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El Perú desde el cine: plano contra plano
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Libro electrónico335 páginas4 horas

El Perú desde el cine: plano contra plano

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Información de este libro electrónico

La confianza, los personajes del horror andino, la informalidad, la marginalidad, el miedo urbano, el género, el conflicto armado interno peruano y la identidad juvenil se encuentran plano contra plano en nueve ensayos en los que sus autores examinan –con un lenguaje sencillo y con el apoyo de historias y personajes de películas peruanas, de diversos géneros y con variado éxito de taquilla– diferentes maneras de hacer, sentir y pensar con las que nos confrontamos los peruanos, entre el drama y la alegría cotidianos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2017
ISBN9789972573781
El Perú desde el cine: plano contra plano

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    Vista previa del libro

    El Perú desde el cine - Universidad del Pacífico

    © Liuba Kogan, Guadalupe Pérez Recalde y Julio Villa Palomino, editores, 2017

    De esta edición:

    © Universidad del Pacífico

    Av. Salaverry 2020

    Lima 11, Perú

    www.up.edu.pe

    EL PERÚ DESDE EL CINE: PLANO CONTRA PLANO

    Liuba Kogan, Guadalupe Pérez Recalde y Julio Villa Palomino (editores)

    1ª edición: junio 2017

    1ª edición versión e-book: octubre 2017

    Diseño de la carátula: Icono Comunicadores

    ISBN: 978-9972-57-375-0

    ISBN e-book: 978-9972-57-378-1

    BUP

    El Perú desde el cine : plano contra plano / Liuba Kogan, Guadalupe Pérez Recalde y Julio Villa Palomino, editores. -- 1a edición. -- Lima : Universidad del Pacífico, 2017.

    228 p.

    1. Perú -- En el cine

    2. Cine peruano -- Aspectos sociales

    3. Películas cinematográficas -- Perú -- Crítica e interpretación

    I. Kogan, Liuba, editor.

    II. Pérez Recalde, Guadalupe, editor.

    III. Villa, Julio, editor.

    IV. Universidad del Pacífico (Lima)

    791.430985 (SCDD)

    Miembro de la asociación Peruana de Editoriales Universitarias y de escuelas Superiores

    (Apesu) y miembro de la asociación de Editoriales Universitarias de América Latina y el Caribe (Eulac).

    La Universidad del Pacífico no se solidariza necesariamente con el contenido de los trabajos que publica. Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio sin permiso de la Universidad del Pacífico.

    Derechos reservados conforme a Ley.

    Índice

    Presentación

    Introducción

    Los archipiélagos sociales de la corrupción cotidiana: transgresores y marginales en El evangelio de la carne y El mudo

    Engañar o ser engañado: representación de la pérdida de confianza en el cine peruano

    Seductoras, chamberas, amorosas, lindas… Las mujeres y la feminidad en el cine limeño

    El retorno de los monstruos. Del willakuy al cine de horror andino

    Postmemoria y disidencia: dos experiencias del cine documental realizadas por parientes de militantes de Sendero Luminoso y el MRTA

    Dicen que el cóndor da vueltas, buscando… Tres relatos visuales sobre el conflicto armado interno peruano

    Un lugar en el mundo. Exploración de fronteras en tres películas peruanas de inicios del siglo XXI

    La ciudad invisibilizada. Cinco largometrajes sobre lo marginal en Lima

    Un análisis de las percepciones y los efectos de la piratería de películas peruanas en las fases de producción, exhibición y comercialización

    Anexo

    Relación de películas nacionales producidas

    entre 1996 y 2015

    Filmografía

    Índice de fotogramas

    Sobre los autores

    Presentación

    Hace tres años, un grupo de profesores de la Universidad del Pacífico decidió que el derecho debía ir al cine, y así fue, con la publicación del libro El derecho va al cine. Intersecciones entre la visión artística y la visión jurídica de los problemas sociales. Al año siguiente, bajo la iniciativa de Manuel Alcántara y Santiago Mariani, la política fue al cine, con la publicación de La política va al cine.

    Este año es la sociedad la que va al cine. Es muy grato saber que la iniciativa de mandar al cine al derecho y luego a la política, ha encontrado un nuevo camino. Y es que nuestra comunidad académica ha tomado en serio la idea de que el cine nos hace más lúcidos, más suspicaces y más conscientes del mundo que nos rodea y de sus imperfecciones.

    El derecho y la política se perciben de manera distinta, según la perspectiva que adoptemos. Así, mientras que los operadores jurídicos y políticos suelen ser más benevolentes con su propio campo de acción, los ciudadanos de a pie, la sociedad misma, suele ser su más acérrima crítica.

    Así lo han entendido los editores y autores de El Perú desde el cine: plano contra plano, cuando proponen que la intersección entre la academia y el arte permite «pensar de otro modo».

    El hilo conductor en los textos contenidos en este libro es, en el fondo, la irrelevancia de la ley, pues con ella y a pesar de ella hay una enorme brecha entre el ideal con el que son diseñadas las normas y la realidad que pretenden regular. Y es que el punto de contacto en el día a día entre el ciudadano y el poder revela que muchas veces, cuando el ciudadano más lo necesita, el derecho se vuelve irrelevante.

    Y es allí donde el aporte de las ciencias sociales se hace evidente: en su capacidad de denuncia, de empatía, de alerta. Sin pretender mencionar todos los temas centrales contenidos en los textos, algunos de ellos son razón suficiente para convocar a los lectores a compartir las preocupaciones de los autores.

    La irrelevancia de la ley y el poder formal emana de todas y cada una de las historias cinematográficas reseñadas en los textos. Un hombre que causó daño pretende redimirse ayudando a otros, pero falsificando moneda. La informalidad no es vista por algunos artistas como el incumplimiento de la ley, sino como el surgimiento de un nuevo rostro del Perú, un país en el que los formales conviven con «los otros». Un juez honesto sucumbe a las presiones y recurre a las malas prácticas, que sí son efectivas para solucionar los problemas y no solo enunciarlos, como hace la ley.

    La ley se vuelve irrelevante porque, como denuncia uno de los textos, vivimos en medio de una crisis de confianza a nivel interpersonal, a nivel intergrupal y a nivel institucional. La ley se vuelve irrelevante porque el discurso de género, amparado por el Estado, se vuelve vacío en una sociedad profundamente machista, incluso en el cine, en el que muchos personajes femeninos no son protagónicos, sino secundarios, como denuncia otro de los textos.

    La ley parece irrelevante para los familiares de los terroristas, que recurren al cine para encontrar y presentar las historias de las personas que habitan bajo los personajes que la sociedad condena, independientemente de la culpa y de las atrocidades de las que son responsables.

    En el fondo, el hilo conductor de los textos que invitamos a leer es pues la existencia de fronteras entre distintos grupos sociales, a veces visibles y a veces no, que pueden terminar en inevitables distopías.

    Vernos, no olvidar, pensar, proponer. Eso es lo que permite la conexión entre la academia y el arte. Es estupendo entonces que los investigadores de la Universidad del Pacífico manden al cine al derecho, a la política, a las ciencias sociales. Es el turno entonces de los lectores de este nuevo libro.

    Cecilia O’Neill de la Fuente

    Vicedecana de la Facultad de Derecho de la Universidad del Pacífico

    Introducción

    El cine en el Perú está en proceso de consolidarse como una industria cultural y lo hace compitiendo con industrias cinematográficas internacionales, en gran medida gracias a que la tecnología digital ha permitido abaratar los costos de producción de películas independientemente de sus géneros. Prueba de ello es que en el país –desde 1996– se han producido más de 553 películas¹ y, de ellas, 39% en regiones, principalmente en Ayacucho, Junín, Puno y Cajamarca.

    Al considerar gustos, temas, géneros y estéticas diversos, la tradicional indiferencia de los peruanos hacia el cine nacional se transformó en interés, e incluso en entusiasmo. Para muestra de ello, consideremos que en 2007 solo 230.000 espectadores eligieron ver películas peruanas, mientras más de 5.600.000 lo hicieron ocho años después. El cine comercial se consolida finalmente como un género cinematográfico con el estreno de ¡Asu mare! 1 (Maldonado, 2005), que fue vista por 3.037.686 personas en cines a lo largo y ancho de país.

    Las películas peruanas, con sus temas, narrativas, estéticas y personajes, nos permiten reconocernos en ellas y, por tanto, constituyen un recurso para comprendernos como individuos y como sociedad. De allí el título de este libro, El Perú desde el cine. El subtítulo, plano contra plano, remite a una técnica cinematográfica que consiste en grabar a dos personajes por separado, pero ellos, en el montaje, aparecen uno frente a otro. Esto puede entenderse como una metáfora, ya que los ensayos de este libro –confrontados en sus diversos temas y estilos– se encuentran finalmente para mostrarnos como sociedad.

    El Perú desde el cine no es un libro sobre teoría cinematográfica ni un tratado de teoría sociológica; es un texto compuesto por diversos ensayos en los que autores, con un lenguaje directo y sencillo, nos permiten observar y reflexionar –como sentados en una butaca– a los peruanos en sus modos de hacer, sentir y pensar. No es necesario haber visto las películas que se analizan en el libro, pues los autores se encargan de contárnoslas; aunque evidentemente, invitamos a los lectores a verlas y disfrutarlas.

    Javier Díaz Albertini aborda el problema de la informalidad y su relación con las normas. El autor compara la vida de dos personajes, uno de El evangelio de la carne (Mendoza, 2013) y el otro de El mudo (Vega & Vega, 2013), que enfrentan de modo diferente situaciones de corrupción cotidiana.

    Matthew Bird y Luan Sánchez nos proponen una interpretación de la confianza como ingenuidad y de la desconfianza como vía para la supervivencia a través de escenas de El huerfanito (Quispe, 2004), La boca del lobo (Lombardi, 1988) y El evangelio de la carne.

    Marfil Francke nos invita a hacer un recorrido por el cine peruano de diferentes épocas para identificar qué tipos de mujeres se retratan y cómo son los hombres que se relacionan con ellas.

    El texto de Emilio Bustamante explora el cine de horror andino, en el que emergen personajes transgresores que generan miedo de modos diversos.

    En su artículo, Karen Bernedo se aproxima a los dilemas de la reconstrucción de la memoria sobre el conflicto armado interno peruano a través de los documentales Alias Alejandro (Cárdenas-Amelio, 2005) y Sibila (Arredondo, 2013).

    Por su parte, María Eugenia Ulfe analiza tres documentales en los que se busca entender las trayectorias de familiares vinculados directamente con el conflicto armado interno: Alias Alejandro, Sibila y Tempestad en los Andes (Wiström, 2014).

    Guadalupe Pérez Recalde se adentra en Días de Santiago (Méndez, 2004), Madeinusa (Llosa, 2005) y La teta asustada (Llosa, 2009) para seguir las trayectorias de tres jóvenes peruanos que cruzan las fronteras de su identidad social y personal.

    Javier Protzel nos presenta un texto en el que explora la noción de marginalidad en el cine peruano a partir de Maruja en el infierno (Lombardi, 1983), Juliana (Espinoza y Legaspi, 1988), Caídos del cielo (Lombardi, 1990), Paraíso (Gálvez, 2009) y Dioses (Méndez, 2008).

    Los autores accedieron a la mayoría de las películas comentadas en el libro a través de canales informales de distribución y de DVD piratas. En el ensayo final, Diana Orihuela explora el circuito de distribución de películas nacionales, problematizando la democratización del acceso a bienes culturales.

    Los libros El derecho va al cine y La política va al cine, publicados antes por el Fondo Editorial de la Universidad del Pacífico, convierten a El Perú desde el cine: plano contra plano en el tercer libro de una saga que muestra la posibilidad de armonizar la reflexión teórica con las narrativas cinematográficas y cuyo fin es abrir espacios de análisis e interpretación.

    Agradecemos profundamente a los autores de este libro por su generosidad al aceptar el reto de pensar nuestra realidad a través del cine y dedicar un valioso tiempo a la tarea de escribir los ensayos que compartimos con ustedes.


    ¹ Los datos sobre producción de películas y número de espectadores se han tomado de El cine peruano en tiempos digitales (Bedoya, 2015) y de las estadísticas recopiladas por Cinedatos Consultores en Estadística Cinematográfica del Perú (s. f.) (ver el anexo).

    Los archipiélagos sociales de la corrupción cotidiana: transgresores y marginales en El evangelio de la carne y El mudo

    Javier Díaz-Albertini F.

    Un colega me contó sobre el tremendo susto que se llevó al viajar a Nueva York con su familia. Un poco antes de pasar por aduanas en el aeropuerto Kennedy, se dio cuenta de que uno de sus hijos había colocado, en una de las maletas, dos docenas de DVD piratas que traía desde Lima para tener películas por si acaso se aburría en el hotel. Recordaba que, en ese momento, vinieron a su mente las imágenes de la advertencia del FBI y de las penas por reproducir y comercializar indebidamente la propiedad intelectual de otros. Tuvo la tremenda suerte de que no se revisara su equipaje, pero lo primero que hizo, una vez llegado al hotel, fue deshacerse de los DVD con suma cautela: los puso en una bolsa, antes les pasó un paño para borrar huellas digitales y, en el primer paseo por la ciudad, los botó en un tacho en la calle. Sin embargo, quedaba una cuestión pendiente: ¿cómo le explicaba a su hijo recién ahora que la compra pirata estaba mal, si él mismo lo había acompañado numerosas veces donde la casera que los vendía?

    Inicio este artículo con esta anécdota, no para comparar sistemas normativos y lamentarnos del poco respeto a las normas en el Perú, sino más bien para hacer hincapié en la naturalidad con la cual hacemos caso omiso a la ley. Sabemos que en la sociedad estadounidense existe piratería, pero normalmente ocurre en versión digital, en forma oculta y con clara conciencia de que se está actuando mal. Mientras tanto, el hijo del colega había comprado los productos piratas en un lugar público, acompañado de su padre, resguardado por serenos de su municipalidad, y seguramente se había encontrado con vecinos, compañeros de estudios e, incluso, con el director de su colegio. Sin duda, de vez en cuando hay campañas de antipiratería, pero de ninguna manera contrarrestan la cotidianidad de la actividad que buscan combatir.

    Estudios recientes sobre la piratería hacen hincapié en que sus principales causas son económicas, sobre todo la existencia de tecnologías de bajo costo, una oferta formal limitada y un mercado de bajos ingresos (Karaganis, 2011). Los consumidores acceden así a productos a los cuales la formalidad (debido a sus precios altos fijos y la poca competencia) ha excluido. Pero esto no diluye el hecho de que las personas son conscientes de que están actuando contra la norma. Más aún, si son personas que pertenecen a sectores de mayores ingresos –como en el caso examinado– y cuentan con más alternativas formales.

    Por mucho tiempo se ha justificado la piratería, el contrabando y la falsificación de marcas, entre otras prácticas, porque hay muy poco empleo formal o adecuado y muchas personas viven de estas actividades (Durand, 2013). Es evidente que esto es cierto en abundantes casos. Sin embargo, al pasar el tiempo, la regularidad e inmensidad de estos hechos han coadyuvado a construir una «cultura de la transgresión» (Portocarrero, 2004) que está corrompiendo a nuestra sociedad porque daña y pervierte los arreglos sociales y el sistema de normas que –en otro plano– consideramos indispensables para el funcionamiento de toda sociedad moderna (universalidad de normas, igualdad de derechos y obligaciones, dominio de la ley, entre otros).

    Esta corrupción cotidiana –hasta cierto punto generalizada en el país– aparece en algunas películas peruanas recientes. A veces está narrada desde el punto de vista del transgresor que, en su diario vivir, relativiza el cumplimiento de la norma formal, personalizándolo de acuerdo a sus propias necesidades o las de su entorno inmediato. Analizaremos, en este sentido, la película El evangelio de la carne (Mendoza, 2013) y, especialmente, al personaje de Félix. En otros filmes, la narración es sobre personajes que –por diversas razones– se encuentran al margen de la corrupción cotidiana y por ello son considerados una rareza e, inclusive, peligrosos. Una película que captura meritoriamente a estos marginales es El mudo (Vega y Vega, 2013).

    Los transgresores

    En El evangelio de la carne, el personaje más entrañable es Félix (Ismael Contreras), un alcohólico ex chofer de bus interprovincial cuya embriaguez causó un accidente en el cual fallecieron siete personas. Félix, convaleciente, es abandonado por su esposa y su familia en el hospital y, en desesperación, contempla suicidarse lanzándose de la azotea del nosocomio. Ahí es salvado por Rosario (Ebelin Ortiz), una cantora de la Hermandad del Señor de los Milagros, que –como un ángel– lo rescata y le da un nuevo sentido a su vida¹. A partir de esta revelación, Félix asume como misión remediar parte del daño ocasionado dando una reparación económica anónima a los deudos de las víctimas del accidente, al mismo tiempo que anhela redimirse mediante el perdón y el servicio al bien al integrar la hermandad y cargar las andas con la santa imagen.

    Félix lleva una vida austera en un cuarto humilde y en una pared ha pegado recortes de periódicos con la noticia de la tragedia que originó. Es un recuerdo permanente del mal que ha causado, como también lo son las penitencias cotidianas: las piedras que pone en sus zapatos y un enorme tatuaje del Señor de los Milagros que cubre toda su espalda. Ahorra cada centavo –mientras paga su deuda con la sociedad–, supera diversas pruebas personales y cumple con las requeridas por la hermandad, siempre alentado por Rosario. Todos los días trabaja largas horas para alcanzar su objetivo en una imprenta del centro de Lima, dedicada a… ¡falsificar dólares!

    Fotograma 1. El evangelio de la carne.

    La corrupción cotidiana

    No es la primera vez que el cine nacional o internacional nos narra la historia de hombres y mujeres que, para lograr un bien, actúan mal. Sin embargo, en esta película lo que llama la atención es la naturalidad con la cual Félix transita por su vida dual, especialmente por la aparente falta de escrúpulos al momento de dedicarse a una ocupación que tarde o temprano causará daño a tantas –pero anónimas– personas. Es que, en el fondo, los únicos escrúpulos claros en la vida de Félix están en sus zapatos, en las piedras puestas ahí para mortificarse como penitencia. Él tiene una misión propia, suya, correcta y redentora. Todo lo demás es accesorio porque ahora –en este momento– son para él reglas no aplicables a sus metas actuales. O, en todo caso, son normas presentes pero eludibles porque no le convienen. Tampoco hay pretensión alguna en Félix de cambiar las reglas de juego de su sociedad –no es reformista o revolucionario–, sino más bien trata de convivir con la flexibilidad necesaria como para decidir cuándo y dónde es que se deben seguir o no. Como muchos peruanos y peruanas, Félix está personalizando y relativizando las normas y ello conforma parte esencial de la corrupción cotidiana.

    Defino la corrupción cotidiana regresando a los orígenes de la palabra «corromper». El Diccionario de la Real Academia Española tiene siete entradas para esta palabra y ninguna de ellas alude directamente al significado más común en la actualidad: sobornar a un funcionario. En cambio, nos dice que es «echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo»; «pervertir a alguien»; «hacer que algo se deteriore» (Real Academia Española, RAE, 2001, pp. 451). Extendiendo esta definición hacia la sociedad, me atrevo a decir que la corrupción consiste en viciar cualquier proceso social al dañarlo moralmente. El daño moral se refiere al incumplimiento de normas, a cierto desdén hacia los valores de convivencia, especialmente los refrendados en sociedades democráticas.

    Es esencial remarcar que, al referirnos a la corrupción, cuestionamos la tendencia actual de limitarla al mal comportamiento de la autoridad y el funcionario público. Creemos, por ejemplo, que la definición del Banco Mundial es sumamente restrictiva, ya que nos dice que es «[…] el abuso de la función pública en beneficio privado» (The World Bank Group, 1997). Asimismo, el principal investigador sobre la corrupción en el Perú, Alfonso Quiroz, la define «[…] como el mal uso del poder político-burocrático por parte de camarillas de funcionarios […]» (2013, p. 38). Quiroz, sin embargo, reconoce que la corrupción se encuentra inserta en procesos amplios y complejos, pero prefiere –para su análisis de cómo ha afectado históricamente al desarrollo– concentrarse en sus dimensiones políticas y económicas.

    Desde el punto de vista que estamos desarrollando, no es necesario ser funcionario público o coimear a uno para ser corrupto, aunque siempre es un abuso contra el deber cívico, siendo este de aplicación universal y orientado hacia el bien común. Por ejemplo, un profesor de un colegio privado que vende notas, es corrupto. O se corrompe a menores cuando se les alienta u obliga a participar en actividades proscritas debido a su edad, como involucrarlos en la prostitución y la pornografía. Sería mejor, entonces, utilizar el término «corrupción política» cuando solo nos referimos al mal comportamiento del funcionario público.

    La corrupción cotidiana tampoco es lo mismo que la everyday corruption o petty corruption, términos que son utilizados para describir sociedades con niveles altísimos de corrupción estatal, los cuales llegan a permear la cotidianidad (Jeffrey, 2012; Lazar, 2004; Blundo, 2006; Huber, 2008; Anjaria, 2011; Reisinger, Zalosnaya, & Hesli, 2016). Asimismo, este término es utilizado para los casos de corrupción de poco monto que se observan en servicios estatales como la salud, la educación, la fiscalización de mercados y la tramitación de brevetes, entre otros. La corrupción cotidiana en su definición comparte –según nuestra concepción– la idea de que incluye sucesos del día a día, normales y comunes, en la vida de las sociedades y sus integrantes. No obstante, si bien esos términos en inglés se refieren a formas de corrupción menores o de poca monta, siempre ocurren desde la función pública (Blundo, 2006). Lo «cotidiano» en el Perú en este tema se refiere –en cambio– a su «normalidad», a la alta tolerancia que hay a estas formas de degradar o viciar la vida social, más allá de cuán involucrado esté el sector público. También es algo cotidiano porque no es oculto, sino vivencias experimentadas directa o indirectamente por el grueso de los habitantes.

    La corrupción cotidiana adquirió una dimensión cuantitativa cuando la organización Proética comenzó a realizar las encuestas nacionales de corrupción en el año 2002. Una parte de la encuesta consistía en plantear situaciones hipotéticas reñidas con las normas y preguntarles a las personas si estaban de acuerdo o no con ellas. Las situaciones no solo tenían que ver con el trato con funcionarios o con trámites públicos (Apoyo, Opinión y Mercado & Proética, 2002). Por ejemplo, se incluía «evitar pagar el pasaje», «quedarse con el vuelto cuando le dan de más», «colarse en un espectáculo sin pagar» e inclusive «sustraer dinero o propiedades de un escritorio cuando nadie

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