Amor a la peruana
Por Elena Zeder
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¿Te imaginas vivir en una pequeña ciudad de los andes peruanos a mediados del siglo XX? A través de los ojos de la protagonista, una pequeña niña de ocho años hija de padres suizos, iremos desvelando los entresijos, las costumbres, la magia, los personajes pintorescos y los dramas típicos de un pequeño pueblo andino. Es una historia conmovedora, divertida y absolutamente memorable.
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Amor a la peruana - Elena Zeder
Agradecimientos
Quiero agradecer sobre todo a Dios por poner en mi camino de vida al maravilloso esposo que complementa perfectamente mi existencia y yo la suya. Él ha logrado que yo llegue a ser una mejor versión de mí misma: me apoya en mis aventuras y me concreta en ellas.
Agradezco también a mis hijas. A través de ellas aprendí a mirar más allá de mi ombligo para dar, dar y seguir dando.
Agradezco profunda y sinceramente a Patricia del Águila por su amistad de tantos años y por haberme brindado su tiempo para la realización de mi primera novela.
Agradezco a mi editora, Paola Arana, a quien conocí cuando aún era estudiante de la universidad y a quien he visto crecer desde ese momento. La recuerdo cuando me decía, ante mis dudas, que todos tenemos derecho a expresarnos. Y fue gracias a ella que me atreví. Gracias.
Mariam y Alonso
Terminaba la Segunda Guerra Mundial y, lejos, muy lejos, allá por los Alpes suizos, finalizaban también los largos días de invierno. Ya la blanca nieve sería un recuerdo para Mariam, una hermosa joven suiza que disfrutaba de jugar con sus hermanos en los días en que estos grandes y esponjosos copos caían sin cesar. Sin saberlo ella, no volvería a ver ni sentir otro invierno hasta mucho tiempo después, debido a que estaría por vivir la aventura más grande de su vida.
Es verdad que ya habían sido muchos los inviernos y veranos que pasaron por su vida. Algunos pensaban que demasiados para estar todavía soltera y, aunque a ella no le importaba el qué dirán, abrigaba en su corazón la ilusión de tener su propia familia.
Una tarde de tantas, mientras regresaba del pueblo a su casa, camino que recorría de memoria porque nada parecía cambiar, venía pensando en su tía Gertrudis, hermana de su madre. Hacía muchos años, la tía Gertrudis conoció a Carlo, un argentino que visitaba Suiza por primera vez y que, al pasear por las orillas del eterno y maravilloso lago de los Cuatro Cantones, se había enamorado de ella profundamente. Tanto es así que, después de un tiempo, le propuso matrimonio.
Ya casados y con la bendición de Dios, Carlo y Gertrudis partieron hacia Argentina, hermoso y cálido país, donde los esperaba la familia del flamante esposo, unos inmigrantes italianos que se habían adaptado tanto a aquella tierra, que se consideraban argentinos también, aunque conservaran en el corazón sus costumbres. Estas costumbres se convirtieron en las delicias de la recién casada, quien casi había olvidado su tierra natal, pues en Argentina nacieron sus hijos, vivió penas y alegrías; fue en este país que se hizo una mujer más completa y amada por su querido esposo, sus hijos, sus parientes y por toda su comunidad.
De tanto en tanto, Gertrudis, o Trudi como cariñosamente la llamaban, enviaba cartas a su familia, cartas que traducían felicidad y que estaban llenas de aventuras y de muchísimas anécdotas que a Mariam la hacían soñar. Al leerlas, Mariam se preguntaba, ¿cómo sería Argentina?, el país del que, con mucha ansiedad, la familia entera, esperaba el regreso de Trudi en cualquier momento.
Días después, y como era ya costumbre para Mariam, bajó al pueblo para surtirse de varias cosas que le hacían falta para algunas manualidades que solía hacer. Aprovechó un momento también para ir a la parroquia y rezar, y luego encontrarse con algunos amigos que solían apoyar en las actividades infantiles que organizaba el cura para los niños del lugar. Esperando a que alguno de sus amigos le dijera lo que debía hacer, vio sobre una de las mesas del salón, una revista Aguiluchos, la cual empezó a hojear. Ahí encontró la sección «Amigos por correspondencia». Encantada con la idea de entablar amistad con jóvenes de otros países, pidió al sacerdote que la suscribiera. Como este trámite se gestionaba desde la parroquia, Mariam debía esperar a que su solicitud de amistad fuera publicada en algún momento.
Del otro lado del mundo, entre montañas y prados infinitos de verdor y un cielo maravilloso, en la sierra peruana, vivía Alonso en uno de los distritos de Tambo, Huatuco. Alonso era un muchacho de raza negra, de altura promedio, unos 165 cm aproximadamente, y de carácter alegre, afectuoso y optimista a pesar de su inseguridad, producto de su origen. Raquel, su madre, había entablado una relación fugaz con el ayudante de un camionero de una de las empresas de transportes que pasaba cerca del pueblo.
Raquel concibió a Alonso muy joven y posteriormente había sido abandonada. Este penoso hecho la había dejado marcada ante los ojos de los pobladores como una «perdida» y más aún ante su propia familia. La abuela, sintiendo que su autoridad había sido burlada, nunca perdonó la falta de su nieta, a quien, hasta el día de su muerte, relegó y maltrató cruelmente.
Raquel, de carácter sumiso, aceptó su realidad y, como pudo, no solo se hizo cargo de su hijo con mucho amor y dedicación (aunque a escondidas), sino también de las labores domésticas como si fuera una de las empleadas de su casa.
En ese ambiente, bajo el gobierno autoritario de la bisabuela Adelina, creció Alonso. Y no supo, hasta después de la muerte de esta, que él era hijo ilegítimo de Raquel, una bella y amorosa