MALDICIONES CUANDO LA REALIDAD SE TRANSFORMA EN UNA PESADILLA
El hecho de desear algo malo a alguien es parte de la naturaleza humana. Alegrarse de las desgracias ajenas, del mal del enemigo o de los fracasos de este es algo que “reconforta” a muchos. Esto ha dado pie que a lo largo de la Historia se hayan podido registar varios tipos de maldiciones: desde la verbal hasta la que se hace a través de un conjuro o ritual, las conscientes y las inconscientes, las que van desde simples avisos hasta las que implican un hecho grave sobre la persona o, incluso, la muerte.
El poder de infringir una maldición se otorgaba, en épocas pasadas, a hechiceros y brujas, los cuales adquirían casi un carácter demoníaco. Pero lo cierto es que la maldición puede ser realizada por casi cualquier persona y puede presentar varios estadios. No en vano, existe abundante literatura al respecto, que deja patente, a través de cuentos y leyendas populares, que una persona “normal” puede lanzar una maldición a otro, casi sin quererlo, y que esta puede tener varios resultados.
La maldición en sí dependerá de la intención que se tenga cuando se infringe. A mayor gravedad mayores consecuencias y complejidad en cuanto a preparativos e ingredientes. Igualmente puede tener efectos secundarios, siempre dependerá de la intención, así como daños colaterales. En algunos casos –los menos–, se debe informar a la persona a la que se dirige la maldición de la misma y que sea consciente de a lo que se enfrenta, con toda la carga de sugestión que ello conlleva.
Las maldiciones están presentes en nuestra cultura, más allá de convencionalismos, hay relato que son escritos, incluso a modo de leyendas urbanas y que, parecen, tocados por esos rituales temidos que son las maldiciones. Creer o no creer en ellas ya es cuestión del convencimiento de cada uno.
LA CAJA DYBBUK
Hay veces que nos quedamos fascinados por objetos ordinarios que tienen un extraño poder e influencia sobre nosotros, no lo sabríamos explicar, simplemente queremos que sean nuestros, poseerlos.
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