Más Historias Pequeñas Para Gente Grande
Por Martha Rosenthal
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Ahora en MAS HISTORIAS PEQUEÑAS PARA GENTE GRANDE la autora nos muestra poéticamente el encanto de las emociones que reflejan como la vida ordinaria puede convertir en especiales momentos omitidos.
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Más Historias Pequeñas Para Gente Grande - Martha Rosenthal
SOMBRA
DRA. MYA SANSIBAR, cardiólogo
I
La placa de la pared exterior les indicó estar frente al consultorio de la doctora que buscaban: Dra. Mya Sansibar. Simultáneamente entraron tres personas a su consultorio, a todos les era conocido el personaje al que venían a ver en aparente consulta médica.
De hombros anchos que sostenían una cabeza de cabello muy corto y entre cano, cuyo rostro sonriente mostraba la bonhomía de su portadora. Vestía la clásica bata de médico, hasta las caderas y mangas largas a la usanza tradicional; la Dra. Sansibar también tenía conocimiento de quien era su nuevo paciente, pero no entendió la visita de tres personas ―dos caballeros y una señora― en lugar de una como decía la historia recién abierta por su asistente. Hacía mucho tiempo que no creía en las casualidades.
―Pasen, pasen adelante.
De un espacio oculto por una de las puertas plegadizas, sacó otra silla, la colocó junto a las otras dos que tenía frente a su escritorio y pasó a sentarse frente a sus visitantes. Sus ojos se volvían ligeramente oblicuos cuando sonreía.
Era un espacio amplio, luminoso, con un ventanal que mostraba ―como si fuese una pintura de Cabré, el Waraira Repano en todo su esplendor. En época de lluvias, como lo es ahora, reverdecía hasta los lugares más recónditos y para ella era un regalo fijar su vista en el espléndido intricado de selva que, desde lo lejos, parecía ser un tupido manto espolvoreado de diversos matices de verde.
―Observo que es primera consulta. ¿En que los puedo ayudar, quién de Uds. es ..?
No la dejo continuar.
―Mya, quiero presentarme y también a ellos. Yo soy Darren, ella es nuestra hermana Raiza y él es Eric Busnardo. Guardo un brevísimo silencio para continuar. Sabemos quién eres.
No había usado el respetuoso saludo de doctora optando por dirigirse a ella por su nombre como si fuesen su igual, al tiempo que la Dra. Sansibar se tensó, evitando que su expresión facial y corporal fuese notoria. El apellido la había movido.
―Agradezco su visita, me gustaría conocerles mejor. Saben quién soy, ¿Quién soy? Y haciendo gala de su sencillez, explicaba. Una especialista en cardiología, un médico más de los novecientos de esta clínica. Asumo que uno de ustedes viene por una consulta en esta materia, continuó intentando manejar la sobriedad de su expresión para no hacer notar la impresión que acababa de recibir. Recordó la notable frase del Tao Te King Quien reconoce estar perdiendo el equilibrio, ya está recobrándolo
―Mya, somos de apellido Busnardo, que debe serte familiar, y aunque uses el Sansibar también tu eres una de nosotros.
Hubo un ligero pestañeo pero su rostro nada denoto.
―Así es. Reconozco y respeto ese apellido, pero honro y uso el de quien sin ser familia me dio el suyo.
El grupo visitante no dijo ni una palabra.
―Hay documentos que necesitamos revisar en tu compañía. Padre está comenzando un proceso de pérdida de su memoria, aún muy leve. Desde hace un par de años ha insistido en que te buscáramos, mientras él va lentamente perdiendo facultades, pero ya con anterioridad había firmado esos papeles en los que nos indicaba que debíamos buscarte. No ha sido fácil, realmente no sabíamos que eras la muy reputada cardiólogo Maestra en esta Clínica y Directora del Postgrado de Cardiología en la Facultad de Medicina.
Sabían mucho. Mucho de su vida actual. Pero nada mencionaban de la película que había comenzado a deslizarse por su memoria.
II
Se había acabado el agua, y llenar el tobo de la tubería más cercana para llevarlo a casa, era de las pocas cosas que le costaba hacer. Pero sus pequeños hermanitos había que bañarlos. Aquí en el cerro donde vivían, la pobreza imperaba, el agua era escaza y los alimentos sólo una vez al día para que rindieran para todos.
Nélida su madre, ahora no trabajaba como antes en la tienda de alimentos. Hacía poco había parido un parejita de gemelos y si ella salía a trabajar, ¿quién les cuidaría? El único ingreso lo proveía del negro Esteban Sansibar, quien poco antes del nacimiento de sus hermanitos, había casado con su madre para respetar y darle estabilidad social a la llegada de esas criaturitas. Era un hombre de valores.
Cuando conoció a su madre ya era un cuarentón sin ninguna cana, mientras ella llegaba apenas a los veintiséis y ya Mya había nacido. Para entonces tenía seis años y había comenzado a tener sueños. El primero de ellos era estudiar en la Escuela Parroquial, donde no había que pagar nada pues la regentaba el párroco de la zona. El negro Sansibar, como era conocido el ebanista de la zona, no solo la