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Diario De Un Cristiano Impertinente
Diario De Un Cristiano Impertinente
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Libro electrónico307 páginas4 horas

Diario De Un Cristiano Impertinente

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Información de este libro electrónico

Este libro no es un elogio a la impertinencia por más que lo escriba un impertinente. Es más bien, como su título pretende indicar, el diario de un impertinente a quien le gustaría llegar a ser un cristiano coherente.
Cada día me veo obligado a plasmar en él, a mi pesar, una nueva salida de tono. Y si no me doy cuenta de ella ya se encargan otros de hacérmela ver. Estoy enfermo de impertinencia, de eso no cabe la menor duda; pero espero que cada vez menos.
De igual modo, es mi cristianismo una extraña afección contagiosa pero aún en proceso de incubación: sé que la llevo dentro aunque no acaban de manifestarse sus síntomas; o al menos no con la virulencia que me gustaría, ni de la forma evidente que me haría más feliz a mí y a los que me rodean. Pese a todo, estoy enfermo de cristianismo, de eso tampoco cabe la menor duda; pero espero que cada vez más.
Además mis dos afecciones —impertinencia y cristianismo— son contagiosas y las dos provocan quebraderos de cabeza. Luego no digas que no te lo advertí. Quien avisa no es atraidor...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ene 2021
ISBN9781005714017
Diario De Un Cristiano Impertinente
Autor

Juan Ramón Junqueras Vitas

Juan Ramón Junqueras Vitas, Licenciado en Teología por la Facultad del Saleve (Francia). Especialista en medios de comunicación escrita y audiovisual, articulista y conferencista. Autor del libro Judas: El hombre al que Jesús llamaba amigo.

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    Diario De Un Cristiano Impertinente - Juan Ramón Junqueras Vitas

    DIARIO DE UN CRISTIANO IMPERTINENTE

    Juan Ramón Junqueras Vitas

    Fortaleza Ediciones

    Fortaleza Ediciones

    librosfortaleza@gmail.com

    © Juan Ramón Junqueras Vitas, 2018.

    Junqueras Vitas, Juan Ramón

    Diario de un cristiano impertinente / Juan Ramón Junqueras Vitas / Valencia: Fortaleza Ediciones, 2018. Segunda edición.

    1. Reflexiones. 2. Controversia. 3. Lectura devocional. 4. Ensayos.

    © Juan Ramón Junqueras Vitas, 2018

    © Fortaleza Ediciones, 2018

    Quart de les Valls, Valencia, España

    Editor: Miguel Ángel Núñez

    Para comunicarse con el autor: jrjunqueras@gmail.com

    Quedan rigurosamente prohibidos, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

    Dedico este libro

    A los cristianos que no se conforman con la fe que heredaron, y buscan otra manera de encarnarla.

    A los creyentes en Dios, sea cual sea su religión, que sienten la necesidad de expresar su fe de una forma más cercana a la vida corriente.

    A los creyentes en Dios que no profesan religión ninguna y son capaces, sin embargo, de encontrarlo por donde pasan.

    A quienes no pueden creer en Dios, aunque quieran, y lo buscan en el fondo mismo de los demás.

    A quienes no quieren creer en Dios, aunque puedan, y no están dispuestos a que esto sea un obstáculo para la bondad, la justicia y la fraternidad.

    Agradecimientos

    Agradezco su testimonio, verbal y existencial, vívido y vivido, a quienes hace más de treinta años me mostraron que Jesús era mi Camino. Quizá ya no andemos al mismo paso, pero me enseñaron a caminar.

    Agradezco su terquedad a quienes me provocaron hambre de más; a hacerme preguntas, aunque no encuentre respuestas; a no conformarme con no encontrarlas, y a seguir buscándolas.

    Agradezco su valentía a quienes, con inmenso cariño y respeto, confrontan mis propuestas e incluso se oponen a ellas. Su crítica me obliga a ponerlas en entredicho, y a someterlas a un análisis más serio y responsable.

    Agradezco su confianza a quienes me animan a seguir adelante con mis preguntas, tantas veces impertinentes. Desearía estar a la altura de sus expectativas.

    Y agradezco a Dios su infinita paciencia ante mi impertinencia. La necesito tanto...

    Prólogo

    Aunque a los lectores jóvenes, y quizás los no tan jóvenes, les cueste creerlo, hubo un tiempo en que en España salían a la palestra escritores que se confesaban cristianos y obtenían un seguimiento notable por parte de los lectores. El Concilio Vaticano II supuso, a inicios de los años 60: una eclosión de voces que proponían un cristianismo a años luz del imperante nacionalcatolicismo; una visión crítica de la religión mayoritaria (entonces) en el país, que se desmarcaba de las coordenadas institucionales, y que trataba de trasladar a nuestro entorno el soplo de esperanza que supuso la iniciativa de Juan XXIII, continuada por Pablo VI. Los cuatro autores más destacados, y situados en el ámbito de la manifiesta disidencia del régimen franquista, fueron Enrique Miret Magdalena, Pedro Miguel Lamet, Juan Gomis y José Jiménez Lozano.

    El primero publicaba cada semana una página en la revista Triunfo, que era un verdadero bofetón en la cara (dura) de la hipocresía pseudoreligiosas del régimen, y también en la de los sectores más reaccionarios de la sociedad española. Compartía papel con autores como Manuel Vázquez Montalbán o Eduardo Haro Tecglen, rojos confesos y convictos (es decir, sancionados y encarcelados) pero se expresaba suaviter in forma, fortior in re. Lamet convirtió Vida Nueva, un boletín jesuita, en un vibrante semanario cristiano de 20.000 ejemplares de tirada, rompiendo así el modelo de revista católica pseudopiadosa y ñoña (pagó su atrevimiento con su destitución en 1987 —¡nueve años después de haberse proclamado la Constitución, y con ella la libertad de expresión! —, a causa de la inquina de los obispos españoles y su connivencia en ella con Karol Wojtyla). Juan Gomis, probablemente lo que más se asemeja al modelo de escritor católico existente después de la guerra mundial en Inglaterra y Francia —Círculo de Lectores les encargó un extenso prólogo a las obras selectas de Graham Greene— consigue lo que parecía impensable: promueve una empresa familiar y crea El Ciervo, que llega a ser una de las mejores revistas culturales españolas de la época, y que se presenta con una clara inspiración en el humanismo cristiano. Ciertamente, existía Cuadernos para el Diálogo, revista de decidida oposición al régimen, que pagaría con duras multas y severas suspensiones. Era obra de Joaquín Ruiz Jiménez, disidente del franquismo y lo que más se ha parecido a un demócrata cristiano en nuestro país. Y en Cataluña teníamos Serra d’Or, revista de cultura editada por la Abadía de Montserrat, que devino la publicación de referencia del catalanismo en su versión de resistencia cultural a la barbarie franquista.

    Lamentablemente, a pesar de todos estos méritos, del pluralismo que inspiraba los textos de estos autores y estas publicaciones, la existencia de un cristianismo distinto al de matriz católica romana era silenciada en todos ellos. Con dos honrosísimas excepciones: Miret Magdalena, quien reivindicaba las raíces erasmistas del progresismo español, y a menudo denunciaba la injusticia de la marginación de las tradiciones protestantes en nuestra sociedad, y José Jiménez Lozano, escritor nacido en Ávila, y perteneciente a la escuela periodística de El Norte de Castilla, y a la literaria de su director, Miguel Delibes. Cuando Jiménez Lozano recibió el Premio Cervantes, ya avanzados los años 2000:se dijo de él que era el autor más cerca del protestantismo que haya habido en nuestro país desde la época de Miguel de Unamuno.

    José Jiménez Lozano es en estos tiempos un desconocido para la mayoría del público y —¡ay! — para gran parte de la intelectualidad española, a pesar de haber sido un autor prolífico. Pero, como he dicho, aquello que este autor es, y lo que son aquellos que como él se constituyen, ha desaparecido de nuestra sociedad. Hablar hoy en público en tanto que intelectual cristiano no es siquiera un anacronismo; supone devenir inmediatamente un alienígena ante una mirada pasmada.

    Y, sin embargo, Jiménez Lozano publicaba cada semana una página entera en el semanario Destino, probablemente la revista cultural más importante del país, junto con la orteguiana Revista de Occidente, y más tarde un semanario de actualidad cada vez más disconforme. La sección del escritor castellano se titulaba Cartas de un cristiano impaciente, de modo que cuando Juan Ramón Junqueras Vitas me mostró el original de su libro titulado Diario de un cristiano impertinente, inmediatamente me vino a la memoria aquella sección semanal que yo leía ávidamente en mi juventud.

    Me pregunto si ser un cristiano impaciente durante el franquismo y ser un cristiano impertinente en nuestra sociedad actual pueden significar cosas parecidas. La impaciencia de entonces se refería al deseo de gran parte de la sociedad española de una salida democrática, de una normalización de la vida civil y un saneamiento de las instituciones, y también de un tránsito del nacionalcatolicismo a un cristianismo aggiornato, según el vocabulario de la época. De modo que cuando los cristianos reclamaban el aggiornamento (puesta al día) de la iglesia de Roma estaban, usando el lenguaje críptico entonces obligado, reclamando que España se pusiese al día trocando dictadura por democracia. Me temo que la impertinencia actual es, en contra de lo que pudiera parecer, más ambiciosa que aquella impaciencia, por cuanto la tarea es más ardua: reclamar el testimonio del Evangelio como camino de liberación, personal y colectiva, en un mundo que ha cambiado enormemente desde los años 60 y 70 del siglo pasado.

    España ha dado un vuelco de la dictadura a la democracia, y la sociedad española ha transitado de aquella a esta con enorme rapidez; tanta, que ha incorporado inmediatamente notables defectos de las sociedades normalmente democráticas, pero sin incorporar ciertas ventajas que radican en la estabilidad, el pluralismo y la sedimentación de los valores republicanos. En los días en que escribo estas líneas —el tiempo posterior a las elecciones europeas de 2014— la población más inquieta —impaciente— reclama de los poderes públicos una moralización de la sociedad, que suponga la eliminación de la corrupción, la eficacia del estado asistencial y la verdadera representación democrática. Y el cambio en la titularidad de la Corona se produce —marcando una gran diferencia histórica— en una ceremonia laica, sin Te Deum ni homilía episcopal. Los humanistas laicos —de cuya ética y aspiraciones participo— saludan este detalle no menor como una muestra de secularización, que redunda en la consolidación de una democracia no confesional. Es cierto; pero también lo es que, si bien la desaparición de la escena pública de la colusión Iglesia-Estado, en sus formas nacional católicas más persistentemente reaccionarias, es un bien necesario, también desaparece de la sociedad y sus corrientes de fondo, a la vez, la existencia de un humanismo cristiano necesario para inspirar —no exclusivamente, y ni siquiera mayoritariamente— la moral republicana y la ética civil.

    En Francia, cuna de la revolución democrática radical, la instauración de una laicización total de la vida pública, institucional y social no ha supuesto la desaparición de la escena de las tradiciones intelectuales, éticas y asociativas del humanismo cristiano. En los años posteriores a la guerra mundial, dos fenómenos sacudieron la conciencia de la sociedad francesa: el movimiento de los Traperos de Emaús, del Abbé Pierre, y el movimiento juvenil de Taizé.

    El Abbé Pierre fue miembro de la resistencia antinazi y, acabada la guerra, se entregó a la asistencia de los sin hogar, los desplazados y los más pobres de una sociedad que trataba de renacer de las ruinas, hasta que se convirtió en un referente ético para la mayoría de la ciudadanía, creyentes o no, gracias a la radicalidad de su testimonio evangélico y social. La imagen del anciano cura tocado con una boina era una versión abierta a todos de los ya conocidos curas obreros —nacidos en la preguerra—, un icono que superó todas las épocas en cuanto a popularidad. El movimiento ecuménico de Taizé supuso, a su vez, un experimento singular de ecumenismo: monasticismo abierto a los jóvenes de todos los países, desde una base protestante al encuentro de las sociedades mayoritariamente católicas. Si los pobrecillos de Emaús buscaban un cristianismo primigenio, capaz de movilizar la sensibilidad ética de una sociedad laica a través de la solidaridad con los pobres, Taizé pretendía restañar la división entre la Europa luterana y la Europa católico romana, gracias a la apertura de corazón de las generaciones jóvenes. De fondo, la corriente de personalismo cristiano de Jacques Maritain, Emmanuel Mounier y Gabriel Marcel. Hoy, el nombre de estos tres gigantes intelectuales se pronuncia con reverencia y respeto al otro lado de los Pirineos, en un país que institucionalmente aspira, digámoslo claro, a la eliminación de la religión. En España, Unamuno es una breve referencia en los libros de texto, George Borrow una curiosidad extraña, y Juan Bautista Cabrera está en el olvido salvo para los continuadores de su iglesia. La gente ignora incluso que la proclama unamuniana ante Millán Astray en Salamanca era una protesta por el fusilamiento de Atilano Coco, pastor de la Iglesia Española Reformada Episcopal, sindicalista obrero y maestro masón de su logia local.

    En España hemos tenido curas obreros adversarios del franquismo y cómplices de la movilización democrática; numerosos jóvenes en sintonía con Taizé; elementos que desde dentro del franquismo introdujeron una moderación basada en un cristianismo escrupuloso; cristianos socialistas y eurocomunistas en la vanguardia resistente; protestantes disconformes y lúcidamente testimoniantes de la Palabra; pero no hemos tenido una tradición civil de trasfondo, que permitiera recoger lo mejor de esas ansias de cambio en la subterraneidad de la dictadura, para trasladarlo a la superficie de la democracia. Ciertamente es culpa del nacionalcatolicismo que, apartado por la gente al margen de lo prescindible, logró que se identificase la fe cristiana con unas formas políticas, morales y culturales que se encontraban en las antípodas del Evangelio.

    Esa identificación persiste en todos los ámbitos de la vida social. Aún hoy, la cúpula episcopal que se resistió al espíritu conciliar, situándose férreamente a la vanguardia de la restauración wojtyliana, sigue trabajando para que el programa de la derecha extrema política y el de sus propias estrategias puedan llegar a superponerse. De modo que cuando la sociedad, y las capas populares de esta, dan la espalda a algo que consideran obsoleto y carente de significado hoy, la están dando igualmente al conjunto de la cultura y tradición que el Evangelio de Cristo supone y propone. Es aquella imagen escrita por Karl Marx, en la que se prevenía del error de arrojar el bebé con el agua sucia de la palangana en que lo bañamos.

    De modo que el cristianismo impertinente de Juan Ramón Junqueras Vitas lo es porque viene a incidir en un erial. Y su posición se asemeja a la del cristianismo impaciente de Jiménez Lozano porque este se encontraba en situación parecida. El autor castellano, porque la aparente moral católica de la época era una fachada que ocultaba la radical inmoralidad del régimen; el contemporáneo autor aragonés, porque derrumbados fachada y contenido, la democracia española no ha sido capaz de generar una ética civil, bien laica bien religiosa, sobre la que sostener el edificio social y con la que inspirar una vida personal, grupal y familiar llena de sentido.

    Existe una fuerte solidaridad familiar que ha evitado que la mal llamada crisis —una involución antidemocrática propiciada por el capital financiero en su lucha contra el capital industrial, en realidad— produzca (más) dramas personales; existe una cordialidad en el trato y una bondad individual que continúan siendo la expresión de lo que nuestro pueblo ha sido. Pero la fatal combinación de prosperidad rápida sin fundamento moral ha sido demoledora, y no solo para las clases dominantes; también ha hecho estragos en las clases populares, rápidamente acostumbradas a la lógica de la gratificación inmediata mediante el consumo de objetos o diversión.

    En tal situación, un cristianismo diferente es tarea ardua, y por eso se convierte en impertinente. La impertinencia es relativa a la ausencia de referentes espirituales en la sociedad, a la radicalidad de la propuesta cristiana, y al posicionamiento de los sectores intelectuales y universitarios en espacios donde se hace como si la dimensión espiritual del ser humano no existiera.

    Pero la llamada cristiana impertinente de Junqueras Vitas se dirige igualmente a la iglesia. A todas aquellas que tratan de desembarazarse de la fachada de la falsa religión, y no solo a las que han vivido de —y en— esa fachada en tiempos que no volverán; también a otras que se han refugiado en dinámicas minoritarias que otrora fueron obligadas por razones sociopolíticas, pero que en la actualidad pretenden erigirse en minoría profética cuando, a pesar de esa buena voluntad, su limitada acción responde no tanto a una minorización impuesta institucionalmente, sino asumida propiamente a causa de la incapacidad de conectar con realidades, ámbitos y lenguajes en los que la impertinente y contundente llamada evangélica necesita hacerse presente.

    Persona pragmática en tanto que periodista y comunicador, Juan Ramón Junqueras Vitas se ha echado a la espalda la tarea de proclamar esa llamada de manera directa, comprensible y rotunda, y viene a añadir este libro a esa labor. El lector no hallará en él una colección de sermones o de elaboraciones teológicas en clave académica; tampoco la prédica dirigida a la emocionalidad de las masas, ni a la de quienes se sienten escogidos. El discurso del autor es de una racionalidad dialogante, y pretende poner al lector frente a lo que es esencial en el Evangelio de Jesucristo y la profunda humanidad a la que la Palabra abre paso. Junqueras Vitas se dirige a quienes aprecian la bondad, la justicia y la fraternidad, se encuentren o no en las filas de quienes se dicen creyentes. Hallamos en esta apertura de espíritu el ánimo de los verdaderos mensajeros del Bien; en su escritura, el lenguaje directo de la sinceridad; la expresión considerada del respeto a la particularidad; el trato discreto de la conciencia de la compasión; y, por encima de todo, una radical disponibilidad ante la necesidad de eliminar el sufrimiento y trocarlo por el Sentido.

    El cristianismo es, como dice Juan Ramón Junqueras Vitas, una afección contagiosa. El autor se encuentra entre quienes un día contrajimos esa infección, y padece el dolor de los que no podemos volver la espalda a Jesús de Nazaret una vez hemos contemplado su luz. Pero no hay en él el concepto agónico del cristianismo unamuniano. Junqueras Vitas está tocado por el don de la didáctica, por el optimismo de quienes creen en un mañana, en que un día verán un nuevo cielo y una nueva Tierra; de los que saben no solo expresar sino comunicar: si comunicar es poner algo en común, Juan Ramón tiene la capacidad de poner en común, entre él y el lector, esa búsqueda impaciente e impertinente de lo que Cristo propone. No nos expresa una experiencia personal para la que se reclama adhesión, sino que nos comunica un significado y un sentido. Sentido en la clave que halló Viktor Frankl, psiquiatra prisionero en un campo nazi, cuando lo consideró imprescindible para una vida humana digna de tal nombre.

    El autor tiene, en este libro, la virtud (recuperemos otra palabra olvidada, que hace referencia a la vida digna de ser vivida) de hacer realidad para el lector lo que es más verdadero para él, sin recurrir a los lenguajes obsoletos de una tradición cristiana demasiado contemporizadora con los poderes de la Tierra: la teología de combate, que señala el campo al que pertenecen los buenos y lo separa del de los malos; la apologética con la que se indican las condiciones de lo bueno; la predicación ejemplarizante, que se supone que explica cómo viven los buenos, pero que olvida, como las dos anteriores, lo que es necesario hacer para serlo.

    No, Juan Ramón Junqueras Vitas no es un predicador, ni el protagonista de una experiencia excepcional, ni alguien que propone un testimonio imponente. Es un escritor cristiano, miembro de una raza que se resiste a la extinción, y cuya misión, a lo largo de las décadas, ha sido mantener a la vista de toda aquella luz que no debe ser escondida, y que conduce a donde uno puede beber el agua viva que brinda la vida eterna. Es, en suma, un escritor excelente cuya lectura interesa, inquieta y conmueve, porque es la de una literatura comunicadora; es decir, que común-única, para que sea realidad lo de que cuando dos o tres se reúnen en Su nombre, allí encontremos a la Palabra viva. Impertinente pero oportuno; directo pero respetuoso; radical pero matizado; uno de los mejores, si no el mejor, escritor cristiano de la España actual.

    Gabriel Jaraba

    Gabriel Jaraba es un periodista senior con 45 años de experiencia en prensa, radio y televisión. Cofundador de El Periódico de Catalunya, Premio Ondas y Premio Unión Europea de radiodifusión, y ahora especializado en ciberperiodismo.

    Actualmente es profesor de periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona, y miembro de la Cátedra Internacional UNESCO Unaoc Unitwin de Comunicación, Educación y Diversidad Cultural.

    Prefacio del autor

    Este libro no es un elogio a la impertinencia, por más que lo escriba un impertinente. Es más bien, como su título pretende indicar, el diario de un impertinente a quien le gustaría llegar a ser un cristiano coherente. Y que conste ya, desde el principio, que del autor solo es elogiable esto mismo: su aspiración —por ahora únicamente eso— a un cristianismo que ponga en segundo plano su impertinencia.

    Es mi pertinaz impertinencia una enfermedad aún en proceso de curación; por eso título este libro Diario de... y no Memorias de.... Las memorias se escriben en pasado, como si ya pudiera darse por enterrados los errores cometidos, mientras que un diario refleja el más rabioso —y en mi caso las más de las veces impertinente— presente. Cada día me veo obligado a plasmar en él, a mi pesar, una nueva salida de tono.

    Y si no me doy cuenta de ella ya se encargan otros de hacérmela ver. Estoy enfermo de impertinencia, de eso no cabe la menor duda; pero espero que cada vez menos.

    De igual modo, es mi cristianismo una extraña afección contagiosa pero aún en proceso de incubación: sé

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