Alto No Sigas a la Deriva
Por David R. Ibarra
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¿SUENA MEJOR DORMIR QUE VIVIR?SI ES ASÍ, TE ENCUENTRAS A LA DERIVA COMO?Tom Stanley, un alma perdida con un poco de sobrepeso, que ya no quiere levantarse de la cama. Prefiere dormir que enfrentar la rutina su vida diaria y su agencia de automóviles. La vida ha perdido su brillo, hasta que un día una reunión casual lo cambia todo.Tom se encuentr
David R. Ibarra
Author of "Stop Drifting: Become the Switch Master of Your Own Thought and Pivot to Positive," David R. Ibarra is a leadership consultant and successful entrepreneur in Salt Lake City who blazed his own trail to success after being raised in the Utah foster care system. At 28 years old he started his first business, beginning a career that spans the restaurant, automotive, and leadership consulting industries. David wrote "Stop Drifting" as a chapter within his "Life Purpose" journey. He is dedicated to working with employed adults who often drift through life unsatisfied. His leadership coaching focuses on developing talent and teaching individuals how to become goal setters and achieve a positive work experience, which creates the freedom to find success in other roles including family, faith, community, and health. David's story began as the son of a Mexican immigrant father and a rural Utah mother. When his parents divorced, 2-year-old David and his 3-year-old brother Mickey were placed into foster care until they reconnected with their father as teenagers. At eighteen years of age, David started his career in the hospitality industry as a dishwasher. Ten years later, he became the youngest franchise owner of Farrell's Ice Cream Parlour Restaurant - a division of the Marriott Corporation. David held several positions for the Marriott Corporation, and was the general manager of a large automobile dealership. These experiences, from entry level to management, prepared him to form the Ibarra companies, which include an insurance firm, brokerage firm, learning institute, and performance software companies. David is a well-known public speaker, trainer, and success coach who is invited to deliver keynote addresses all across the United States. David is also the recipient of an Honorary Doctorate of Humane Letters from Salt Lake Community College. David has participated in a variety of community and leadership positions, including an appointment by President Clinton to the U.S. Air Force Academy Board of Visitors. David has also served as a board member for the Salt Lake International Airport, Utah Private Industry Council, Central Region Council of the Utah Department of Workforce Services, Latino Leaders Network, and Utah Hispanic Chamber of Commerce. Much of David's personal charitable contributions are directed to the Ibarra Foundation, which David started to make college possible for Latino students by providing full tuition scholarships. Since 2004, over 100 students have received a college education with the Foundation's help. For over 30 years, David has been committed to "Time Tithing" - weekly mentoring sessions for people, from all walks of life, who bring their business ideas and concerns to him for advice.
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Alto No Sigas a la Deriva - David R. Ibarra
CAPITULO UNO
A LA DERIVA
El sonido del despertador perturbó a Tom Stanley hasta sus adentros. Nunca solía tener ese efecto sobre él.
«Genial», pensó. «Por favor, solo 15 minutos más, es todo lo que pido».
Ya estaba acostumbrado a estirar el brazo y posponer la alarma, con la esperanza de que los siguientes 15 minutos fueran suficientes para satisfacerlo. Nunca era suficiente. Dormir, dormir tranquilamente era su parte preferida del día; era la parte preferida de su vida.
—Tom —exclamó Carol desde la puerta de la recámara.
Tom volteó a ver a su esposa con los ojos llorosos entrecerrados, quien lo miraba con ceño fruncido y sus labios presionados en una línea delgada en su rostro. —Ya van tres veces que pospones esa maldita alarma. ¿Te vas a levantar hoy o qué?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Tom, a punto de volver a dormirse. Sus párpados se sentían tan pesados como vigas de acero, lo cual hacía que unos cuántos minutos extra de sueño parecieran aún más atractivos.
—Son las siete treinta y cinco —dijo ella—. Levántate.
La realidad de la situación golpeó a Tom como si fuera un tren de carga, y sus ojos se abrieron repentinamente. —Por el amor de Dios Carol —dijo él, saltando de la cama—. ¿Por qué no me despertaste? Tenía que levantarme a las 6:15.
De todos los días para quedarse dormido; tenía que ser el día de la reunión de ventas a las 8:30. Una reunión a la que les dijo a todos que no llegaran tarde. A pesar de que Tom hablaba sobre lo importante que era llegar a tiempo, últimamente, él parecía siempre ser el que estaba atrasado. Una persona en su puesto, el dueño de la agencia automotriz, debería comportarse de forma más apropiada.
Él debería ser el modelo de excelencia para su equipo: un faro de esperanza y éxito. Y, sin embargo, aquí se encontraba una vez más, apurándose por levantarse para alistarse. Se sentía humillado.
—Me pudiste haber levantado —repitió él mientras se desplazaba por la recámara y alcanzaba su ropa que estaba colgando en la puerta del baño.
Carol resopló, —Sí, cómo no. ¿E interrumpir tu nueva rutina matutina?
Por los últimos meses Carol había intentado despertar a Tom a tiempo, pero él siempre le contestaba con la misma mirada de desprecio, una mirada como la que Tom le estaba dando ahora, y la súplica susurrada de solo quince minutos más
. Ya no valía la pena que ella siguiera intentando, y Tom lo sabía.
Tom suspiró mientras terminaba de abotonar su camisa. —Tienes razón —dijo él. Pausó mientras alcanzaba su corbata y miró hacia el espejo que colgaba en la pared. Tenía los ojos rojos, el cabello despeinado y piel mucho más pálida que de lo normal. Ahora contaba con algo de gordura alrededor de la barriga que colgaba por debajo de la cintura, el resultado de grandes cantidades de comida chatarra barata y golosinas que había estado comiendo. ¿Qué se estaba haciendo a sí mismo?
—Simplemente ya no me puedo organizar —se quejó—. Estas mañanas son solo el principio.
Estas mañanas daban paso al resto del día, y eso significaba una sola cosa para Thomas Stanley: insatisfacción consigo mismo y con todos quienes lo rodeaban.
George Hanson, el Gerente General de Ventas, se encontraba sentado en la oficina de Tom Stanley esperando que llegara. Él quería revisar el mensaje de ventas de la semana antes de la reunión, pero parecía que eso no iba a ocurrir. Eran las 8:15 a.m., y una vez más Tom no estaba por ningún lado. George se frotaba la cabeza calva y fruncía el ceño. Él odiaba estas reuniones matutinas. Él solo quería vender autos; pero era más que eso. En verdad odiaba su trabajo. George a menudo deseaba haberse quedado en la universidad en lugar de conformarse con este trabajo mediocre en la industria automotriz. Aquí cuidaba a los demás, tenía un pésimo horario y sentía suficiente estrés como para darle una úlcera.
George sacó su libreta del bolsillo de la camisa y escribió algunas notas para la reunión. Él intentó no pensar sobre la cantidad de oportunidades perdidas que las malas actitudes de sus agentes de ventas le costarían a él y a la agencia.
Tyler Jones, un nuevo agente de ventas, estaba sentado en la parte trasera de la sala de reuniones desordenada junto a Brad Johnston, un veterano de la empresa.
—Apenas puedo creer que hayas llegado temprano hoy —dijo Brad. Sonrió, lo cual hizo más evidentes los hoyuelos de las mejillas. —Considerando especialmente que estás en el turno de la tarde. ¿Qué pasó? ¿Tu esposa te corrió de la casa?
Tyler hizo un gesto y cruzó los brazos. Las ensayadas bromas pesadas de Brad ya no tenían chiste. Siempre se comportaba igual. Decía cosas como: ¿Ahora eres vagabundo Tyler?
, o Es una lástima que tu esposa te haya corrido
. Tyler no estaba de humor para escucharlo hoy. Él estaba preocupado con otras cosas, como el profundo sentimiento de desesperación que colgaba sobre él por las últimas semanas, como una gran nube de lluvia.
—Eres un imbécil —dijo Tyler. Respiró hondo y exhaló con un largo silbido. Luego agregó —Si tanto te interesa, tuve que venir a esta reunión obligatoria, y ya que mi turno comienza a las 12, pensé ¿por qué no un turno doble? Necesito el dinero.
Brad sonrió burlonamente y el brillo travieso en sus ojos aumentó. —Tyler, considerando la cantidad de autos que vendes, te saldría mejor trabajar en McDonald´s. Suena como un mejor estilo de vida en comparación con los dobles turnos de trabajo.
—Gracias, Brad —dijo Tyler, entrecerrando los ojos—. Realmente necesitaba escuchar eso hoy.
Pero Brad tenía razón de algo. Si Tyler no vendía un auto hoy, tendría serios problemas. Tal vez George lo considerará el chivo expiatorio, tomando en cuenta lo mal que habían salido las ventas generales este mes.
La puerta delantera de la sala se abrió repentinamente y George entró bruscamente con un aspecto de ferocidad total.
—Bien —anunció él. Su voz cortó las conversaciones como un cuchillo—. Empecemos esta reunión. Tenemos mucho de qué hablar. Todos siéntense, cállense que vamos a comenzar. Al decir esas palabras, el parloteo de la sala se detuvo abruptamente y el entorno se llenó de un silencio incómodo.
—Tenemos mucho que repasar hoy —continuó George. Luego volteó y miró fijamente a Tyler—. Tyler, el reporte de ventas indica que solo has vendido tres autos, y estamos a 20 del mes. ¿Qué está pasando?
Tyler se enderezó en su silla y aclaró la garganta, mientras sentía que se le salía el corazón. Pero sin importar cuánto lo intentaba, no le salían las palabras.
George inhaló y exhaló por la nariz. Tyler podría haber jurado que le salía humo por la nariz a George. —Tus ventas, Tyler. Solo has vendido tres vehículos este mes. ¿Por qué?
—Pues jefe, necesitamos más movimiento de personas —dijo Tyler tartamudeando—. Y las personas que sí vienen no quieren lo que tenemos en el inventario.
George contrajo las comisuras de sus labios. —Así que —dijo—. Tus ventas insuficientes son la culpa de la agencia de autos y no tienen nada que ver contigo. ¿Eso es lo que estás diciendo?
Tyler sacudió la cabeza. —Jefe, lo que quiero decir es que nos falta movimiento de personas y nuestro inventario no es lo que nuestros clientes buscan.
La cara de George se puso roja como un tomate y la vena en su frente palpitaba como un gusano. Nadie le habla así a George, nadie. No le quedaba más a Tyler que cavar su propia tumba en ese momento.
Brad pateó a Tyler y susurró —Tyler, mejor cállate o terminarás trabajando en McDonald’s. Mira la cara de George. Está enfadado hermano, cállate.
—Pues Tyler, si las cosas son tan terribles aquí, —dijo George, bajando su voz a un murmullo hostil— ¿por qué nos sigues bendiciendo con tu presencia? Para serte sincero, no necesito tu mala actitud hoy. Luego abrió los ojos de par en par y rugió —Apégate al programa y encuentra lo que tienes que hacer para vender más autos, ¡o yo me voy a encargar! ¿Entiendes?
Tyler se hundió en su silla y dejó que sus hombros colgaran en derrota. Sintió un vacío en el estómago. —Entendido jefe.
—Ahora —continuó George, volteando hacia su libreta mientras el rojo de su cara se desvanecía—. En cuanto a los demás, con base en las cifras que estoy viendo, tenemos tres verdaderos representantes de ventas, cinco que trabajan más o menos y seis cuerpos inertes. Levantó la vista, y sus siguientes palabras fueron tan frías que se sentía como si hubiera bajado la temperatura en el cuarto drásticamente.
—Más les vale que escuchen y que escuchen bien —declaró George—. Más vale que esta semana vendamos más autos que la semana pasada, o la semana que entra faltarán algunas personas. Pausó y agregó —En caso de que no quede claro, no es una amenaza, es una promesa.
Brad pateó a Tyler por debajo de la mesa. —Mira lo que hiciste —susurró—. No va a ser nada divertido trabajar con él esta semana. Gracias por alborotar el avispero.
—Brad —exclamó George desde enfrente, mirándolo fijamente con ojos penetrantes—. ¿Tienes algo que te gustaría compartir con el resto del grupo?
Brad negó con la cabeza. —No George —contestó—. Solo le decía a Tyler que es un imbécil. Disculpas por interrumpir. A todos. Se inclinó en reverencia hacia todos a su alrededor con una sonrisa burlona, como un bufón actuando frente a la corte real. —Me disculpo por no mostrar más respeto y por interrumpir el discurso de George.
Todos intentaron aguantar la risa excepto Tyler que permaneció estoico. Incluso las líneas rectas en la cara de George se ablandaron un poco. Brad volteó hacia Tyler. —Ves hermano, así es como se debe tratar a George.
—Lambiscón —espetó Tyler.
La puerta se volvió a abrir y Tom Stanley entró agitado y respirando fuerte. —Chicos, disculpen que llegue tarde —dijo, y luego volteó a ver a George— ¿en qué estamos?
George suspiró y volteó la mirada hacia abajo para ver sus notas. —Repasamos los números y hablamos sobre cómo podemos mejorar este mes.
«Yo no diría que hablamos
» pensó Tyler.
Tom miró alrededor de la sala al mar de rostros preocupados que lo miraban fijamente. —Así que, ¿todos saben lo que tenemos que hacer para mejorar este mes?
Todos asintieron o articularon que sí. Sus respuestas fueron poco entusiastas, pero tendrían que ser suficiente.
—Bien, —dijo él— entonces a trabajar para generar un buen mes y ganarnos un sueldo. Cualquier persona que venga a esta agencia se irá con un vehículo, sin importar qué tan pequeño sea el trato. Vamos a aceptar todos los tratos esta semana así que a trabajar y vender autos. ¿Entendido?
«Bueno, pues ya sé cuál será el tema de la reunión de la semana que entra» pensó George.
Ya se lo podía imaginar. Tom de seguro llegaría tarde otra vez y entraría casi al terminar la reunión. George tendría que decirle que sí lograron vender más autos esa semana, sin embargo, ya que aceptaron todos los tratos
, les había costado gran parte de su ganancia bruta.
—Caballeros, ¿qué es lo que está mal con este grupo? Tom diría: Vendimos muchos vehículos la semana pasada, pero no sacamos ganancia bruta. Vamos, todos saben que la productividad es un estado mental, así que necesito que todos ajusten su mentalidad
.
«Me pregunto si algún día lo lograremos» pensó George mientras salían de la sala de reuniones.
Tom entró a su oficina y lo recibieron en su escritorio los mismos montones de papel de siempre.
«¡Por el amor de Dios!» pensó. «¿Con cuál empiezo? ¿El de la derecha? ¿La izquierda? Supongo que podría ponerlos todos en la caja debajo de mi escritorio con los de la semana pasada. ¿Pero qué ganaría con eso? Estoy perdiendo el control aquí. ¿Por