Cordón Soho
Por Natalia Mardero
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Cordón Soho - Natalia Mardero
Cordón Soho
Natalia Mardero
EDUVIM LITERATURAS
L A T I N O A M E R I C A N O S
Mardero, Natalia
Cordóon Soho / Natalia Mardero. - 1a ed. - Villa María : Eduvim, 2018.
Libro digital, EPUB - (Eduvim literaturas. Latinoamericanos)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-699-522-1
1. Narrativa Uruguaya. I. Título.
CDD U863
© Natalia Mardero
© 2018, Editorial Universitaria Villa María
Chile 253 - (5900) Villa María, Córdoba, Argentina
Tel.:+54 (353) 4539145
www.eduvim.com
Edición: Alejo Carbonell
Edición gráfica: Carolina Ellenberger
Publicado originalmente por Estuario Editora, Montevideo, Uruguay, 2014.
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Para Catalina
It’s the friends you can call up at 4 a.m.
that matther.
Marlene Dietrich
1.
Se despertó y la resaca fue todo lo que sintió. Se desperezó, salió de la cama, se calzó las pantuflas y levantó la persiana para dejar entrar el sol. Apretó fuerte los párpados y se concentró en el dolor de cabeza que le empezaba en la nuca y le terminaba entre medio de los ojos. Fue a la cocina haciéndose masajes en la base de la nariz y en el pasillo chequeó que el cuarto de Tati estuviera vacío. Continuó y en el camino se topó con los restos de la fiesta de la noche anterior. Con desgano se preparó un café con leche, lo empinó de pie apoyada contra la mesada y cuando terminó se dispuso a arreglar el desastre. Abrió la ventana del living para sacar el olor a cigarrillo, vació los ceniceros, lavó los vasos, embolsó las botellas, lavó la licuadora, roció Blem sobre los muebles, sacudió la tela de los sillones, barrió y pasó un trapo húmedo y jabonoso por todo el piso.
Los recuerdos le venían borrosos, en oleadas. Había sido una noche movida, con amigos suyos y de Tati y alguna que otra cara nueva que no se sabía muy bien cómo había llegado ahí. Ella había empezado a disfrutar la velada al segundo mojito, cuando dejó de importarle si los invitados usaban posavasos o si entraban con los pies sucios. Conectó la Mac a los parlantes, abrió el Virtual Dj y se encargó de ambientar la reunión, lo que resultó en un éxito en la pista de baile (el espacio de living que quedaba una vez que se corría la mesa de café y el sillón). Bailaron desde Abba hasta los Yeah Yeah Yeahs, desde Erasure hasta The Sex Pistols, desde Lady Gaga hasta Rafaela Carrá. Las botellas vacías no dejaban de acumularse en la cocina, alguien fue a comprar hielo a la estación de servicio, los mojitos fueron lo mejor que se le ocurrió a Tati, que no dejó de machacar menta toda la primera mitad de la noche. El cogollo llegaba en cantidades industriales y hasta hubo dos o tres que se dieron un saquecito en el baño. No faltó nadie. Pasadas las tres de la mañana incluso llegó el gordo Gizmo con dos amigos. Tati le había mandado un mensaje cuando él estaba en el bar, y para no cortarse solo invitó a sus amigos y enfilaron a pie las diez cuadras que los separaban del viejo apartamento. Valentina en seguida puso los ojos sobre la chica que llegó con él. Una morocha de ojos negros y cerquillo que le llamó la atención. Al otro chico ya lo conocía, era Miguel, un egresado de la escuela de cine, menudo y raído, al que dos por tres se encontraban en Cinemateca y se les pegaba como chinche.
Gizmo era más que nada amigo de Tati, y esa para Valentina era una amistad difícil de explicar. Era artista plástico, músico semifrustrado, o dicho de otro modo, un dealer a tiempo completo. Tenía más de cuarenta años y se rodeaba de la crema juvenil y roquera del momento. Le decían Gizmo porque era redondo y de ojos grandes, pero si lo tocaba una gota de agua seguramente se convertiría en un gremlin furioso. Deambulaba entre la gente con el vaso en la mano, como un dandi arrogante y venido a menos. Hasta que alguien le daba charla, y si el interlocutor demostraba tener un mínimo de nivel cultural, sacaba a relucir su lado erudito y sensible.
La chica, que rápidamente averiguó se llamaba Carolina, no dejó de bailar en toda la noche. Valentina chequeó qué música era la que la activaba más y empezó a organizar el set según su lenguaje corporal. Los puntos altos de entusiasmo fueron con Daft Punk, Billy Idol, Cassius, Madonna y Chuck Berry. La estrategia funcionó porque se le acercó varias veces para celebrarle la selección, hasta que la tomó de la mano y la sacó del puesto de dj para bailar.
Cuando terminó de limpiar, se duchó y se apuró para llegar a tiempo al almuerzo familiar. Los domingos eran los días para volver al caparazón, para recuperarse del fin de semana, para dejarse mimar por sus padres y luego volver a casa, andar por el viejo apartamentito en pijama sin que nadie la molestara. Tati casi nunca estaba los domingos, trabajaba o se iba a pasar el día a la casa de su madre en Sayago y no volvía hasta la noche. Una vez de regreso y si hacía menos de quince grados, Valentina prendía la estufa a gas, abría el Illustrator en la computadora y se ponía a trabajar. Le ponía reproducir
a una carpeta que justamente se llamaba Domingo
y que contenía canciones de The Nacional, The head and the heart, She and Him o Fiona Apple. Todo era más que perfecto cuando había en la casa una barra de chocolate y suficiente café para poner en el fuego.
Faltaba poco para