Estados Unidos, 1936. El río es la frontera. Frente a él, un muchachito enclenque carga todas sus pertenencias en una maleta diminuta. Tiene 21 años y lo han echado de la casa paterna. No sabe muy bien dónde está parado, pero algo hará con lo que él mismo considera su mejor talento: cantar. Con el pelo castaño revuelto y los azules ojos bien abiertos, desde la orilla del Hudson ve con ansiedad la ciudad que tiene enfrente: la inmensa, temible y maravillosa Nueva York.
“Cuando crucé ese río me pareció que estaba en la mejor ciudad del mundo. Era como una mujer grande y preciosa”, le platicó a su hijo una noche ya lejana. Habían pasado 38 años de su llegada a la Gran Manzana. “Me dijo aquello una noche de 1974, mientras viajábamos en su limusina. Me agradaba que hablara así en una noche fría neoyorquina”, expresó Frank Sinatra Jr. (1944-2016) recordando a su padre en el documental Sinatra: All or Nothing at All (2015).
Francis Albert Sinatra (Hoboken, 1915), un hijo de inmigrantes anónimo y sin riquezas, hizo lo que un montón de oriundos de Nueva Jersey hacen a diario hasta hoy: buscar su destino en la ciudad vecina que, da la casualidad, es una de las grandes