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Mi Gran Obsesión: Aristóteles Onassis
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Mi Gran Obsesión: Aristóteles Onassis
Libro electrónico301 páginas6 horas

Mi Gran Obsesión: Aristóteles Onassis

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Información de este libro electrónico

El autor es egresado en Administración de Empresas, durante su vida laboral siempre fue un exitoso ejecutivo y gerente de ventas en compañías de prestigio. Los últimos años se ha dedicado al ramo de las aseguradoras, siendo actualmente jubilado, pero aún presta sus servicios como asesor independiente en seguros. Es músico y pintor aficionado y ahora adicional, se inicia con su primera obra como escritor.

Su inquietud para escribir sobre esta novela. Nace de su relación, que, durante sus años de juventud, mantuvo con el programa del gobierno de EEUU – Alianza para el Progreso, creado precisamente por el Presidente John F. Kennedy. Cuando este programa se estableció en El Salvador, la base fue en el Centro Cultural de la colonia Montserrat, donde voluntarios de ese país impartían, a un grupo aproximado de 25 jóvenes, clases de inglés, arte, música y teatro, formándose un elenco artístico para desarrollar múltiples actividades, dentro de ellas el baile de square dance. Durante este periodo sucedió el asesinato del Presidente Kennedy, que impactó a muchos jóvenes dentro del programa, por la simpatía que este Presidente generó alrededor del mundo. Así es como al autor le nace la inquietud por investigar qué sucedió y quién lo había llevado a cabo; por eso durante años ha leído e investigado al respecto, y después de leer tanto que se ha dicho, escrito y reportes de conspiraciones, en su mente el escritor se planteó su propia posición de lo que realmente pudo haber sucedido.

El autor se plantea que las personas que lean su libro se inclinen a tomar esta hipótesis como verdadera y lanza el reto al que no esté de acuerdo, que le demuestre que no fue así.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ago 2020
ISBN9781643343563
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    Mi Gran Obsesión - Ricardo Ponce Henriquez

    1

    Orígenes

    15 de enero de 1906, Esmirna, Turquía, bajo la ocupación griega. En el seno de una familia acomodada de origen griego, nace el hombre que de la nada, construye un imperio económico que lo convertiría en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo, Aristóteles Onassis.

    Sus inicios en su vida laboral, los comienza en Buenos Aires, Argentina, donde a la edad de 18 años, había sido enviado por su padre, quien había perdido sus propiedades en Esmirna, cuando los turcos la recuperaron de la ocupación griega.

    Siendo ellos de origen griego, se vieron obligados a volver a Grecia. Ante la difícil situación económica que les había causado la expropiación de sus propiedades, el padre de Aristóteles, decide enviarlo a Argentina.

    Se emplea en una empresa de telefonía y desempeña otros trabajos sencillos, pero su deseo de superación, lo impulsa a crear su propio negocio de importación de tabaco del Oriente. Así se logra introducir con gente de poder en Buenos Aires, los que le ayudan a que su negocio florezca.

    Luego es nombrado embajador de Grecia en Argentina. Lo que lo relaciona con gente importante de otros países, lo que le permite visualizar altas posibilidades de negocios en la importación.

    A base de trabajo y una lucha continua por superación, logra formar las empresas navieras más grandes del mundo.

    Aristóteles tenía una visión muy especial para ver la oportunidad en la adversidad, donde otros veían dificultades, él veía oportunidades.

    Esa técnica la utilizó durante toda su vida, tanto en los negocios como en su vida personal, lo que en su época lo convirtió en el hombre más admirado y más rico del mundo.

    Desarrolló la habilidad de poder crear las oportunidades, según su conveniencia, poniéndolo todo a su favor.

    A la fecha, su fortuna sobrepasa los mil millones de dólares, los cuales fueron heredados por su única nieta, Athina.

    2

    Legalización del Acta de Confesión

    Atenas, Grecia. Son las 9:00 a.m. del 15 de enero de 1975, hora exacta para una cita muy importante, con el hombre más rico del mundo: Aristóteles Onassis. Había sido citado con extrema urgencia, por el señor Onassis, deseaba hacer una confesión que revelaría una incógnita, que ha tenido expectante al mundo entero por varios años.

    Yo soy un abogado conocido desde hace muchos años por el Sr. Onassis, nunca he trabajado para él, pero en esta ocasión me ha pedido que sea yo quien elabore un acta importante, quizá la más importante que él hará en su vida.

    Me presento a su aposento para ser anunciado. Él me hace pasar y me recibe con un saludo de mano levantada, como jurando decir la verdad y nada más que la verdad. Me señala un mullido sillón, como señal que pasaré largas horas escuchándolo.

    —Muy buenos días Sr. Onassis. He arreglado mi agenda de trabajo tal como usted me lo ha pedido, cuento con una semana disponible para escuchar lo que usted quiere confesar.

    —Gracias Lic. White. Es el tiempo que creo necesitar, para hacerle la confesión al mundo y liberar mi alma de este calvario que he vivido estos últimos años. He querido iniciarla este día 15 de enero, día de mi cumpleaños número 69, y a 19 años de haber creado en mi mente la obsesión que me llevó a cometer el acto más repudiable.

    Tengo todo lo que usted necesitará para trabajar y poder elaborar el acta de mi confesión, la cual quiero que quede legalmente notariada para su validez. Trabajaremos con un horario variado, el cual estará sujeto a mi delicado estado de salud. Déjeme decirle que por las madrugadas siento un alivio que creo nos será útil para avanzar con nuestro trabajo.

    Lic. White, no dude en pedir lo que crea facilitará su estancia en este lugar. Cuenta con la tecnología para comunicarse con su bufete las 24 horas del día. Hay un dormitorio preparado para su descanso, se encuentra al lado del mío, ya que quiero tenerlo a la mano, para continuar nuestro trabajo cuando me sea posible hacerlo, no importando la hora de la madrugada que sea. Cuenta además con el personal a su disposición para ofrecerle el apoyo necesario para su comodidad.

    ¿Tiene Lic. White alguna observación o petición que hacer? No dude en pedir lo que usted estime necesario.

    —Sr. Onassis, sé que cuento con su apoyo, y en su momento le haré saber si necesito algo más.

    —Bueno Lic. White, creo que todo está en orden, mandaremos a guardar su equipaje y comenzaremos por establecer las bases de mi declaración.

    Yo, Aristóteles Onassis, de 69 años de edad, ante los oficios profesionales del Lic. Bill White, declaro, que esta confesión será realizada voluntariamente, que no he sido presionado por ninguna persona a declarar ni a decir nada que yo no quiera incluir en mi confesión. Que gozo de un estado mental saludable, por lo tanto, me responsabilizo de las consecuencias que genere dicha confesión.

    —Lic. White, ¿Será adecuada esta declaración para que quede aceptada, como la "Confesión Oficial Voluntaria de Aristóteles Onassis?

    —Sí, me parece que cuenta con los elementos justos y necesarios para darle validez, Sr. Onassis. De aquí en adelante yo seré su confesor. Déjeme explicarle la metodología que usaré para tomar nota con fidelidad de sus declaraciones: Primero serán grabadas todas sus confesiones, yo tomaré nota de la mayoría de ellas, para luego cotejar con las grabaciones y transcribirlas para su lectura frente a usted. Dicha porción del acta deberá ser cada día definitivamente aprobada con un visto bueno (Vo. Bo.) suyo, si así lo juzga conveniente. De no estar de acuerdo, usted hará las observaciones, para hacer los ajustes correspondientes hasta quedar definitivamente de acuerdo a su voluntad. ¿Tiene alguna observación que hacer, Sr. Onassis?

    —Me parece correcto el método, tiene mi aprobación. Podemos dar inicio. Por favor Lic. White, no esperemos más.

    3

    Confesión

    —"Todo el mundo conoce mis orígenes humildes, han seguido por muchos años mis triunfos financieros, han seguido mi vida social y mi vida privada. Me han relacionado con diversas sociedades secretas, han vivido mis derrotas familiares con la pérdida de mi hijo varón, misma que marcó en dos etapas mi vida, antes de Alejandro y después de Alejandro.

    Soy otro hombre después la pérdida de mi hijo, en él veía mi sucesor, el que continuaría mis conquistas financieras, el que perpetuaría mi apellido. Tenía tantas ilusiones guardadas en él. No quiero pensar que su muerte, sea el castigo que me gané por lo que voy a confesar; pensamiento que me ha perseguido desde su muerte".

    Por favor tráiganme un vaso de agua y mis pastillas para la presión, hablar de la muerte de Alejandro me trae muy malos recuerdos y un gran cargo de conciencia, me siento culpable de su muerte.

    Él nunca estuvo de acuerdo con mi separación y divorcio con su madre, rechazó el haberme acompañado con María Callas, a la que nunca aceptó como mi compañera sentimental y luego mi boda con Jacqueline le trajo mucha rebeldía contra mi persona, dolor que no puedo superar, ya que mi hijo varón era mi más grande amor.

    —Sr. Onassis, sus pastillas están listas, puede tomarlas.

    —Gracias, es usted muy amable licenciado. Me va a dispensar, pero no puedo superar esta situación. Cuando vienen a mi recuerdo todos los buenos momentos que viví con Alejandro siento que este pensamiento me va a matar un día de estos.

    —¿Quiere suspender por el momento su confesión y volvemos más tarde para continuarla?

    —No. Esperemos un breve momento, ya se me pasará esta molestia. Me suele suceder cuando me acuerdo de mi amado hijo.

    Ok. Licenciado, continuemos.

    "Hablaré de la mayor obsesión de mi vida, la que me hizo perder la razón, la que me inclinó a cometer las más despreciables acciones, con tal de lograr y verla cumplida. Todo inicia a finales del año 1955, quería celebrar mis 50 años de vida, y celebrarlo con personajes de la alta sociedad de Mónaco y de Grecia, autoridades de gobierno, políticos importantes y unos invitados especiales de América que representaban para mí, en un principio, los contactos necesarios para darle continuidad a unos negocios importantes en el futuro no muy lejano.

    Había planeado tirar la casa por la ventana. No había escatimado los gastos, tenía que ser una celebración que se recordara por muchos años, en toda la costa mediterránea. Se llevaría a cabo el 15 de enero de 1956, día de mi cumpleaños número 50, los planes estaban en marcha, celebrar el año nuevo, parecía secundario ante los preparativos de la celebración de mi cumpleaños número cincuenta."

    Lic. White ¿Está quedando todo registrado?

    —Sí, señor Onassis. Tal como aclaré al principio, estamos grabando y estoy haciendo apuntes de lo que creo más relevante para que, al final del día, hacer una conclusión diaria de su confesión y que quede aprobada por usted.

    —Lic. White, ¿Podemos continuar?

    —Adelante, señor Onassis. Estamos listos para continuar. Regresaré la grabación unos momentos para que usted recuerde lo último de su confesión y pueda hacer el enlace para darle continuidad a su relato. Oigamos.

    Después de escuchar la grabación le dije:

    —Ok. Sr. Onassis, adelante, puede continuar.

    —Se estaba preparando todo de primera calidad, se había contratado la mejor comida, la mejor música, las mejores viandas, los mejores fuegos artificiales, en fin, todo era de primera. Faltaba más, era la celebración del cumpleaños 50 del hombre más rico del mundo.

    4

    Invitados Especiales

    —"Pasaré a contarles tal y como sucedió. A la llegada de la pareja de amigos norteamericanos, esos a los que me he referido como los invitados que representaban en ese momento solo intereses económicos. Me refiero al senador John F. Kennedy y su bellísima esposa Jacqueline, hoy mi esposa ausente, ya que se mantiene ocupada en sus múltiples intereses y que, por lo visto, no me encuentro incluido en ellos.

    Relataré, desde el momento de su llegada mi yate Christina el día sábado 14 de enero de 1956, el cual se encontraba anclado en Mónaco, lugar de mi residencia habitual desde que compré el casino de Montecarlo en 1953, e invertí muchos millones para darle una inyección económica al Principado de Mónaco, cuya economía lo tenía al borde de la quiebra.

    —Buenos días, señor senador. —Fueron mis palabras de bienvenida. —Qué gusto me da que haya aceptado mi insistente invitación, deseo que sea un viaje inolvidable.

    —Eso esperamos. —Intercedió la joven esposa del senador.

    —Bienvenida señora Kennedy, sea usted una huésped de honor en este humilde yate.

    —No me parece humilde. —Responde Jacqueline. Esto lo dice ella, después de recorrer el lujoso yate con una mirada muy exhaustiva.

    La mañana lucía en todo su esplendor. El sol brillaba como en un día de verano, habían pronosticado una semana soleada y se estaba cumpliendo el pronóstico a cabalidad. Este ambiente hacía resaltar la juventud y belleza de Jacqueline.

    Mi mirada seguía paso a paso los movimientos de tan agraciada invitada y en mi mente yo pensaba: Es bella, realmente bella. Lo pensaba con gran admiración, confirmado en ese pensamiento que había valido la pena insistir en la invitación del senador y su bella esposa.

    Yate Christina

    —Pasemos adelante y hagamos un brindis por esta amistad que espero perdure hasta la muerte. —Fueron mis palabras, que en ese momento yo no sabía que acababa de hacer una profecía. Todos pasamos al salón principal del lujoso yate, el cual está decorado con obras de famosos pintores. Piezas de lujo adornan los muebles, que más parecen obras de arte que útiles muebles. La pulcritud es el distintivo de tan acogedora estancia.

    Haciendo una discreta señal, llamé a un sirviente y retirándonos de la pareja invitada, le giré las siguientes órdenes: Esta visita debe de quedar filmada de principio a fin. Ordene que se filme a partir de ahora. Las órdenes fueron cumplidas al pie de la letra. A partir de ese momento, se empezó a filmar con toda discreción todo lo que se estaba llevando a cabo.

    Me volví a unir a la pareja y pedí disculpas por mi breve ausencia.

    —¿Qué gusta tomar señora Kennedy?

    —Dígame Jacqueline simplemente. Sírvame un Bloody Mary.

    —Y para mí un escocés en las rocas. —Interpeló el senador. —Para mí, lo mismo que el senador. —Fue la orden que di al empleado que nos atendía.

    —He seguido su trayectoria política, señor senador y creo que estamos ante una de las figuras de mayor éxito en ese campo. —Era un cumplido que llevaba una dosis grande de sincera admiración de mi parte.

    —Gracias Sr. Onassis por tan inmerecido elogio, pero creo que existen otras personas que han logrado alcanzar posiciones mucho más importantes en menor tiempo que yo. —Fue la respuesta humilde del senador.

    Mi mirada no se apartaba de la bella esposa del senador, la seguía muy atentamente sin perder detalles de la joven mujer. Nadie pensaría que se estaba comenzando a formar en mi mente, una obsesión, que me llevaría a cambiar la historia del país más poderoso de la tierra.

    —El almuerzo está servido. —Anunció el mayordomo.

    —Pasemos al comedor. —Fue la invitación que hice a la pareja de jóvenes esposos.

    Se dirigieron a paso lento por el pasillo que conducía al elegante comedor. Yo los seguía muy de cerca.

    —¿Qué desean tomar? —Les pregunté.

    —Lo mismo para mí. —Contestó Jacqueline.

    —Igual para mí. —Agregó el senador.

    El almuerzo se desarrolló en franca amistad, que hábilmente yo he sabido fomentar. La tarde empezaba a sentirse como invitando a una siesta, tan acostumbrada en esas latitudes.

    —Hoy por la noche tendremos una cena de bienvenida en su honor, señor senador. —Les explicaba. —Los invito a pasar a su recámara para descansar de tan agitado viaje y poder disfrutar por la noche de la fiesta. He invitado a los amigos más cercanos y a socios importantes de la industria.

    Mañana será la fiesta de gala, la celebración de mis 50 años. Estará la más alta sociedad y autoridades importantes.

    —Bueno, creo que será un descanso reparador. —Fueron las palabras del senador—. Pasemos a la recámara —le indicó a su bella esposa y la tomó del brazo para conducirla por el pasillo. Alcancé a escuchar un breve comentario de ella: Me parece una persona muy interesante, comentó Jacqueline. Es interesante —interpeló el senador—, espero que podamos hacer una muy buena amistad.

    La siesta se prolongó hasta muy tarde, el crepúsculo se veía en el horizonte del mar mediterráneo. La fiesta de bienvenida de los Kennedy se desarrolló con toda alegría. Pasamos una velada maravillosa, haciendo amistad con todos los políticos e industriales importantes de la zona. Se terminó cerca de la medianoche. No se podía exceder, ya que al día siguiente esperábamos celebrar con todo bombo y platillo mis 50 años.

    El siguiente día, domingo 15, el desayuno estaba servido a las 11:00 a.m. Las felicitaciones de los Kennedy no se hicieron esperar.

    —Muy buenos días Sr. Onassis. Le deseamos un feliz cumpleaños y muchos años de éxito y felicidad.

    —Muchísimas gracias. —Fue mi respuesta a tan sinceros deseos.

    Luego pasamos al área de descanso en la piscina del yate. Fue donde por primera vez pude apreciar la escultural figura que, cubierta discretamente por un bello traje de baño, permitía apreciar en toda su belleza a Jacqueline.

    En ese momento, el pensamiento: Es bella, realmente bella, vuelve a mi mente. Traté de esconder el brillo en mi mirada, pero el senador, creo, estaba acostumbrado a ese tipo de reacción ante le belleza de su joven esposa.

    —En ese mueble, hay toda clase de protectores solares. —Le indiqué a ella, quien con toda naturalidad se dirigió al mueble y sacó algunos de ellos.

    —Jack, aplícame el protector, por favor. —Le pidió ella con toda dulzura.

    —¿Algo de tomar? —Fue mi siguiente intervención.

    —Bloody Mary para mí. —Dijo ella. —Lo mismo para mí. —Agregó el senador.

    —Traiga tres. —Le indiqué al bartender.

    El sol del mediterráneo derramaba rayos brillantes, haciendo relucir más la belleza y la juventud de tan elegante dama. El pronóstico de una semana soleada continuaba en vigencia".

    —Lic. White, creo que ya fue suficiente por hoy, me siento muy cansado. Creo que me he excedido para ser la primera jornada de trabajo.

    —Usted manda, Sr. Onassis. Haré los arreglos para que durante la tarde se haga el primer resumen, para darle inicio al acta de su confesión. Recuerde que usted debe de aprobar cada resumen de la jornada diaria, para llegar a formar al final de la semana el acta definitiva.

    —El almuerzo se le servirá en el comedor y disculpe que no lo acompañe licenciado, pero yo prefiero descansar. Lo veré más tarde, siéntase en libertad de hacer lo que usted crea conveniente en esta tarde. Creo que lo veré entrada la noche.

    —Estaré atento a su llamado Sr. Onassis, que tenga un descanso reparador.

    5

    Primera Porción del Acta

    El almuerzo estuvo abundantemente delicioso. Yo también estaba cansado por el viaje desde América, le pedí al mayordomo que me despertara a las 5 de la tarde, necesitaba dormir una pequeña siesta para reponer las energías perdidas en el viaje. Caí en un profundo sueño logrando así un descanso reparador.

    —Lic. White, son las 5 de la tarde tal como usted me indicó. —Fueron las palabras en tono suave pronunciadas por el mayordomo.

    —Gracias. —Respondí. —¿Sería tan amable de servirme un café?

    —Está servido en la terraza de su habitación Lic. White. ¿Puedo servirle algo más?

    —No, gracias. Así está bien.

    Escuché toda la grabación y fui comparando con las notas que yo había tomado de la confesión inicial del Sr. Onassis. Fui dándole forma a la confesión, hasta que al final de la tarde tenía armada la primera porción del acta, la cual debería de aprobar el Sr. Onassis. La leí en su totalidad y la revisé minuciosamente, queriendo encontrar algunos errores, me pareció que reflejaba fielmente el sentir de su confesor.

    —Lic. White, el Sr. Onassis le espera. —Fueron las palabras del mayordomo.

    —Voy enseguida, solo déjeme ordenar el escrito y dígale que ya llego.

    —Buenas noches licenciado, espero haya descansado como yo lo hice, porque creo que esta noche continuaré mi relato sobre la fiesta de mi cumpleaños. Era ahí donde nos habíamos quedado, ¿Es así, Lic.?

    —Estaba narrando la mañana del día de su cumpleaños con los esposos Kennedy.

    —¡Oh sí! Usted está en lo cierto, licenciado.

    —Me gustaría leerle la primera porción de su confesión que he elaborado de nuestro trabajo de hoy por la mañana, para poder obtener su visto bueno y continuar adelante con nuestro trabajo.

    —Es cierto, Licenciado, en eso hemos quedado. Yo deberé ir aprobando cada sesión de trabajo que hagamos por jornada. ¿Puede leerme lo que hasta hoy tenemos transcrito para ver si doy mi visto bueno? Soy todo oídos, puede comenzar.

    Fui dando lectura lentamente a cada frase de la confesión y el Sr. Onassis con un leve movimiento confirmaba su aprobación. No dejaba de expresar en cada momento algunas muestras de dolor, admiración y pesar, por sus declaraciones, las cuales con toda sinceridad habían salido de su boca.

    Cuando le di fin a la lectura, me dirigió su mirada y con un silencio sepulcral y un movimiento afirmativo de cabeza, agregó: Vamos bien, continuemos.

    —Usted debe de poner un Vo. Bo., en cada porción elaborada Sr. Onassis, así que, si es de su total acuerdo dicha porción leída, por favor firme al final de la misma.

    En total silencio y con toda seguridad, tomó la pluma Parker de oro de su mesa de noche y puso su Vo. Bo. Podemos continuar, agregó.

    Parecía presentir que no quedaba mucho tiempo para terminar nuestro trabajo y creo que no le

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