Dicen que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Lo que no se especifica muchas veces es que esa gran mujer sufrió en silencio el abandono y el ostracismo de un marido demasiado preocupado por su gloria personal. David Livingstone no pensaba casarse, hasta que conoció a la hija de un misionero al que admiraba. Mary Moffat se convirtió entonces en Mary Livingstone y empezó una vida de soledad y penurias en un continente tan hermoso como hostil. Mary acompañó a su esposo en alguna de sus grandes expediciones, pero ni su figura histórica ni sus restos mortales fueron tratados como se merecían.
Mary Moffat ya sabía desde su tierna infancia lo que significaba vivir