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La extraña compañía
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Libro electrónico189 páginas2 horas

La extraña compañía

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“Muchos sucesos extraños habían cobrado vidas en Puno, ciudad peruana. Al no poderlos justificar como desgracias comunes, los habitantes creían que eran originados por hechiceros, brujas o el mismísimo demonio.

Cadáveres decapitados, mutilados, con marcas en el cuerpo, signos y señales nunca

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento28 oct 2019
ISBN9781640864337
La extraña compañía

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    La extraña compañía - Alejandro Tapia Delgado

    CAPÍTULO 1

    Extraños Antecedentes

    Muchos sucesos extraños habían cobrado vidas en Puno, ciudad peruana. Al no poderlos justificar como desgracias comunes, los habitantes creían que eran originados por hechiceros, brujas o el mismísimo demonio.

    Cadáveres decapitados, mutilados, con marcas en el cuerpo, signos y señales nunca antes vistos, no dejaban a las personas vivir en paz. El pánico y la desesperación aumentaban con el paso del tiempo.

    Y es que la misma naturaleza y el paisaje de la ciudad se prestan para imaginar historias tenebrosas, no propias de este mundo. Puno está rodeada de altas cumbres y su temperatura es muy baja. Orillada en el gigantesco lago Titicaca, su tierra es fértil. Su población se dedica a la agricultura, ganadería, pesca, artesanías, folklore y turismo; en su subsuelo, se encuentran yacimientos de oro, plata y cobre.

    La gente de esta ciudad es interesante pero existe alguien en especial: Aurelio Ruiz Oviedo, de dieciocho años de edad. Para muchos, el típico indígena descendiente de la dinastía inca, de rasgos autóctonos y bien definidos de su raza, de encías negras y dientes amarillentos. Su padre, Patricio, es un hombre que trabaja en la ganadería y su madre, Elena, es una típica ama de casa.

    Aurelio tiene un hermano, Diego, de catorce años, con el cual, por ser del mismo sexo y edad contemporánea, es con el que comparte la mayor parte del tiempo. Ambos suelen ayudar a su padre en las labores que este realiza.

    Desde que era muy pequeño, Aurelio ha sufrido sensaciones y dolores muy incómodos que la medicina no ha logrado explicar. Especialmente cuando duerme, siente que le están arrancando algo; peor aún, que algo que está dentro de él quiere salir o liberarse. Muchas veces, estas que parecen terribles pesadillas de las que le cuesta despertar, se le presentan como visiones. ¿Abducción, secuestro, rapto o posesión?

    Que tiene problemas cerebrales. Que debe ser tratado por especialistas que lastimosamente no están al alcance de una familia como esta. Algunos dicen que el muchacho está enloqueciendo y otros aprovechan lo raro de este caso para adjudicar la responsabilidad a entes malignos.

    En realidad, todo acerca de Aurelio es muy extraño. Él jamás ha asistido a un centro educativo. Sin embargo, cuando conversa con las personas dice cosas más profundas que cualquier persona letrada. Geografía e historia son aparentemente los temas que él más conoce. Bastante sorprendente, ¿cómo sabe tanto si ni siquiera sabe leer correctamente?

    Tal vez la gente tiene razón en alarmarse con estos sucesos y debido a esto consideran que es una obra demoníaca. Respecto a Aurelio, algunos creen que no es de este mundo y otros, aún más crueles, han intentado perjudicarlo en varias ocasiones, por ignorancia o temor a que él pudiese hacerles daño.

    No es la violencia una característica de esta población pero, al sentirse vulnerables e impotentes ante los acontecimientos, han empezado a perder la calma pues han perdido a familiares que han muerto de forma escalofriante.

    CAPÍTULO 2

    La nueva víctima

    Ya estaba anocheciendo. Aurelio y su hermano Diego iban camino a casa. Estaban en un bosque bastante cercano a su domicilio en el cual solían ir a caminar y a jugar, especialmente en los días en que su padre no les pedía ayuda con sus labores.

    Al estar a punto de llegar a casa, Diego se dio cuenta de que ya no llevaba un escapulario que le había obsequiado su mamá hace mucho tiempo. Siempre ella lo revisaba para ver si lo conservaba. Al sentir temor por el probable enojo de su madre si perdía este objeto, Diego le pidió de favor a Aurelio que regresaran para recuperar lo perdido. Aurelio estuvo de acuerdo.

    Ambos regresaron. El cielo ya estaba bastante oscuro y el clima muy frío, sin embargo, no se detuvieron. Llegaron al sitio, que en el día es agradable pero en la noche luce tétrico e inhóspito. Los jóvenes buscaron sin cesar el escapulario para regresar lo más pronto posible a casa. Era difícil la búsqueda pues no la realizaban de manera adecuada. Ni siquiera tenían una linterna para poder ver en la oscuridad. Fnalmente, Diego logró encontrar su pertenencia, mientras Aurelio caminaba en dirección al lago. Al llegar a la orilla, se agachó para tocar el agua. La luna llena lograba iluminar el lago y lo convirtió en un verdadero espejo donde se podía observar cualquier figura.

    La curiosidad de Aurelio hizo que inclinara su rostro hacia el agua. El lago reflejó algo horrendo, parecido a la figura de un extraterrestre, más bien a la imagen que los humanos hemos creado de estos seres. Aurelio estaba desconcertado, poco a poco sentía que perdía el control de su cuerpo, no lograba coordinar sus movimientos.

    Diego estaba muy feliz por recuperar su escapulario. Vio a su hermano, quien seguía al pie del lago, y se acercó para compartirle la buena noticia. Colocó su mano sobre el hombro de Aurelio pero, inmediatamente, fue atacado brutalmente por la criatura que este vio reflejada en el agua, la cual tomó por el cuello a Diego y lo mató, estrangulándolo, en cuestión de segundos.

    Una víctima más. En esta ocasión, el desafortunado fue un individuo de muy corta edad. El cadáver quedó en el suelo y encima de este cayó Aurelio, desmayado.

    Mientras tanto, en la casa de los Ruiz, la preocupación aumentaba porque sus dos hijos no habían regresado. Pasaban las horas, Patricio y Elena empezaron a desesperarse, pues ya era de madrugada. Se pusieron de acuerdo y decidieron comunicar a las autoridades sobre la desaparición de Diego y Aurelio. De inmediato, la Policía empezó la búsqueda de los extraviados.

    Los agentes realizaban preguntas de rutina a los señores Ruiz. Elena aseguraba que sus hijos debían estar en el bosque pues era el lugar donde iban con frecuencia. Ella pensaba que la oscuridad de la noche y la poca visibilidad eran las causas que no permitían retornar a sus hijos a la casa.

    El automóvil de la Policía finalmente llegó al lugar. Todos bajaron del carro y caminaron por el bosque, alumbrando el sitio con potentes linternas, sin notar nada anormal. Ya se podía observar el lago y, orillado a este, divisaron un bulto. Se aproximaban de prisa. Elena empezó a gritar al darse cuenta de que se trataba de sus hijos.

    La Policía empezó a revisar los cuerpos. Rápidamente dieron a conocer a los padres que el más pequeño de sus hijos había muerto, mientras que el mayor tenía los signos vitales aparentemente normales, aunque continuaba inconsciente. El profundo dolor era indescriptible en los señores Ruiz. Habían perdido a su hijo menor para siempre y el otro no estaba bien.

    Ambos cuerpos fueron colocados en una patrulla policial adicional que había llegado. Todos lamentaban lo sucedido y temían que esta población entrara en caos debido a tantas desgracias. El cadáver de Diego refrescó la memoria de los policías, quienes recordaban los cuerpos decapitados, mutilados, destrozados, del pasado.

    A la vista, no aparecía ninguna explicación válida. Con el paso del tiempo, la población optó por convertirse en personas netamente hogareñas, llevadas a esta resolución por el miedo de que les sucediera algo malo y porque, coincidentemente, todas las desgracias habían acontecido en lugares un poco alejados del poblado; en bosques cercanos al lago, montañas y varios sitios más. Una mínima cantidad de fallecidos fueron encontrados dentro de la zona urbana, lo cual no significaba que habían sido asesinados precisamente ahí. Pudieron haber sido colocados a la luz pública con la intención de aterrar aún más a esta población.

    La Policía buscaba en la oscuridad rastros y señales en el suelo, en los troncos de los árboles, algo que les permitiese aclarar la causa del hecho. Lastimosamente, no lograron encontrar nada. Embarcaron en las dos patrullas para regresar a la zona poblada. Todos lucían muy preocupados y asustados, temían por sus propias vidas. En esta localidad, nadie tenía la certeza de lo que les podría suceder en un futuro inmediato.

    Las patrullas llegaron a la morgue para que el cadáver fuese examinado por el médico forense, con la finalidad de esclarecer la causa de la muerte del pequeño Diego. Mientras tanto, Aurelio fue llevado al hospital, aún permanecía inconsciente.

    –Aparentemente todo está normal. Me parece muy extraño que este joven se haya desvanecido, pues no hay señal de golpes ni nada fuera de orden. De cualquier manera, habrá que esperar los resultados de los análisis clínicos para estar seguros de que todo anda bien–, comentó con Elena el doctor que había revisado a Aurelio.

    Mientras, en la morgue, se encontraba Patricio. Hacían la autopsia de su hijo y esperaba el informe del forense. Elena no soportó ver el cadáver de Diego y, por sugerencia de su esposo, optó por estar con Aurelio.

    –Es un caso de estrangulamiento. Su hijo murió por asfixia. Sin embargo, tiene señas de golpes por todo el cuerpo, aunque no fueron la causa de su muerte–, señaló el forense.

    Por la mente de Patricio se cruzaba la idea de que Aurelio podía ser el asesino de su hermano. En su interior surgieron un sin fin de preguntas, pues no podía entender, en el caso de que fuese cierto lo que suponía, por qué Aurelio había acabado con la existencia de su hermano menor. No existían antecedentes de mala relación entre ambos; por el contrario, siempre habían llevado bien. La prisión le espera a Aurelio, pensó Patricio. Con esto, habría perdido a sus dos hijos, uno fallecido y el otro condenado a una desastrosa vida.

    La Policía y las demás autoridades analizaron signos en el cadáver para facilitar su trabajo y encontrar al homicida. Muchos de ellos pensaban como Patricio, debido a la posición en la que encontraron los cuerpos al pie del lago.

    Los extraños acontecimientos en esta ciudad no daban tregua. Las autoridades aseguraron que las huellas encontradas en el cadáver no pertenecían a un ser humano. Podrían haber sido causadas por un animal. –Pero, ¿qué animal es capaz de ahorcar a una persona?–, discutían las autoridades.

    La fe de esta población desaparecía. Se había perdido la confianza y la gente se sentía impotente y vulnerable ante los peligros que existían, sin poder encontrar las causas, ni mucho menos los culpables.

    Pese a que los especialistas habían descartado a Aurelio como culpable de este último asesinato, él y los demás implicados en este caso debían ser entrevistados por el comisario en pocas horas.

    Aurelio logró recobrar la razón y retornó a la casa con sus padres. El cadáver de Diego también fue traslado allí para el velorio. La familia contrató a una funeraria para los procedimientos necesarios.

    En todo el sector había agitación y curiosidad. Los vecinos de la familia Ruiz, varios de ellos muy buenos amigos de la familia y otros no tan allegados, permanecían asomados a las ventanas, percatándose de que las cosas no estaban en orden.

    El chisme y los murmullos típicos que se dan alrededor del mundo en estos casos, especialmente en ciudades pequeñas, no se hicieron esperar. Todos observaban los ojos llenos de lágrimas de profundo dolor de Elena y Patricio.

    Aurelio no podía entender lo sucedido, estaba conmocionado. Observaba el cuerpo sin vida de su hermano, pero el asombro no le permitía expresar algún gesto de tristeza o dolor.

    –¿Qué demonios sucedió?–, preguntaron Elena y Patricio a Aurelio. El joven comenzó a narrar la historia que recordaba y lloraba...

    –Ya volvíamos a casa pero regresamos al bosque. Estábamos buscando el escapulario, pues Diego lo había extraviado. De repente, perdí la conciencia. No entiendo cómo ni quién mató a Diego–, gritaba Aurelio a sus padres. Ni siquiera podía hablar de manera clara, desolado por el dolor de perder a su único hermano.

    Rápidamente los vecinos de los Ruiz salieron de sus casas para averiguar lo ocurrido en el domicilio.

    –¿Qué sucedió Elena?–, preguntó Ana, una joven que vivía justo al lado de la casa. Estaba acompañada de Julio, su esposo. Ambos se dedicaban al comercio de productos en general.

    Elena se arrojó en los brazos de su vecina y amiga.

    –Mi hijo está muerto, Ana. Mi pequeño Diego se murió–, comentó Elena, llena de lágrimas y desesperación.

    Al no tener palabras en aquel momento debido a esta terrible noticia, Ana simplemente abrazó con fuerza a su amiga en señal de consuelo. Ni siquiera lograba imaginar el tremendo dolor que siente un padre o madre de familia al perder un hijo ya que ella y su esposo aún no tenían la bendición de tener descendencia.

    Julio pudo escuchar lo que dijo Elena y decidió acercarse a Patricio para preguntarle qué había pasado. Patricio le contó la historia, tal y como se la narró Aurelio a él; añadiéndole la parte en la que él, su esposa y las autoridades llegaron al pie del lago y vieron los dos cuerpos inmóviles. Julio dio su más sentido pésame a Patricio, mientras que cada vez más aumentaba el número de vecinos para conseguir información.

    También llegaron los miembros de la funeraria. Los padres del occiso llegaron a un arreglo y, de inmediato, el personal empezó a realizar su trabajo. Tomaron el cadáver para realizar rutinas antes de colocarlo en el ataúd.

    Todos los vecinos mostraron su solidaridad. Cada uno ofreció realizar una pequeña donación económica para ayudar a cubrir los gastos. Adicionalmente, la mayoría de las mujeres empezaron a participar de los rezos y oraciones propios de los velorios.

    Los dueños de casa, en medio de lágrimas, agradecieron a los presentes por el buen gesto que habían tenido con ellos y anhelaban, con toda esta camaradería, alejar un poco el dolor de sus corazones. Durante todo el día, las personas que acudieron a casa de los Ruiz participaron del velorio de Diego y, sin más, anocheció.

    CAPÍTULO 3

    Una inconsciente llamada de auxilio: La llegada que hace renacer la esperanza

    A esas horas llegaron a la ciudad unos sujetos extraños. Su apariencia física describía claramente que no eran oriundos del lugar, no parecían latinos. Estaban de pie en las afueras de la comisaría y optaron por adentrarse para recibir alguna clase de información.

    –¿Son turistas?–, preguntó el policía de turno.

    –No–, contestó uno de ellos y procedió a contarle al policía por qué y para qué estaban en Puno.

    Jack era el nombre del hombre que habló con el policía. Estaba acompañado de nueve personas: seis hombres y tres

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