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La revolución de los arrendires
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Libro electrónico178 páginas2 horas

La revolución de los arrendires

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La revolución de los arrendires reconstruye la historia de la reforma agraria en La Convención, Cusco, desde una perspectiva testimonial. A partir de los recuerdos de la familia del autor y de otras familias campesinas que estuvieron involucradas en la muerte del hacendado Alberto Duque, se relata y reflexiona sobre las protestas agrarias que acabaron con el régimen de haciendas e hicieron de La Convención una dinámica comunidad de pequeños propietarios.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jul 2019
ISBN9789972517600
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    La revolución de los arrendires - Rolando Rojas Rojas

    portadilla

    Serie: Estudios Históricos, 82

    © IEP Instituto de Estudios Peruanos

    Horacio Urteaga 694, Lima 11

    Telf.: (51-1) 332-6194 / Fax: (51-1) 332-6173

    Correo-e: libreria@iep.org.pe

    www.iep.org.pe

    ISBN impreso: 978-9972-51-757-0

    ISBN digital: 978-9972-51-760-0

    ISSN: 10109-4533

    Primera edición: Lima, julio de 2019

    Tiraje: 1500 ejemplares

    Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2019-07683

    Registro del proyecto editorial en la Biblioteca Nacional: 31501131900622

    Asistente editorial: Yisleny López

    Corrección: Daniel Soria

    Diagramación y carátula: Gino Becerra

    Cuidado de edición y revisión de texto: Odín del Pozo

    Los editores agradecen a los propietarios de los derechos de autor de las fotografías e imágenes por colaborar en esta publicación. Asimismo declaramos haber hecho todo lo posible para identificar a los autores de las imágenes que se reproducen en este libro, cualquier omisión es involuntaria. Agradeceremos toda información que permita rectificar cualquier crédito para futuras ediciones.

    BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ

    Centro Bibliográfico Nacional

    333.3185

    R78

    Rojas Rojas, Rolando, 1973

    La revolución de los arrendires: una historia personal de la reforma agraria / Rolando Rojas Rojas.-- 1a ed.-- Lima : Instituto de Estudios Peruanos, 2019 (Lima : Litho & Arte).

    193 p.: il., mapa, retrs.; 21 cm.-- (Estudios históricos / Instituto de Estudios Peruanos; 82)

    Bibliografía: p. 189-193.

    D.L. 2019-07683

    ISBN: 978-9972-51-757-0.

    1. Reforma agraria - Perú - La Convención (Cus.) 2. Tenencia de la tierra - Aspectos sociales - Perú - La Convención (Cus.) 3. Comunidades campesinas - Perú - La Convención (Cus.) 4. Movimientos sociales - Perú - La Convención (Cus.) 5. La Convención, Cus. (Perú : Provincia) - Historia I. Instituto de Estudios Peruanos (Lima) II. Título III. Serie

    BNP: 2019-080

    Índice de contenido

    Prefacio

    1. Los Duque en La Convención

    2. La hacienda San Pedro

    3. Tomás Rojas llega a La Convención

    4. La compra de arrendamientos

    5. La conspiración de los arrendires

    6. El proceso judicial

    7. El florecimiento del sindicalismo agrario

    8. Trotskistas en los Andes

    9. La sentencia del caso Duque

    10. La revolución de los arrendires

    11. Trotskitas, putchistas y arrendires

    12. En el penal del Sepa

    13. Llegan los guerrilleros

    14. La reforma velasquista y los arrendires

    15. Liberación y recibimiento popular

    Epílogo

    Fuentes y Bibliografía

    A la memoria de mis abuelos,

    Tomás Rojas Pillco y Paulina Cosio Farfán

    Mapa de la provincia de La Convención, Cusco.

    Prefacio

    Montañas de La Convención, Cusco, 28 de agosto de 1956, 2:50 p. m.

    El hacendado Alberto Duque Larrea se dirigía a la ciudad de Quillabamba por un camino de herradura, cuando recibió un disparo de carabina a la altura de la ingle. La detonación hizo encabritar al caballo y Duque se precipitó al suelo. La mano que apretó el gatillo pertenecía a Nazario Gamarra, un exsoldado indígena, analfabeto y quechuahablante, sobrino de Víctor Valencia, un campesino con quien Duque, propietario de la hacienda San Pedro, sostenía un enojoso litigio por tierras. Juan Condori, el peón que sujetaba la brida del caballo, se espantó al ver a su patrón ensangrentado y corrió a dar la noticia a Cesárea Matasoglio, esposa de Duque. Días después, se supo que detrás del ataque estaba el mencionado Víctor Valencia, junto con los arrendatarios Eduardo Celis Cáceres y Tomás Rojas Pillco. La prensa regional dio amplia cobertura a las investigaciones del caso, que fue conocido como la conspiración de los arrendires.

    Tomás Rojas Pillco era mi abuelo. Me enteré de su historia de modo casual, cuando descubrí una copia mecanografiada de la apelación que los abogados de mi abuelo presentaron después de su condena. Mi madre la guardaba en una vieja maleta de recuerdos familiares. Sabía que mi abuelo había estado en la terrible prisión del Sepa, pero desconocía los detalles del caso. A un niño no se le cuentan este tipo de cosas, y las conversaciones del tema entre mis tíos eran siempre reservadas. Cuando conocí a mi abuelo Tomás, a finales de los años setenta, era un hombre endurecido y cargado de resentimiento. Vivía separado de la familia, en una casita cerca del río Chuyapi, rodeado de viejas máquinas de coser que en su buena época debieron de confeccionar los pantalones y chalecos con que se vestían los quillabambinos. En algunas ocasiones llegaba a la casa familiar, pero siempre lo recuerdo meditabundo y con la circunspección propia de los hombres solitarios. Cuando el gobierno del general Juan Velasco Alvarado lo indultó en diciembre de 1972, una multitud lo esperó para recibirlo en la plaza de armas de Quillabamba, aunque casi nunca hablaba del asesinato de Duque ni de su experiencia en la cárcel. Al menos, no con sus nietos.

    Después de la muerte de mi abuelo, el hermetismo familiar fue cediendo, y entre las conversaciones de mi madre y mis tíos fui recolectando pequeños trozos de la historia y me hice un cuadro general. Sobre mi abuelo había recaído la responsabilidad de organizar la conspiración contra Duque, pues era el único que sabía leer y escribir, y en su tienda-almacén se produjeron las reuniones con Celis, Valencia y Gamarra. El proceso judicial fue largo, y se llevó a cabo en la ciudad del Cusco. Mi abuelo y sus compañeros fueron recluidos en la cárcel de la Almudena, donde actualmente funciona la Beneficencia Pública del Cusco. Estando allí, antes de ser trasladado al penal del Sepa, mi abuelo conoció a quien sería su yerno y mi padre, Apolinario Rojas Obispo, quien llegó al Cusco con un grupo de jóvenes trotskistas que en Lima, en abril de 1962, realizó el célebre asalto del Banco de Crédito de la avenida Larco, en Miraflores. Aunque no participó directamente en el asalto, el Partido Obrero Revolucionario (POR), pequeña organización afiliada a la IV Internacional, decidió que mi padre se trasladara al Cusco para huir de la represión policial que se volcaría contra todos sus militantes. La jugada salió mal y fue igualmente capturado. Fue así como mi padre conoció a mi abuelo y poco después a la que sería su esposa.

    La historia de la muerte de Duque causó un fuerte impacto entre los jóvenes trotskistas que fueron recluidos en la Almudena, donde conocieron a mi abuelo y sus compañeros, así como en Hugo Blanco, quien venía desarrollando una intensa actividad política con los dirigentes campesinos del valle de La Convención. Las dos historias, la de los sentenciados por el asesinato de Duque y la de los actores del movimiento agrario, comenzaron a intersectarse y seguirían cruzándose durante los años sesenta y setenta, a medida que se realizaban sucesivos intentos de reforma agraria, primero tibiamente en los gobiernos de Pérez Godoy y Belaunde, y después de manera más decidida, durante el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada.

    Cuando mi abuelo salió de la cárcel, en enero de 1973, encontró el valle drásticamente cambiado. Después de 17 años de ausencia, la sociedad de hacendados y arrendires en la que había vivido ya no existía. La Convención había experimentado una revolución campesina, las haciendas se disolvieron y la tierra pasó a manos de los arrendires. Hugo Blanco y Luis de la Puente Uceda intentaron convertir este proceso en una revolución castrista, y, aunque fracasaron, afianzaron la politización de los campesinos. La reforma agraria del general Juan Velasco Alvarado profundizó el proceso, incluyendo áreas que no habían sido afectadas por los sindicatos campesinos. La reforma agraria hizo de La Convención una comunidad de pequeños propietarios, una región más compleja que la que dejó mi abuelo en 1956. La posición de los arrendires se había consolidado: adquirieron casas en la ciudad, incursionaron en el comercio y reinvirtieron en sus cultivos; apareció entonces el campesino con auto. Otros mandaron a sus hijos a la universidad, muchos de los cuales emprendieron negocios lucrativos, lo que dinamizó las actividades mercantiles en la región.

    Mi abuelo no pudo adaptarse a esta nueva situación y vivió relativamente aislado de la ciudad. Durante su estancia en prisión, el capital que había logrado acumular como comerciante se consumió en los honorarios de los abogados. Mi abuela Paulina vivió numerosas estrecheces económicas para alimentar y educar a cinco hijos pequeños. A su retorno, mi abuelo intentó reabrir su sastrería e instalar una tienda de artículos de aluminio, pero o la suerte no lo acompañó o había perdido el empuje de antaño. En los últimos años, fotografías familiares lo muestran reconciliado con mi abuela y reunido con mis tíos en el arriendo que perteneció a Alberto Duque, que la familia conserva en honor a su memoria. Murió el 5 de junio de 1985.

    ***

    La historia de mi abuelo me acompañó por largos años, y escribir un libro sobre él y los acontecimientos que vivió siempre rondó por mi cabeza. Esta historia ha marcado a mi familia y, por supuesto, también a las familias de los otros involucrados, incluyendo a la del propio Alberto Duque. Hace unos años mi tío Moisés, residente en Rosario, Argentina, me ofreció subvencionar la investigación para escribir este libro. Fue así como pude visitar, acompañado de mis tíos Rubén y Moisés, a los hijos e hijas de Eduardo Celis y Víctor Valencia (Nazario Gamarra no dejó descendencia), y recoger los materiales para reconstruir sus historias. Ellos aparecerán en estas páginas para brindarnos sus recuerdos y la versión que recibieron de sus padres. En varias ocasiones, las entrevistas tuvieron que realizarse en quechua, pues es la lengua en la que se sienten más cómodos para expresarse. Fue entonces cuando la conversación adquirió mayor fluidez. Mi tío Rubén me ayudó en esta parte traduciendo los relatos y las emociones que, particularmente, nos brindaron los hijos de Eduardo Celis.

    Además de motivos familiares o personales, escribí este libro por razones de historiador. Por lo común, en nuestras investigaciones y libros asumimos una falsa neutralidad. Nos colocamos en el pedestal del observador, del analista del pasado, casi como si fuéramos pontífices de la verdad histórica. Y, sin embargo, todos sabemos que la realidad histórica de una colectividad nos involucra de alguna manera. Sea porque tomemos una posición valorativa o porque la historia nacional se cruza con la de nuestras vidas, como en este caso. Erróneamente, el historiador se escabulle del relato que construye, como si no tuviéramos una trayectoria familiar o personal que se entrelaza con los acontecimientos nacionales. Y son estas las razones por las que este libro está escrito en la forma de una crónica testimonial, hilvanada, claro, con reflexiones y en diálogo con otros autores que escribieron sobre los acontecimientos de La Convención. Así, este es un libro en el cual el historiador, a través de su familia, aparece como un protagonista de los hechos. Serán entonces los personajes de las familias involucradas, así como otros campesinos a quienes conocí y entrevisté por su participación en el movimiento liderado por Hugo Blanco o en las guerrillas de Luis de la Puente Uceda, los que nos conduzcan por la historia de cómo los campesinos convencianos se hicieron con la tierra.

    Asimismo, para reconstruir la trama social en que vivieron los personajes de este relato, realicé numerosas entrevistas con los familiares de los arrendatarios de las haciendas de La Convención, incluidos a los de la antigua hacienda San Pedro, hoy convertida en una escuela secundaria. Los testimonios que recogí los complementé con la documentación de los archivos del Poder Judicial y de la prensa escrita, particularmente del diario El Sol del Cusco y El Comercio del Cusco, resguardados en la hemeroteca de la Universidad Nacional de San Antonio Abad. En esta tarea, mi colega y amiga Fanny Huamán Tisnado llevó a cabo una gran y eficiente labor. En los meses en

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