Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Gringosincrasias: Cómo sobrevivir en Estados Unidos y entender su idiosincrasia
Gringosincrasias: Cómo sobrevivir en Estados Unidos y entender su idiosincrasia
Gringosincrasias: Cómo sobrevivir en Estados Unidos y entender su idiosincrasia
Libro electrónico242 páginas3 horas

Gringosincrasias: Cómo sobrevivir en Estados Unidos y entender su idiosincrasia

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

“La mirada de la autora de Gringosincrasias es la de una observadora más (auto)irónica que burlesca, más incisiva que insidiosa, con el sentido del humor de quien reconoce el absurdo en sus propios mundos. Recorriendo la cotidianidad hace memoria y toma apuntes sobre esa vida privada “gringa”, que se expone a la intemperie en la medida que va construyendo sus propios estereotipos, que no calzan, necesariamente con aquellos que representarían a toda una cultura: los gringos no son como el Tío Sam ni como el Tío Tom ni como Tío Rico. Hay otros tipos –otros tíos- en ese imaginario que está muy movido. El sueño de Martin Luther King es la pesadilla del Ku Klux Klan. Y no todos tenemos los mismos sueños ni las mismas pesadillas.” (Jorge Montealegre, escritor)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2017
ISBN9789563241693
Gringosincrasias: Cómo sobrevivir en Estados Unidos y entender su idiosincrasia

Relacionado con Gringosincrasias

Libros electrónicos relacionados

Cultura popular y estudios de los medios de comunicación para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Gringosincrasias

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Gringosincrasias - Emma Sepúlveda

    E.S. 

    PRESENTACIÓN

    Estos comentarios llegaron a ser libro gracias al trabajo de muchas personas que me ayudaron a comparar, separar, examinar y reflexionar sobre las diferencias, ironías, y similitudes de las idiosincrasias de los estadounidenses, los latinos, en general, y los chilenos, en particular.

    Gracias a J.J. Mulligan Sepulveda, mi hijo gringo chileno, y a mi mano derecha, Iris Soto West, por sus ideas y lecturas.

    Inmensa gratitud a los escritores Jorge Montealegre y Juan Mihovilovich, por publicar comentarios de este libro en su primera edición.. Gracias también a la escritoras Susana Sánchez y Pía Barros, por días de lecturas y consejos frente al mar en el puerto de Valparaíso.

    Estas páginas son un pequeño tributo a una compañera de colegio en Chile. Una mujer que admiré profundamente por su espíritu de lucha y sobrevivencia, su profundo sentido de amistad y su inconfundible y contagioso sentido del humor. La volví a encontrar después de cuarenta años. Mi admiración hacia ella no ha cambiado, se ha profundizado. Teresita Reyes, gracias por ser parte de la memoria del colegio Universitario El Salvador. Gracias por los años que le has dado al público en estos nuevos tiempos.

    A MANERA DE INTRODUCCIÓN

    He vivido muchísimos años en Estados Unidos. Más años que en cualquier otro país del mundo. Me gusta este país. Quiero a Estados Unidos profundamente. Lo quiero, entre otras razones, porque aquí encontré refugio después de la tormenta. Amo también entrañablemente a Chile y vivo con el sueño de regresar que tienen todos los que partieron. Pero la vuelta se viste de muchas excusas que con el paso del tiempo nos hace repensar no solo la idea de una nueva partida, sino también en el regreso a un país que para nosotros, los que hemos vivido lejos tantas décadas, más que una realidad es una ilusión. Ese Chile que dejamos atrás no existe, como tampoco existe, irónicamente, el Estados Unidos al que nosotros llegamos en los años setenta. Entonces salimos de Chile y nunca más logramos almacenar el coraje y la valentía para volver, nos hemos quedado aquí, en este lugar donde no sentimos que pertenecemos con corazón y alma , en un solo pedazo.

    Fue difícil partir de y fue de la misma manera difícil llegar a. Algunos de nosotros llegamos a Estados Unidos en la época de Kissinger y Nixon, no eran precisamente los momentos más gloriosos de la historia de esta nación. Una época malísima para venirse medio exiliado del país que había sido enemigo político de estos dos gringos. En esta tierra tuvimos que explicarnos, definirnos y defendernos, sin darnos cuenta de que este país ya nos había tatuado en la frente con grandes letras, quiénes creían que éramos, por qué estábamos aquí y que haríamos en este país. Ese tatuaje no fue siempre real ni verdadero. Pero a medida que pudimos aprendimos el severo idioma, trabajamos y estudiamos, estudiamos y trabajamos. Algunos llegaron más arriba y otros se quedaron al medio. Creo que todos, sin excepción, salimos al camino e hicimos limonada con los limones que encontramos en nuestro peregrinaje.

    En mi caso, creo que Estados Unidos fue duro pero noble conmigo. Aquí pude seguir estudiando y logré sacar los títulos que me puse como meta cuando salí de Chile. Terminé el doctorado en la Universidad de California, en Davis, un lugar que siempre me recordó mucho a mi país. Con ese recuerdo la agonía, de lo que ya empezaba a ser una infinita separación, logró hacerse más tolerable. Durante los primeros años que viví en Estados Unidos también estudié fotografía y escribí. Esas actividades, aparte de mi participación en grupos políticos, me ayudaron a sobrevivir lejos de todo lo que había sido mi vida en Chile. Después de terminar el doctorado acepté un puesto en la Universidad de Nevada en Reno, donde he hecho casi la mayor parte de mi carrera docente. He escrito varios libros, he dado conferencias en un montón de países alrededor del mundo y he tenido la suerte de recibir premios en fotografía, literatura, defensa de los derechos humanos, educación, actividad política y por mi trabajo en la comunidad

    latina de Estados Unidos.

    He vivido experiencias en muchos campos de la sociedad de este país y por eso creo que he podido ser un testigo de primer plano de las idiosincrasias, costumbres, ideologías, hábitos y comportamientos de la gente que vive aquí. En los últimos treinta y ocho años he sido estudiante y profesora, candidata al Senado por el partido Demócrata, columnista para la prensa, en diarios en inglés y castellano, por más de diez y seis años. Soy madre y esposa de ciudadanos de esta nación. He tenido la suerte (¿realmente?) de vivir en Estados Unidos durante años increíbles de su historia. Desde que vivo aquí se han terminado guerras (Vietnam) y se han empezado otras (Iraq, Afganistan). Se han elegido buenos presidentes (Bill Clinton) y pésimos líderes (George W. Bush). He visto llegar a ser candidatos a la presidencia a la primera mujer, Hillary Clinton, y al primer latino, Bill Richardson, cosas que nunca soñé presenciar. Pero aun más importante, tuve la oportunidad de votar por el hombre que llegó a ser el primer presidente negro en la historia de EE.UU.:Barack Obama.

    En estas crónicas, si se pudieran llamar así, he tratado de escribir con un poco de humor mi propia impresión de la idiosincrasia de este país que admiro, pero que todavía no termino de entender. Riéndome de ella aprovecho de comparar algunos elementos de nuestra propia idiosincrasia chilena, que a veces tiene tan poco sentido como la de este país. No pretendo burlarme de los gringos. Quiero reírme con ellos de lo absurdas que pueden ser estas costumbres y hábitos para una persona que viene de afuera y trata desesperadamente de vivir en y pertenecer a esta cultura. Una cultura que tiene infinidad de conexiones con la vida moderna y la enajenación actual. Me río también de ese mundo que quedó estancado en mi memoria, de la idiosincrasia chilena que quizás ha cambiado mucho en mis años de ausencia, pero que de alguna forma, en su esencia, sigue igual.

    De muchas maneras soy parte del mundo de los gringos. Pero, más aún, soy también parte del mundo latino en Estados Unidos y del chileno en Chile. Me muevo entre los dos países y entre los dos idiomas, gozo de los tres modos de cultura y me siento con la libertad de tomar lo mejor de cada una y de reírme un poco de ellas. Espero que los lectores del libro, al dar vuelta las páginas, descubran que la vida acá, en Estados Unidos, allá, en Chile, o en cualquier parte del mundo tiene cosas absurdas y cosas, que aunque tengan sentido para muchos, para otros no pasan de ser trivialmente cómicas.

    Estas crónicas son un intento, mi intento, de pensar en voz alta y reírme a solas, en voz baja.

    Reno, Nevada, Estados Unidos, 2013.

    LOS GARAGE SALE

    A la gente le gusta comprar en este país, no hay duda de eso. Pero para poder comprar hay que tener también gente a la que le guste vender. El consumismo es un arte combinado, una aleación. De ahí, creo yo, salió esta idea de hacer lo que llaman Garage Sale (G.S.). Es una forma de vender lo que a uno no le sirve, a un comprador que se muere por tener lo que a uno ya no le gusta o lo tiene cabreado. Estas ventas no tienen nada que ver con el garaje. El nombre es una excusa para decir que están vendiendo cosas buenas que ya no usan y que tenían guardadas por mucho tiempo en el garaje de la casa. Hay G.S. en el jardín común de departamentos, en los patios de las iglesias, en las escuelas y hasta en sitios vacíos que la gente decide usar el fin de semana para vender. Los G.S. sirven a veces hasta para satisfacer una necesidad económica de alguien que está en aprietos. En Nevada no es extraño ver a un turista que perdió todo jugando en el casino, y un sábado cualquiera se ve obligado a hacer un G.S. en la parte de atrás de su camioneta para vender lo que no pudo empeñar. En estos casos se encuentran bolsos, zapatos, camisas, calcetines, calzoncillos, botellas de colonia a medio usar, cremas, libros, CD y, por supuesto, las maletas que traía el turista.

    Los G.S. son una de las actividades favoritas de este país. La mayoría ha ido a uno alguna vez en su vida, y todos han tenido alguna vez su propio G.S. Los ricachones van porque a veces se encuentran antigüedades exquisitas a precio de huevo, aunque no les gusta que los vean comprando cosas en un G.S., por lo que andan de incógnito, lentes de sol, gorra de béisbol y cualquier cosa que les ayude a esconder su identidad. Puede ser que en algún momento estos ricachones vayan de incógnito al G.S. de su mejor amigo, para comprar algo que le han envidiado toda la vida, pero de amarretes no han comprado otro igual y ahora tienen la oportunidad de adquirirlo por un dólar. Este tipo de gente jamás confesaría que compran en G.S. La clase media va a los G.S. porque les gusta comprar algunas cosas buenas mucho más baratas que en las tiendas. Los pobres van porque no pueden comprar en tiendas caras. Los que tienen plata donan las cosas pasadas de moda a los G.S. de las organizaciones o las iglesias, y descuentan el valor real de lo que donaron de sus impuestos de ganancia anual. La clase media hace por lo menos tres G.S. por año. Venden lo que se les ocurre y a veces cobran por algo más de lo que vale. La gente de menos recursos hace G.S. cada vez que puede para tener un poco de dinero extra. Venden hasta las mamaderas viejas de sus hijos que ahora toman en vaso, o las toallas desteñidas y las ollas viejas, o los sostenes que usaron mientras daban de mamar a sus retoños que ahora tienen 40 años.

    En los G.S se encuentra todo lo que se le pueda ocurrir comprar a un ser humano.

    Para tener éxito en esta actividad hay que organizarse, como lo hacen los gringos para todo. Primero hay que informarse. La gente paga para poner un aviso en la sección especial de G.S. de los diarios locales, entonces hay que saber dónde, cuándo y a qué hora es el evento. Esto no es científico tampoco. Siempre se anuncia la hora exacta del G.S. pero nadie llega a esa hora. Todos llegan antes porque los gringos llegan temprano a todo. Una o dos horas antes de lo que decía el anuncio. La gente va a los G.S. a comprar barato y a buscar gangas. Va a aprovecharse de las oportunidades. Lo comprobé personalmente. Antes de cambiarnos de California a Nevada tuve la brillante idea de deshacerme de las cosas que ya no me servían y los regalos de matrimonio que muchos buenos amigos, con gran corazón y muy poco gusto, me habían dado. Así fue como un sábado cualquiera los muebles que no necesitaría en la nueva casa, la ropa que me quedaba chica, los platos que no hacían juego y los manteles cuadrados que no le quedaban a la mesa redonda, salieron camino a mi primer G.S. Mi esposo gringo me ayudó a organizar la venta, y por qué no decirlo, este gringo es de los obsesionados con el orden, así que metimos cosas en cajas en el garaje para ponerles el precio antes de ordenarlas en las mesas plegables que teníamos listas para los compradores. Anunciamos la venta a las 7 de la mañana de un sábado caluroso del verano de Davis, California. Al día siguiente, a las 5 de la mañana me desperté con el ruido de motores de autos y las voces de sus ocupantes. Salí de la cama volando, imaginándome un choque en la esquina. Miré por la ventana y la calle estaba repleta de vehículos estacionados a ambos costados. Nada de accidente, eran los futuros compradores que estaban llegando a nuestro G.S. ansiosos por comprar. Desesperados, nos alistamos y bajamos a poner los precios para empezar la venta. Ingenuos abrimos la puerta del garaje para tener más luz y una avalancha de mujeres entraron despavoridas a tomar las cajas y sacarlas afuera para empezar a meterle mano a todo lo que encontraban. Mi pobre gringo trataba de levantar algunas cajas, y antes de que pudiera caminar dos pasos otra persona se la quitaba con un simpático "Let me help you Sir, Déjeme ayudarlo, señor"… y camino al pasto seguían nuestras pertenencias. Nada tenía precio, así que ahí no más empezaron los regateos. Nadie quería pagar el precio que nosotros tímidamente pedíamos. Nadie tenía cambio tampoco. Un fulano con cara de chino me preguntó por el precio del juego de tazas de café. El juego era morado, no eran de mi gusto pero me recordaban a mi amiga Anne que me las había regalado con enorme cariño, así que dije 5 dólares. El tipo me contestó 2 dólares y 50 centavos. Me dio rabia. Le insistí que quería por lo menos cuatro. Nada. El tipo subió a 3 actuando como si no le gustaran las tacitas, que ahora me empezaban a gustar a mí. Me dio tanta rabia que le dije que se las llevara por los 3 miserables dólares, aunque yo sabía que por lo menos costaban 50. No encontró monedas en el bolsillo y yo no tenía cambio. El tipo finalmente me dio 2 dólares y 50 centavos como siempre fue su intención. Miré el reloj y eran las 6 de la mañana. Dos mujeres salían de la puerta de la cocina con una silla antigua preguntando si estaban a la venta algunos muebles de la casa. Miré a mi alrededor y vi el pasto del frente de la casa cubierto de papeles, cajas vacías, ropa, platos, cuadros y libros. Sentí como si las vísceras de nuestra casa hubieran estado expuestas a la más brutal de las cirugías. Fueron horas agotadoras. A las 8 ya no había nadie y no quedaba nada bueno para vender. Recogimos la basura y donamos el resto de las cosas a la asociación que ayuda a las mujeres que han sufrido violencia doméstica. A la semana siguiente encontré mi juego de tazas moradas en la vitrina de una tienda de antigüedades de la ciudad de Davis. No quise entrar a preguntar el precio.

    Los G.S. son parte de la cultura de Estados Unidos. Es una actividad planeada y organizada por vendedores y compradores. Los compradores madrugan armados de mapas, y sin monedas, manejan camionetas cerradas con los asientos doblados. Empiezan por las zonas más acomodadas y van bajando a las más populares. Por su parte los vendedores ponen avisos que entusiasman a los desesperados compradores: "Garage Sale. Beautiful furniture. Designer clothes. Antiques. Everything cheap. Make an offer that we can refuse. A los compradores de antigüedades, a los que compran para vender, a las mujeres adictas a comprar, a los que buscan diamantes en estas parvas de paja, se han adherido los inmigrantes. Los latinos, recientes inmigrantes, van a los G.S. con los hijos que ya han aprendido un poco de inglés. Pero no solo con los hijos, van con la abuela, las tías, los primos y todos los miembros de la familia. Para los latinos, los G.S. pueden ser en muchos casos los paseos semanales de la familia. Llegan con sus propios traductores (nietos, hijos, sobrinos) y regatean por medio de sus intérpretes en la compra de oportunidades. Una vez en un G.S. de mi barrio encontré a un mexicano machote, idéntico a Cantinflas, tratando de comprar una tele por una miseria. Su hijo de unos diez años, más o menos, era el intérprete. Cantinflas le dijo en castellano: pregúntale a la vieja chingada (entiéndase esta palabra como culiá) cuánto quiere por ese pinche (entiéndase como porquería) televisor. El chico respetuosamente se dirigió a la señora diciéndole que su padre quería saber el precio de ese precioso televisor que estaba a la venta. La mujer antes de contestarle al chiquillo le dijo a su esposo: otro mexicano de mierda que quiere comprar algo bueno por nada, y mirando al chico, que había entendido todo, le dijo: 50 dólares. El chico le dio la información al padre y este le contestó: dile a la vieja chinga’e su madre que se meta esa cagada de tele por el culo". El muchacho sonrió avergonzado y le tradujo a la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1