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El Cuarto Planeta: Una Aventura Hacia La Libertad
El Cuarto Planeta: Una Aventura Hacia La Libertad
El Cuarto Planeta: Una Aventura Hacia La Libertad
Libro electrónico648 páginas9 horas

El Cuarto Planeta: Una Aventura Hacia La Libertad

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El Cuarto Planeta es una experiencia que te conduce hacia la libertad. Es un libro cargado de aventuras pero con un fuerte y profundo contenido espiritual, atrvete a sumergirte en esta maravillosa historia y descubrirs que en la vida todo esta conectado.
IdiomaEspañol
EditorialBalboa Press
Fecha de lanzamiento18 nov 2015
ISBN9781504343664
El Cuarto Planeta: Una Aventura Hacia La Libertad
Autor

Juan Escalante

El Cuarto planeta es una experiencia que te conduce hacia la libertad. Es un libro cargado de aventuras pero con un fuerte y profundo contenido espiritual, atrévete a sumergirte en esta maravillosa historia y descubrirás que en la vida todo esta conectado.

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    El Cuarto Planeta - Juan Escalante

    Derechos reservados © 2015 Juan Escalante.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida por cualquier medio, gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabación o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información sin el permiso por escrito del editor excepto en el caso de citas breves en artículos y reseñas críticas.

    Balboa Press

    Una División de Hay House

    1663 Liberty Drive

    Bloomington, IN 47403

    www.balboapress.com

    1 (877) 407-4847

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    El autor de este libro no ofrece consejos de medicina ni prescribe el uso de técnicas como forma de tratamiento para el bienestar físico, emocional, o para aliviar problemas médicas sin el consejo de un médico, directamente o indirectamente. El intento del autor es solamente para ofrecer información de una manera general para ayudarle en la búsqueda de un bienestar emocional y spiritual. En caso de usar esta información en este libro, que es su derecho constitucional, el autor y el publicador no asumen ninguna responsabilidad por sus acciones.

    ISBN: 978-1-5043-4365-7 (tapa blanda)

    ISBN: 978-1-5043-4367-1 (tapa dura)

    ISBN: 978-1-5043-4366-4 (libro electrónico)

    Numero de la Libreria del Congreso: 2015917687

    Las personas que aparecen en las imágenes de archivo proporcionadas por Thinkstock son modelos. Este tipo de imágenes se utilizan únicamente con fines ilustrativos.

    Ciertas imágenes de archivo © Thinkstock.

    Fecha de revisión de Balboa Press: 11/06/2015

    ÍNDICE

    CAPITULO I  (EL PRIMER PLANETA)

    El Fotógrafo

    La Cita

    La Llamada

    En La Carretera

    El Ciego Y El Túnel

    El Primer Planeta

    La Bienvenida

    Mi Habitación

    Un Despertar Extraño

    La Rutina

    El Abuelo

    El Ganso Y La Gansa

    El Gorrión

    El Milagro, La Dicha Y La Tragedia

    La Lección Del Pescador

    Cae El Telón

    El Espionaje

    La Venta Del Alma Al Diablo

    Los Libros

    El Rey Sin Corona

    El Precio Debe Pagarse

    El Judío

    El Camaleón

    Soy Malo

    Nueva Vida, Pero El Mismo Corazón

    Los Sherpas Y El Castigo

    El Prisionero

    La Metamorfosis

    El Reprobado

    Un Mundo Quántico

    Entendiendo Al León

    Inicia El Viaje

    El Nuevo Mundo

    La Cueva

    La Evolución

    La Prueba Del León

    Mi Amigo

    El Atolón

    El Chaman Y El Iniciado

    La Despedida

    CAPITULO II  (EL SEGUNDO PLANETA)

    La Jaula Blanca

    Los Mirones

    El Espacio Del Maestro

    El Duende

    La Razón Y La Sin Razón

    Fin De La Ilusión

    La Organización

    El Mago Y La Manzana

    La Política

    La Economía

    La Religión

    La Ciencia

    La Despedida De Un Planeta Aburrido

    CAPITULO III  (EL TERCER PLANETA)

    El Viaje

    El Planeta Del Águila Y El Gran Corazón

    El Hogar De Cristal

    El Milagro Se Da De Nuevo

    Amor, Eterno E Indestructible

    Entendiendo El Corazón Y El Águila

    El Ilustre Peregrino

    La Entrevista

    Una Despedida Triste

    CAPITULO IV  (EL CUARTO PLANETA)

    De Regreso A La Densidad

    El Planeta Del Búfalo

    El Consejo De Los Ancianos

    El Destino

    La Gran Ciudad

    El Hogar De Nuevo

    Descifrando El Código

    El Sueño

    El Puerto

    La Espera

    Vuelve Y Juega

    El Ilegal

    La Segunda Cita

    La Lluvia

    Mi Anfitriona

    El Niñero

    Autoridad Moral

    Atando Cabos

    Yo Soy

    El Trabajo

    El Agujero Negro

    La Reunión

    La Esquina

    El Cobarde

    El Plan B

    El No Reconocimiento

    Transformando Al Troglodita

    El Último Impulso

    ¡Despierta!

    ¡Adelante!

    La Marcha

    EL CUARTO PLANETA

    Mi nombre es John Dabrowsky y esta historia es algo que nunca existió, sin embargo, siempre ha estado entre ustedes, luego cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Lee atentamente, que en la vida todo está conectado.

    CAPITULO I

    EL PRIMER PLANETA

    EL FOTÓGRAFO

    Llevábamos ya una hora de vuelo en una pequeña avioneta Cessna que planeaba sobre el Mar de Coral, en el norte de Queensland, Australia. Seguíamos una ruta definida desde la ciudad de Gladstone hasta la ciudad de Cairns en el norte de Queensland.

    Despegamos con los primeros rayos de luz en la mañana con la idea de tomar algunas fotografías aéreas de la Gran Barrera de Coral. Bueno, digo la idea, porque realmente ése era el objetivo del viaje, mas no mi misión. Decidí tomar la avioneta porque había tenido un par de semanas bastante agitadas de trabajo en Indonesia y quería romper con la rutina y relajarme en un viaje lento y pausado sobrevolando las prístinas y calmas aguas del mar de coral.

    A bordo estaba el piloto, un típico australiano de pantaloneta, zapatos de banda elástica y actitud descomplicada que mascaba chicle al ritmo en que se movía el aeroplano. En el asiento trasero, iba un fotógrafo de origen Sueco que había sido contratado por una de las compañías petroleras a las cuales yo representaba; era un hombre de aproximadamente de 1.90m de estatura, quien aparentaba más edad de la que realmente tenía, algo desaliñado, pelo largo y rubio en todas las direcciones y una barba de semana y media de no haber sido afeitada que le daba aspecto de suciedad.

    Mientras el fotógrafo disparaba y disparaba fotos sin parar, yo me deleitaba observando por la ventana el majestuoso escenario, salpicado de manchas de coral que parecían colchones irregulares sumergidos bajo las aguas, de color púrpura profundo en medio de un mar celeste que contrastaba en el horizonte con un cielo mañanero completamente limpio y despejado. A la distancia podía distinguir una banda oscura que se movía en el océano de forma sincronizada y a gran velocidad, intrigado al respecto le pregunté al piloto:

    —¿Qué es eso que se mueve en el agua? —a lo cual contestó, con ese acento típico Australiano y haciendo un ligero movimiento de cabeza:

    —Son los atunes de cola larga que migran hacia el norte en esta época del año.

    —Debe haber muy buena pesca en esta zona ¿¡Ah!? —pregunté de forma capciosa.

    —La mejor del mundo —contestó y acto seguido preguntó— ¿A usted le gusta la pesca?

    —No realmente, sólo tenía curiosidad de saber —repuse de forma desinteresada.

    El piloto al escuchar esto respondió con un espontáneo ademán de hombros como queriendo decir ¡tú te lo pierdes!

    A la llegada a Cairns, después de casi cuatro horas de vuelo, descendí de la avioneta y me dirigí rápidamente a tomar un taxi, no llevaba ningún tipo de equipaje y debía cumplir la cita que tenía a las 12:00 PM. Entonces sentí que me llamaban a la distancia.

    —¡Señor!… ¡Señor! —Volteé mi cuerpo completamente, cuando vi que se acercaba corriendo el fotógrafo y me decía con acento trabado—: Perdón señor olvidé presentarme, estaba bastante ocupado disparando fotografías ja, ja, ja —soltó una desmedida carcajada que se encontró con mi seño fruncido y mi mirada de indiferencia.

    Era evidente la falta de estilo de aquel hombre y su incapacidad para encajar coherentemente en un diálogo preliminar; además sentía en su aliento cierto aroma etílico que me hacia tomar cierta distancia de él, sin embargo el fotógrafo sacó del maletín donde guardaba sus cámaras, una tarjeta de presentación algo arrugada y me dijo:

    —Le dejo mi tarjeta, yo soy fotógrafo profesional y he ganado varios concursos de fotografía, uno nunca sabe cuando pueda necesitar a un buen fotógrafo.

    La verdad no habíamos cruzado palabra durante el largo viaje y pensé para mis adentros, por algo la compañía lo contrata, además como parte de la formación que se me había impartido, estaba el no subestimar a nadie pero a la vez mantener una posición de distancia con todo el mundo, por lo tanto con una ligera sonrisa dibujada en mi rostro tomé la tarjeta y le dije:

    —Tenga por seguro amigo que cuando lo necesite lo contactaré —Eché un vistazo rápido a la tarjeta y leí Hans Magnusson fotógrafo profesional, levanté nuevamente mi cabeza y le dije—: Que esté bien. —Di la espalda y sin más explicaciones tomé dirección hacia un taxi.

    LA CITA

    Ahora permítanme describirme, soy de 1.80m de estatura, delgado pero algo fornido, rostro alargado bien proporcionado, nariz recta, cabello marrón que siempre uso corto y de barba marcada pero siempre bien afeitada. Sé que no soy el más bello de los hombres pero siempre impactaba a donde iba, esto no sólo era una cuestión de belleza sino de balance, además mi personalidad irradia cierta autosuficiencia, que sumada a mi sutil arrogancia, me daba un toque interesante y misterioso.

    Vestía siempre a la moda, aunque de forma sobria, trajes de acuerdo para la ocasión; mi esposa se encargaba siempre de alistarme la combinación perfecta para la ocasión adecuada. La verdad el vestir bien no me preocupaba mucho, ella siempre era la encargada del asunto y para esta ocasión me había alistado un pantalón de dril color caqui con camisa azul clara y mocasines cafés; todo simple y sobrio, pero hecho a la medida y de acuerdo al clima caluroso y tropical de Cairns.

    El taxi me dejó justo a tiempo, en un hermoso malecón donde debía reunirme con una activista ambiental. Todo estaba previamente arreglado, mesa reservada, y a mí me esperaba un vaso con ginebra lleno hasta la mitad y una botella de tónica al lado para mezclarlas lentamente; para mi invitada había un vaso con jugo de fresa, glaseado con azúcar en los bordes.

    Me gustaba cuidar los más mínimos detalles, conocía a la perfección a mi cliente aunque jamás nos habíamos sentado a conversar. Casi podía prever sus reacciones y proyectar sus argumentos, ése era mi oficio, estudiar previamente al cliente, para posteriormente medir hasta qué punto avanzar y obtener mi objetivo, poco era lo que me desconcertaba de la naturaleza humana, todo era una mezcla de instinto, razón y emoción, todo era cuestión de ponerlas en su orden y proporciones correctas, y así, de esa manera conducir la voluntad del cliente al punto que nos permitiera avanzar en la línea deseada, de no funcionar esto, siempre estaban las medidas de choque, extremas aunque necesarias en ocasiones.

    A la distancia observé que se acercaba mi objetivo a paso apresurado y con gesto de desdén, era una mujer de unos 1.70m de estatura aproximadamente, de 45 años de edad, de contextura ancha, pero a su vez con facciones bastantes femeninas, llevaba el cabello corto y su mirada reflejaba un carácter recio y directo. Previamente sabía, por mis averiguaciones, que era divorciada y que antes de vincularse a actividades ecológicas, militaba en las filas de organizaciones feministas y en pro de los derechos de la mujer.

    Al acercarse hacia mí respetuosamente me puse de pie y le estreché la mano, presentándome.

    —Hola Helen ¿cómo estás?, yo soy John Dabrowsky.

    Ella con un gesto desobligante y con algo de resignación contestó.

    —Sí, ya sé quién es usted, ¿podríamos salir rápido de este asunto?

    —Claro que sí, pero tome asiento —contesté, y con un rápido pero suave movimiento, retiré la silla para que ella se sentara—. Espero no le moleste que previamente hubiera pedido jugo de fresa para usted, yo sé que le gusta —dije, a lo cual ella, con un gesto de afanosa aprobación movió sus manos como en símbolo protocolario de agradecimiento.

    —Y no me preocupé de pedir nada más porque sé que usted no es persona de largas conversaciones ¿o me equivoco?… —pregunté irónicamente.

    —Bueno, bueno, dejémonos de tanto protocolo y vamos al grano —contestó ella.

    —Usted bien sabe que yo represento a varias compañías petroleras, que tienen interés en adelantar estudios de exploración sobre la plataforma donde se asienta la Gran Barrera de Coral.

    —!Ah! déjeme entender —interrumpió— Usted vino hasta acá para convencerme de que las organizaciones a las cuales yo represento, cedan a su pretensión y acepten los estudios de exploración en la zona, que por derecho propio como Australianos protegemos.

    En tono suave y pausado contesté:

    —No sea tan drástica Helen, lo que quiero decir es que hay buenas oportunidades de hallazgos petroleros de alguna significación en la zona y para nosotros es de vital importancia conocer su opinión, y formarnos una idea de cómo podemos acercarnos a ustedes para encontrar un punto en común que nos permita adelantar algún proyecto.

    —Mire, no trate de maquillarme las cosas, yo sé cuáles son sus intenciones y la respuesta es que daremos la lucha hasta el final para que no se realice ninguna exploración, ni explotación petrolera en esta área.

    —¡Ah!… pero eso quiere decir que en otras sí —contesté velozmente y ella con un gesto de confusión movió su cabeza como queriendo organizar sus ideas y antes que me contestara alguna palabra le repliqué—. Aquí radica la gran diferencia, ustedes representan zonas que establecen conforme a parámetros de biodiversidad, paisajismo, gustos, qué se yo, y nosotros escogemos zonas que representan un factor estratégico para el gobierno de este país, el cual tiene una enorme responsabilidad de asegurar una provisión constante, y a costos competitivos, de energía para que la población subsista y la economía marche.

    —¡Ah! entonces quiere decir, que el gobierno previamente sin habernos consultado y sin la aprobación de las cámaras ya dio su visto bueno.

    —De ninguna manera Helen, ustedes tienen un gobierno que hace las cosas de cara a la opinión, pero téngalo por seguro que su gobierno va a escuchar nuestras sugerencias, luego ustedes quedan bastante mal con esa posición intransigente a priori y arrogante que me está mostrando.

    Ella reaccionó sobresaltada y en tono irónico contestó:

    —¿Qué, acaso quería que le besara los pies?.

    —Eso no suena educado de su parte, además, le prometo que cuando usted vea los beneficios económicos que esto le traerá para ejecutar programas medioambientales no estará pensando de la misma manera.

    —¡Me está sobornando! —exclamó disgustada.

    —Por Dios Helen, me ofenden sus palabras, yo no soborno, yo simplemente ofrezco alternativas.

    —Discúlpeme si lo ofendí, pero su comentario sonó algo inapropiado, por anticipado le digo que nuestra posición es radical en el asunto, no vía libre a ninguna exploración, ni explotación, a lo largo de toda la gran barrera de coral, para que le quede claro.

    —La expresión nuestra posición, que usted emplea, suena a singular, y le recuerdo que éste es un país democrático donde la palabra es plural, nuestra palabra vale y pesa tanto como la de ustedes, no tome una posición radical porque tarde o temprano tendrán que sentarse a negociar un acuerdo.

    —Si ha de ser así, le aseguro que tanto el gobierno, como la sociedad estarán de nuestro lado.

    —Perdóneme Helen, me gustaría saber a qué gobierno se refiere, al de antes, al de ahora o al que vendrá?, además desearía que me aclarara a qué sociedad se refiere, a la de antes, a la de ahora o a la que vendrá?, porque si nos atenemos a la realidad, prácticamente no hay país en este planeta donde no hayamos entrado, y prácticamente, no hay ninguna sociedad en este planeta que no se beneficie de nosotros, por eso es bueno que tenga claro con quien está tratando y tratará en el futuro.

    —Déjeme entender bien, ¿ahora trata de intimidarme?.

    A lo cual con un gesto amable le respondí:

    —Helen, yo sé muy bien quién es usted y sé, que ni es corruptible, ni es intimidable, así que no se sienta insegura de sí misma, sólo le advierto que procuro conocer primero al adversario que enfrento, y creo conocer bien sus puntos débiles. Sepa que muchos han intentado ir en contra de la corriente, como usted pretende hacerlo, pero pocos han podido, ¿por qué?, porque muy pocos tienen la suficiente autoridad moral para frenar un proyecto de esta naturaleza, posiblemente usted la tenga, aunque tengo mis dudas, pero estoy seguro que su grupo estará lleno de fisuras y a eso me dedico yo, a encontrar esas fisuras… el petróleo, al carajo con el petróleo, ése no es mi negocio… mi negocio es darle soluciones a quien pague por ello, por eso entienda, me pagan por encontrar sus debilidades, no por promocionar la construcción de plataformas petroleras, y esto no lo digo para que se sienta intimidada, es simplemente para que aprenda que en este juego las fichas se mueven de esa forma ¿o que pensó usted, que podía estar en el juego sin jugarlo?

    Helen con el rostro pálido y sin palabras, se levantó de la silla, ya sabía en su interior que el asunto era más complicado de lo que parecía, de nada valdría su actitud valerosa, pero más emotiva que racional ante el enemigo que veía surgir de la nada.

    Por mi parte una sonrisa se dibujaba en mi rostro, sabía que había puesto en jaque a la reina, si es que se le podía llamar así.

    Al verla retirarse, la llamé de nuevo y ella lentamente frenó y volteó la mirada hacia mí y con tono irónico y en voz pausada le dije:

    —¿Sabe una cosa Helen?, me gusta más su papel como activista ambiental, ya que en su papel como feminista, hubo más de una denuncia de parte de su ex marido por maltrato, ¡qué ironía! ¿no?, los pájaros tirándole a las escopetas.

    Noté la ira en su rostro, pero a la vez su impotencia, ella ya tenía claro que el adversario no peleaba limpio. Nuestra filosofía era hacer las cosas de forma elegante pero sin ningún tipo de escrúpulos, la verdad era lo último que importaba, nuestro objetivo no era realmente el que la gente creía ver, era mucho más profundo, ya que una cosa muy distinta era la empresa a la cual yo representaba y la empresa en la cual yo trabajaba, sé que suena confuso y de hecho lo es, pero no se preocupen a su debido tiempo sabrán a qué me refiero.

    LA LLAMADA

    Después de la cita, pasé algunas horas más en la ciudad de Cairns haciendo algunas compras de suvenires para mi esposa y mis hijos, tras esto tomé de nuevo un taxi y me dirigí al aeropuerto, donde un jet privado de la Organización esperaba para llevarme a mi hogar en Brisbane.

    Ya eran pasadas las seis de la tarde y desde la ventanilla del avión podía ver el ocaso en el horizonte, un enorme arrebol anaranjado anunciaba que el sol terminaba de ocultarse. Por mi parte, yo estaba bastante cansado, había sido un día largo, así que cómodamente me deslicé en la silla ejecutiva y me dejé dominar por el sueño.

    Horas después sentía que alguien me movía suavemente y me decía:

    —Señor John, ya estamos en Brisbane, el jet está en plataforma.

    Era el asistente de vuelo quien me advertía que el viaje había terminado. Tomé con algo de nerviosismo mis paquetes mientras me acababa de despertar, di las gracias a la tripulación y corrí a tomar mi carro que estaba parqueado en un hangar no lejos de donde el avión se había detenido.

    Me subí en el Mercedes Benz Kompresor, último modelo y tomé la autopista rumbo a casa. Yo vivía en la más exclusiva zona residencial a las afueras de Brisbane, la casa era hermosa y espaciosa, sin lujos excesivos pero con una sobria y elegante decoración hecha por mi esposa, jamás contratábamos diseñadores de interiores o decoradores, mi mujer sabía hacer el trabajo a la perfección; alrededor de la casa teníamos una hermosa piscina meticulosamente mantenida y rodeada de hermosos jardines, también diseñados por ella.

    Sumado el tiempo de vuelo con el tráfico en la ciudad, estaba llegando a mi hogar a eso de las 9:45PM, aún podía ver algunas luces encendidas, sabía que los niños ya dormían, pues las luces de sus habitaciones estaban apagadas, pero seguramente mi esposa me aguardaba con algo de comer.

    Al llegar, estacioné el carro en uno de los espaciosos garajes, tomé los paquetes y me dirigí a la puerta y antes de tomar la llave para abrirla, mi esposa Lynda, se adelantó.

    Estaba bien vestida, sobria como siempre, pero impecablemente maquillada. Me saludó con un pausado beso en la boca y me preguntó:

    —¿Tuviste un día ocupado?.

    A lo cual repuse— No tanto, simplemente fue un largo día.

    —Mi amor, te tengo la cena lista sobre la mesa, ¿me imagino que no has comido?, no dejes que se te enfrié.

    —Sí, vengo muerto de hambre.

    Me lavé las manos y me senté a degustar una deliciosa cena, siempre bien preparada y balanceada. Mientras comía ella indagaba curiosamente en los paquetes de suvenires que les había traído desde Cairns. En la bolsa se encontraban algunos sombreros típicos australianos, artesanías aborígenes como boomerangs y varias tarjetas postales con fotos del norte de Queensland.

    Lynda como siempre con precisión y gran sentido de las cosas, distribuía cada uno de los objetos para la persona indicada.

    —Este sombrero es para Jhonny y este otro para Natacha, este otro supongo que es el mío —colocándoselo sobre la cabeza—. Los boomerangs para Jhonny y podemos dejar las postales para Natacha, a ella le gustan las fotos… todo es muy bello mi amor. —Y acercándose me dio un beso en la mejilla.

    —Bueno ¿y qué noticias nuevas me tienes? —pregunté a Lynda con curiosidad, sabía que había tenido un mes bastante agitado, lo cual me mantuvo ausente del hogar por varias semanas.

    —Los niños bien, no hay novedad en el colegio, Jhonny por fin levantó las malas notas de matemáticas y Natacha como siempre muy aplicada. —Y poniéndose las manos alrededor de la quijada con un gesto de preocupación repuso—. Sin embargo hay algo que quiero comentarte.

    Dejé de comer, abrí expresivamente los ojos mirándola y le pregunte:

    —¿Qué es?, coméntame.

    —No te preocupes mi amor, no es nada grave, es solo que el entrenador del caballo de Jhonny me dice que el animal definitivamente no va a servir más, pues cuando no está enfermo, esta encabritado y el niño no lo puede montar, creo que ese caballo es un peligro.

    Con una amplia sonrisa en mi rostro contesté:

    —No te preocupes mi amor, véndelo y compra otro.

    —¡Y quién va querer comprar semejante animal! —repuso Lynda algo sobresaltada.

    —Es muy fácil, verás, simplemente convirtámoslo en alimento para mascotas.

    —¿Y eso se puede? —preguntó Lynda con una mirada espantada.

    —Claro que sí, siempre hay alternativas para todo, no te preocupes yo me encargo del asunto y le decimos a los niños que el caballo se fue de vuelta a la granja de donde vino.

    —Suena bien mi amor, pero tú tendrías que encargarte del asunto, a mí se me parte el corazón haciendo una cosa de esas.

    —No te preocupes, más bien mañana sábado podíamos ir a buscar un caballo nuevo en algún criadero, ¿qué te parece?

    —¡Genial! —contestó—. Será una gran sorpresa para los niños.

    Acto seguido tomó los platos y se dispuso a lavarlos mientras yo permanecía sentado en la mesa mirándola.

    Lynda era una mujer de una belleza clásica y sobria, rostro pálido y blanco con cabello oscuro, nariz fina, contextura delgada, 1.60m de estatura y movimientos delicados y estudiados. Nos habíamos casado hacia 9 años después de tan sólo 6 meses de noviazgo. Natacha de 8 años, nuestra hija mayor, había nacido en Colombia donde fui transferido por cuestiones de trabajo; un par de años después fui transferido de nuevo, esta vez a Australia donde nacería Jhonny, de 5 años, nuestro hijo menor.

    Mi relación con Lynda siempre fue cordial y cariñosa, nos respetábamos mutuamente, aunque en medio, no sé, de una especie de acuerdo tácito y explícito, donde cada uno debía jugar a la perfección un rol previamente establecido. Sentía que la quería y sabia que ella me quería a mí, ese sentimiento no era un engaño, pero la relación siempre careció de verdadera espontaneidad, éramos como actores de teatro bien entrenados jugando el papel de nuestras vidas.

    Yo era poco sociable, la verdad tenía suficiente lidiando día a día con los clientes, además, no sentía ningún tipo de atracción por la falsedad de la sociedad. Por el contrario, Lynda era más sociable, sin embargo siempre supo manejar mi papel en ese sentido y hacia que encajara a la perfección haciendo que yo no desentonara en el competitivo ambiente de alta sociedad en el que nos movíamos… en resumidas cuentas, éramos un binomio en plena armonía, pero jugando en un escenario artificial, en medio del cual, e irónicamente, yo era el más débil, lo que me llevó a tener ciertas válvulas de escape que me permitieran seguir interpretándome a mí mismo. Una de esas válvulas eran las mujeres, jamás pude controlar mi pasión por ellas y ahora desde el ángulo en que lo veo me doy cuenta que en el fondo nunca fue sexo, ya que después de 9 años de matrimonio aún sentía deseo por Lynda, aún nos atraíamos con fuerza, tampoco era el deseo de aventura, tenía suficiente adrenalina con mi trabajo… era definitivamente el deseo de armar el rompecabezas de mi vida, las mujeres me brindaban la naturalidad de la cual carecía mi relación con Lynda, a través de ellas, algunos de mis sentimientos más profundos afloraban; ellas ayudaban a unir, por momentos, la verdadera esencia de mi ser, el que un día destruí para convertirme en actor de teatro de mi propia vida.

    Mi instinto me indicaba que mi esposa siempre había sospechado de mis andanzas, sin embargo mantuvo su papel de mujer digna y nunca dudó que en esencia ella era la número uno para mí, era mi polo a tierra y mi estabilidad ante la falsedad del mundo, el resto siempre sería para mí escapes temporales sin mayor importancia. Yo sabía exactamente cómo controlar a mis amantes, simplemente, todo debía encajar dentro de una disciplina estricta y una logística bien organizada; primero, jamás, ninguna mujer debía estar cerca de mi hogar, todas sin excepción alguna, hacían parte de mis itinerarios de viaje en los múltiples lugares alejados que visitaba por cuestiones de trabajo y segundo no más de dos encuentros, máximo tres. Todo era cuestión de romper con la rutina, e inclusive de entrenamiento psicológico, para probarme a mí mismo y como experiencia para mejorar las técnicas de abordaje al sexo femenino en el trabajo.

    Sin embargo, al respecto había algo que me intranquilizaba, hace algunos meses había conocido una modelo en Sidney y la cuestión ya había pasado de un tercer encuentro, yo no sentía absolutamente nada por ella, pero notaba que cada vez se ponía más intensa, se las había arreglado para encontrar mi número celular, lo cual era bastante extraño, ya que como estrategia de trabajo solía no tener por más de un par de meses un mismo celular, pero ella parecía poseer la forma y el acceso a información sobre mis nuevos números, para estarme fastidiando con mensajes o marcarme inesperadamente. Ésta era una cuestión que debía cortar pronto, simplemente sospechaba que había algo turbio detrás de esto.

    De repente sentí que me llamaban y me sacaban de mis pensamientos.

    —¡Mi amor, mi amor! —Era Lynda, quien había acabado de lavar los platos—. ¿Te sucede algo?, noto un gesto de preocupación en tu cara.

    —No… no, nada mi amor, sólo estaba distraído recordando un negocio pendiente.

    Lynda caminó hacia mí y amorosamente se sentó en mis piernas; delicadamente acarició mi rostro y dijo:

    —Señor, ¿será que usted desea tener una velada romántica esta noche con una mujer solitaria?

    Solté una sonrisa espontánea y le contesté:

    —Sólo con una condición, que usted señora, acepte el presente que le tengo.

    Ella, algo sorprendida me miró fijamente y vio como del bolsillo de mi camisa sacaba una pequeña cajita y ante sus ojos le mostraba un ópalo azul en bruto que le había comprado en Cairns. Lynda sobresaltada y con un enorme suspiro me dijo:

    —John es hermoso, te debió costar una fortuna!.

    —No fue nada mi amor, el precio es lo de menos —contesté—. Tienes que llamar la próxima semana a tu joyero para que te lo monte en un pendiente de la forma que más te guste.

    Me besó apasionadamente como si hubiera sido el primer beso, sin embargo de repente un estrepitoso ruido salió de mi teléfono celular. Sobresaltado salte del susto y se me heló la sangre al pensar que era aquella modelo de Sidney buscándome a altas horas de la noche; rápidamente tomé el celular y vi que se trataba de George un colega de la Organización, con lo cual pude respirar de nuevo profundamente.

    Con un gesto de incomodidad, pero de tranquilidad le dije a Lynda:

    —Es George querida, seguramente algo sucedió, nunca llama a altas horas de la noche si no es algo verdaderamente importante, dame un segundo y contesto.

    Y sin mediar palabra, ni gesto de desagrado alguno Lynda se levantó de mis piernas y me dijo:

    —No te preocupes mi amor, atiende la llamada.

    Con algo de prisa y curiosidad tome el teléfono y contesté.

    —Hola George ¿cómo estás?, ¿sucede algo?

    —Hola John, siento incomodarte, no sucede nada grave pero mucho me temo que vas a tener que hacer un trabajo extra esta noche.

    —¿¡Esta noche!? —sobresaltado contesté.

    —Sí amigo mío… el señor Freeman desea que te reúnas con alguien.

    —Y ¿quién es ese alguien?

    —Es un aborigen.

    —¿Qué?… ¿Un aborigen, ahora?

    —Sí John, es importante.

    —Discúlpame George —interrumpí— ¿podrías llamarme al teléfono fijo en mi oficina?

    —Claro que sí, ya te marco.

    Colgué el celular y mirando a Lynda con un gesto de aburrimiento le dije:

    —Mi amor, creo que nos dañaron la velada romántica de esta noche.

    Ella tranquilamente contestó—: No importa John cumple con tu deber.

    En ese momento sentí cómo sonaba el teléfono en mi oficina y sin detenerme fui caminando a paso apresurado directo a ella, tomé asiento en el escritorio que daba la espalda a la piscina tras un enorme ventanal; por el afán de contestar, no encendí las luces de la habitación, la cual sin embargo se iluminaba con el reflejo del agua y las luces que la piscina emitía, dando un aspecto surrealista al lugar.

    Al contestar dije:

    —Discúlpame George por la tardanza.

    —No hay problema John… te comentaba, el aborigen es el más anciano y escuchado en las comunidades en Western Australia, donde la empresa minera quiere adelantar labores de exploración… sé que estás cansado, conozco cómo es tu ritmo de trabajo, pero es necesario que la reunión se dé esta misma noche… uno de nuestros infiltrados aborígenes en dicha comunidad logró que el anciano se desplazara a un lugar cerca de Brisbane… tú sabes cómo es esta gente de extraña, prefieren reunirse en lugares apartados.

    —¿Eso quiere decir que me toca conducir fuera de la ciudad?.

    —Exactamente… pero no te preocupes, tómalo como una aventura más.

    —Pero George, ni siquiera tengo un perfil del sujeto para estudiarlo, envíame algo.

    —Nosotros tampoco tenemos nada mas allá de lo que te comento, es más, te agradeceríamos que después de la reunión nos suministraras algunos datos del hombre para abrirle perfil dentro de la organización… ya te lo dije John, no es nada de mayor importancia, pero el señor Freeman quiere que se inicien los procedimientos con esta gente lo antes posible. Tómalo deportivamente, simplemente tenle paciencia, escúchale sus tonterías sobre el Dream Time y todas esas cosas, seguramente querrá hacerte sentir mal sobre el Stolen Generation… qué sé yo… sólo escúchalo y trata de deducir cuáles son sus intenciones sobre el proyecto que está en marcha.

    —Entiendo George… ¿cuáles son las coordenadas del sitio de reunión?.

    —El lugar queda aproximadamente a hora y media directo al oeste de dónde vives, carga tu navegador en la frecuencia de siempre y vas a encontrar la ruta exacta para llegar al lugar.

    —Sólo por curiosidad, ¿es necesario que cargue algo de equipo de supervivencia?.

    —En absoluto, la zona ya la tenemos asegurada, no te preocupes… cuando termines la reunión, desplázate media hora hasta el poblado más cercano y pasa la noche en el Motel Golden Chain, ya tienes reservada y pagada la habitación 44⁄44. Mañana puedes regresar temprano y acabar con los planes que te interrumpí.

    —¡Ah!, agradezco tu comprensión George.

    —Dos cosas más John… primero, el señor Freeman te manda felicitar por los resultados obtenidos en Indonesia y segundo, te manda decir que te tomes libre toda la próxima semana, además, dice que si necesitas más tiempo lo tomes sin ningún problema, él es consciente del ritmo de trabajo que te ha tocado últimamente.

    —Está bien, mándale un saludo de mi parte y dile que le agradezco mucho su comprensión… además coméntale que el tema de la gran Barrera de Coral ya empieza a tomar forma, encontré fisuras por donde penetrar.

    —Perfecto John, le trasmitiré tu mensaje al señor Freeman… personalmente yo también te felicito, no en vano eres nuestro hombre de confianza. Te mando un abrazo y hasta luego —y rápidamente volvió a replicar—. Disculpa John, no cuelgues, olvidé decirte algo, lleva una buena chaqueta está haciendo algo de frío en la zona.

    —No hay problema George, siempre tan oportunas tus sugerencias, ¿algo más?…

    —No, no, no, es todo, ¿tú tienes alguna otra pregunta o necesitas de algo más?

    En ese momento recordé algo—. Sí George, ahora que lo dices, necesito un favor.

    —Sólo dime, ¿qué es?

    —Voy a precisar que alguien de la organización recoja el caballo de mi hijo y lo convierta en comida para mascotas.

    —¿Y eso por qué?, ¿El burro no dio la talla? —preguntó burlonamente George.

    —Exactamente.

    —Ja, ja, ja —se oyeron carcajadas al otro lado de la línea.

    —George, te pido discreción en este asunto, no quiero que los niños se den cuenta.

    —No te preocupes amigo mío… dalo por hecho, tú sabes que somos profesionales en todo… hasta luego John.

    Al colgar el teléfono, me dirigí hacia uno de los costados de la oficina y sin mayor vacilación y sin ni siquiera encender la luz, tomé una pequeña maleta que estaba junto a otras tantas. Mi mujer me mantenía organizados diferentes equipajes, con diferentes contenidos según la necesidad y la ocasión de las misiones que tenía que realizar. Ella conocía perfectamente qué se necesitaba y qué no, yo no tenía nada de qué preocuparme, sabía que todo estaba en orden, sin embargo, cuando abandonaba la oficina sentí una extraña sensación, en la mente me rondaba la idea que algo me hacía falta, no sabía qué era y casi de forma mecánica di media vuelta, me dirigí de nuevo al escritorio, abrí uno de los cajones y tomé un estuche donde guardaba una navaja del ejército suizo que hacía muchos años mi padre me había regalado. No era una simple navaja, era una versión en cacho de venado, con los cinco servicios básicos y en su estuche había una brújula, un pequeño termómetro y un esfero.

    Ahora estaba intranquilo, pocas veces dudaba de mí mismo al salir a una misión, no entendía los extraños presentimientos que rondaban en mi cabeza, además sabía que con una navaja poco podría defenderme, también tenía claro que se nos tenía prohibido a los ejecutivos de alta confianza de la Organización usar armas, no era bien visto, por otro lado, yo mismo no gustaba de las armas y siempre tenía plena confianza en los equipos que apoyaban nuestras misiones, luego debía suponer que esto era pura sugestión mía, sin embargo, y para mi tranquilidad, ajusté al cinturón del pantalón el estuche con la navaja.

    Al salir vi a Lynda aún sentada en el comedor, esperándome con un gesto de resignación.

    —Tengo que salir —le dije—, ya sabes cómo son esas cosas.

    —No importa, yo entiendo, ¿cuándo regresas?

    —¡No! mañana mismo en la mañana —repliqué—. No te preocupes, no se aplaza el plan con los niños y nuestro negocio lo terminamos mañana en la noche… ¿me oíste?…

    —No hay problema mi amor, tendré todo preparado para mañana.

    Me dio un efusivo beso en la boca, di media vuelta y cuando ya estaba a punto de cruzar la puerta, volvió a llamarme.

    —¡John! se me olvidó decirte, la niña me preguntó si podrías llevarla a pescar algún día.

    —¿Que, qué? —pregunté extrañado— por Dios Lynda! tú sabes que no me gustan esas cosas, trata de convencerla para hacer otra actividad, qué sé yo, un concurso de modelaje infantil, armar la casa de la Barbie, cualquier cosa, pero tú sabes que yo no voy a perder tiempo en ese tipo de actividades, no me gusta el olor del pescado.

    —Te entiendo mejor que nadie, tú lo sabes, no te preocupes esta vez yo me encargo del asunto —contestó Lynda comprensivamente.

    EN LA CARRETERA

    Tomé el carro que normalmente usaba Lynda, una camioneta Discovery 4x4, la ocasión lo ameritaba ya que según las coordenadas dadas por George había un tramo de carretera sin pavimentar, justo para llegar al lugar del encuentro, así que lo dejé full de gasolina y me hice a la carretera en aquella fría y oscura noche de cielo despejado y sin luna a la vista.

    Al avanzar por la vía, veía cómo pasaban las rayas blancas divisorias de forma monótona y constante, esto me indujo a sumirme profundamente en pensamientos sobre mi trabajo, por eso permítanme comentarles algo sobre ello:

    Yo soy agente en una compañía, si así puede llamársele, sin nombre ni razón social a la cual llamamos LA ORGANIZACIÓN; ésta cumple las funciones de facilitación para que grandes, medianas y pequeñas compañías, contraten nuestros servicios como agentes para realizar tareas específicas, encaminadas a cumplir con un fin puntual.

    Por lo tanto, en realidad, sólo pertenecemos virtualmente a La Organización, ya que de ella no dependen directamente nuestros sueldos y honorarios, estos son pagados por las compañías que nos contratan a las cuales llamamos CLIENTES.

    Cada cliente, nos encomienda una misión específica y a ésta la llamamos OBJETIVO; en mi caso particular, mi objetivo son personas de las cuales debo elaborar un perfecto perfil psicológico y averiguar detalladamente sus vidas y pormenores legales y delictivos. Con esta información en la mano, el paso siguiente es proceder a presionarlos a través de la disuasión y el chantaje para que faciliten cualquier tipo de proyecto al cual se oponen de alguna manera. No suelo utilizar nunca técnicas violentas, esa no es mi jurisdicción, cuando todo falla, la Organización cuenta con otro tipo de agentes entrenados para tal propósito.

    También de la Organización, puedo decirles, que ésta no tiene una cabeza única, ni definida, es más, su conformación básica no nos es del todo clara a los agentes y no se nos permite entenderla en su totalidad; hay miembros esparcidos por todo el mundo, principalmente pertenecen a familias adineradas, con una fuerte tradición, como es el caso de la familia del señor Freeman; suelen manejar un perfil bajo y generalmente se mueven en los diferentes círculos de poder a través de agentes, no directamente.

    Sobre los agentes puedo decirles que hay de tres tipos: los logísticos, encargados de toda la parte funcional como George Le Guillou, a quien no conozco sino vía telefónica, poco sé de su procedencia y su origen, dicen que es francés, pero no sé ni dónde vive, ni desde dónde opera, sólo sé que es mi contacto de confianza y en él debo tener una fe ciega para que todo salga según lo planeado. Los logísticos normalmente llevan una doble vida, se desempeñan en cargos corrientes en cualquier empresa, pero son responsables de canalizar y mover los recursos de la Organización según sea la necesidad; este tipo de cargo, es de gran responsabilidad, ya que por un lado, de éste depende la correcta preparación de las misiones y por otro lado, son agentes que están en permanente contacto con las cabezas, en otras palabras, deben ser hombres de entera confianza para la fuente.

    El segundo tipo de agentes, son los llamados conectores. Estos personajes, son principalmente, personas de la vida social y que se saben mover entre la alta, media y baja sociedad; se conectan a todo nivel, aunque no se suelen mezclar los individuos por clases sociales; en otras palabras, hay quienes se mueven en el alto mundo y quienes se mueven en el bajo mundo. Los conectores, tienen como función principal intrigar, generar desconfianza y suspicacia, y recomendar el servicio de agentes operativos; normalmente, son dueños de empresas fachada, hacia las cuales se desvían, de forma estratégica y disimulada, gran cantidad de recursos de la Organización para satisfacer cualquier necesidad que facilite el movimiento de estos personajes dentro de la sociedad.

    Y el tercer nivel, es el de los agentes operativos, al cual yo pertenezco. En este nivel, se deben ejecutar las directrices dadas por las diferentes compañías y empresas que nos contratan como consultores, investigadores, sicarios, matones etc., etc., etc. Nuestros clientes, las compañías y empresas, generalmente no saben, que detrás de cada uno de sus propósitos, hay un gran plan dirigido y direccionado por las cabezas de la Organización.

    La idea de la Organización, es mantener siempre un flujo de capital hacia las empresas o clientes, de tal manera que se vea que todos los planes sugeridos son realmente exitosos, esto se logra generando, de alguna manera, desigualdad y desunión; también producir caos, de una forma muy sutil, es abrumadoramente eficaz para lograr la polarización del poder y de los capitales.

    El dinero como tal, no importa para la Organización, sólo una mínima parte de los capitales movidos son desviados hacia ella, con el fin de atender los planes logísticos y de funcionamiento; para ellos, tampoco importan la ideología política, económica, razón social, raza o religión, nos movemos a todo nivel sin importar el objetivo final de nuestros clientes; estamos presentes, tanto con gobiernos de izquierda como de derecha, con sectores capitalistas como socialistas, con la mafia como con organizaciones filantrópicas; nos movemos tanto con blancos, amarillos, negros, mulatos, mestizos etc., etc., etc.; también influimos en el pensamiento religioso, a todo nivel, desde la Meca hasta el Vaticano, hasta iglesias pequeñas o miembros de sectas Satánicas; somos como pulpos, con nuestros tentáculos puestos en varios objetivos a la vez, pero apuntando hacia un sólo fin, crear un nuevo orden mundial, el cual debe surgir del caos generado por la lucha de supervivencia del más apto o del más fuerte.

    Como agente, yo me muevo principalmente ejerciendo servicios de consultoría para compañías petroleras y mineras. Mis clientes, tienen profunda confianza en mi capacidad para mover fichas claves y sacar otras del tablero de juego; mi función es ir a la cabeza de los proyectos de exploración y encontrar las trabas y las fisuras que pudieran impedir poner cualquier proyecto en marcha.

    Por ejemplo, me tenía bastante preocupado el motivo de esta reunión a la cual me dirigía, siempre me intranquilizaba esta clase de encuentros con miembros de grupos tribales, tanto aborígenes, indígenas, naciones remanentes y en fin, toda clase de sujetos pertenecientes a culturas pasadas y ancestrales, me parecían personas insondables y difíciles de definir, eran simplemente una piedra en el zapato que podían convertir tu caminata en todo un martirio; además, me intranquilizaba la visión que tenía la Organización sobre ellos, ya que se creía que los teníamos controlados con el alcohol y el aislamiento, lo cual si bien era cierto de alguna manera, no dejaba de ser una escena muy bien montada y manejada, pero detrás de ésta, seguía latente el germen ancestral que los mantenía vivos como cultura.

    Particularmente me inquietaba, de algunos de estos personajes, aquello de lo que carecían la mayoría de mis objetivos, lo que llamamos autoridad moral; dicho aspecto, hasta cierto punto, los convertía en seres por encima del bien y del mal, su visión y convicción de las cosas, generalmente, no dejaba espacio para el chantaje y la sugestión, la presión no ejercía efecto, no había argumentos válidos para ellos, su arraigo y pertenencia a la tierra era verdadero, el fin era tan difícil como pretender separar el café de la leche una vez mezclado; por eso, históricamente, la salida con estos grupos siempre había sido la misma, por la fuerza, enfermándolos, alcoholizándolos, masacrándolos, torturándolos y hasta haciendo experimentos de crianza controlada como fue el caso de la Stolen Generation en Australia, para absorberlos genéticamente.

    A diferencia de mis demás objetivos, como lo había sido esta mañana Helen, los aborígenes eran para mí un motivo de desvelo, los blancos al fin de cuentas y a pesar de sus pretensiones conservacionistas, vivían montados en la parodia de la dualidad; por ejemplo, pagaban importantes sumas de dinero por tener el privilegio y placer de ver a las ballenas y sentirse parte de ese gran ecosistema, pero en la noche asistían a lujosos cócteles y meriendas donde, fácilmente, se les podía hacer pasar un pedazo de carne de ballena como el más exquisito bistec de ganado Waygu.

    La misma Helen, que tanto defendía el no permitir exploraciones petroleras en la Gran Barrera, parqueaba frente a su residencia en Canberra, una lujosa camioneta Chrysler de 8 cilindros igualmente movida con el pestilente petróleo sacado de algún otro lugar del planeta. También, sabía que ella jamás renunciaría a la calefacción de su hogar o al sistema integral de aire acondicionado, movido por la electricidad generada por el carbón extraído de los socavones de las entrañas de la tierra.

    Con el hombre blanco todo es cuestión de confort y comodidad, muy pocos realmente, en su fuero interno tienen una intención sincera de renuncia a las comodidades generadas por el petróleo y salvo casos excepcionales de algunos fanáticos de energías limpias, la gran mayoría de mis objetivos eran sujetos fácilmente facturables, siempre había una fisura por donde entrarles, siempre había un hecho que los volvía vulnerables y doblegaba su autoridad moral.

    Pero la gente tribal era otro caso, y si bien algunos de ellos se vendían fácilmente, las bases prácticamente eran incorruptibles, desde los Inuit de Canadá a los Seminola en la Florida, a los indígenas de la Amazonía, y desde los aborígenes de Australia, a los U´was de Colombia, pasando por los Ikab de Tailandia, los Ainos de Japón, los Samis de la región de Laponia en Europa, los Maoris de Nueva Zelanda, a los Huli de las tierras altas de nueva Guinea, tenían un denominador común y ése era su autoridad moral, producto de un verdadero vínculo con la madre tierra. El resto de mis objetivos se podía comparar con estúpidos críticos de arte hablando y opinando de una obra, entre tanto estos hombres salidos de las entrañas de una tribu eran los artistas en sí mismos y su obra una prolongación indivisible de su amor por la naturaleza, por eso, no había dinero, sugestión, chantaje o amenaza que los hiciera separarse de su esencia, eran lo que eran y amaban lo que amaban, el confort y las comodidades de la vida moderna, simplemente eran opciones que se tomaban o se desechaban, por eso mi trabajo con ellos era generalmente frustrante y estéril, ya que finalmente eran otros agentes los que tenían que resolver el problema.

    EL CIEGO Y EL TÚNEL

    Al

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