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Los Primeros Años
Los Primeros Años
Los Primeros Años
Libro electrónico132 páginas2 horas

Los Primeros Años

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Esta novela cuenta la historia de Casandra, quien al nacer queda hurfana. A la edad de cinco aos presenta sntomas de una enfermedad hereditaria incurable. Por lo que su to Maximiliano, en un intento por conservar con vida a la pequea la traslada a Europa, sin imaginar que en el camino se encontrarn con una sorpresa. Varios aos viven en las orillas del Rin, pero al morir la nana de la nia regresan al pueblo donde ambos nacieron.
Es una historia que mantiene al lector en suspenso y a travs de la narrativa, el escritor plasma situaciones en las que se refleja la manera de vivir en los pueblos, a mediados y finales del siglo XX.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento26 sept 2015
ISBN9781506503899
Los Primeros Años
Autor

Daniel Meléndez Varelas

Meléndez Varelas Daniel. Nació el 21 de mayo de 1969, en un pueblo a las orillas de la Sierra Madre Occidental del estado de Durango, donde vivió hasta los dieciocho años, edad en la que se trasladó a la cuidad capital y se graduó como ingeniero en electrónica en 1995, año en el que nació su sobrina para quien empezó a escribir esta obra, posteriormente cambió de residencia al irse a trabajar a la ciudad de Tijuana, en donde permaneció alrededor de catorce años. A la fecha radica en su estado natal; al lado de su madre y su sobrina.

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    Los Primeros Años - Daniel Meléndez Varelas

    Copyright © 2015 por Daniel Meléndez Varelas.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 22/09/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    713735

    Pensé que nos iríamos a dormir en el mismo instante en que nos dieran las llaves, pero mi tío preguntó por un doctor y un mecánico. Luego quiso saber si había algo de cenar; mientras esperábamos la respuesta, llegó el botones con un traje, el cual a simple vista se notaba que no había sido hecho para él. El chaleco era azul y le quedaba tan ajustado que los botones amenazaban con saltar en cualquier momento, por el contrario, los pantalones del mismo color e igual de viejos, eran bastante holgados; los zapatos, a pesar de estar bien lustrados se veían cuarteados en más de un lugar. Tanto la ropa como el calzado eran viejos, pero de buena calidad, lo único nuevo que llevaba encima era un gorro azul con un listón blanco. Mientras yo me divertía viendo aquel figurín, él saludó a mi tío por su nombre, con ese respeto que la gente de los pueblos muestra a su mecenas, después me miró tan fijamente como si estuviera viendo a un fantasma; más tarde, cuando cenábamos entendí la razón de aquella mirada y las muchas que los siguientes días tuve que soportar. Medio pueblo visitó la casona solamente para ver si quienes habían vuelto eran el señor Maximiliano y su sobrina Casandra, la que hacía quince años habían enterrado en el cementerio del pueblo.

    Esa noche después de que el botones se cansó de mirarme, tomó el equipaje y se fue murmurando a media voz. A la mitad de la escalera soltó la maleta que llevaba en la mano derecha y se santiguó un par de veces, así llegamos al segundo piso donde nos esperaba la camarera, quien en ese momento se empeñaba en cambiar las fundas de las almohadas. El criado se le acercó y me imagino que le dijo algo sobre mí, tal vez que yo era alguna resucitada. La mucama se giró hacia él y le preguntó: -¿Estás seguro que es ella?-, él respondió con la cabeza en forma afirmativa. La señora terminó de hacer la cama, después preparó el baño y en seguida se fue; luego regresó el silencio.

    Como mi tío había ordenado la cena no pude evitar ir al comedor. Mientras esperaba que nos sirvieran, gasté el tiempo mirando el entorno. Por lo visto el hotel años atrás debió alojar huéspedes de importancia, en cada rincón se veían rastros de elegancia. Las recámaras tenían cortinas de terciopelo, las cuales combinaban con el rojo de los muebles de caoba. La balaustrada de la escalera en otros tiempos debió ser como la madera de los respaldos de la cama. En la mesa de centro ubicada en la habitación, observé ciertas reparaciones, percibí que algunos de los barrotes habían sido sustituidos con madera de pino manchados de rojo, tratando de igualar la belleza de aquella madera fina. En cada una de las paredes colgaban cuadros con retratos de antiguos actores, eran los mismos que aparecían en las películas que solían ver mi tío y la nana Refugio. Sin prisa, fui sacando de mis recuerdos los nombres de tales personajes, uno a uno fueron pasando frente a mis ojos, hasta donde apareció el joven quien a diferencia del resto no mostraba los trajes típicos de los charros mexicanos. Me pegunté quién sería y por cuál razón estaría ahí desentonando con el resto, cuando mi pupila se agrandó y alcancé a leer el nombre que acompañaba al póster, Leonardo El Bastardo, al pie de la fotografía estaban el mes y el año de filmación de la película, en ese instante no me parecieron relevantes aquellos últimos datos, pero el nombre del filme y el rostro del muchacho, terminaron por hacerme cosquillas en las profundidades de mi memoria. Poco a poco volvían a mi mente los sucesos que hacía quince años habían acontecido ahí. Hubiera logrado recordar por mí misma si hubiese tenido el tiempo suficiente, pero cuando me encontraba tratando de evocar el momento en donde el padre del botones, años atrás, nos había servido de guía, llegó mi tío el doctor, interrumpiendo mis ensoñaciones. Giré el cuerpo y nuestras caras quedaron una frente a la otra, la mano que él había empezado a extender en dirección a mí, se quedó a medio camino. Sus pupilas por un momento se agrandaron en círculo, mientras su boca temblorosa dejó escapar mi nombre; desconcertado se dejó caer sobre la silla, su mano hizo un ruido al golpear en el borde de la mesa, ocultando a mis oídos aquellas palabras que le permitieron recuperar el color de su semblante, de su rostro no desapareció la sorpresa y su boca no repitió la frase de modo que yo pudiera al igual que él, entrar en el sendero de la paz, negándoseme así la tranquilidad otorgada por el conocimiento del pasado. Lo poco que había recordado no fue suficiente para ubicar su rostro dentro de mí. Mientras me esforzaba por traer a la luz su dulce mirada, mi tío Maximiliano, por primera vez, después de tantos años, empezó a hablar con esa seguridad que lo caracterizó en su juventud, rescatándome del apuro en el que me encontraba. El tiempo sólo alcanzó para presentarme al doctor como hermano de mi padre y por lo tanto, mi tío. Antes de salir de la sorpresa, llegó el mecánico, quien me miró estupefacto, buscando en lo profundo de sus recuerdos la imagen que le revelara, quién era yo, achicó un poco los ojos antes de decir –¡La muerta!– y al igual que el botones, levantó su mano derecha y se persignó, luego giró la cabeza hacia mi tío Maximiliano, quien sin inmutarse por su acción y sus palabras, le pidió que nos acompañara a cenar; sin dar muestras de entender lo sucedido, se sentó a la mesa y siguió con su mirada puesta en mí. Ahora eran tres mundos los que no encontraban reposo en la búsqueda de una explicación. Sólo mi tío Maximiliano mostraba tranquilidad, a mí me atormentaba ver cómo cada persona que conocía me miraba fijamente con espanto. Me imagino que al resto de los acompañantes les angustiaba no saber mi historia.

    La cena transcurrió en un silencio tortuoso que duró una eternidad, pero después de ese letargo, se levantó mi tío Maximiliano e invitó al mecánico a hacer lo mismo. Una vez de pie se fueron a revisar el coche. Creo y con sobrada razón, que él le contó mi correr por el viejo mundo, pues cuando regresaron, tomó mi mano entre las suyas y me agradeció. Como yo no respondía nada ante tal gesto, mi tío el doctor, en breves palabras me explicó que una de las hijas del trabajador tenía poco de haber sido operada en el hospital Anabella; al escuchar ese nombre, salió de mí, la poca serenidad que conservaba, mezclándose con los duendes que abundan en esos recintos, dejando una sensación de distancia apegada a un dolor desconocido. Los tres gigantes vencedores de una y mil miserias se achicaron al ver mi cara, provocando que la confusión reinara en mi interior. Hubiera muerto en aquella desolación buscando una idea para recordar las acciones pasadas. Cuando ya la arena del bulbo superior se extinguía, escuché la voz del sobreviviente, quien con voz de ángel me preguntaba por un pasado que durante tres lustros había permanecido agazapado en las profundidades de mi alma. Empezaron a emerger las figuras borrosas que habían vuelto mis noches interminables, cuando mi tío el doctor me preguntó por la gente que habitaba la casona. Mi padre protector abandonó sus temores para explicar cómo inconvenientemente, yo había dejado los recuerdos de mi niñez, de los cuales sólo quedaban sombras confusas; como mi tío Maximiliano tardaba en continuar, el doctor con un tono de tristeza quiso saber si era verdad que no recordaba a la señora Calwell, a la señora Catalina y a la bella Lucía. Como yo no demostraba ninguna reacción ante los nombres enunciados, fijó su vista en mí en tanto su ojo izquierdo dejaba escapar una lágrima, la cual al descender lentamente por sus viejas mejillas tuvo la virtud de hacer que mi corazón llorara. Estiré la mano y alcancé la gota antes de que abandonara su cara, la sequé con el paño blanco que la nana Refugio me había dado al despedirse. Me sentí agobiada por no haber recordado a esas personas y le ofrecí una disculpa. Imagino que después de algún tiempo empezó a creerme. Sin embargo, giró la cabeza hacia la izquierda, luego hacia la derecha, como tratando de encontrar a alguien, para pedirle una explicación sobre mi comportamiento. Tal vez deseaba preguntar cómo era posible que hubiese olvidado a la gente que cada mañana elevaba una súplica por mi eterno reposo. Su rostro reflejaba el dolor causado por mi silencio. Convencido de que tanto yo como mi tío no lo engañábamos, con voz casi apagada, me dijo: -Lo que te voy a contar es para que cuando llegues a la hacienda Las Borrascosas, no te sorprendas-. Sólo asentí con la cabeza. Antes de comenzar me aclaró: -Te relataré lo sucedido, no como tu tío sino como cualquier persona que conoce la historia- en ese momento mi tío Maximiliano se levantó, nos dio las buenas noches y desapareció por las escaleras…

    Mientras caminaba por el jardín, la veía correr como si fuese un salvaje cervatillo, brincaba por entre los rosales alzando la cabeza con esa gracia única. Sus ojos se posaron en ella. Se detuvo para disfrutar el espacio. Dejó que sus pensamientos se perdieran en los vericuetos del tiempo ¿Qué importaba si éste se detenía o se volvía eterno? ¿A quién le incumbía si era o no era?

    La luz brillaba intensamente, el viento soplaba y susurraba palabras de amor. El colibrí por un instante dejó de buscar el preciado néctar y miró. El gorrión posado en la cima del peral detuvo por un momento su melodioso canto; todo giró en relación a lo mismo. La chiquilla había cautivado su entorno, todo en silencio había quedado, todo movimiento había muerto, su gracia embelesaba, detenía, hacía feliz. Cada uno aportaba lo mejor que poseía, para conformar aquel cuadro capaz de subyugar a los mismos inmortales. Al final ella rompió la magia con su grito, vio a la encantadora mariposa volar con sus majestuosas alas desplegadas. Exclamaba una y otra vez: - ¡Corre, corre viento, tómala en tus brazos y hazla volar!-, ya la mariposa escapaba y los gritos poco a poco se convertían en un susurro, el jolgorio terminó… cerca de donde él se encontraba finalizó la fiesta, ella cansada y con las esperanzas perdidas de atrapar al insecto, se detuvo al inicio del jardín. Él se acercó a ella y le preguntó: -¿Qué pasa?- Antes de recibir respuesta, vio un hilillo de sangre corriendo por sus delgadas piernas.

    ¡Qué locuras se nos ocurren en momentos de angustia!

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