natal Apaxtla de Castrejón, Guerrero. Es médico veterinario zootecnista por la escuela de medicina veterinaria y zootecnia de la Universidad Autónoma de Guerrero. Es maestro en ciencia animal por el Centro de Investigación y Graduados Agropecuarios del Instituto Tecnológico Agropecuario No. 2, de Conkal, Yucatán. Desde 1989 es docente del Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario No. 176, del cual fue director de 2002 a 2004. Fue presidente municipal de Apaxtla, Gro., en el periodo 2005-2008.
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Páginas De La Infancia - Filiberto Figueroa Salgado
Copyright © 2014 por Filiberto Figueroa Salgado.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2014921058
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-9667-1
Tapa Blanda 978-1-4633-9666-4
Libro Electrónico 978-1-4633-9665-7
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.
Fecha de revisión: 26/11/2014
Fotografía de portada:
Niño Tobías Figueroa Rabadán (1925-2006).
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847
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Desde otro país al +1.812.671.9757
Fax: 01.812.355.1576
699578
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
Capítulo I La familia y el hogar
1.- Gratos recuerdos: mis abuelitos.
2.- Visitas a la abuelita Antonia (Tonchi).
3.- Papalotes.
4.- Una vez a la semana.
Capítulo II La iglesia
5.- El domingo temprano.
6.- La feria.
7.- La Semana Santa.
8.- La Navidad.
Capítulo III La escuela
9.- La escuela.
Capítulo IV El campo
10.-Tendría dos o tres años de edad.
11.- Cuando iba en segundo de primaria.
12.- Hoy dormimos en la casita del campo.
13.- Las campeadas.
14.- El burro viejo que nos ganó a llegar.
15.- Los ranchos y la mastranza
.
16.- El eclipse.
17.- En los meses de sequía.
18.- Animales ponzoñosos.
19.- Tiempos de cacería.
20.- ¡Qué tormenta!
21.- En el mes de septiembre.
22.- Acarrear zacate.
23.- A cuidar la era.
Capítulo V Pláticas y leyendas
24.- Largas pláticas.
25.- Frases y conversaciones.
26.- La leyenda de Nacasquémetl.
27.- Los encantos del Cantón.
Dedicatoria
A la memoria de mi entrañable papá:
Sr. Tobías Figueroa Rabadán.
Con todo mi cariño
A mi esposa Agus y a mis hijos: Diana Yakxín,
Elías Xchel, Sara Oshín y especialmente a Deni,
mi más tierno retoño.
PRESENTACIÓN
E l documento que tienes en tus manos es producto de los acontecimientos que marcaron mi infancia y de las ocurrencias que se vinieron suscitando por los recuerdos, a través de los ratos de ocio que tu servidor ha tenido a lo largo de los últimos dos años. Son temas aislados que reflejan mi vida personal de acuerdo a las circunstancias sociales y ambientales que se dieron durante mi infancia. No pretendo que sea una obra literaria, porque además estoy consciente que dista mucho de llegar a serlo. Sin embargo, solo decidí dejar testimonio de cómo, junto con mis contemporáneos, pasamos aquellos momentos de los años 60´s y 70´s. Debo decir que el contenido tuvo la intención inicial de quedar como un manuscrito para que lo conocieran mis descendientes. No obstante, por varias razones he permitido que se amplíe su publicación, con la intención de que tú, estimado lector, conozcas cómo era la vida de los niños en esa época y en ese escenario rural de Apaxtla de Castrejón, Estado de Guerrero, México. Estoy seguro que sabrás disculpar el atrevimiento y los errores que pudieras encontrar en el presente escrito.
EL AUTOR.
CAPÍTULO I
La familia y el hogar
1.- Gratos recuerdos: mis abuelitos.
Foto%201.%20Abuelitos%20y%20familia..jpgD e mis abuelitos tengo hermosos y gratos recuerdos. Cuando nací, mi abuelo paterno, Ricardo, tenía 84 años y vivió otros 15 más. Mi abuelita Josefina, su esposa, de quien no recuerdo su edad, era una viejita muy simpática y amigable. Por parte de mi mamá, recuerdo mucho a mi abuelita Tonchi, mujer risueña y abnegada quien crió a mi mamá y a sus hermanos dado que mi abuelito Elías falleció cuando mi mamá tenía apenas nueve años de edad.
La casa paterna fue también la casa paterna de mi papá. Por lo que hemos vivido siempre en la casa que construyera mi abuelito Ricardo, en el primer año del siglo XX. Los papás de mi abuelito Rico nacieron en El platanal, municipio de Pilcaya. De ahí, a finales del siglo XIX se mudaron a vivir a Tlajocotla y, a la postre a Tonalcual, ambos pueblos del municipio de Teloloapan. En su juventud, el destino lo trajo a vivir a Apaxtla que, en ese entonces, era una comunidad perteneciente al municipio de Cuetzala del Progreso. Nos contaba que en el año de 1900 adquirió el terreno y construyó la casa que aún se conserva y que heredó mi padre y ahora compartimos toda la familia.
Del abuelo Ricardo conservo la impresión de que fue un hombre honorable, muy respetado por los ciudadanos y que dedicó su vida al servicio de los demás. Comentaba que en la época de la Revolución, debido a que su oficio era la carpintería, reparaba las culatas y las cajas de las armas de los revolucionarios, o bien las hacía nuevas si así era necesario. Sufrían hambre y persecución. Les robaban los alimentos tanto para la tropa como para las bestias que traían. Conoció y fue amigo de Adrián Castrejón, nuestro valiente revolucionario. Posteriormente ocupó cargos dentro de las autoridades civiles del pueblo. Cuando nace la inquietud de independizarse de Cuetzala para formar un nuevo municipio, también tuvo una importante participación. Comentaba que cuando iban a Chilpancingo, a pie, llevaban un morral con tostadas y comida suficiente porque tardaban días para regresar; al entrar a las oficinas a tratar los asuntos correspondientes, les hacían que se quitaran los huaraches para no ensuciar los pisos de las mismas. En 1924 cuando se crea el nuevo municipio, ocupó el cargo de Síndico Procurador y posteriormente en 1926 ocupó la Presidencia Municipal.
Mi abuelo fue un reconocido escribano. A su domicilio, lo visitaban muchos habitantes del pueblo, con la finalidad de que les escribiera cartas que tenían que mandar a sus familiares o amigos. Él les leía las misivas y nuevamente contestaba lo que el peticionario deseaba comunicar.
Muchas de las escrituras de propiedad hechas en aquella época, están manuscritas por el puño y letra de él. Además anotaba cada suceso que consideraba importante y que acontecía en el pueblo, por ejemplo: la llegada o retiro de los sacerdotes, los cambios de las autoridades locales, el fallecimiento de personas; de sus hijos y nietos, la fecha de nacimiento, de bautizo, de confirmación, de primera comunión, quiénes fueron los padrinos y que párroco celebró el evento. Ahijados tuvo muchos. Recuerdo que algunos de ellos lo visitaban y le decían Papá Rico.
A veces lo acompañaba a la iglesia, ¡Ah! porque eso sí, cumplía los deberes religiosos como pocos lo hacían. Fue por mucho tiempo el mayordomo de San José y adorador nocturno infalible. Incluso, varios nichos que domingo a domingo admiraba yo con familiaridad en el templo, los hizo él con sus propias manos.
De su taller de carpintería aún me acuerdo porque sus herramientas no habían evolucionado mucho, con respecto a las que usó San José en su taller en los primeros días de la Era Cristiana. Sierras de vuelta, gurbias, varitas con la medida exacta para hacer cuartillos, un banco con prensa de tornillo de madera, pero lo que más me llamó la atención fue un torno manual muy ingenioso: consistía en dos agujas metálicas clavadas en trozos de madera que se sujetaban en el banco. Los trozos se abrían o cerraban dependiendo del tamaño de la madera a tornear. Esa madera se prensaba con las agujas a través de los extremos de tal suerte que pudiera girar para poder labrarse o tornearse con los formones. Para hacer girar la pieza de madera, se tendía un cordel de ixtle que se dirigía a una rueda de madera de aproximadamente un metro y medio de diámetro, parecida a una rueda de carreta prendida a un poste grueso con un perno a la altura de un metro más o menos, la rueda quedaba suspendida de manera vertical y tenía una manivela en un extremo de la circunferencia. Con la manivela la hacíamos girar, porque en el borde de la rueda, en su cara exterior, pasaba el cordel que llegaba en circuito hasta donde el abuelo tallaba la madera. Cuando iba a tornear, pedía a mi papá que dejara un hijo en casa para que le ayudara. A cual más le gustaba quedarse, porque en el campo el trabajo es más pesado; éste era un trabajo divertido: de a ratitos y en la sombra. A veces, cuando estábamos dos o más hermanos, le hacíamos travesuras al abuelo. Como el torno estaba bajo un árbol de mango (que él mismo plantó cuando construyó la casa), era común que hubiera hojas del árbol tiradas en el piso. Descubrimos que si un objeto se colgaba del cordel que hacía las veces de banda, enseguida llegaba hasta donde el carpintero estaba concentrado para dar excelencia a su trabajo. Pues, con la picardía de los niños, doblábamos una hoja, la montábamos sobre la cuerda que llevaba la dirección correspondiente; y en cuanto el autor se escondía en la cocina, que era el chiribitil preferido, la hoja llegaba y sorprendía al abuelo, quien al principio se hacía el desentendido, quitaba la hoja y seguía trabajando. Ahora, el que hacía girar la ruedota disimulaba no saber nada, pero se le aceleraban los latidos de su corazón por el temor de ser señalado como el autor del hecho. Sin embargo, autor, así como autor, no. Porque no podíamos dar vueltas a la rueda y colocar la hoja al mismo tiempo, pero cómplice, sí. Porque tan peca el que mata como el que le agarra la pata a la vaca ¿Verdad? Varias veces se enojó. Ahora entiendo que con justa razón. ¿Qué tal si al llegar una hoja se asusta y le brinca el filoso formón a la cara? Nunca sucedió, sin embargo espero que a la fecha ya nos haya perdonado.
Ah, con eso de los rezos era muy devoto. Todos los días desde que murió mi abuelita Josefina, su esposa, en 1970; o seguramente desde mucho antes, él acostumbraba rezar el rosario. Y nosotros, desde muy pequeños, le hacíamos compañía. La casa tenía como piso un tipo de ladrillo de tierra cocida, ladrillos que estaban perfectamente unidos entre sí aun en la ausencia de mezcla de concreto. En la pared del lado norte hizo un altar de madera que clavó a una altura que permitía el libre tránsito debajo de él. El altar guarda en su seno a San José con el niño Jesús en brazos, a la virgen María de Guadalupe y a Jesús resucitado. Ante ellos, todas las tardes, creo que sin excepción, rezaba el rosario. Era de llamar la atención que la mayor parte de las veces permanecía arrodillado, con una verticalidad admirable, mirando a los santos y rezando con la devoción de un anciano agradecido de haber vivido tanto tiempo. Algunas veces se sentaba en una silla bajita que tenía cerca de él. En ese entonces era famoso entre la familia un gabancito viejo, café con grecas blancas, que el abuelito usaba en el rezo para posar en él sus rodillas y que no estuvieran en contacto directo con los ladrillos duros y fríos. Una ocasión, estábamos los hermanos rezando tras de él, pero como escondiéndonos para poder sentarnos o recargarnos en algo (cosa que, de sobra sabíamos, no estaba permitida) y para colmo de males se sentó dejando el gabancito al alcance de mi mano. Tras de mi hubo quien recibió el abrigo y tras de éste estaba otro, de tal suerte que cuando el abuelito intentó hincarse, el gabancito había desaparecido. Casi no percibimos su reacción, se hincó en los ladrillos y siguió rezando. Nosotros recitábamos los rezos con una mezcla de risa y picardía que luego se convirtieron en preocupación y culpabilidad. Nunca nos habíamos persignado tan rápido, o tal vez ni terminamos de hacerlo, porque el abuelo finalizó el rezo diciendo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo tal como suelen terminarse los rezos, pero terminó diciéndolo solo, porque nosotros ya estábamos por allá dando de comer a las vacas.
En otra ocasión, como la casa grande se dividió en dos cuartos cuando se casaron mis papás, nosotros estábamos jugando en la