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El Latin Hit Maker: Mi recorrido de ser un refugiado cubano a un productor discográfico y compositor de renombre mundial
El Latin Hit Maker: Mi recorrido de ser un refugiado cubano a un productor discográfico y compositor de renombre mundial
El Latin Hit Maker: Mi recorrido de ser un refugiado cubano a un productor discográfico y compositor de renombre mundial
Libro electrónico304 páginas6 horas

El Latin Hit Maker: Mi recorrido de ser un refugiado cubano a un productor discográfico y compositor de renombre mundial

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Información de este libro electrónico

Por primera vez, Rudy Pérez, leyenda de música, comparte su extraordinario proceso desde un pobre niño refugiado en Miami hasta la composición de las mejores canciones de éxito en el escenario mundial.

Nombrado el compositor latino más exitoso de la historia, Rudy Pérez es el creador de algunos de los discos más vendidos de Beyoncé, Julio Iglesias, Christina Aguilera e Il Divo.

En sus exclusivas memorias, Rudy cuenta sobre su infancia en Cuba y las apasionantes visitas a su padre en la cárcel durante el apogeo de la revolución comunista. Al mirar atrás al peligroso escape de su familia en uno de los últimos vuelos de la libertad a los Estados Unidos, Rudy nos cuenta sobre los años de pobreza y lo que es crecer en un vecindario asolado por el crimen. Estos recuerdos contrastan con los tiernos momentos de baile con sus hermanos junto la banda de música, escuchando los clásicos favoritos de su madre y balanceándose con melodías de blues junto a su padre. A una temprana edad, Rudy intentó recrear la música que amaba, y su talento lo llevó a una carrera sin precedentes con más de trescientas canciones exitosas.

Con años de arduo trabajo, creatividad incesante y una fuerte fe, Rudy fue el primer artista de música latina en ganar el Premio Billboard Producer of the Decade. Repasando su legado ganador de cinco Premios Grammy, él comparte historias de fe poco conocidas y anécdotas de su trabajo con estrellas como Fergie, Jaci Velasquez, Michael Bolton, Simon Cowell y Sam Moore.

El Latin Hit Maker es una lectura obligada para todos los amantes de la música, una historia genuina del paso de la pobreza a la riqueza, llena de inspiración, detalles fascinantes y un poderoso recordatorio de la gracia de Dios y la creatividad transformadora.

IdiomaEspañol
EditorialThomas Nelson
Fecha de lanzamiento23 jul 2019
ISBN9781404111127
El Latin Hit Maker: Mi recorrido de ser un refugiado cubano a un productor discográfico y compositor de renombre mundial
Autor

Rudy Pérez

RUDY PÉREZ es un compositor, productor, arreglista, empresario y filántropo internacional, ganador de varios premios Grammy. Ha compuesto más de mil canciones, de las cuales cientos se han convertido en número uno o han sido parte de los diez mejores éxitos. Escribió y produjo canciones para artistas mundiales como Beyonce, Julio Iglesias, Christina Aguilera, Il Divo, Natalie Cole, Michael Bolton, Marc Anthony, José Feliciano, Cyndi Lauper, Arturo Sandoval, Andrea Bocelli y muchos más. Rudy es el único productor discográfico latino en recibir el Premio Billboard Producer of the Decade. Es parte del Consejo Directivo de la ASCAP y obtuvo el Premio al Mejor Compositor del Año al menos cinco veces. Es el creador de los Premios Grammy Latinos y del Salón de la Fama de los compositores latinos. Él y su esposa Betsy viven en Miami.

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    Vista previa del libro

    El Latin Hit Maker - Rudy Pérez

    © 2019 por Grupo Nelson

    Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.

    Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson.

    www.gruponelson.com

    Título en inglés: The Latin Hit Maker

    © 2019 por Rudy Pérez

    Publicado por Zondervan, Grand Rapids Michigan 49546.

    Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en ningún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro—, excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.

    Editora en Jefe: Graciela Lelli

    Traducción: Santiago Ochoa Cadavid

    Adaptación del diseño al español: Grupo Nivel Uno, Inc.

    A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional® NVI®. Copyright © 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usada con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.

    Los sitios web, números telefónicos y datos de compañías y productos mencionados en este libro se ofrecen solo como un recurso para el lector. De ninguna manera representan ni implican aprobación ni apoyo de parte de Grupo Nelson, ni responde la editorial por la existencia, el contenido o los servicios de estos sitios, números, compañías o productos más allá de la vida de este libro.

    ISBN: 978-1-40411-110-3

    Edición Epub Junio 2019 9781404111127

    Impreso en Estados Unidos de América

    19  20  21  22  23  24  LSC  9  8  7  6  5  4  3  2  1

    Information about External Hyperlinks in this ebook

    Please note that the endnotes in this ebook may contain hyperlinks to external websites as part of bibliographic citations. These hyperlinks have not been activated by the publisher, who cannot verify the accuracy of these links beyond the date of publication.

    Dedicado, en recuerdo amoroso,

    a mi mamá y a mi papá,

    Elsa y Rudy Pérez Sr.

    Contenido

    Capítulo uno:   A noventa millas de la libertad

    Capítulo dos:   Seis cuerdas y un sueño

    Capítulo tres:   California, tablas de acordes y hamburguesas con queso

    Capítulo cuatro:   Giros imprevistos y puntos de inflexión

    Capítulo cinco:   Transformadores del juego de Dios

    Capítulo seis:   Éxito de la noche a la mañana en diez años

    Capítulo siete:   Amigo más cercano que un hermano

    Lecciones de vida de mi mamá

    Capítulo ocho:   Las divas: Primera parte

    Capítulo nueve:   Las divas: Segunda parte

    La fe de mi padre

    Capítulo diez:   Bad, boxeo y alma de ojos azules

    Mi mejor amigo y hermano de por vida

    Capítulo once:   Al corazón volverá

    Capítulo doce:   Dar en el blanco

    Capítulo trece:   El legado a dejar

    Capítulo catorce:   Vivir amando a Dios

    Apéndice: Historial de Rudy Pérez en la industria musical

    Notas

    Fotos

    CAPÍTULO 1

    A noventa millas de la libertad

    El 14 de mayo de 1958 fue un gran día para nacer en una familia muy unida que vivía en Pinar del Río, Cuba. Llegué al mundo literalmente rodeado de dos padres amorosos y trabajadores, una hermana, abuelos, tíos, tías y primos innumerables. Todos vivíamos a poca distancia el uno del otro, por lo que nuestra gran familia extendida siempre estaba junta.

    Un viejo proverbio africano dice: «Se necesita un pueblo para criar a un niño». Pues bien, mi familia fue el pueblo que me crió. Mientras crecía, todos los Pérez mayores eran mi Google, me la pasaba indagando constantemente en sus corazones y mentes para obtener respuestas a mis numerosas preguntas sobre la vida. No teníamos pantallas frente a nosotros; solo conexiones profundas y personales enraizadas en el amor, la confianza y la fe. En realidad, en aquella época, el tiempo en los medios se traducía en una conversación cara a cara.

    La Cuba anterior a Castro sería irreconocible para cualquiera que haya conocido la isla solo en las últimas seis décadas. Los casinos, los hipódromos y los clubes nocturnos habían hecho que La Habana —la capital— recibiera el apodo de Las Vegas del Caribe o Las Vegas Latina. Artistas icónicos estadounidenses como Nat King Cole, Frank Sinatra y Eartha Kitt se presentaban constantemente en Cuba, haciendo que las canciones populares de esa época fueran un aspecto importante de la cultura de la isla. Debido a esa influencia, la música de Estados Unidos era una fuente constante de entretenimiento en nuestro hogar.

    Las principales corporaciones estadounidenses prosperaron en actividades económicas cubanas como el azúcar, la minería, el ganado, los servicios públicos y el petróleo, tanto en las importaciones como en las exportaciones.¹ Cuba fue la primera nación latinoamericana en tener televisión a color y el segundo país, después de Estados Unidos, en poseer una red nacional de televisión.² Estados Unidos había apoyado a Fulgencio Batista como líder de la nación desde 1952.³ Aunque era un dictador corrupto, su postura política a favor de Estados Unidos creó una fuerte alianza entre las dos naciones, particularmente en asuntos comerciales. Los negocios estaban en auge y las personas vivían épocas de prosperidad. Mi país de origen era un jugador de primer orden en el escenario mundial. La vida era agradable.

    Sin embargo, el 1 de enero de 1959, apenas siete meses después de que yo naciera, toda la prosperidad de Cuba cambió dramáticamente cuando Batista huyó del país una vez que Estados Unidos cambió su posición y le informó al líder que ya no podía apoyar a su gobierno, y que no le otorgaría asilo. Una vez desaparecido el respaldo democrático de Estados Unidos, Fidel Castro, el líder de un movimiento guerrillero, entró en acción como un tsunami.

    Poco después de tomarse el poder, Castro le dio al gobierno de Estados Unidos la falsa impresión de que era amigo del imperio, y de que su gobierno estaría dispuesto a tener una relación positiva entre ambas naciones. Sin embargo, al ver que tenía todo el poder, Castro anunció que era comunista y que tenía el respaldo de Rusia.

    Su régimen dictatorial controlaba todos los aspectos de la vida cubana, por lo que destruyó nuestra cultura a un ritmo asombroso. Mi pueblo comenzó a ser oprimido y mi familia se vio profundamente afectada por muchas dificultades.

    Se puso en marcha un estricto racionamiento de alimentos. Mi madre hacía largas filas para obtener una onza de café o media libra de arroz para un mes entero. A nadie que tuviera más de un año de edad se le permitía tomar leche. En cada calle había un espía que observaba lo que todos hacían, y que informaba de cualquier actividad sospechosa —y me refiero a cualquiera— que el gobierno considerara inadmisible. Esas personas eran conocidas como El Comité; ellos documentaban e informaban quién visitaba tu casa, así como tus andanzas.

    Si tu casa olía a pollo cocinado y este no estaba en tus suministros asignados para el mes, ellos te reportarían. Lo creas o no, eso era un delito que podría enviarte a prisión. El control profundamente arraigado de Castro hizo que el Gran Hermano pareciera un tío perezoso. Esta es exactamente la razón por la cual las personas luchan por escapar a cualquier costo de las dictaduras y los gobiernos opresivos y corruptos.

    Para 1959, la libertad en Cuba era solo una ilusión. En el día de mi nacimiento, Cuba era por definición una nación del Primer Mundo, ya que estaba políticamente alineada con Estados Unidos y sus aliados. Y luego, Castro trasladó nuestra tierra natal al Segundo Mundo, tras alinear al país con el bloque comunista-socialista. Sin embargo, en lo que respecta a mi ciudad natal, nuestra comunidad y mi familia, Cuba ya pertenecía esencialmente al Tercer Mundo, debido a la pobreza, la desesperación y el temor que marcaban nuestra vida cotidiana.

    La familia Pérez

    Debido a que mi familia era tan unida, fuimos fuertes y resilientes cuando llegaron los tiempos difíciles. Trabajamos duro para aprovechar la vida al máximo, tal como lo hacíamos cuando todo era agradable. Mi madre era una costurera que escuchaba música clásica como, por ejemplo, a Chopin y Puccini. También le encantaban Celia Cruz, Olga Guillot y los cantantes que interpretaban boleros. Mi padre era un pintor de carteles que amaba los clásicos del jazz de la época, y a artistas como Sinatra y Sammy Davis Jr. Mis dos progenitores tenían un gusto musical ecléctico, el cual me transmitieron.

    Algunos de mis primeros recuerdos evocan las noches en que todos nos reuníamos a cantar y bailar los éxitos que se escuchaban en la radio. A menudo oíamos un programa llamado Nocturno, y golpeábamos las ollas y las sartenes con las cucharas para darle nuestro propio toque de percusión latina a las canciones. El amor por la música y la alegría de compartir esa experiencia con los demás se entretejieron profundamente en nuestra familia y quedaron grabados de manera indeleble en mi corazón y mi alma. Mi madre a menudo me decía que nuestros familiares y amigos siempre estaban muy impresionados y fascinados por la manera en que yo podía cantar todos los éxitos en perfecta sincronización con la radio.

    Mi abuela paterna era una católica devota. Mi abuelo paterno, que experimentó una transformación radical de su vida en Cristo, se convirtió en un ministro bautista. Cada domingo nos llevaba a todos los nietos a la iglesia. Se molestaba mucho si no queríamos ir. No había excusas cuando se trataba de ir a la iglesia. Todos los días nos acompañaba a la escuela y luego nos recogía para volver a casa. Mis abuelos eran personas fuertes y enérgicas, pero tenían un amor intenso y profundamente arraigado por Dios, la familia y los vecinos que inspiraban sus vidas cotidianas. Siempre me pareció que mi abuela materna era una santa. Reflejó la gracia y la misericordia de Dios a lo largo de toda su vida, impactando profundamente mi vida y mi fe.

    Sentarme en la iglesia y cantar canciones evangélicas fue algo que fusionó los tres grandes amores de mi vida: la familia, la fe y la música. Cantábamos todos los himnos clásicos, como «Sublime gracia» y «Dulce consuelo». La disciplina semanal de asistir a esos servicios de adoración creó en mí una atracción temprana hacia el Señor y la Biblia; además, las letras y las melodías celestiales conmovían mi corazón de una forma que las palabras no pueden describir.

    Mi tío Enrique tuvo una gran influencia en mis primeros años. Le encantaba el rock and roll estadounidense. Cuando iba a nuestra casa, nos llevaba a la sala y bailaba como un maníaco mientras los últimos éxitos de Elvis Presley y Chuck Berry resonaban a través de nuestros altavoces diminutos. Él añadió otra influencia a mi paladar musical. Desde lo clásico hasta el rock, yo estaba desarrollando un gusto por todos los géneros musicales.

    Enrique era físicoculturista y soldado, me parecía un superhéroe. Pero lo mismo pensaba la mayoría de los que lo conocieron. Le decían Tarzán por su buen aspecto, su fuerza bruta y su agilidad atlética. Una noche, mientras realizaba maniobras con otros cincuenta soldados en la parte trasera de un enorme camión de transporte, el conductor se quedó dormido al volante. El vehículo se salió de la carretera, rodó por un pequeño acantilado, dio vueltas y cayó boca abajo, arrojando a algunos hombres, pero atrapando a la mayoría de ellos en su interior.

    Algunos soldados murieron de inmediato, y muchos resultaron gravemente heridos, incluido Enrique. No obstante, él estuvo a la altura de su reputación y logró salir de debajo del camión. Consciente de que más amigos suyos morirían si no se hacía algo con rapidez, logró levantar el vehículo lo suficiente para que todos pudieran salir. Consiguió hacer eso a pesar de sufrir una lesión que amenazaba su vida, ya que un gran perno del camión había penetrado en su cráneo. Esa noche, con solo diecinueve años, Enrique nos demostró a todos que era un verdadero héroe.

    Mi tío murió a causa de una combinación entre sus lesiones y las complicaciones del daño interno producto del gran esfuerzo al levantar el camión. Todos los habitantes de Pinar del Río asistieron a su funeral. Llevaron su ataúd por las calles, desde la casa de mis abuelos hasta el cementerio, en una larga procesión de dolientes en honor a su corta vida.

    Muchas familias agradecieron el sacrificio de Enrique. Como dijo Jesús en Juan 15.13: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos». La vida y la muerte de mi tío me dieron un ejemplo increíble de valentía y honor. Aún hoy, Enrique me recuerda cómo una sola vida vibrante puede influir en toda una comunidad mucho después de la muerte. La pasión de mi amado tío por la vida, el amor, la familia, el país, el honor y la música aún corre por mis venas.

    Mi padre —y tocayo, porque también se llamaba Rudy, y no Rudolph ni Rodolfo— había sido soldado del régimen de Batista. A medida que la vida se hacía cada vez más dura para nuestra familia, comenzó a tratar a toda costa, pero con valentía, de encontrar alguna manera de sacarnos de Cuba. Finalmente —y lo que no fue ninguna sorpresa— sus esfuerzos constantes fueron informados al gobierno. Mientras intentaba huir del país, lo arrestaron por ser contrarrevolucionario y anticomunista. De hecho, era anticomunista, y supongo que si tratar de mantener y proteger a tu familia te convierte en contrarrevolucionario ante los ojos de un régimen dictatorial, entonces mi padre también era culpable.

    De modo que, apenas a mis cinco, papá fue sentenciado a cinco años de prisión. Al reflexionar en el pasado, sé que fue un milagro que no fuera ejecutado ni condenado a cadena perpetua, aunque para una familia tan joven, aun esos cinco años parecían eternos.

    Para entonces, Reynaldo, mi hermano menor, ya había nacido. Siempre le hemos dicho Rey. Contrajo meningitis, lo que tuvo un efecto importante en su desarrollo temprano. Al fin pudo comenzar a caminar después de cumplir los tres años. Su dependencia de mamá era un asunto difícil, pero también hizo que fueran muy cercanos. Ella siempre tuvo un gran deseo de proteger a mi hermano debido a su enfermedad.

    Todos los domingos, mamá viajaba tres horas en autobús con nosotros tres para ver a papá y regresar a casa. Bajábamos en la parada más cercana a la prisión y luego caminábamos varios kilómetros por la larga vía hacia las enormes puertas de alambre de púas de la granja de la prisión, llamada «Taco». Ella siempre le llevaba una comida casera o un flan —su postre favorito— cuando lo visitábamos.

    Tengo recuerdos profundamente arraigados de la horrible tristeza que embargaba a nuestra familia cada domingo cuando teníamos que despedirnos de papá y comenzar el largo viaje de regreso a casa. Nos aferrábamos a él hasta que los guardias venían para llevárselo. Esa escena con emociones desesperadas siempre está grabada en mi corazón.

    Algo inconfesable

    Como si esos traumas que ocurrieron en nuestra familia fueran pocos, me sucedió otra cosa muy difícil en mi infancia. Sinceramente, omitir esta historia me habría resultado muy fácil, pero sentí que necesitaba compartirla para alentar a otros que han sufrido este flagelo monstruoso: el abuso sexual. Es la primera vez que divulgo esta historia fuera de mi familia inmediata.

    Vivíamos al otro lado de la calle de un cine —el Teatro Milanés— allá en Pinar del Río. Recuerden, esto sucedió a mediados de los años sesenta, cuando los niños aún podían ir a la tienda o a otros lugares públicos sin que los padres tuvieran que preocuparse por los secuestros y las muchas amenazas con los que lidiamos en la actualidad. Una tarde, cuando yo tenía siete años, mi madre me dejó ir al cine, tal como lo había hecho muchas veces. Yo estaba viendo la película en medio de la oscuridad, cuando un hombre vino y se sentó a mi lado.

    No le presté ninguna atención hasta que él se acercó y me agarró la mano. Para ahorrarles los detalles, digamos simplemente que comenzó a usar mi mano para un acto extremadamente desagradable. Como yo era tan pequeño, no entendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que algo no estaba bien. Aunque él me sujetó con fuerza, me las arreglé para alejarme y correr tan rápido como pude fuera del teatro y volver a casa. Crucé la puerta y traté de explicar algo que aún no entendía. Mi mamá y mi abuelo corrieron al teatro y miraron alrededor, pero no vieron a nadie. El hombre había desaparecido.

    A pesar de la brevedad del incidente, fue algo muy confuso para mí, y el dolor emocional y la vergüenza —relacionados con semejante violación— me afectaron mucho en mi época adulta. Hay algo profundamente perturbador en el hecho de que tu primera impresión sexual esté asociada a un acto tan vil sobre el que no tenías ningún control.

    En años posteriores, cuando hablé con mi familia sobre ese incidente y crecí como cristiano, pude trabajar para perdonar y eludir el asunto. Me di cuenta de que ese tipo de sucesos traumáticos no tienen que definirnos ni ser parte de nuestra identidad, ni afectar la forma en que respondemos a las personas y las circunstancias, ni menos aun afectar nuestras relaciones y nuestra fe.

    Como sobrevivientes a cualquier forma de abuso, finalmente podemos llegar a un punto en que dejemos ir lo que sucedió, lo cual no fue culpa nuestra. No es dejar que el perpetrador se salga con la suya, sino permitirnos el hecho de liberarnos de ese atropello. El enemigo de Dios quiere que los acontecimientos nocivos nos marquen por el resto de nuestras vidas y dañen nuestras relaciones futuras, pero Dios quiere traer sanidad a nuestros corazones y nuestras almas.

    El SEÑOR está cerca de los quebrantados de corazón,

    y salva a los de espíritu abatido.

    —SALMOS 34.18

    No lleves nada contigo

    En enero de 1969, papá obtuvo un permiso temporal para salir de prisión. Durante ese tiempo, pudimos obtener milagrosamente la aprobación de sus documentos, así como los de toda nuestra familia, para salir de Cuba. Rápidamente hicimos todos los arreglos necesarios. En vez de que papá volviera a la cárcel como preso político, ahora toda nuestra familia emigraría a Estados Unidos.

    Durante ese tiempo, se llevaron a cabo los «Vuelos de la libertad», patrocinados por el gobierno de Estados Unidos. Los aviones hacían el viaje de noventa millas a Miami, y les brindaban a las familias cubanas «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» en Estados Unidos. Lo que estaba a solo una hora de vuelo de Cuba quedaba a un mundo de distancia para nosotros. Todo el mundo sabía que cualquier día Castro eliminaría los viajes de salida. Cada avión que despegaba de suelo cubano en dirección al norte era un milagro. Cualquier persona autorizada para viajar podía llevar únicamente la ropa que tuviera puesta; no se permitían posesiones de ningún tipo ni dinero. No podías llevarte nada. Ningún artículo de valor podía ser sacado de Cuba. Y cuando llegabas a Miami, tenías que hacer que un miembro de tu familia se presentara para reclamarte.

    Para entonces, mi hermana menor, Edilia, a quien llamábamos Chuchi, ya había nacido, por lo que ya éramos una familia de seis miembros: papá, mamá y, por orden de edad, Elsa, yo, Rey y Chuchi. Pudimos conseguir suficientes asientos para un vuelo que nos sacara de Cuba. El día de nuestra partida al fin llegó, por lo que todos salimos de la terminal y cruzamos la doble fila de soldados armados y con la guardia en alto que conducía a los escalones del avión. Su presencia era una demostración de fuerza, otro signo del firme control de Castro y de su intimidación constante al pueblo.

    Estábamos casi en el avión cuando, sin ninguna advertencia, un soldado se interpuso frente a mi madre, bloqueando su camino. Le ordenó que se detuviera y luego nos gritó que subiéramos sin ella. Cuando mi padre comenzó a protestar y a preguntar por qué, el soldado insistió en que mamá debía quedarse, pero que nosotros debíamos irnos. Así, sin ninguna explicación. Él tenía la autoridad y el rifle, mientras que nosotros no teníamos nada. Todos los niños comenzamos a llorar y nos aferramos a nuestra madre para salvar su vida. El caos se desató de inmediato, puesto que gritábamos a todo pulmón, y todos se dieron vuelta para ver a qué se debía el escándalo. Después de todo por lo que había pasado mi padre, era imposible que se fuera de Cuba sin su esposa.

    Mientras el soldado seguía

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