El dilema del sexo casual
UNA MAÑANA en la universidad, una amiga golpeó su bandeja del desayuno sobre la mesa y nos miró a todas. “¿Ustedes tienen orgasmos?”, preguntó. Una por una, mientras nos ruborizábamos, le contamos sobre el extraordinario placer que nos habían hecho sentir las suaves y hábiles manos de los chicos ebrios a los que habíamos conocido en fiestas. Luego, todas comenzamos a besarnos. La leche de los cereales que comíamos resbalaba sensualmente desde nuestras bocas hasta nuestros escotes.
No, lo que en verdad pasó es que durante un largo rato, nadie dijo nada. “Los tenía con mi novio de la preparatoria, pero desde entonces la verdad es que no”, dijo una amiga. “Sí, la verdad es que no”, dijo otra. Hace poco pasé la noche con un chico de una fraternidad que llevaba unos shorts de basquetbol
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