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MI VIDA: Una aventura de amor y fe para las generaciones
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Libro electrónico582 páginas11 horas

MI VIDA: Una aventura de amor y fe para las generaciones

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Desde las colinas ondulantes de Wisconsin, hasta las elevadas montañas andinas, "Mi Vida" es una historia increíble de M. David Grams. Nació el duodécimo hijo en una familia de inmigrantes alemanes. Parecía estar destinado a una vida entera de duro trabajo.

Pero Dios tenía otros planes!

Esta historia verdadera está llena de fe, amor y esperanza, primeramente en Bolivia y luego en muchos países y culturas.

Su mensaje es una inspiración para una nueva generación de líderes y espera dejar un legado a miles.
IdiomaEspañol
EditorialeBookIt.com
Fecha de lanzamiento29 abr 2019
ISBN9781456633080
MI VIDA: Una aventura de amor y fe para las generaciones

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    La historia de grandes familias de Fe y sus encuentros con Dios

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MI VIDA - M. David Grams

APÉNDICE

PRÓLOGO

Ésta no es una novela. Tampoco es un texto de misionología. Simplemente es la historia de un chico de una granja de Wisconsin que rindió su vida a Cristo, respondió al llamado de su Maestro y lo sirvió por 60 años aventurados en altitudes montañosas heladas, en selvas húmedas y en grandes ciudades en más de 20 países de América Latina. El tema de este libro es: la inversión de una vida, mi vida.

Este libro es para mi familia: para honrar la memoria de Betty Jane (Janie), mi esposa y compañera durante 51 años; para MonaRé, Rocky y Raquel (mis chicos) y sus cónyuges Mike, Sherry y Steve; para los ocho nietos (y siete cónyuges); y para la cuarta generación, ocho bisnietos.

Con los mayores hemos compartido muchas de las experiencias afines. Los más chiquitos, dado que nos separan muchos kilómetros, apenas me conocerán, a menos que lean estas páginas a través del tiempo.

Mi sincero agradecimiento a Clemencia por decir que cuando le pedí que se casara conmigo hace 10 años, por su ayuda editorial en cada capítulo de este libro, y por su aliento y paciencia mientras yo revisaba los archivos, las cartas, los pasaportes, las libretas, las agendas, las fotos y las diapositivas de color para refrescar la memoria.

Mi deseo sincero es que cualquier persona –familiar, amigo cercano– que tome el tiempo para leer este libro haga una pausa para dar gracias a Dios por Su fidelidad y se determine a vivir una vida en obediencia a Su voluntad.

1. MI PA Y MI MA

Dado que es importante saber de dónde vine, esto debe comenzar con mi Pa y mi Ma, mis padres, Gottlieb y Augusta Grams.

Gottlieb y Augusta, William y Ralph

Gottlieb nació el 24 de mayo de 1883 en la provincia de Volhynia en Polonia, una zona que estaba bajo el control de Rusia. Sus padres, junto con muchas otras familias alemanas, como también judías, emigraron de Alemania a Polonia en busca de oportunidades agrícolas y una mejor vida. Nunca sucedió. La vida era difícil en Polonia y la economía, tambaleante.

A los 19 años, Gottlieb conoció a Augusta Gitzel, hija de otra familia inmigrante. Se casaron el 28 de diciembre de 1902.

Gottlieb trabajaba en un bosque nacional, cortando madera con un serrucho. Una vida dura… Se elevaba el tronco del árbol, un hombre se paraba encima del tronco y otro debajo, serruchando de arriba y abajo, cortando tablas de cinco centímetros de espesor. Uno de los hombres con quien trabajaba mi padre era su cuñado, Julius Netz.

La vida era muy difícil para la joven pareja, y aun más porque, para 1907, había incrementado a cuatro con el nacimiento de dos niñitos, primero, Wilhelm (William) y, dos años después, Rudolf (Ralph).

Los parientes lejanos oyeron que Norteamérica era la tierra de la oportunidad, y que era posible para los jóvenes alemanes emigrar a los Estados Unidos con la ayuda de un judío clandestino. Pero tenía un costo. Varios miembros de la familia habían tomado esa decisión y estaban viviendo en Wisconsin, entre ellos Julius Netz y su esposa, Mariam (la hermana de Gottlieb).

Se tomó la decisión. Irían a los Estados Unidos. Buscarían una vida mejor. Dado que era demasiado pobre para comprar pasajes para su esposa y sus dos hijos pequeños, Gottlieb los dejó en Europa del Este, que había sido asolada por la pobreza, con la promesa de que muy pronto los ayudaría a viajar a la tierra de la promesa.

A las semanas, después de un tempestuoso cruce por el Atlántico y días de nauseas y de hacer promesas desesperadas a Dios, Gottlieb llegó a Baltimore, Maryland, el 1 de marzo de 1907. Sin poder hablar ni siquiera una palabra de inglés, se subió a un tren con 2.60 dólares en el bolsillo y un cartel en la espalda que decía: A Milwaukee. Su hermana Mariam y Julius Netz estaban ahí para darle la bienvenida.

El primer invierno estuvo cargado de ansiedad. No había trabajo en Milwaukee para un inmigrante de vestimenta extraña que no hablaba el idioma. En medio de una situación desesperante (dado que no podía continuar aceptando alojamiento y comida a la mesa de su hermana), aceptó el único trabajo disponible: trabajar como leñador en los grandes bosques en el norte de Wisconsin con un salario diario de un dólar. A veces, trabajaba con nieve hasta las caderas y en temperaturas de 17 grados bajo cero, o incluso menos. Para ganar dinero extra, emparchaba los overoles de compañeros leñadores a diez centavos por agujero, mientras ellos jugaban a las cartas y bebían cerveza los domingos. Cuando terminó el trabajo de leñador, regresó a Milwaukee y encontró un trabajo como carpintero en una fábrica de vagones ferroviarios.

Su austeridad y determinación hicieron posible que su esposa y sus hijos viajaran a los Estados Unidos antes de que terminara el año. La pequeña familia se reunificó en Milwaukee y comenzó una nueva vida en Norteamérica.

Hicieron muchos amigos en la comunidad alemana, y pronto el departamento de la familia Grams se convirtió en un lugar de reunión para la fiesta semanal de cerveza.

Sin embargo, para Gottlieb… faltaba algo. Deseaba más que eso en su nueva vida. Anhelaba a Dios. No podía sacárselo de la mente. Compró una Biblia en alemán —la primera de toda su vida— y noche tras noche la leía con tenacidad. Luchó en su búsqueda de Dios, hasta que una noche le fue quitada una carga. Después de eso, era otra persona… había nacido de nuevo, tal como había leído en las Escrituras. Con la autoridad incuestionable de la cabeza del hogar, le dijo a su esposa: De hoy en adelante, viviremos una vida diferente para Dios. Ella coincidió. Y luego no hubo más fiestas de cerveza.

Y la familia comenzó a crecer. La pequeña Clara nació el 24 de noviembre de 1909. Las condiciones de vida en la ciudad eran difíciles y Gottlieb decidió aceptar un trabajo de producción láctea en la zona central de Wisconsin. Se mudaron a Red Granite, donde nació Reinhold el 26 de enero de 1912. La familia continuó creciendo. Luego, se mudaron a una granja cerca de Berlín, Wisconsin, donde se sumaron cuatro nombres nuevos en los siguientes cinco años: Paul, el 28 de febrero de 1913; Charles, el 14 de septiembre de 1914; Ida, el 10 de mayo de 1916; y Thomas, el 21 de mayo de 1918.

La siguiente mudanza fue a Brandon, donde Arthur se unió a la familia el 1 de febrero de 1920. Luego, se mudaron a Ripon, donde nació Helen el 20 de noviembre de 1921. Mi Pa había comprado una pequeña granja ahí, pero la transacción terminó en una ejecución hipotecaria. Otra mudanza, esta vez a una granja alquilada cerca de Rosendale, Wisconsin, donde hizo su aparición Herman, el número 11, el 27 de marzo de 1925.

Y después fue mi turno.

2. EL NÚMERO DOCE

El menor de doce hermanos, 1937

Monroe David nació en la granja de Rosendale el 29 de abril de 1927. Ahora la docena estaba completa. Mi madre tenía 45 años.

Hasta el día de hoy, cuando hablo por teléfono con mi hermano Tom en Seattle (de 92 años de edad), una de las primeras cosas que dice es: Recuerdo el día que naciste, Monnichien. Había un olor medicinal raro en la casa cuando bajé de arriba, y pensé… Ay, ay… recuerdo este mismo olor de hace dos años, cuando nació Herman.

Mis ocho hermanos y tres hermanas tenían nombres alemanes que se podían traducir fácilmente al inglés. ¿Y yo? Le pregunté a Tom si recordaba. , me respondió, yo estaba en quinto grado en ese tiempo, estudiando los presidentes de los Estados Unidos. Quedé impresionado con el nombre ‘Monroe’ y, cuando se lo sugerí a papá, dijo: ‘Lo llamaremos Monroe David’. Cuando mis cinco hermanos fueron a la pequeña escuela del pueblo al día siguiente, tenían vergüenza de contarle a la maestra las noticias de mi llegada. Otro hermano bebé, ¡y durante los días de la Gran Depresión!

Tom también me dice que recuerda el día en que yo fui destetado. Lloraste tanto… mamaste hasta que eras bastante grande. ¡La verdad es que yo también recuerdo ese día! Tenía casi tres años. Estábamos todos desayunando cuando entró un primo y, al verme tomar mi desayuno habitual, dijo: "¿No es hora de poner fin a esto? Mi madre puso pimienta negra en su pezón húmedo. ¡Y se acabó! Sin embargo, creo que yo sí necesitaba ese tipo de comienzo sustancioso para la vida que tenía por delante.

Cuando nací, mi hermana Ida tenía 11 años. Mamá sin duda estaba más que ocupada cocinando para una familia tan numerosa, así que Idy fue la que ayudó a criar al niñito. Tenía unos dos años cuando, mientras jugaba justo fuera de la puerta trasera de la cocina, tuve un accidente importante en mis pequeños pantalones. Idy me miró horrorizada, me levantó y me puso en la pileta de la cocina con el trasero debajo de la bomba manual que succionaba agua de una cisterna debajo de la tierra con agua de lluvia. ¡Todavía me parece que puedo sentir esa terrible agua helada!

Otra experiencia que nunca olvidaré de la granja de Rosendale aconteció un día que yo estaba solo con mi madre. Ella estaba por lavar la ropa y había puesto una gran olla en la cocina para calentar el agua. Luego, añadió leña para aumentar la intensidad del fuego, y abrió la pequeña ventana deslizante al costado de la estufa. Yo encontré el atizador de hierro con la manija en forma de espiral y, para entretenerme un poco, metí ese juguete a través de la puerta de tiro, al fuego, lo saqué de inmediato, y luego lo pasé por mi mano izquierda casi cerrada para probar la temperatura. Después de varias pruebas, dejé el atizador hasta que estuviera al rojo vivo, y luego me lo pasé por la mano. Mamá me agarró, y me llevó al otro lado del camino, donde vivían mi hermano William y su esposa, Martha. Encontraron un poco de bicarbonato de sodio, hicieron una pasta y me vendaron la mano con una quemadura grave con una tira de tela blanca. La vida puede ser dura, ¡incluso para el número 12!

Durante varios años antes de que yo naciera, papá había sentido un llamado renovado a predicar el evangelio, que sintió por primera vez poco tiempo después de su conversión en Milwaukee. La familia creciente implicaba que debía dedicar más tiempo a la agricultura, pero así y todo, durante años dirigió reuniones en las diferentes fincas.

Cuando la finca se tornaba demasiado chica, iban a una escuela o alquilaban un edificio. El grupo siguió creciendo. Había probablemente unas doce familias numerosas, algunas con 10 o 12 hijos que asistían a las reuniones. Una de ellas era la familia Liebelt, con 10 hijos. El hijo mayor, Andrés, aparecerá más adelante en esta historia.

3. LA GRANJA DE ARCHIE REID

Yo todavía no había cumplido cinco años cuando nos mudamos de Rosendale, a una granja productora de lácteos de 76 hectáreas sobre la carretera 23, a unos 800 metros al oeste de los límites municipales de Fond du Lac, una ciudad de 27.000 habitantes, en la punta sur del Lago Winnebago. El dueño era un hombre adinerado que vivía a unos 160 kilómetros, en Janesville, Wisconsin. Papá había hecho un trato de alquiler en base a las ganancias.

Era una granja hermosa, un edificio rojo enorme con altos graneros bajo un techo de cuatro aguas, con lugar para más de 30 vacas lecheras, cubículos para terneros, un establo para caballos, además de un corral para toros, y una entrada para vehículos en el centro para descargar el heno, todo en la planta baja. Había dos grandes silos, un gran cobertizo rojo para guardar maquinaria de granja, un corral para cerdos y una estación de bombeo para mantener la leche fría, todo quedaba cerca del gran establo. Pero lo más impresionante era la casa blanca cuadrada casi nueva de dos plantas con cuatro habitaciones en el segundo piso, un gran porche abierto en la parte de adelante, y una vereda angosta de hormigón que salía por la parte trasera que conducía a la letrina anexa con tres agujeros. El enorme espacio de césped entre la casa y la carretera tenía por lo menos siete robles inmensos y, a su lado, un pequeño manzanar.

Apenas nos habíamos mudado y, observando los edificios de la granja con mis hermanos mayores, puse las dos manos en los bolsillos y declaré: "Das ist ein andere Geschichte als mit dem grun Yankee (Esta es otra historia que la del Yankee verde", haciendo referencia a los dos últimos años de vida y trabajo que había atravesado la familia en Rosendale).

Era el año 1932, y los tres mayores —William, Ralph y Clara— ya se habían casado y habían formado sus propios hogares. Todavía quedaban nueve hermanos más papá y mamá, al parecer, suficientes manos para que la granja funcionara.

Y había mucho trabajo para todos. En las mañanas, luego de ordeñar las vacas y de terminar el desayuno, papá asignaba el trabaja diario según los grupos de edad, comenzando desde arriba, con los chicos mayores —de tamaño mediano— y terminando con los más pequeñitos (Herman y yo).

Desde que tenía siete años, me familiaricé con el trabajo duro. A Herman (que tiene dos años más que yo) y a mí se nos dio el apodo Erbsen Bruder (idénticos como dos gotas de agua), y nos esperaban trabajos interminables: quitar la maleza y las malas hierbas en la gran huerta que mamá mantenía cada verano, ordeñar las vacas, sacar mostaza silvestre amarilla en los campos de trigo, ocuparnos de las bolsas donde caía el brote de grano de las polvorientas máquinas desgranadoras durante el tiempo de la cosecha y decenas de cosas más.

Ahí fue donde aprendí a trabajar. Empezando en esa granja de Fond du Lac, una ética de trabajo sana llegó a ser parte de mi vida y permaneció conmigo a través de la vida. Nunca se nos martilló, pero de algún modo éramos conscientes de la Escritura en la cual el apóstol Pablo dice: Si alguno no quiere trabajar, que no coma.

Desde el punto de vista económico, las cosas fueron muy duras durante los años de la Gran Depresión en la década de 1930. Puedo recordar a papá sentado solo en su lugar, a la cabecera de la gran mesa después de la cena, con papeles desparramados delante de él, tratando de ver cómo llegar a fin de mes con un cheque del cincuenta por ciento de producción de leche.

No habíamos estado en esa granja por mucho tiempo cuando Reinie se fue a trabajar con Willy en su granja a unos 25 kilómetros al oeste. Luego de girar a la derecha para entrar en la carretera, nos saludó con la mano, permaneciendo de pie frente al carretón granjero con el equipo de caballos que papá le había dado como regalo de despedida.

El presidente Roosevelt estaba tratando de hacer funcionar su Nuevo Trato. Paul se fue a trabajar para la Administración del Progreso Laboral (Work Progress Administration), cavando pozos por 48 dólares por mes. E Idy aceptó un trabajo en la ciudad con una familia judía para hacer tareas domésticas y cuidar a sus dos hijitos de mal genio. La familia Cohen era dueña de una tienda de ropa sofisticada sobre la calle Main Street. Ellos le pagaban tres dólares por mes, lo cual en seguida le entregaba a papá para las necesidades de la familia.

Un verano hubo sobreabundancia de mostaza silvestre amarilla en un campo de avena de unas diez hectáreas. Varios estudiantes jóvenes de la Universidad de Wisconsin vinieron a la casa, preguntando si había trabajo en la granja. Papá les mencionó la tarea de quitar la mostaza silvestre. Y ellos aceptaron con gusto y recibieron el pago de 25 centavos de dólar por día.

Nuestro hermoso perro Rex, un ovejero alemán grande, era una parte importante de la familia. Era un buen perro guardián y ayudaba con el ganado. Una mañana, papá cometió un error y dejó que el toro malhumorado hiciera un poco de ejercicio en el jardín detrás del establo. El toro encaró a papá y empezó a cornearlo, estando él de cara al suelo. Paul salió corriendo del establo, siempre el más fuerte de los varones mayores, y agarró al toro por las astas para sacarlo de encima de papá. Luego, el toro lo encaró a Paul, pero Rex salvó el día. Le mordió las patas traseras una y otra vez hasta que el toro se rindió. Cuando papá entró en la casa para el desayuno, caminaba como un anciano. Le llevó semanas recuperarse.

Rex nunca fue a un veterinario ni soñó de alimentos procesados para perros. Comía las sobras y los restos después de que la gran familia terminaba de comer. Salvo el verano en que papá contrató a un peón para ayudar con el trabajo de la granja. El estómago de Rex era como una bolsa sin fondo. Al terminar la comida, había sobras, y mamá decía: Bueno, estos serán para Rex..

Ni loco. El hombre contratado limpiaba todos los restos. Como también Rex, con la excepción de la punta de un pepinillo al escabeche que quedó en el fondo de su bol.

Aunque nuestra casa grande estaba cableada para el consumo de electricidad, pasaron años antes de que la granja recibiera el suministro de la compañía de electricidad. Lo mismo con el agua corriente o los baños interiores. Una bañera redonda de metal en el sótano servía para nuestros baños de los sábados por la noche. La pileta de la cocina con su bomba manual que extraía agua de lluvia bajo tierra era donde todos se lavaban. Y ahí era donde papá se afeitaba con su navaja. Colgando de un clavo del marco de la puerta opuesto estaba su asentador (una cinta de cuero negro larga) para el proceso de afilado. Una correa de cuero unía las dos partes. Este asentador no solo llegó a ser el símbolo sino la realidad dolorosa de la disciplina alemana aplicada en nuestro hogar. Mamá hacía un buen trabajo a la hora de tenernos cortitos durante el día mientras los hombres estaban afuera en los campos, pero más de una vez prometió a los dos más pequeñitos: Esperen a que Pa llegue a casa…. Y solía suceder después de la cena. ¿Podré olvidar alguna vez la ocasión en que mis dos hermanos mayores me estiraron sobre una silla, con mi pequeño trasero posicionado a la perfección para la aplicación?

Sí, la disciplina estricta estaba al orden del día, y fue ahí donde aprendí a obedecer a mis padres. Indiscutiblemente.

Reinie y Paul se casaron el mismo año, luego alquilaron sus propias granjas. Cuando empezaron sus propias pequeñas familias, papá les hizo un regalo importante. Les dio a cada uno de ellos la mitad del asentador (una correa de cuero para cada uno), con recomendaciones para su uso.

Pero no todo era trabajo duro y disciplina estricta en la granja de Reid. También había tiempo para jugar. No teníamos juguetes, salvo los que fabricábamos nosotros mismos. Jugábamos a la navaja sobre una tabla entre nosotros, y al críquet con un palo corto al que le pegábamos con un palo largo. Jugábamos a las bolitas, dibujando un círculo en la arena, y al softball, un juego en el cual participaba la mayoría de los varones. Y criábamos conejos.

Un día inolvidable, papá regresó de la ciudad con una carreta nueva con pequeñas compuertas en los costados. ¡Para los erbsen Bruder (las dos gotas de agua)! Justo en ese tiempo, estábamos criando unos machos cabríos. Nuestros hermanos tuvieron la gran idea de hacer pequeños arneses para los machos cabríos, ¡y los entrenamos para que nos lleven a los dos mientras nos sentábamos en nuestro mayor tesoro!

4. LA ESCUELA ELMWOOD

Era tan solo una sala, con una maestra de escuela rural para los chicos de las granjas, de entre el primer y el octavo grado.

A dos kilómetros y medio al oeste de nuestra granja estaba una calle, en la esquina del Cementerio Estabrook. Pasando el cementerio, sobre la derecha, estaba la Escuela Elmwood, ubicada sobre un terreno cercado del resto de las tierras cultivables de alrededor.

Además de la pequeña escuela blanca con su campanario, el campus consistía en una leñera, una bomba de mano sobre un aljibe y dos letrinas anexas, una en cada esquina de la parte de atrás, una para las mujeres y otra para los varones.

Dentro de la escuela había filas de pupitres, de los más pequeños a los más grandes, que miraban hacia un gran pizarrón sobre la pared de adelante. En la parte de adelante, en un rincón, estaba el escritorio de la maestra y un área con varias sillas para la clase de los estudiantes con la maestra. Ella decía: Cuarto grado, de pie, pasen…, y mientras el pequeño grupo estaba delante, los estudiantes que quedaban estudiaban en sus pupitres.

Esta única sala disponía de todos los servicios necesarios. En un rincón de la parte de atrás, había una estufa con un revestimiento de aluminio. Detrás de ella, había un pequeño lavatorio y un botellón de agua borboteadora con agua potable. Sobre el rincón derecho de la parte trasera estaba la biblioteca, con sus dos estanterías.

El terreno de la escuela no tenía materiales de juego; sin embargo, durante el recreo y por la tarde había mucha actividad: juegos de corridas y tiradas, intentos de jugar al softball y a las bolitas. En el invierno, con mucha nieve sobre el suelo, hacíamos un círculo con nuestras pisadas y jugábamos a el zorro y el ganso.

Ése fue el centro de aprendizaje donde obtuve ocho años de educación de calidad. La calidad, por supuesto, dependía de la maestra. Mi maestra de primer y segundo grado fue excelente, pero la pelirroja del año siguiente fue un problema, incluso para el comité escolar. Afortunadamente, la señorita Peterson vino para mi cuarto grado, y se quedó hasta que me gradué cinco años después.

De nuestra familia, estábamos solo Hermie y yo durante esos años, hasta que él terminó dos años antes que yo. Caminábamos dos kilómetros y medio hasta el colegio. No había autobuses ni bicicletas. Nada.

En casa, nuestro día empezaba temprano. Ayudábamos a ordeñar las vacas. El desayuno. Un recuerdo que atesoro es que nuestra familia grande se sentaba a desayunar a la mesa que se expandía al máximo con dos tablones extras. Papá estaba a la cabecera de la mesa. Recuerdo el tintineo de su cuchillo sobre el borde de su plato cuando daba unos golpecitos para que hubiera silencio, luego la voz grave que daba gracias por la comida. Comida sencilla, pero nutritiva y abundante.

Después del desayuno venía la lectura de la Biblia y la oración. Siempre. Todavía puedo oír el chirrido de diez sillas mientras nos poníamos de rodillas para orar. A veces intentábamos que papá acortara la lectura de la Biblia en alemán, o la oración, para que pudiéramos salir para el colegio. Nunca lo hizo. La Biblia y la oración son más importantes que el colegio. Y agarrando nuestro pequeño balde de almíbar marca Karo con el almuerzo adentro, ¡salíamos a las corridas!

En la escuela, una actividad semanal esencial era que la maestra asignaba una tarea a cada estudiante: limpiar el pizarrón, desempolvar los borradores, llenar el dispensador con agua, traer madera y carbón… trabajos suficientes para los 15 a 25 estudiantes. Pero parecía que limpiar el suelo era algo que el comité escolar consideraba parte de la responsabilidad de la maestra. Así que… la señorita Peterson me contrató a mí por un dólar y veinticinco centavos por mes, dinero que salía de su propio salario. Yo desparramaba el compuesto lubricado marrón de manera estratégica, y luego le entraba con el escobillón suave. Mientras barría, calculaba en mi mente cuánto ganaba cada día. ¡Seis centavos y un cuarto por día!

Fue en séptimo grado que me saqué la lotería. Hermie ya había terminado, y yo seguía solo. Sin ningún incremente en el salario, la señorita Peterson me dio un ascenso a conserje. Al irse el otoño y llegar el invierno, esto favoreció tanto a la maestra como a este estudiante. Ella me pasaba a buscar a la mañana y me dejaba por la noche. A cambio, yo preparaba el fuego en el gran calentador antes de irnos y a la mañana lo reavivaba en la fría escuela.

Mientras las estufas estaban calentándose, nos sentábamos en dos sillas con nuestros pies sobre el tubo de metal y hablábamos de TODO. Ella era muy inteligente, sabía mucho de todo. Fue durante esas charlas matutinas que aprendí acerca de la vida, el mundo, la historia, la geografía… más que en las sesiones de clase.

Ella era una persona alentadora. Supongo que creía en mí. Por varios años obtuve el premio más alto, tanto en las competencias de ortografía del condado como en el área de rendimiento. Ella me llevó en su coche a los lugares donde tenían lugar las competencias.

No hubo ceremonia cuando me gradué del octavo grado, pero la señorita Peterson me dio un regalo. Una cajita con medio kilo de chocolates. ¡Un gesto increíble! Lo custodié con mi vida y lo llevé conmigo el próximo día, cuando fui para cumplir con el trabajo de verano en la granja de mi hermano Paul. El chocolate duró varias semanas, racionado un pedazo por día.

5. EL TABERNÁCULO DEL EVANGELIO

Andrew Liebelt era un joven tenaz y un tanto rebelde. Después de varias discusiones con su padre, dejó su hogar y, junto con otro joven, se marchó a California, en busca de libertad y oportunidades. La cuestión no funcionó, y en un momento de desencanto, un amigo lo invitó a una reunión de la iglesia en la Misión Upper Room (Aposento Alto) en San José, California. Andrew se arrepintió y entregó su vida al Señor. Poco tiempo después, recibió el bautismo en el Espíritu Santo.

Les escribió a sus padres, les contó acerca de sus experiencias y les pidió perdón. La familia Leibelt compartió la buena noticia con su pastor, Gottlieb Grams. Papá dijo: Si Andrew cambió, sin duda se debe a la intervención de Dios. Dile a Andrew que regrese a casa y que comparta su testimonio con todos nosotros.

Unas semanas después, Andrew hizo eso mismo. La congregación fue tocada profundamente. Esa misma noche, mi hermano mayor, William, recibió la experiencia pentecostal y, durante esa misma semana, nuestro papá también.

Y así fue cómo el avivamiento se manifestó en medio del grupo que papá estaba pastoreando. Muchos llegaron a conocer al Señor y muchos fueron bautizados en el Espíritu.

Andrew empezó a sentir un llamado al ministerio y fue a Faith Home (Casa Fiel) en la ciudad de Zion, Illinois, para capacitarse por un tiempo. Durante ese tiempo, mi segundo hermano, Ralph, encontró al Señor y fue bautizado en el Espíritu Santo. Él también sintió el llamado al ministerio y fue a Faith Home para capacitarse.

En el año 1926, Andrew y Ralph alquilaron un salón sobre la calle West Johnson en Fond du Lac y juntos comenzaron la primera iglesia pentecostal de la ciudad. Muchas de las personas que habían asistido a la iglesia de papá se unieron a ese grupo. Las condiciones económicas eran duras. Además de ayudar con la iglesia, Ralph trabajaba como empleado de la Panadería Gerhardt y, por consiguiente, pudo ayudar al grupo a nivel económico. Entretanto, el romance estaba alcanzando su plenitud para los jóvenes pastores. El 4 de mayo de 1929 mi hermana Clara se casó con Andrew. Aunque yo tenía solo dos años en ese entonces, recuerdo la recepción en nuestra finca en Rosendale. Ese mismo año, el 9 de junio, Ralph se casó con Flora, la hermana de Andrew. Tres años después, Ralph dejó su trabajo en la panadería y, con su esposa, se mudaron a Beaver Dam para ser pioneros de una iglesia.

Para 1931, la congregación de Fond du Lac sintió que era tiempo de buscar un lugar para edificar una iglesia propia. Compraron un pequeño terreno en la intersección de las calles South y Oak, a media cuadra de un callejón sin salida de una zona residencial medio venida abajo, a varias cuadras al oeste de la calle Main Street.

Los hombres de la congregación derribaron la pequeña casa vieja que había en el terreno. Lo hicieron con cuidado para volver a usar la madera, ¡e incluso enderezar los clavos! Encontraron otra vieja construcción y la derribaron, suministrando más madera usada. Se establecieron los fundamentos y se levantaron las paredes. Todo consistió en trabajo voluntario, y papá y mis hermanos mayores fueron parte de la mano de obra.

Siempre en busca de gangas y materiales, Andrew hizo un descubrimiento increíble en la ciudad cercana de Plymouth. Una antigua iglesia había perdido su congregación, y el edificio terminó convirtiéndose en un establo para cerdos. PERO… los vitrales y las ventanas de cristal originales estaban intactas. Esas cuatro ventanas adornaron todo un lado de la nueva iglesia. El otro lado tuvo que construirse con ladrillos usados, haciendo un muro contra fuego, dado que estaba demasiado cerca de la casa de los vecinos.

El número cincelado sobre la piedra angular leía 1932. El edificio, con lugar para más de cien personas, ocupaba todo el terreno, todo el lote hasta la vereda angosta. Se colocó un letrero adecuado con los horarios de las reuniones cerca de la puerta principal doble. Su encabezado leía: TABERNÁCULO DEL EVANGELIO FOND DU LAC.

Ésa llegó a ser la iglesia de toda la familia Grams. Y, en efecto, la iglesia llegó a ser la parte más importante de nuestra vida. Ahí íbamos a las clases de escuela dominical en el sótano. Asistíamos fielmente a las campañas evangelísticas. En una de ellas, en 1938, yo acepté a Cristo como Salvador. Ese mismo verano, el pastor nos bautizó a Hermie y a mí en el Lago Winnebago. Nuestra granja estaba a solo dos kilómetros y medio de la iglesia, así que caminábamos a la Escuela Bíblica de Verano. El programa de Navidad era el momento culminante del año. Todos participábamos. Y los más chicos esperaban con ansias las pequeñas bolsitas con dulces y bolas de palomitas de maíz que se entregaban al final.

Las reuniones de los domingos por la noche siempre incluían un tiempo para los testimonios. Algunas personas, al parecer, siempre daban el mismo testimonio. Cuando papá se levantó para dar testimonio, todos sabíamos que la fe del que hablaba era real. Por nuestra parte, no nos sentíamos avergonzados, dado que no había hipocresía en sus palabras. Él practicaba lo que predicaba. En casa, con la ayuda fiel de mamá, se nos mostró el poder del evangelio en expresiones diarias. Por lo tanto, cuando papá terminó su testimonio con su versículo preferido de la Escritura—No me avergüenzo del evangelio…—, algo hacía clic dentro nuestro. , concordamos, es real.

Papá compartió con sus hijos varones un poco de sabiduría: Chicos, si mientras el esposo está dando testimonio la esposa mira hacia abajo, a sus zapatos… ustedes sabrán que hay algo que no anda bien en casa.

Nuestro cristianismo iba más allá de las cuatro paredes del Tabernáculo del Evangelio. Se practicaba en casa. Papá creía tanto en la oración que a nosotros nunca se nos ocurrió dudar. Recuerdo que me desperté una noche con dolores horrendos en todo el cuerpo. Lo único que se me ocurrió fue despertar a papá para que orara. Él vino, junto con dos de mis hermanos mayores. Ellos me pusieron las manos sobre el cuerpo contorsionado y oraron. Luego, papá dijo: Ahora vuelve a dormir, estarás bien en la mañana. Y así fue. Creíamos en los milagros y veíamos cómo sucedían. Nunca íbamos al médico.

Un día, mi hermano Paul estaba arrancando el tractor con la manivela. La manivela detonó y le rompió el brazo. La situación era gravísima. Los huesos se salieron de su lugar. Papá corrió, puso la mano alrededor del brazo herido y oró en el nombre de Jesús, y el brazo se sanó al instante.

Otra mañana, cuando papá entró en la casa para desayunar, estaba de color gris y temblando. Sucedió que estaba subiendo por una escalera en el henil con fardos para tirar heno a las vacas cuando se le zafó la mano y empezó a caerse hacia atrás. Una mano fuerte y templada se posó sobre mi espalda y fui empujado de nuevo hacia la escalera. Y oí una voz decir: ‘¿No me encomendaste el día a mí esta mañana cuando te levantaste?’.

Teníamos un área grande para el cultivo de papa, la cual fue azotada por bichos que empezaron a devorar las hojas. Hermie y yo no dábamos abasto rasqueteando los bichos y poniéndolos en nuestros pequeños baldes. Luego, papá caminó entre las papas, quebró una ramita llena de bichos y dijo en alemán: Los maldigo en el nombre de Jesús. Los bichos desaparecieron y nunca más volvieron.

El evento más destacado del calendario espiritual anual de la iglesia era el Campamento Familiar en el camping alquilado cerca de la ciudad de Byron, a unos 20 kilómetros al sur de Fond du Lac. Era un lugar muy rústico, con bancos de tablones de madera y aserrín en el suelo del tabernáculo abierto y de la carpa adyacente.

El orador de la noche de agosto de 1940 fue Guy Shields de Fort Worth, Texas. Su énfasis particular era el bautismo en el Espíritu Santo. El mes de agosto era tiempo de cosecha en la granja, y además de ordeñar las vacas por la mañana y la tarde, era un día matador, dado que debíamos cargar los atados de cosecha a las carretas, dirijir los caballos hacia las máquinas de desgranamiento —grandes, ruidosas y polvorientas—, y descargar. Todo ese trabajo bajo un sol abrazador. PERO… cada tarde conducíamos al Camping Byron. Las reuniones con llamado al altar duraban hasta pasada la media noche. La gente caía bajo el poder del Espíritu al piso de aserrín. Esa semana, cinco de mis hermanos y hermanas recibieron el bautismo. Incluyéndome a mí, éramos seis. Y todos sentimos el llamado al ministerio.

Ese mismo otoño, Tom, Idy y Helen fueron al Instituto Bíblico Shield of Faith (Escudo de la Fe) en Fort Worth, Texas. Ése fue un momento decisivo para nuestra familia, y el comienzo de un problema con nuestro cuñado pastor, Andrew Liebelt.

6. LA ESCUELA SECUNDARIA

Durante el verano de 1941, después de terminar el octavo grado, papá decidió dejar la gran granja lechera con Tom y Art, y nos mudamos a una pequeña granja de dos hectáreas que compró por 1.500 dólares en las afueras del pueblo del sur de Byron. Era un lugar pequeño y lindo con una casa chica y un gallinero bastante grande con lugar para unas 300 gallinas ponedoras. Y una muy bonita casita incubadora para criar a los pollitos.

Yo dejé de trabajar para Paul y me mudé con papá y mamá. Hermie se unió a nosotros por un breve período, y luego se fue para trabajar con Tom en la granja de Reid.

El otoño se acercaba, y tenía la intención de ir a la escuela secundaria. Pero, ¿dónde? ¿A quién le podía consultar? Estaba pisando un terreno virgen, porque de los 12 hermanos y hermanas, yo sería el único que iría a la escuela secundaria.

Nos enteramos de que había una escuela secundaria en la pequeña ciudad de Oakfield, a unos ocho kilómetros de nuestra casa. ¿Y qué del transporte? No había problema, pensé. Compré una bicicleta vieja por cinco dólares y, aunque tenía muy dura tracción en los pedales y había que cruzar una colina, fui al colegio. Por una semana.

En la secundaria Oakfield High, mis compañeros eran hostiles, en especial los de grados superiores. Yo oí una y otra vez acerca de planes para una fiesta de iniciación de los estudiantes de primer año el siguiente fin de semana. La fiesta prometía ser salvaje, dura y degradante. Yo estaba asustado.

Dios me tenía misericordia. Descubrí a un muchacho joven de mi edad en la granja de al lado y me enteré de que estaba asistiendo a la escuela secundaria en la pequeña ciudad de Lomira, a unos 13 kilómetros de nosotros en la dirección contraria, y de que un autobús del colegio lo pasaba a buscar cada mañana y lo llevaba a la casa cada tarde.

Me cambié de inmediato. La escuela secundaria de Lomira, con un edificio de dos plantas, estaba ubicada sobre una pequeña colina en el centro de la ciudad. Tenía un alumnado de unos 100 estudiantes, del noveno al duodécimo grado.

Así comenzó un tiempo feliz de aprendizaje y de relaciones interpersonales, tanto con los estudiantes como con los maestros. Obtuve notas sobresalientes en todas mis clases.

En casa, en nuestra pequeña granja de gallinas, yo ayudaba a papá con tareas rutinarias. Juntos edificamos un garaje rústico para el coche. Los domingos, manejábamos al Tabernáculo y ahí veíamos al resto de la familia. La vida nos sonreía.

Mi segundo año de la secundaria fue una continuación de lo mismo, hasta principios de la primavera. Papá había comprado 300 pollitos y los puso dentro del paraguas eléctrico cerca del piso de aserrín. A papá se le ocurrió una idea. Para ahorrar en electricidad, armó un pequeño calentador a carbón para ayudar con el calor. Unos días después, mientras estábamos cenando, de repente vimos llamas envolviendo el pequeño galpón. Todos los pollitos se asaron.

Y nosotros quedamos deshechos. No había dinero para reemplazar los pollitos, ni tampoco un lugar donde colocarlos. Era un desaliento total, en especial para papá. Mi hermano Paul vino al auxilio, ofreció un establo sin uso en su granja para nuestras 200 gallinas ponedoras. La granja de Paul tenía un dúplex sobre la colina del otro lado de la calle. Un lado estaba vacío. Ahí fue donde papá, mamá y yo hicimos nuestro hogar.

Los gallinas fueron trasladadas, junto con nuestros muebles, y yo empecé a trabajar para Paul por 45 dólares al mes, que de inmediato le daba a papá para mi manutención.

¿Y mi escuela secundaria de Lomira? Quedó suspendida. Quedaba demasiado lejos. Faltaban dos meses para que terminara el año. La administración de la escuela supo comprender la situación. Me dijeron que me llevara el libro de algebra a casa y que tratara de seguir estudiando, que regresara luego a fines de mayo para los exámenes finales de cada materia. Cuando me presenté para los exámenes, ¡me dijeron que no debía rendir ninguno por las buenas notas que tenía!

Luego de un verano caluroso como hombre empleado de Paul, era tiempo de ponerme en contacto con la escuela secundaria de Fond du Lac para cursar mi tercer año. Busqué mi salón principal el primer día de clase, y por no haberme registrado antes como estudiante trasferido, terminé en un salón principal especial con todos los descartados.

Continué trabajando para Paul. Logramos planificar algo con respecto a mi trasporte. Después de ordeñar las vacas temprano en la mañana, de desayunar y de cambiarme de ropa, cargábamos los 10 a 12 tambos de leche que contenían 75 litros a un remolque blanco cubierto enganchado al Pontiac de Paul, y yo salía hacia la productora de leche, bajaba los tambos, volvía a cargar de nuevo al remolque los tambos limpios, calientes y echando vapor, luego estacionaba el equipo cerca de la escuela, y me iba a las clases. Después de la escuela, volvía conduciendo a la granja y me preparaba para las tareas de la casa. O, a veces, trabajaba por horas en los campos, cultivando el grano por la noche con el tractor de la granja equipado con luces.

Los primeros años de la década de 1940 fueron turbulentos. La guerra estaba entrando en ebullición, tanto en el Pacífico como en el frente europeo. Muchos jóvenes fueron reclutados para las fuerzas armadas. El gobierno impuso el racionamiento de muchos productos: el azúcar, la gasolina, los neumáticos, incluso las medias de nylon para las damas. Una nueva ley hizo que la velocidad máxima fuera de 55 kilómetros por hora en todo el país.

La turbulencia también golpeó al Tabernáculo del Evangelio. Varias familias del pueblo de Eden se fueron de la iglesia y formaron el núcleo de una nueva congregación de las Asambleas de Dios en la calle Main Street. Nuestro pastor, Andrew, se estaba volviendo cada vez más independiente y terco en su pensamiento. Una área de preocupación para nuestra familia era su oposición a la capacitación y los institutos bíblicos. Tuvo un altercado con el presbiterio distrital y perdió las credenciales con las Asambleas de Dios. Su cuñado Ralph se unió a él y ellos comenzaron a vincularse con un grupo pequeño de iglesias independientes con iglesia madre en Duluth, Minnesota.

Una segunda división en El Tabernáculo hizo que toda la familia Grams se uniera al nuevo grupo de las Asambleas de Dios. Desafortunadamente, también dividió a nuestra familia. Llevó varias décadas sanar las relaciones con Clara y Andrew, Ralph y Flora.

Carl Cline era el pastor de la iglesia de las Asambleas de Dios. Fue un cambio encantador para todos nosotros. Él era soltero, tenía unos 30 y tantos años, de cabello marrón ondulado, tocaba el piano, predicaba sermones expositivos y era amigo de todos. También era graduado del Instituto Bíblico Moody en Chicago.

Hermie y yo nos involucramos con el grupo de jóvenes. Hermie quedó como presidente de jóvenes. Carl Cline pasó a ser nuestro mentor. Una experiencia inolvidable para nosotros fue cuando nos llevó en tren a Chicago para una noche especial con Juventud para Cristo en Soldiers’ Field.

En algún momento de ese tercer año de la secundaria, papá decidió volver al ministerio a tiempo completo. Aceptó el pastorado de una pequeña iglesia en Milan, en la zona norte de Wisconsin, en una comunidad agrícola alemana cerca de la pequeña ciudad de Athens, donde William era pastor. No había casa pastoral. Vivirían en una finca cercana que un joven de 16 años había heredado después de la muerte de su padre. Enos Mantik viviría con papá y mamá y comería con ellos. William tenía un plan para mí, de formar un equipo con Enos y trabajar la granja. Mmmm. Yo me rehusé. Dios y yo teníamos un plan, y no incluía la agricultura. Papá me mostró una carta de William donde él lo criticó con severidad, citando las Escrituras donde el apóstol Paul decía: Si un hombre no sabe gobernar bien su casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?. Yo gané. Papá y mamá se mudaron, y yo me quedé.

Tenía 16 años y era bastante capaz de cuidarme a mí mismo, pensaba yo. Aunque… me sentía casi como un esclavo cuando trabajaba para mi hermano Paul.

Afortunadamente, mis hermanas Idy y Helen vivían en un apartamento alquilado en Fond du Lac. Helen se había graduado recientemente del Instituto Bíblico North Central en Minneapolis y trabajaba para una empresa telefónica. Idy era mesera en el Restaurante Schreiner, frente a la iglesia de las Asambleas de Dios. Me invitaron a que me mudara con ellas y siguiera con mi educación.

De inmediato, busqué un trabajo de medio tiempo. Dado que Ralph había trabajado en la Panadería Gerhardt, solicité empleo ahí, y me contrataron. Mi trabajo consistía en glasear las rosquitas, después de que salían de los grandes hornos, dándolas vuelta a mano en un glaseado de azúcar blanca muy caliente en un enorme bol de aluminio. Cuando sentía retorcijones a causa del hambre, a menudo me comía una de las rosquiyas calientes y dulces. Me enfermé gravemente, al punto de escupir sangre, y decidí buscar otro trabajo. Además, los viejos panaderos eran malhablados y decían groserías.

Terminé siendo mesero en el restaurante Schreiners en el turno del viernes por la noche. El viejo Albert Schreiner me consiguió un gorro blanco con visera, como el suyo, y un delantal blanco. Me llamaban el pequeño Albert. Las tabernas de la ciudad cerraban a la una de la madrugada, y ese grupo de personas llenaba el restaurante para comer comida pesada casi hasta el amanecer. Trabajábamos hasta las 6 h.

Yo compré un pequeño y bonito automóvil Ford A. Ése fue mi trasporte durante mi última etapa de la secundaria. La

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