Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

No soy invisible
No soy invisible
No soy invisible
Libro electrónico231 páginas3 horas

No soy invisible

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La indiferencia social y el abandono que se viven actualmente en la sociedad, están teniendo desafortunadamente, efectos cada vez más devastadores en la niñez y en la juventud de nuestro país.
Un amor inocente, emociones reprimidas, violencia, soledad y decisiones equivocadas conducen por a poco a los protagonistas de esta novela a vivir una serie
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2019
No soy invisible

Relacionado con No soy invisible

Libros electrónicos relacionados

Situaciones sociales para niños para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para No soy invisible

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    No soy invisible - Marianela Domínguez Cuervo

    hallazgo.

    1 María Danielle

    Lunes 23 de enero de 2012

    Un fuerte ruido rompió con el silencio que había a las 6:00 a.m. en la casa de María Danielle; en efecto, era el despertador y era hora de levantarse para ir otro día más a la escuela. María Danielle suspiró y pensó con un gran pesar en su alma:

    —Otro horrible día en que tengo que soportar burlas, humillaciones, aventones y la odiosa cara de Betsy y sus amigas las Pirañas. Ojalá me enfermara, ojalá temblara y suspendieran las clases.

    María Danielle estaba sumida en sus pensamientos cuando escuchó el grito molesto de Toña, la muchacha de servicio, diciéndole: —¡María Danielle, baja a desayunar!

    De un salto la chiquilla salió de la cama y se vistió rápidamente. Con toda esa angustia que sentía bajó a desayunar, apenas y probó el desayuno, seguía pensando qué podría hacer ese día para evitar la pesadilla que a diario sufría.

    Subió a lavarse los dientes y pasó a despedirse de sus padres y aunque sabía que siempre estaban dormidos a esa hora, aun así insistía siempre en abrir despacio la puerta de su habitación, entrar sigilosamente para ver si sentían su presencia y despertaban milagrosamente para darles un beso. Pero eso nunca sucedía y sólo se conformaba con mandarles a lo lejos un beso de despedida. El Sr. Esteban, esposo de Toña, chofer y mozo de la casa, era quien tenía la tarea de llevar a María Danielle a la escuela y recogerla a la salida.

    Los padres de María Danielle tenían una vida muy ocupada. Se levantaban a las 9:30 de la mañana a desayunar y se preparaban enseguida para asistir al club deportivo más caro y famoso de la zona. Ahí permanecían hasta las 12:30 de la tarde, hora en que salían a realizar sus actividades. Rubí, la madre, comía con sus amigas de la universidad porque como ella decía: —tenía todo el derecho de realizar sus estudios frustrados por el embarazo. —así que lunes y miércoles por la tarde estudiaba diversos diplomados, martes y jueves eran destinados para sus faciales, masajes de escultura corporal y salón de belleza; los jueves en la noche no podía fallar al bingo con Antonio, su esposo, y los viernes eran altamente sociales, eran días de casinos, cenas, fiestas, bailes y desvelos.

    Antonio, el padre de María Danielle, salía del club y comía con sus socios, después se iba a sus negocios. Era dueño de una cadena de comida rápida en varios centros comerciales y diario pasaba a supervisar su buen funcionamiento. Por las noches, a veces se pasaba a tomar una copa con algunos amigos o a jugar boliche, dominó, póker o lo que saliera; pero eso sí, los jueves eran de bingo con su amada Rubí que, como su nombre lo dice, era verdaderamente una piedra preciosa, hermosa por fuera y fría y dura por dentro. Los viernes siempre tenían alguna invitación, algún compromiso, o ellos mismos llenaban el salón de juegos de su casa con sus apreciadas amistades.

    Los sábados se levantaban hasta muy tarde, era una ley que nadie los molestara porque tenían que reponerse de las copas y las desveladas. Los domingos preferían ir al club y si había una buena película salían por la tarde. A veces María Danielle corría con suerte y la invitaban a comer o a cenar, aunque literalmente sólo era a eso, porque cada uno se la pasaba metido en su celular o platicando y haciendo bromas entre ellos, sin prestarle la menor atención a su hija.

    María Danielle a veces recordaba aquellos lejanos domingos, cuando en ocasiones su papá jugaba con ella mientras esperaba a Rubí para irse al club. También venían a su mente aquellas promesas de su padre para estar juntos, mismas que rompía por sucumbir a los caprichos de madre. Antonio siempre anteponía las exigencias de su esposa, era inconcebible la forma en que lo tenía embelesado.

    Rubí y Antonio se conocieron un jueves en el bingo, él ya era todo un empresario, vivía solo en México porque su familia radicaba en Poza Rica, Veracruz, desde siempre. Rubí, que era trece años menor que él, aún estaba estudiando la carrera de Nutrición y vivía con sus padres, que ya eran mayores y estaban enfermos de todo. Murieron cuando María Danielle tenía 2 años, el abuelo primero y a los seis meses la abuela.

    Recién se conocieron Rubí y Antonio se enamoraron, fue amor a primera vista, aunque el dinero fue la mayor atracción para Rubí. Salieron por un año y medio hasta que Rubí se embarazó de María Danielle, y aunque por su mente cruzó la idea del aborto, Antonio la convenció de continuar con el embarazo, prometiéndole hacer la boda de sus sueños y tener una gran vida junto a él. Así que se casaron y continuaron su tradición del bingo y la forma de vida que tenían de solteros: fiestas, reuniones, viajes y toda clase de aventuras y lujos. La nueva bebita no fue obstáculo para ello.

    Así que María Danielle nunca los veía, no hablaba con ellos, era invisible en su propia casa. Desde que nació se encargaron de ella varias nanas que desfilaron a lo largo de su infancia. Ahora en su adolescencia ya no tenía nana, pero se ocupaban de ella Toña y su esposo Esteban. A ellos no les gustaban mucho los niños, nunca tuvieron hijos. Ellos sólo convivían lo indispensable con la muchacha sin involucrarse en su vida. María Danielle estaba verdaderamente sola, no tenía con quien hablar, así que lo que realmente ella pensaba no se lo decía a ninguna persona. A nadie le decía que se sentía triste, abandonada, fea y tonta, que era como un mueble más en su enorme casa y que estaba segura de que nadie la quería y que a nadie le importaba.

    Comenzó otro día más, otro día en el campo de batalla. María Danielle recorrió el patio de la escuela tratando de ocupar todo el tiempo que le fuera posible para llegar casi al mismo tiempo que el profesor a su salón y así no enfrentarse sola a sus compañeras.

    Al entrar al salón lo primero que escuchó María Danielle fue:

    —¿Ya viste quién viene ahí?— con risas maliciosas voltearon Betsy y sus amigas a ver a María Danielle que entraba en ese momento al salón de clases. María Danielle, que ya estaba acostumbrada a todas sus artimañas, prefirió rodear todo el salón para llegar hasta su lugar, pero aun así no se salvó, las Pirañas ya habían colocado en su silla gel transparente para el pelo que María Danielle no vio.

    Todos rieron, las Pirañas y los compañeros que, como siempre, se unían para molestarla.

    En ese momento, María Danielle sintió la humedad en su falda y pensó:

    —¡Volví a caer! ¡Pero qué estúpida soy!— con la furia reprimida y un nudo en la garganta se levantó, sacó un pañuelo desechable para limpiar su banca, se quitó su suéter y lo amarró en su cintura. Se sentó sin decir nada, dispuesta a tomar la primera clase del día.

    —Ya, ya, ¡todos sentados!— dijo el profesor de Matemáticas que entraba al salón, mientras todas las miradas burlonas, las risas y los insultos estaban sobre María Danielle. El profesor, a pesar de las evidencias tan claras de acoso escolar contra la muchacha, no dijo absolutamente nada. Miró sus ojos llorosos, los evadió con tal indiferencia que María Danielle se sintió como basura, como si se mereciera toda esa ola de humillaciones.

    Los días en la escuela para María Danielle transcurrían siempre bajo este mismo matiz y al llegar a su casa las cosas no eran mejores.

    Con todo lo que estaba pasando a diario, María Danielle tenía pesadillas por las noches y en ocasiones insomnio.

    —Ya casi amanece y no he podido dormir. No quiero ir a la escuela... ¡Ya no!— dijo María Danielle, mientras sollozaba en silencio en la oscuridad de su recámara. Recordó una y otra vez la vergüenza que sintió el día anterior en la escuela, cuando su falda quedó toda mojada con el gel, recordó la cara de todos burlándose y riéndose, y lo peor, la cara del profesor de Matemáticas evadiendo la suya como si ella fuera invisible, la misma actitud de casi todos los adultos que conocía, incluyendo los de su casa.

    Mientras pensaba en sus problemas, María Danielle de pronto recordó cómo inició su historia con Betsy, tomó su diario y comenzó a escribir:

    Recuerdo cuando te conocí, Betsabé. Fue en quinto de primaria, venías de una escuela del estado de Puebla, la Escuela Fray Servando. Cómo recuerdo tu cara de susto con tus actitudes hipócritas y mustias, muy escuela de monjas, pero bien que te burlabas de Dios. Enseguida comenzaste a hacerte la graciosa y la ofrecida con los niños y te volviste el centro de atención. ¿Y qué tal frente a los maestros?, toda una joya, una niña ejemplar decían, pero ¿qué tal cuando no estaban ellos?, parecía que te salían víboras por la boca. Después te subías la falda doblando la pretina varias veces y te bajabas las calcetas para enseñar las piernas, te quitabas el suéter para dejar a la vista tu playera entallada y transparente, te pintabas los labios y te pavoneabas por todo el patio, caminando con pasos largos y cadenciosos, hablando y riéndote alto. Desde entonces ya tenías novios que te hacían los trabajos y borregas que imitaban todo lo que hacías: me refiero a esas, a tu séquito de Pirañas. Desde entonces disfrutabas el hacerle ver a todos lo fea que soy y lo anticuada que me arreglo y eso continúa hasta ahora, además de que tú, la Piraña mayor, has ido ganando tanto terreno que hasta los maestros lo ven como algo normal. —Así son los adolescentes…— dicen y se ríen, y, bueno, yo misma ya me acostumbré y hasta creo que no puedo hacer nada y ni siquiera tengo a quien contarle. En mi casa lo que menos les preocupa soy yo, y el día que se me ocurrió decirle algo a mi mamá, me dijo que no les hiciera caso y que eran cosas de niñas, que no exagerara y que más me valía que me adaptara de una vez por todas, porque ni loca me sacaría del Pavlov, que era el mejor y más prestigiado colegio de la zona, además de que ella misma lo había elegido para mí desde pequeña.— María Danielle cerró su diario y se dio cuenta de que ya era hora de prepararse para ir a la escuela.

    Como consecuencia de toda esta situación, María Danielle sentía un rechazo por su persona, un concepto devaluado de sí misma, que expresaba con todo su ser día con día, lo reflejaba tanto en su forma holgada de vestir así como en su cabello descuidado y sin gracia, largo como mata de árbol crecida, y una frecuente erupción de barritos que decoraban su rostro.

    A pesar de sus esfuerzos por ocultarse del mundo, bajo esa imagen descuidada y cuerpo de estatura mediana se podía ver un bello rostro de facciones delicadas y bellamente proporcionadas, una esbelta figura que estaba terminándose de moldear, un cabello largo, ondulado y castaño claro, que hacía juego con sus hermosos y expresivos ojos aceitunados.

    Sólo había una persona que intentaba convencer a la chiquilla sobre su belleza interna y externa: la tía Mara, hermana menor de su madre. Ella era la única que se preocupaba por la niña, constantemente le decía a María Danielle lo hermosa e inteligente que era y lo mucho que la quería.

    En varias ocasiones la tía Mara intentó hablar con su hermana respecto a la soledad en que estaba sumergida su sobrina y la tristeza que se veía en su mirada, así como en la forma tan indiferente en que ellos la trataban. No toleraba ver el abandono en el que la tenían, pero Rubí ya le había advertido que no se metiera con su familia y que ella iba a educar a su hija como ella quisiera. Para evitar conflictos con su hermana, la tía Mara decidió alejarse más, a pesar del cariño y el dolor que sentía por su sobrina. Así que lo único que ella podía hacer era hablar con María Danielle lo más posible, lo cual era difícil, porque vivía en Suiza desde hacía ya cuatro años, además de que tenía tres hermosos hijos a los cuales dedicaba todo su tiempo.

    —Tía Mara, ¿por qué no vives en México? Me iría a vivir contigo, aquí a nadie le importo— pensaba María Danielle mientras sacaba fuerzas para arreglarse e ir a la escuela. Esta vez su plan era llegar muy temprano para ser la primera en el salón.

    — Y aquí voy otra vez, otro día más.— entró a su salón y se sentó vigilando rápido con la mirada todo el lugar.

    —¡Puf! ¡Qué suerte!, soy la primera— se dijo, sintiendo una sensación de alivio en su alma. El plan dio resultado.

    A los 5 minutos el salón se comenzó a llenar de compañeros, entraban sin siquiera mirarla, hablando entre ellos y aventando las mochilas en las bancas contiguas para apartar el lugar. A María Danielle le pasaban rozando como catapultas y sólo las esquivaba haciéndose pequeña y cubriéndose la cabeza.

    —¡Ja, ja, ja!— María Danielle sintió su piel erizarse cuando reconoció la risa punzante de Betsy, quien como siempre entraba hablando fuerte y haciendo comentarios imprudentes para llamar la atención, rodeada de su séquito de imitadoras.

    —Por favor, por favor, que ya entre el Terracota— pensaba impaciente María Danielle. Terracota, era el apodo del maestro de Inglés por sus zapatos siempre sucios de arcilla roja. Un taller de escultura para extranjeros era su segundo trabajo por las tardes.

    —Por favor, por favor— decía entre dientes María Danielle cruzando los dedos.

    Good morning guys!— al menos María Danielle sabía que en la clase de Inglés su pellejo estaba a salvo, porque El Terracota sí que era estricto y no permitía bromas o payasadas, además de que exigía buenos apuntes y excelente participación oral, y para eso María Danielle sí era buena.

    La clase siguiente sí era para sufrir, pero no tanto por la Betsy y sus Pirañas, sino por la Generala, la maestra de Educación Física que odiaba a las debiluchas como ella. Desde que era muy pequeña, María Danielle se refugiaba en la soledad de su cuarto, leyendo todos los cuentos que tenía. Soñaba con ser escritora de cuentos infantiles algún día, ya tenía unos cuantos escritos por ahí, pero nunca se los había enseñado a nadie. Su favorito estaba inspirado en una caricatura de televisión, en la que una princesa se disfrazaba de caballero para defender a su reino, así que nunca había desarrollado habilidades deportivas, además de que no le llamaban la atención los deportes.

    —¡Una fila todos rápido corriendo alrededor de las canchas!— gritaba la Generala.

    —¡Tú, Ginori!, ¿Qué no puedes correr más aprisa?, ¡prr, prr, prr!— se oía el estruendo de su silbato.

    —Ahí va otra vez esta tipa, ¿Por qué no me deja en paz?— pensaba María Danielle mientras hacía esfuerzos por alcanzar a sus compañeras que parloteaban entre risitas y rostros burlones.

    —¿Y estas qué se creen? ¿De qué se ríen? Por lo menos yo no me ando ofreciendo, además si vieran lo ridículas que se ven con sus enormes moños en la cabeza y sus pants tan apretados que la lonja se les sale toda.

    Después de las cinco vueltas de costumbre a la cancha, la Generala pedía que los muchachos hicieran equipos revueltos de hombres y mujeres para realizar un partido, en esta ocasión de basquetbol; por supuesto a María Danielle nadie la elegía.

    —¿Ya están todos?, vengan al centro de la cancha los dos primeros equipos para comenzar ¡prr, prr, prr!— sonaba con todas las fuerzas su silbato mientras avanzaba sin voltear con el balón debajo del brazo.

    —¡Miss, Miss!— corría María Danielle para alcanzarla.

    —¡Miss, Miss!— por fin la alcanzó, y la Generala sin voltear siquiera siguió caminando, y molesta con la voz fuerte y el rostro fruncido le preguntó: —¿Qué quieres?

    Con voz temblorosa y todo el miedo que la comía en ese momento, María Danielle le dijo: —Es que no estoy en ningún equipo.

    —¿Y qué quieres que yo haga?— María Danielle bajó la mirada y le contestó: —Es que nadie me eligió.

    —Ese es un asunto que tú debes arreglar con tus compañeros y apúrate o te bajo 2 puntos, de por sí ya vas muy mal en mi materia, así que ya sabes.

    María Danielle se quedó de repente parada en la cancha mientras sus compañeros avanzaban pasándola de lado y ella no sabía qué podía hacer, sólo sintió impotencia y unas enormes ganas de llorar. Ella sabía que estaba inmensamente sola.

    Se limpió rápido las dos lágrimas que no pudo contener y se apuró a alcanzar a sus compañeros y comenzó a observarlos.

    —¡Qué fácil es para ellos estar ahí!, todos se divierten, se ríen, se ve que se la pasan tan bien… ¿Qué debo hacer? ¿Debo ser como ellos? Floja, mal hablada, irresponsable, burlona, viciosa, ofrecida, insensible. No, creo que no podría ser así. Aunque quizá debería de hacer un intento para que me acepten o por lo menos que me miren.

    María Danielle llegó y ya habían comenzado a jugar, pero estaban en la banca sus compañeros de los equipos retadores. Observó bien y vio a Rogelio, el muchacho menos mala onda del salón, así que tomó valor y se acercó a él para preguntarle si podía estar en su equipo:

    —¡Hola, Rogelio!— el muchacho estaba distraído con el partido y no la escuchó.

    —Rogelio, ¡hola!— María Danielle estaba a punto de irse cuando Rogelio la tomó del hombro.

    —¿Me hablaste?— María Danielle volteó sorprendida.

    —Este… sí, oye… es que si no tengo equipo la maestra me va a baj…

    —No te preocupes, entra al nuestro— la interrumpió Rogelio y le cerró el ojo. María Danielle no podía creer

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1