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Habilidades de comunicación: Cómo Hablar con Cualquiera y mejorar la confianza, la persuasión, la influencia y las habilidades sociales
Habilidades de comunicación: Cómo Hablar con Cualquiera y mejorar la confianza, la persuasión, la influencia y las habilidades sociales
Habilidades de comunicación: Cómo Hablar con Cualquiera y mejorar la confianza, la persuasión, la influencia y las habilidades sociales
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Habilidades de comunicación: Cómo Hablar con Cualquiera y mejorar la confianza, la persuasión, la influencia y las habilidades sociales

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Lo que diferencia a los seres humanos de otros animales inferiores es su capacidad de comunicarse mediante el lenguaje y de formar amistades. A través de la comunicación, las personas interactúan para satisfacer diferentes necesidades. Lo que permite a un ser humano comunicarse e interactuar con los demás son las habilidades sociales.

 

Ser socialmente competente contribuye a nuestra calidad de vida, ya que nos ayuda a sentirnos bien y a conseguir lo que queremos. Las habilidades sociales son un conjunto de comportamientos que aumentan nuestras posibilidades de tener relaciones interpersonales satisfactorias y de conseguir que los demás no se interpongan en nuestros objetivos. Las relaciones con otras personas son nuestra mayor fuente de bienestar; pero también pueden convertirse en la mayor causa de estrés y malestar, ¡sobre todo cuando tenemos déficits!

 

La empatía es la capacidad de ver la situación, o el mundo, a través de los ojos de otra persona. Esto significa que entiendes exactamente lo que el individuo está sintiendo y ves por qué alguien ha actuado de una manera particular porque ves el significado en ello. Una vez que lo hagas, podrás comunicar tus ideas a los demás de forma que tengan sentido para ellos, y empezarás a entender a los demás cuando te hablen. Así que la empatía es una de las bases de la comunicación y la interacción social.

 

No espere más para descubrir estos emocionantes conceptos, ¡obtenga su copia hoy mismo!

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 feb 2021
ISBN9798201513764
Habilidades de comunicación: Cómo Hablar con Cualquiera y mejorar la confianza, la persuasión, la influencia y las habilidades sociales

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    Habilidades de comunicación - Santiago González

    Habilidades sociales

    Las habilidades sociales (en adelante, HH SS) son una serie de comportamientos -y también de pensamientos y emociones- que aumentan nuestras posibilidades de mantener relaciones interpersonales satisfactorias y de conseguir que los demás no nos impidan alcanzar nuestros objetivos.

    También podemos definirlas como la capacidad de interactuar con otras personas de manera que obtengamos un máximo de beneficios y un mínimo de consecuencias negativas, tanto a corto como a largo plazo. Las HH SS son primordiales en nuestra vida desde entonces:

    Las relaciones con otras personas son nuestra principal fuente de bienestar; pero también pueden convertirse en la mayor causa de estrés y malestar, especialmente cuando tenemos déficits de HH SS.

    Mantener relaciones interpersonales satisfactorias facilita la autoestima. La falta de HH SS nos lleva a sentir con frecuencia emociones negativas, como la frustración o la ira, y a sentirnos rechazados, infravalorados o desatendidos por los demás. Las personas con pocas HH SS son más propensas a sufrir trastornos psicológicos como la ansiedad o la depresión, así como ciertas enfermedades psicosomáticas.

    Ser socialmente hábil contribuye a aumentar nuestra calidad de vida, en la medida en que nos ayuda a sentirnos bien y a conseguir lo que queremos. Las relaciones interpersonales satisfactorias son nuestra principal fuente de bienestar. Las HH SS incluyen componentes tan diversos como la comunicación verbal y no verbal; la realización o el rechazo de peticiones; la resolución de conflictos interpersonales, o la respuesta positiva a las críticas. Además, las habilidades requeridas varían según las situaciones en las que nos encontremos, las personas con las que interactuemos o los objetivos que pretendamos alcanzar en cada interacción.

    La psicología conductual ha abordado el estudio de las HH SS considerando tres dimensiones: 1) el comportamiento motor observable externamente; 2) el fisiológico-emocional y, 3) los aspectos cognitivos, es decir, las creencias, pensamientos e imágenes mentales.

    Los comportamientos observables - miradas, expresiones faciales, gestos, forma y contenido de la comunicación verbal, etc. - son los componentes más obvios del SS y también los que más se han investigado.

    Los componentes fisiológicos de los HH SS son los cambios fisioquímicos relacionados con ellos; por ejemplo, la hiperactivación del sistema nervioso simpático que se produce cuando experimentamos ansiedad.

    En los últimos años se está dando cada vez más importancia a los componentes cognitivos de los HH SS; reconociendo progresivamente el papel determinante de nuestros pensamientos (de nuestra forma de percibir y evaluar la realidad).

    Asertividad La asertividad es un componente primordial de los SS. Podemos definirla como una actitud de autoafirmación y defensa de nuestros derechos personales, que incluye la expresión de nuestros sentimientos, preferencias, necesidades y opiniones, de forma adecuada; respetando, al mismo tiempo, los de los demás.

    El objetivo de la asertividad no es conseguir lo que uno quiere a cualquier precio ni, mucho menos, controlar o manipular a los demás. Lo que pretende es ayudarnos a ser nosotros mismos, a desarrollar nuestra autoestima y a mejorar la comunicación interpersonal, haciéndola más directa y honesta.

    Galassi considera que la asertividad incluye tres áreas principales:

    La autoafirmación, que consiste en defender nuestros derechos legítimos, hacer peticiones y expresar opiniones personales.

    La expresión de sentimientos positivos, como hacer o recibir elogios y expresar placer o afecto.

    La expresión de sentimientos negativos, que incluye expresar el desacuerdo o la antipatía, de forma adecuada, cuando está justificado hacerlo.

    Características de las personas asertivas La persona asertiva presenta una serie de pensamientos, emociones y comportamientos típicos que podemos resumir así:

    Se conoce a sí mismo y suele ser consciente de lo que siente y de lo que quiere en cada momento.

    Se acepta incondicionalmente, sin que dependa de sus logros o de la aceptación de los demás. Por ello, cuando gana o pierde, cuando obtiene el éxito o cuando no logra sus objetivos, siempre conserva su propio respeto y dignidad.

    Sabe comprender y gestionar adecuadamente sus sentimientos y los del resto. Por ello, no experimenta más ansiedad de la debida en sus relaciones interpersonales y es capaz de afrontar con serenidad los conflictos, los fracasos o los éxitos.

    No exige las cosas que quiere, pero no se engaña pensando que no le importan.

    Acepta sus limitaciones de cualquier tipo pero, al mismo tiempo, lucha con todas sus fuerzas para hacer realidad sus posibilidades.

    Se mantiene fiel a sí mismo en cualquier circunstancia y se siente responsable de su vida y sus emociones. Por ello, mantiene una actitud activa, esforzándose por alcanzar sus objetivos.

    Como tiende a conocerse y aceptarse a sí mismo y a expresar lo que piensa, quiere y siente, suele dar una imagen de persona congruente y auténtica. Se respeta y valora a sí mismo y a los demás. Así, es capaz de expresar y defender sus derechos, respetando los de los demás.

    Puede comunicarse con personas de todos los niveles: amigos, familiares y desconocidos, y esta comunicación suele ser abierta, directa, franca y adecuada. Elige, si es posible, a las personas que le rodean y, con amabilidad pero firmeza, determina quiénes son sus amigos y quiénes no. Suele expresar adecuadamente sus opiniones, deseos y sentimientos en lugar de esperar a que los demás los adivinen.

    La persona asertiva tiende a mantener actitudes positivas hacia sí misma y hacia los demás.

    Consecuencias positivas de la asertividad y su importancia La asertividad tiene consecuencias muy positivas, entre las que destacan las siguientes:

    - Facilita la comunicación y minimiza la posibilidad de que los demás malinterpreten nuestros mensajes.

    - Ayuda a mantener relaciones más satisfactorias.

    - Aumenta las posibilidades de conseguir lo que queremos.

    - Aumenta la satisfacción y reduce las molestias y los conflictos derivados de la convivencia.

    - Mejora la autoestima.

    - Favorece las emociones positivas, en uno mismo y en los demás.

    Quienes se relacionan con la persona asertiva obtienen una comunicación clara y no manipuladora, se sienten respetados y perciben que el otro se siente bien con ellos. La asertividad es un tema de creciente interés en diversos ámbitos; por ejemplo, en la psicoterapia, la educación o las relaciones laborales.

    El interés que despierta es lógico ya que poder expresar nuestros deseos y opiniones, defender nuestros derechos y tomar las riendas de nuestra propia vida son cuestiones muy deseables para cualquier persona. Además, la asertividad es un componente importante de lo que entendemos por salud mental, ya que las personas poco asertivas experimentan sentimientos de aislamiento, baja autoestima, depresión, miedo y ansiedad en las situaciones interpersonales. También suelen sentirse rechazados o utilizados por los demás y suelen tener problemas psicosomáticos, como dolores de cabeza o trastornos digestivos.

    Por otro lado, diversas investigaciones muestran que quienes han participado activamente en programas de entrenamiento en asertividad tienden a experimentar

    1. Un aumento de los sentimientos de autoestima y autoeficacia; 2. Actitudes más positivas hacia los que les rodean; 3. Menos ansiedad en situaciones sociales; 4. Mayor capacidad para comunicarse e interactuar eficazmente con los demás y, mejora de su estado general de salud, o al menos de su percepción del mismo. Para entender mejor lo que es la asertividad, comparémosla con dos formas -opuestas entre sí- de comportamiento no asertivo, que son la inhibición y la agresividad.

    La no asertividad: Inhibición y agresividad Comportamientos de inhibición La inhibición es una forma de comportamiento no asertivo que se caracteriza por la sumisión, la pasividad, el retraimiento y la tendencia a adaptarse excesivamente a las normas externas o a los deseos de los demás, sin tener suficientemente en cuenta sus propios intereses, sentimientos, derechos, opiniones y deseos.

    Las personas inhibidas tienden a pensar, sentir y actuar de forma contraproducente, como por ejemplo

    No expresan adecuadamente lo que sienten y quieren; Esperan que los demás adivinen, y se sienten mal cuando necesitan algo y los demás no responden.

    Se dejan dominar por los demás porque creen que tienen razón o porque temen ser ofendidos.

    Permiten que los demás les involucren en situaciones que no son de su agrado.

    Tienden a callar o a hablar en voz baja e insegura, a ponerse nerviosos y a evitar el contacto visual, mostrando así su incomodidad al interactuar con otras personas.

    No se atreven a rechazar peticiones o se sienten culpables al hacerlo. Piensan que necesitan ser apreciados por todo el mundo y creen que si dejan de ser sumisos, no obtendrán la aprobación de los demás, sin la cual su autoestima condicionada se derrumba.

    No se atreven a defender sus derechos porque no se respetan lo suficiente y tienden a creer que los derechos de los demás son más importantes que los suyos.

    Se sienten obligados a dar demasiadas explicaciones de lo que hacen o dejan de hacer.

    Tienen miedo de expresar sus sentimientos y deseos. A veces, están tan acostumbrados a reprimirlos que no se dan cuenta de ellos. No se enfrentan a los conflictos.

    No se sienten dueños de sus sentimientos, experimentando ocasionalmente explosiones emocionales que escapan a su control.

    Les molesta ser dependientes de otras personas, pero no se atreven a romper esa dependencia.

    Adaptan excesivamente su comportamiento a las normas y caprichos de los demás y a lo que creen que los demás esperan de ellos.

    Rodríguez y Serralde consideran que las personas inhibidas son como seres mutilados porque se creen insuficientes, creen tener mil razones para no actuar y viven la vida según las normas y caprichos de los demás, sin saber realmente quiénes son, qué sienten o qué quieren.

    Entre las consecuencias negativas que sufren estas personas, destacan las siguientes:

    No reconocen sus cualidades o potencialidades. Creen que son inferiores aunque, en realidad, no lo son. No luchan por conseguir objetivos que serían muy importantes para ellos, porque no se creen capaces de conseguirlos o porque no encajan con la visión que tienen de sí mismos. Esto les lleva a vivir una vida mediocre, muy por debajo de sus posibilidades.

    Suelen tener relaciones personales insatisfactorias, porque mantienen hábitos en su forma de pensar, sentir y actuar que les llevan a ser excesivamente resignados, inhibidos, temerosos del rechazo y de la intimidad con los demás, e incapaces de defender sus derechos.

    Son víctimas de su falta de asertividad pero no se dan cuenta. Justifican su pasividad y su miedo con excusas:

    Si respondo, mi jefe se enfadará conmigo y me despedirá; Si le pido a mi marido que me ayude con las tareas domésticas, no lo hará y se enfadará conmigo; Si intento poner límites a la persona que me maltrata, se enfadará y no sabré cómo reaccionar; Si empiezo este negocio, no tendré éxito, etc.

    No son capaces de expresar sus pensamientos, opiniones y deseos, o los expresan de forma derrotista, con disculpas o inseguridad. Juzgan imposible la expresión de algunas emociones como el desagrado, la ira o la ternura y a veces ni siquiera se permiten sentirlas.

    Se inclinan humildemente ante los deseos de los demás y encierran los suyos en su interior, a pesar de todo. Su principal objetivo es apaciguar a los demás y evitar los conflictos. El mensaje que comunican verbal y no verbalmente son: Yo no cuento; Puedes aprovecharte de mí; Mis pensamientos y sentimientos no son importantes, sólo lo son los tuyos. Tienen problemas para relacionarse, ya que los que les rodean se sienten incómodos, no entienden lo que quieren o los malinterpretan, lo que aumenta los conflictos interpersonales.

    Se ofenden fácilmente por lo que dicen o hacen los demás, pero les cuesta discriminar cuando son explotados o rebajados, lo que también les impide defender adecuadamente sus intereses. Su comportamiento sumiso suele atraer a las personas dominantes, acostumbradas a no respetar a los demás. Por ello, en muchas ocasiones, los demás les tratan mal y les pierden el respeto.

    Suelen experimentar emociones desagradables como la frustración, el bloqueo, la inhibición, la inseguridad, la insatisfacción, la ansiedad, la depresión, la culpa, la ira reprimida o el resentimiento. Las emociones negativas que experimentan de forma crónica les impiden ser felices y pueden favorecer ciertas enfermedades.

    Inhibición interna y externa Al hablar de inhibición hay que distinguir dos niveles: el de la persona que es capaz de ser asertiva pero no lo manifiesta externamente, porque las circunstancias así lo aconsejan, y el de la persona incapaz de ser asertiva. Esta última se inhibe tanto a nivel externo u observable, como a nivel interno, es decir, en cuanto a su forma de pensar y sentir.

    La inhibición a nivel interno es siempre problemática, ya que implica distorsionar la realidad y no ser conscientes de nuestros derechos asertivos y de nuestros verdaderos sentimientos, deseos y necesidades. Por otro lado, cuando se trata de un comportamiento externo u observable, la inhibición puede ser deseable en determinadas circunstancias. Por ejemplo, cuando nos relacionamos con un jefe autoritario o irracional y no mostramos ciertos comportamientos asertivos para no crear problemas o para no arriesgarnos a perder nuestro trabajo.

    Pero hay que tener cuidado de que la inhibición no se convierta en un patrón de conducta habitual que nos lleve a reprimir o ignorar nuestras emociones, necesidades o preferencias, o a expresarlas de forma indirecta e inadecuada. Para ello, siempre que sea posible, es conveniente buscar entornos y personas con las que se pueda ser asertivo.

    Agresividad La agresividad es otra forma de comportamiento no asertivo que es lo contrario de la inhibición. Consiste en no respetar los derechos, sentimientos e intereses de los demás y, en su forma más extrema, incluye comportamientos como ofender, provocar o agredir.

    La agresividad es una forma de comportamiento no asertivo de carácter opuesto a la inhibición. Entre las características de las personas agresivas, podemos mencionar las siguientes:

    Pueden ser seguras de sí mismas, sinceras y directas, pero de forma inadecuada.

    Expresan sus emociones y opiniones de forma hostil, exigente o amenazante.

    Se toman cualquier conflicto o desacuerdo como una lucha en la que no hay más remedio que ganar o perder, y creen que ceder es igual a perder.

    Confían demasiado en la eficacia de la imposición o la violencia como métodos de resolución de conflictos.

    No respetan suficientemente los derechos y sentimientos de los demás.

    No se sienten responsables de las consecuencias negativas que, a medio y largo plazo, tiene su comportamiento agresivo para los demás y para ellos mismos.

    Pueden sentirse bien cuando son hostiles, pero a medio o largo plazo obtienen consecuencias muy negativas.

    Suelen justificar su agresividad en nombre de la sinceridad y la congruencia, pensando que su comportamiento es deseable porque son sinceros, dicen lo que piensan, etc.

    La conducta agresiva puede ser física o, más frecuentemente, verbal. A su vez, la agresión verbal puede ser directa (amenazas, comentarios hostiles, etc.) o indirecta (por ejemplo, comentarios sarcásticos), y puede ir acompañada de conductas agresivas no verbales, como gestos hostiles, tono de voz elevado, etc.

    El comportamiento agresivo está estrechamente relacionado con la ira. La ira y la agresividad excesivas o contraproducentes suelen ser el resultado de la falta de asertividad, es decir, de no saber defender adecuadamente nuestros derechos. También pueden ser mantenidos por una serie de creencias que los favorecen.

    Problemas derivados de la agresividad Como señala Ellis: No hay que buscar mucho para encontrar ejemplos del poder destructivo de la agresión en la vida humana. Basta con encender la televisión o leer el periódico para darse cuenta de la presencia constante del comportamiento agresivo en todo tipo de atrocidades, grandes y pequeñas. La agresión puede tener efectos igualmente desastrosos en nuestras propias vidas. Si no la detenemos, puede destruir algunas de nuestras relaciones más íntimas y minar gradualmente nuestra salud física y psíquica.

    Entre los problemas que produce la agresividad, podemos mencionar los siguientes

    Alteraciones emocionales. La persona agredida experimenta sentimientos de frustración y desagrado y, en ocasiones, su autoestima puede deteriorarse. La persona agresora también suele experimentar sentimientos de tensión, falta de control, ira, odio, frustración y baja autoestima.

    Deterioro o pérdida de las relaciones interpersonales. Quienes conviven con personas agresivas tienden a odiarlas, a devolver sus agresiones o a alejarse de ellas. Las relaciones que más sufren son las más importantes: pareja, hijos, amigos o compañeros.

    Problemas laborales. El lugar de trabajo suele generar conflictos: Pero si los afrontamos con agresividad, las cosas se complican mucho más, las relaciones interpersonales se deterioran y el rendimiento se ve afectado. Además, a cualquiera le molesta tener un jefe, un compañero o un empleado agresivo y está deseando perderlo de vista cuanto antes.

    Problemas de salud física. La agresividad y la ira pueden facilitar o empeorar ciertos trastornos (por ejemplo, cardíacos y circulatorios).

    Violencia. Los comportamientos agresivos, en su forma más extrema, dan lugar a diferentes tipos de violencia, por ejemplo, el maltrato familiar.

    Inhibición y agresividad ante los conflictos En nuestra convivencia con los demás, se producen frecuentes conflictos. Ante ellos, podemos reaccionar de forma inhibida, agresiva o asertiva. El comportamiento inhibido se denomina también actitud de deseo de perder, ya que la persona que lo mantiene antepone las necesidades de los demás a las propias. Por el contrario, el comportamiento agresivo se corresponde con la actitud denominada yo gano tú pierdes porque quien la emite sólo tiene en cuenta sus propios deseos, sin respetar los sentimientos e intereses de los demás. Ambas posturas son problemáticas, al menos a largo plazo.

    Por otro lado, la asertividad corresponde a una actitud de gano, en la que la persona busca alcanzar sus objetivos y defender sus intereses pero, al mismo tiempo, respeta y tiene en cuenta los intereses de los demás.

    La persona que no sabe ser asertiva tiende a ser inhibida o agresiva o, más comúnmente, oscila entre estos dos polos. Por ejemplo, se inhibe y traga hasta que no puede más, y entonces explota con un comportamiento agresivo, o reprime su ira y adopta comportamientos pasivo-agresivos.

    El comportamiento pasivo-agresivo es el que molesta o perjudica al otro, pero de forma indirecta y disimulada. Suele ser una consecuencia de la falta de capacidad para afrontar los conflictos de forma más eficaz.

    Las personas pasivo-agresivas tienden a inhibirse externamente, pero tienen mucho resentimiento y hostilidad internamente. Al no saber canalizar sus sentimientos de forma asertiva y no atreverse a ser agresivos, utilizan métodos indirectos como la ironía, el sarcasmo, etc.

    Cómo aprendemos las conductas no asertivas Podemos considerar que lo natural en un ser humano mentalmente sano es ser asertivo; pero esa parte de esa actitud, natural y deseable, suele perderse durante el proceso de socialización. Veamos algunas de las causas.

    Adaptación excesiva a lo que los demás esperan de nosotros En la infancia, somos incapaces de valernos por nosotros mismos y necesitamos la aceptación y el apoyo de los demás. Esta dependencia, unida a la necesidad de adquirir patrones de comportamiento que nos permitan sobrevivir y convivir con los demás, nos lleva a adoptar formas de pensar, sentir y actuar que nos inculcan, expectativas excesivas de otras personas.

    Cuando pasa el tiempo, estos hábitos (transmitidos por los demás a través de la educación y la socialización) pueden estar tan arraigados y extendidos que la persona acaba perdiendo todo el sentido de la identidad. Así, puede resultarnos difícil distinguir entre lo que realmente pensamos, queremos y sentimos, y nuestros patrones de comportamiento habituales (a menudo determinados por el intento de satisfacer las expectativas que creemos que los demás tienen sobre nosotros).

    En este sentido, A. Einstein decía que muy pocas personas son capaces de expresar con ecuanimidad opiniones que difieran de los prejuicios de su propio entorno social, y la mayoría ni siquiera llega a formarse tales opiniones.

    Premios y castigos En el aprendizaje de las conductas no asertivas tienen un papel importante los premios o refuerzos positivos, que favorecen la consolidación de la conducta a la que se asocian, y los castigos (o consecuencias aversivas), que disminuyen la probabilidad de repetir la conducta a la que se aplican.

    Podemos aprender a no ser agresivos si la inhibición de la agresividad ha sido elogiada o premiada en determinadas situaciones. Así, la conducta agresiva se refuerza en muchas ocasiones porque permite obtener ventajas a corto plazo, aunque a largo plazo sea muy perjudicial. El comportamiento inhibido también se refuerza a menudo; por ejemplo, los padres y los profesores tienden a elogiar a los niños obedientes, tranquilos y silenciosos por comportarse de esa manera.

    Los profesores tienden a elogiar a los niños obedientes, reforzando así su comportamiento inhibido.

    Observación del comportamiento de otras personas (modelos) Otra forma importante de aprender se realiza observando los comportamientos de los demás. De este modo, los niños aprenden a imitar los comportamientos inhibidos o agresivos que observan en sus padres, profesores y compañeros de clase, o incluso en los personajes de la televisión o los videojuegos.

    Normas culturales y creencias irracionales Un ejemplo de norma cultural que favorece la inhibición es la que mantienen algunos grupos sociales al considerar que las mujeres deben ser sumisas, o que no deben trabajar fuera de casa, por lo que no pueden tener independencia económica.

    En cuanto a las creencias irracionales que nos impiden ser asertivas, generalmente aprendidas en el proceso de socialización, podemos destacar dos de ellas

    la exigencia (hacia uno mismo o hacia los demás) y la minimización-racionalización, que es la tendencia a negar nuestros legítimos derechos y preferencias.

    Habilidades sociales, asertividad y percepción de la situación interpersonal Como hemos señalado antes, la asertividad es una parte fundamental de las HH SS, pero son dos conceptos diferentes ya que hay situaciones en las que ser asertivo no sería nada hábil (un ejemplo extremo sería si nos enfrentamos a un atracador que nos amenaza con una pistola).

    En situaciones más cotidianas, algunos comportamientos asertivos, como expresar ciertas opiniones, decir que te sientes molesto por el comportamiento del otro o pedirle que cambie su conducta; aunque son razonables y están justificados, pueden provocar una reacción desfavorable en la otra persona, al menos inicialmente.

    Por lo tanto, ser socialmente hábil significa ser capaz de percibir adecuadamente la situación interpersonal, sin perder de vista nuestros objetivos pero tratando de anticipar la reacción de la otra persona y los resultados que obtendremos, tanto a corto como a largo plazo. De esta manera, podemos discriminar cuándo debemos comportarnos de una manera u otra.

    Para ello, debemos tener en cuenta 1) los objetivos y propósitos personales y, 2) las normas sociales implícitas en cada situación, grupo o rol social.

    Objetivos y propósitos personales Es importante que nos acostumbremos a tener en cuenta los objetivos que pretendemos conseguir en cualquier interacción (tanto los nuestros como los de los demás). A menudo, estos objetivos son: sentirse bien; lograr la aceptación de los demás; mantener la autoestima; obtener y transmitir información; satisfacer diversas necesidades; causar una impresión favorable; persuadir al interlocutor para que haga algo; resolver problemas o hacer nuevos amigos.

    Se trata de tener claros los objetivos de cada uno; tratar de anticipar las consecuencias más probables -a corto y largo plazo- de los distintos comportamientos que podemos llevar a cabo y, en función de todo ello, decidir cómo queremos comportarnos en esa situación.

    Reglas sociales y roles sociales En los grupos sociales existen reglas que indican los comportamientos que deben (o no deben) llevarse a cabo; las cuales pueden variar según el tipo de situación y los roles que desempeñamos. Hay reglas que se utilizan para casi todas las ocasiones, como: Sé amable, No molestes a la gente, etc. Otras se refieren a determinadas situaciones, como: Cuando vayas a una fiesta debes estar alegre e ir bien vestido. Por último, hay normas específicas de un entorno, por ejemplo, algunas formas de relacionarse con determinadas empresas.

    Las personas con HH SS intentan captar esas reglas inherentes a cada situación. En cambio, las personas sin experiencia social suelen ignorarlas o confundirlas (como si jugaran a un juego sin conocer sus reglas). Muchas veces, estas reglas no se expresan explícitamente, y tenemos que captarlas observando cómo interactúan los demás. Las reglas sociales se aprenden a lo largo de la vida, muchas de ellas en la infancia y otras a medida que nos adaptamos a diferentes entornos.

    Los roles sociales son las pautas de comportamiento típicas de las personas que ocupan una determinada posición social: médico, padre, paciente, profesor, etc. Conllevan una serie de normas sobre el comportamiento que se considera apropiado para la persona que mantiene ese rol y para quienes interactúan con él.

    Los déficits en la percepción de los objetivos y propósitos personales o de las reglas sociales implícitas en las diferentes situaciones o roles, pueden deberse a varios factores, como 1) ignorar estas reglas; 2) no captar ciertas señales relevantes, por ejemplo, los mensajes no verbales del interlocutor y, 3) los sesgos y distorsiones en nuestra percepción de la realidad.

    Asertividad y adecuación social La persona socialmente hábil debe ser capaz de tener en cuenta las reglas sociales inherentes a un entorno, grupo o rol y tratar de no salirse demasiado de ellas si no quiere fomentar el rechazo de los demás.

    Cuando un grupo observa a una persona cuyo comportamiento, apariencia, etc., no tiene en cuenta las reglas de comportamiento compartidas por sus miembros, suele producirse una reacción de rechazo que se ha denominado fenómeno del cuerpo extraño por su paralelismo con la reacción de rechazo que manifiesta un organismo vivo cuando se introduce en él algún elemento extraño, como un órgano trasplantado.

    Sin embargo, a veces la persona diferente no provoca rechazo e incluso puede inspirar simpatía; por ejemplo, cuando muestra características que parecen muy deseables para los demás. Otra cuestión importante para relacionarse eficazmente con otras personas es tener en cuenta sus sentimientos: tratar de no provocar emociones negativas y contribuir en la medida de lo posible a experimentar emociones positivas. En este sentido, Carnegie expone una serie de actitudes que nos ayudan a ser agradables con los demás y a predisponerlos a nuestro favor, como son: no criticar, no oponerse, hacer cumplidos sinceros, destacar siempre los puntos de acuerdo con el interlocutor y evitar las discusiones.

    Todo lo anterior implica:

    Ser capaz de sintonizar con las señales sutiles (a menudo no verbales) que indican lo que los demás necesitan o quieren. Ser conscientes de lo que esperan de nosotros.

    En muchas ocasiones, adaptar nuestro comportamiento a sus expectativas.

    Esta propuesta de buscar la adecuación social, es decir, saber adaptar nuestro comportamiento a lo que los demás esperan de nosotros, parece contradictoria con la asertividad. Pero, en realidad, ambas actitudes se complementan.

    Por eso, es conveniente atender con una parte de nuestra mente a nuestro interior, tener en cuenta lo que queremos, pensamos y sentimos, defender nuestros derechos, luchar por nuestros objetivos y ser fieles a nosotros mismos. Y, al mismo tiempo, ser conscientes de lo que los demás esperan de nosotros, para no crearles emociones negativas innecesarias (que les llevarían a rechazarnos) y tratar de fomentar en ellos actitudes positivas que les ayuden a sentirse bien consigo mismos y con nosotros.

    En muchas ocasiones, la defensa de nuestros derechos o intereses, siendo fieles a nosotros mismos, puede prevalecer sobre el deseo de agradar a los demás. Pero siempre debemos tener presente lo que los demás esperan de nosotros y cómo pueden reaccionar cuando no nos adaptamos a sus expectativas, para que no nos sorprendan los resultados y para que podamos elegir qué comportamiento queremos mantener en cada situación.

    Por eso pensamos que la HH SS implica que, en ocasiones, no nos manifestemos externamente asertivos: cuando esto puede traernos consecuencias indeseables -por ejemplo, cuando nos relacionamos con un jefe que creemos que no va a aceptar nuestros comportamientos asertivos y no queremos perder nuestro empleo-.

    La necesidad de tener en cuenta los papeles que desempeñamos, las normas sociales y las expectativas de los demás, y de adaptarnos en parte a todo ello, nos recuerda la frase de Shakespeare: El mundo entero es un escenario y los seres humanos simplemente actores que van y vienen en diferentes escenas, y durante su vida, cada uno representa muchos papeles Pero si bien es cierto que, en ocasiones, tenemos que ser como actores, debemos permanecer asertivos en nuestro interior; es decir:

    ¿Que seamos siempre nosotros los que elijamos, en última instancia, nuestro comportamiento (teniendo en cuenta sus consecuencias a corto y largo plazo)?

    ¿Podemos seguir creyendo firmemente en nuestros derechos asertivos y defenderlos en la medida de lo posible?

    ¿Que sigamos siendo fieles a nosotros mismos?

    Que no confundamos lo que somos (creemos, sentimos, deseamos, etc.) con el papel que estamos representando en una situación concreta.

    La convivencia con los demás nos lleva a representar diferentes roles. Y, siempre que no esté contraindicado, también es conveniente que seamos asertivos externamente (o comportamiento observable) ya que la asertividad es como la musculatura (en el sentido de que se fortalece cuando se ejercita y se atrofia cuando no se usa) y, además, en la mayoría de las situaciones, el comportamiento asertivo es también el más hábil.

    Por tanto, concluiremos este apartado recordando que asertividad y HH están muy relacionados, ya que tener HH SS implica ser asertivo, al menos internamente (es decir, en cuanto a nuestros pensamientos y sentimientos) y también tender a ser abiertamente asertivo siempre que no sea contraproducente.

    Conceptos relacionados con las habilidades sociales y la asertividad HH SS y la asertividad están estrechamente relacionados con otros conceptos relacionados con ellos como la autoestima, la inteligencia emocional y la empatía; que constituyen una especie de mapas diferentes para describir el mismo territorio, como veremos en los siguientes apartados.

    Autoestima La autoestima es una actitud positiva hacia uno mismo que consiste en conducirnos (es decir, acostumbrarnos a pensar, sentir y actuar) de la manera más sana y feliz que podamos, teniendo en cuenta el momento presente y también el futuro.

    Esto incluye lo que Ellis llama hedonismo a corto y largo plazo; es decir, la búsqueda de la felicidad y de hacer lo que queramos, siempre que ello no nos impida alcanzar una mayor satisfacción, a medio o largo plazo.

    La autoestima también implica:

    Conocernos a nosotros mismos, con nuestras limitaciones o errores, y también con nuestras cualidades y aspectos positivos. Para ello, debemos minimizar nuestros puntos ciegos (características de las que no somos conscientes) y las distorsiones en la imagen de nosotros mismos.

    Aceptarnos incondicionalmente, independientemente de nuestras limitaciones o de nuestros logros y de la aceptación o el rechazo que puedan darnos otras personas. Esto significa sentirse en paz con lo que somos, con nuestro cuerpo, con nuestra forma de pensar, sentir y actuar, etc., aunque reconozcamos los déficits o aspectos negativos que presentamos en cualquiera de esas áreas.

    Considérense de forma positiva, manteniendo una actitud de respeto y aprecio hacia ustedes mismos. Así, aunque en ocasiones nos desviemos de nuestros propios objetivos, metas o ideales, no nos sentiremos culpables por ello, ya que aceptamos que todos tenemos limitaciones y, además, muchas de nuestras reacciones indeseables representan un intento de conseguir algo positivo.

    Visión del yo como potencial, considerando que somos mucho más que el conjunto de nuestros comportamientos y rasgos, pues el ser humano -además de ser difícil de evaluar por su enorme complejidad- está en constante cambio, y siempre tenemos la opción de poder aprender a dirigir esos cambios en un sentido deseable, desarrollando nuestros mejores potenciales.

    Atender y cuidar sus necesidades psicológicas y físicas: nuestra salud, bienestar y desarrollo personal (al igual que una buena madre atiende las necesidades de su hijo).

    La autoestima es una tendencia natural. Sin embargo, muchas personas tienen que aprenderla o fortalecerla porque fueron educadas de tal manera que llegaron a considerarla como algo negativo, que había que evitar. Por ejemplo, a menudo se ha confundido la autoestima con el egoísmo y el desinterés o la hostilidad hacia los demás.

    Pero la autoestima no es algo opuesto a la capacidad de ser sociable, honesto o solidario. Al contrario, como explica Fromm, la capacidad de amarse a sí mismo y de amar a los demás es complementaria. Por tanto, la persona que no es capaz de amarse a sí misma sería incapaz de amar genuinamente a otras personas.

    Para Castañer, sólo quien tiene autoestima, quien se aprecia y valora a sí mismo, puede relacionarse con los demás al mismo nivel, reconociendo los aspectos en los que los otros le superan o no, pero sin sentirse inferior o superior a ellos. La autoestima es una actitud positiva hacia uno mismo estrechamente relacionada con la asertividad.

    Autoestima y aprobación de los demás La verdadera autoestima es incondicional, es decir, independiente de nuestros logros o de la aprobación que obtengamos de los demás. Pero conseguirla no siempre es fácil. Como señala Bonnet, de niños construimos el concepto que tenemos de nosotros mismos en función de cómo creemos que nos ven los demás.

    Nos reflejamos, como en un espejo, en lo que nos muestran quienes nos rodean, y aprendemos a valorarnos en la medida en que nos sentimos valorados por ellos. Por tanto, la aceptación por parte de los padres o de las personas más significativas es una necesidad perentoria para el niño, ya que la necesita para construir y mantener su autoestima.

    Esto puede seguir ocurriendo en cierta medida en la vida adulta. Por eso, cuando creemos, de forma realista o no, que los demás nos evalúan negativamente o nos rechazan, tendemos a sentirnos mal y a enfadarnos con ellos o con nosotros mismos. La razón principal es que la desaprobación de los demás puede llevarnos a dudar de nuestra imagen positiva de nosotros mismos y de nuestra capacidad para funcionar correctamente;

    es decir, a hacer tambalear nuestra autoestima.

    A su vez, esta pérdida de seguridad o autoestima puede provocar una gran ansiedad y dificultades para desarrollarse eficazmente. Todo esto puede ocurrir con mayor frecuencia e intensidad en las personas menos asertivas, cuya autoestima depende de la aprobación de los demás.

    Por ello, algunos individuos convierten el deseo de ser reconocidos por los demás en una exigencia, pensando y sintiendo que todo el mundo -o al menos ciertas personas- deberían aceptarles, o que deberían ser capaces de obtener su aprobación. El problema de considerar este deseo como una exigencia es que, cuando no se cumple, se tiende a reaccionar pensando y sintiendo que es algo terrible y condenando a la otra persona o autocondenándose. La actitud de autocondena es incompatible con la de autoestima.

    Como señala Ellis, para un adulto, creer que necesita la aprobación de los demás a toda costa es irracional, ya que no es una necesidad sino una preferencia. Pero, en cualquier caso, ser capaz de obtener la aprobación, la simpatía y el apoyo de algunas personas es una cuestión importante que nos ayuda a vivir mejor y facilita la autoestima.

    Como conclusión de este apartado, podemos considerar que la autoestima y las HH SS están estrechamente vinculadas, ya que aceptarse y valorarse a uno mismo es un requisito necesario para interactuar eficazmente con otras personas. Y, al mismo tiempo, mejorar la HH SS y ser asertivo ayuda a fomentar la autoestima incondicional, independientemente de nuestros logros o de la aprobación que obtengamos de los demás.

    Inteligencia emocional Goleman ha popularizado el concepto de inteligencia emocional que define como la capacidad de comprender y gestionar nuestras emociones y las de los que nos rodean, de la manera más conveniente y satisfactoria.

    Considera que la inteligencia emocional se basa en la capacidad de comunicarnos eficazmente con nosotros mismos y con los demás y que estas habilidades no son algo innato sino aprendido, por lo que siempre podemos mejorarlas.

    Al hablar de emociones, se refiere a las actitudes (es decir, a las creencias cargadas de emociones que nos predisponen a actuar de forma coherente con ellas), y a las reacciones automáticas (no voluntarias ni conscientes) con contenido emocional.

    Según Goleman, las personas con inteligencia emocional tienen las siguientes características

    Comprenden sus propias emociones, deseos y necesidades, así como las de los demás, y actúan sabiamente en función de ellas.

    Gestionan adecuadamente sus sentimientos y los de los demás y toleran bien las tensiones.

    Son independientes, seguros de sí mismos, sociables, extrovertidos, alegres y equilibrados.

    Su vida emocional es rica y adecuada, y cuando caen en un estado de ánimo adverso, saben salir de él fácilmente, sin dejarse atrapar por sus emociones negativas.

    Suelen mantener una visión optimista de las cosas y se sienten a gusto consigo mismos, con sus compañeros y con el tipo de vida que llevan.

    Expresan sus sentimientos de forma adecuada, sin entregarse a arrebatos emocionales de los que luego tendrían que arrepentirse.

    Goleman diferencia entre la inteligencia emocional intrapersonal y la interpersonal. La primera es muy similar a la autoestima, mientras que la segunda está estrechamente relacionada con la HH SS, como veremos en los dos siguientes apartados.

    Inteligencia emocional intrapersonal Goleman describe la inteligencia emocional intrapersonal de forma similar a lo que entendemos por autoestima, aunque centrándose en los sentimientos. Considera que un aspecto importante de la inteligencia emocional intrapersonal es la capacidad de comunicarnos eficazmente con nosotros mismos; es decir, de percibir, organizar y recordar nuestras experiencias, pensamientos y sentimientos de la manera que más nos convenga.

    Esta comunicación intrapersonal es esencial para controlar nuestras emociones, adaptarlas al momento o a la situación, dejar de ser esclavos de ellas, y poder afrontar mejor cualquier contratiempo, sin alterarnos más convenientemente.

    Este autocontrol emocional no consiste en reprimir las emociones, sino en mantenerlas en equilibrio, ya que cada emoción tiene su propia función y su valor adaptativo, siempre que no se vuelva excesiva o no se desborde.

    El equilibrio emocional es la alternativa deseable a dos actitudes opuestas indeseables, consistentes en 1) reprimir o negar nuestras emociones -lo que nos inhibiría- o, 2) dejarnos llevar por los excesos emocionales, como el enamoramiento autodestructivo o la ira extrema.

    La búsqueda del bienestar emocional es un esfuerzo constante en la vida de cualquier persona, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello. Así, por ejemplo, muchas de las actividades cotidianas, como ver la televisión, salir con los amigos, etc., tienen como objetivo reducir nuestras emociones negativas y aumentar las positivas.

    Inteligencia emocional interpersonal Goleman considera que la inteligencia emocional interpersonal es la capacidad de relacionarnos eficazmente con nuestras emociones y las de los demás, en el ámbito de las relaciones interpersonales. Incluye ser capaz de:

    Expresar adecuadamente nuestras emociones de forma verbal y no verbal, teniendo en cuenta su impacto en las emociones de los demás.

    Ayudar a los demás a experimentar emociones positivas y reducir las negativas (por ejemplo, la ira).

    Conseguir que las relaciones interpersonales nos ayuden a alcanzar nuestros objetivos, a realizar nuestros deseos y a experimentar el mayor número posible de emociones positivas.

    Reducir las emociones negativas que los conflictos interpersonales pueden provocarnos.

    Para Goleman, un factor clave de la inteligencia emocional interpersonal es la empatía, que define como la capacidad de comprender los sentimientos de los demás y ponernos en el lugar del otro. Dada su importancia en la HH SS, le dedicamos el siguiente apartado.

    Empatía La empatía es la capacidad de ponernos en el lugar del otro y considerar las cosas desde su punto de vista, comprendiendo también sus sentimientos. Para Goleman, la esencia de la empatía es darse cuenta de lo que sienten los demás sin necesidad de que nos lo digan. Implica ser capaz de sintonizar con las señales sutiles (a menudo no verbales) que indican lo que otros necesitan o quieren y expresar a los demás que hemos comprendido y que somos capaces de ver las cosas desde su punto de vista.

    Las personas empáticas permanecen atentas a las señales verbales y no verbales de aquellos con los que interactúan, siendo capaces de percibir no sólo sus mensajes explícitos sino también sus deseos y sentimientos. Así, la empatía puede compararse con una especie de radar con el que estamos pendientes de captar las emociones, deseos y puntos de vista de los demás.

    La falta de empatía puede obstaculizar cualquier comunicación porque impide captar adecuadamente los mensajes más significativos de los demás, sus opiniones, deseos y sentimientos. Por lo tanto, crea malestar y distanciamiento emocional.

    La empatía suele estar relacionada con la solidaridad y la ética. En este sentido, la capacidad de ponernos en el lugar de los demás suele facilitar que les ayudemos cuando tienen problemas; mientras que, en el polo opuesto, los psicópatas suelen carecer de toda empatía.

    Las diferencias individuales en la capacidad de ponernos en el lugar del otro pueden observarse ya en la infancia. Las investigaciones demuestran que los niños con pocas HH SS cuando quieren participar en un juego interrumpido sin mirar a los demás. En cambio, los más hábiles observan durante un tiempo, tratando de entender las reglas del juego y de sintonizar con los otros niños, y comienzan a participar en él en un momento oportuno en el que no crean malestar.

    Las personas con déficit en SS (por ejemplo, las que no han adquirido ciertas habilidades por estar aisladas socialmente) tienen grandes problemas para captar e interpretar adecuadamente los deseos y sentimientos de los demás, ya que no están acostumbradas a prestarles atención. automáticamente, como hacen las personas con SS.

    En cambio, las personas más empáticas, es decir, más capaces de captar correctamente los sentimientos y puntos de vista de sus compañeros, son más sociables, tienen un mayor ajuste emocional y son evaluadas mucho más positivamente por aquellos con los que se relacionan. La empatía también es muy importante para ayudar a los demás a desarrollar su mejor potencial, por ejemplo en la psicoterapia o la educación.

    Para ser empáticos, también tenemos que ser conscientes de nuestras propias emociones y saber gestionarlas para evitar que se desborden; ya que captar las emociones de los demás implica estar atentos y percibir las sutiles señales que emiten, y eso no es posible cuando estamos bloqueados por nuestras propias emociones. Además, en el fondo, las personas son bastante parecidas, por lo que conocerse a uno mismo ayuda a comprender a los demás.

    Por lo tanto, quienes son capaces de sintonizar con su propio mundo emocional son más capaces de comprender los procesos emocionales -a menudo inconscientes o no- que experimentan los demás.

    Creencias y pensamientos: lo que obstaculiza y lo que facilita En este capítulo, mencionaremos algunas de las creencias, pensamientos y acciones que fomentamos para facilitar las habilidades sociales y la asertividad. A continuación se mencionan algunos de los consejos:

    Ser tu propio juez Ser tu propio juez implica:

    Reconocer y ejercer tu derecho a juzgar, en última instancia, lo que eres y lo que haces.

    Actuar de acuerdo con lo que piensas, no en función de lo que piensan los demás.

    Establecer tus propias reglas para juzgar tu comportamiento.

    Asumir que puedes elegir lo que piensas, sientes y haces, y considerarte responsable de tu propia existencia, quitando esa responsabilidad a los demás.

    No te dejes imponer valores externos que no respeten tu derecho a juzgar y elegir tu forma de pensar, sentir y actuar.

    Basa tu escala de valores en tus deseos y preferencias.

    Libérate de la tiranía de las deudas, que te hacen vulnerable a las manipulaciones de los demás.

    Recuerda que suele ser conveniente prestar atención a las opiniones de los demás, pero que eres tú quien debe tomar tus decisiones.

    Habitúate a juzgar tus necesidades, a establecer tus prioridades y a tomar tus propias decisiones.

    Aprende a rechazar peticiones, cuando tú lo decidas, sin sentirte culpable. Atrévete a expresar lo que piensas, sientes y quieres, sin temer en exceso el posible rechazo de los demás.

    Recuerda que cada uno es el máximo responsable de su vida.

    Afronta la posibilidad de que a algunos no les guste tu comportamiento asertivo. Sé consciente de que no existe un modelo absolutamente válido de buen o mal comportamiento, aunque sí hay diferentes formas de pensar, sentir y actuar que cada uno puede elegir y que enriquecen o amargan nuestra existencia.

    Acepta que los juicios que haces sobre ti mismo, sobre otras personas, sobre el mundo o sobre el futuro, pueden no parecer lógicos o razonables para otras personas, pero pueden ajustarse mejor a tu realidad, a tu personalidad o a tu estilo de vida.

    Ten claro que se trata de tu vida, por lo que depende de ti más que de nadie. Por lo tanto, es mejor que establezcas tus propios objetivos, y trata de ser fiel a ti mismo, alcanzándolos en la medida de lo posible.

    Smith cita algunas creencias irracionales que pueden impedirte ejercer el derecho a ser tu propio juez, como por ejemplo

    Si no puedo convencer a los demás de que mis deseos son razonables, será porque estoy equivocado o porque mis deseos no son aceptables.

    Hay que respetar las opiniones de los demás, sobre todo si tienen algún tipo de autoridad; guardar las diferencias de opinión para uno mismo; escuchar y aprender.

    No debemos regirnos por nuestras propias ideas, sino por unas normas externas más importantes y sabias que nosotros; ya que si no fuera por esas normas sociales sobre lo que debemos o no debemos hacer, no podríamos vivir en armonía.

    Concluye afirmando que no necesitamos asumir esas normas externas (exigencias o deberes) para relacionarnos eficazmente con los demás y que es mejor aceptar que nuestras preferencias y aversiones (así como las de otras personas) son justificación suficiente para intentar convencer a los demás, proponer una negociación, llegar a acuerdos o solicitar cambios de comportamiento.

    El derecho a elegir si somos o no responsables de los problemas de los demás Smith cree que si ignoramos nuestro derecho asertivo a no ser responsables de los problemas de los demás, los demás pueden manipularnos, presentando sus propios problemas como si fueran nuestros. Pero si somos asertivos, podemos elegir sentirnos responsables sólo de nuestros propios problemas. Por ejemplo, si un compañero no nos deja centrarnos en el trabajo o nos abruma contándonos sus dificultades, una respuesta asertiva sería pedirle que nos lo cuente en otro sitio, o recomendarle que busque ayuda profesional, sin sentirnos responsables de ellos.

    Una creencia irracional que nos impide ejercer este derecho es que no debemos decir ni hacer nada que pueda herir los sentimientos de los demás. Pero, aunque es preferible no herir a los demás y tratarlos con respeto y cortesía, es imposible y contraproducente pretender exigir que nunca se congele a nadie.

    Es más deseable pensar que tienes derecho a defender tus intereses y expresar tus sentimientos, aunque los demás se sientan ocasionalmente heridos. Lo contrario significaría mostrarte falso y negar a la otra persona la oportunidad de aprender.

    Otro ejemplo de la creencia que puede impedir el ejercicio de este derecho es que debemos ser igual de amables con todas las personas para que nadie se sienta discriminado por nuestra culpa. Pero es deseable y asertivo aceptar que tenemos derecho a elegir a nuestros amigos o a las personas con las que nos relacionamos más estrechamente, aunque esto pueda molestar a alguien.

    El derecho a elegir si nos ocupamos de los problemas de los demás Esto incluye que seamos capaces de anteponer nuestros intereses a los de los demás, al menos en ocasiones. Lo más racional es intentar respetar nuestros intereses y los de los demás, buscando soluciones favorables para ambos siempre que sea posible. Pero, a veces, es natural y razonable anteponer nuestras necesidades a las de los demás.

    El derecho a elegir si queremos o no dar explicaciones Si te ríes de tus propios juicios y valores, si eres tu propio juez, no tienes que sentirte obligado a dar explicaciones sobre tu comportamiento para que los demás decidan si está bien o mal, ni a intentar convencerles de que no te equivocas.

    Por supuesto, los demás siempre tendrán la opción asertiva de decirte que no les gusta lo que haces. En ese caso, puedes optar por: ignorarlos, buscar un acuerdo o negociación, o respetar sus preferencias y modificar completamente tu comportamiento. Pero debemos tener claro que el verdadero responsable de nuestra vida, nuestras emociones y nuestros comportamientos, somos cada uno de nosotros.

    El derecho a cambiar de opinión Como señala Smith, la realidad es muy compleja: se puede ver desde distintos ángulos y muchos aspectos de ella cambian constantemente. Por eso, para ser realistas y lograr el máximo bienestar, conviene aceptar que cambiar de opinión es algo sano y normal.

    Algunas ideas irracionales que nos impiden ejercer este derecho son Una vez que te has comprometido con algo, no debes cambiar de opinión y, si cambias, debes justificarte o reconocer que estabas en un error, Si te echas atrás demuestras que eres un irresponsable, Si cambias de opinión, demuestras que no eres capaz de tomar decisiones por ti mismo, etc.

    Pero la persona asertiva ignora estos debería irracionales y tiene claro su derecho a cambiar de opinión.

    El derecho a cometer errores Si creemos, de forma autoexigente, que no debemos cometer errores (lo cual es imposible porque todos los cometemos alguna vez), cuando los cometamos reaccionaremos pensando y sintiendo que hemos hecho algo mal, que eso es terrible y que somos ineptos.

    También será fácil que otras personas nos manipulen y nos hagan sentir culpables por habernos equivocado en algo. Por ejemplo, si cometes un pequeño error en tu trabajo y tu pareja te regaña insinuando que no deberías haber fallado; si no eres asertivo y dejas que juzgue tu comportamiento -sin tener en cuenta que eres tú quien debe hacerlo y que tienes derecho a equivocarte- es probable que esta situación te genere mucha ansiedad.

    Para reducir o evitar esta ansiedad, podrías recurrir a estrategias menos asertivas, como: negar el error, dar demasiadas explicaciones para intentar justificarlo, quitarle importancia (lo que haría que tu pareja se enfadara más) o sentirte obligado a hacer algo para intentar reparar el error.

    Pero si eres asertivo y, por tanto, juzgas por ti mismo tus propios errores, reconocerás tranquilamente que ha sido un fallo, viéndolo como algo normal y sin sentirte culpable por ello.

    El derecho a decir no sé Ejercer este derecho es responder con tranquilidad que no sabemos algo cuando la ocasión lo requiere. También incluye atreverse a preguntar lo que no sabemos. Se basa en aceptar que es imposible saberlo todo y que no necesitamos tener respuestas a todas las preguntas para sentirnos bien y ser eficaces y valiosos.

    Smith da el siguiente ejemplo: Si alguien te hace una pregunta tendenciosa como: ¿Qué crees que pasaría si todos empezáramos a defender nuestros derechos?, y no sabes qué responder, puedes devolver la pregunta diciendo: No lo sé; ¿qué crees que pasaría?.

    El derecho a decir no sé sin sentirse mal por ello se opone a creencias irracionales como: Debemos tener respuestas a cualquier pregunta que nos hagan o Debemos tener claras (y poder explicar en cualquier momento) las consecuencias que puede tener nuestro comportamiento en otras personas. " El derecho a no necesitar la aprobación de los demás Las relaciones interpersonales son muy importantes, y es muy agradable para los demás. Pero intentar complacer a todo el mundo es imposible e incluso contraproducente. Veamos algunas razones:

    Es imposible conseguir siempre la aprobación de los demás. Por lo tanto, es mejor aceptar

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