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La tumba de mi marido: Mujeres encadenadas Libro 1, #1
La tumba de mi marido: Mujeres encadenadas Libro 1, #1
La tumba de mi marido: Mujeres encadenadas Libro 1, #1
Libro electrónico55 páginas43 minutos

La tumba de mi marido: Mujeres encadenadas Libro 1, #1

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Información de este libro electrónico

Emelisa lleva toda su vida cometiendo asesinatos, aunque no supo de sus crímenes hasta que su siguiente víctima es su propio marido.

Primero, el lector debe saber por qué el asesinato está en su corazón. Sin embargo, ella se considera a sí misma no más que una pequeña figura de la maraña de mujeres que los hombres dueños del mundo luchan ferozmente por mantener bajo control.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento7 mar 2024
ISBN9781071590270
La tumba de mi marido: Mujeres encadenadas Libro 1, #1
Autor

Mary King

Mary had compiled the Scriptures for the HOLY GHOST BIBLE into a manuscript to tell the story of the Holy Spirit only from Scripture. An editor took one look and said it would be good to make it a devotion where there could be interesting questions to go with the sets of Scriptures. Mary liked her idea and 4 years later and loads of fun in the Spirit, HOUSE OF THE HOLY GHOST devotional was ready for publishing.

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    La tumba de mi marido - Mary King

    CAPÍTULO UNO

    ––––––––

    Emelisa no habló con sus hijos. Se tumbó bruscamente sobre una de las alargadas sillas del salón. Contemplaba a sus cuatro hijos tumbados en el suelo, comiendo ruidosamente de los tazones que había en medio de ellos. Emelisa había hecho la comida principal, normalmente baja en minerales esenciales, pero rica en almidón. Había dejado la comida en la cocina antes de salir de casa, hace un rato. Les había dicho que comieran cuando tuvieran hambre. No sabía que iba a volver tan pronto como lo hizo. Pero ahora estaba de nuevo en casa.

    Emelisa se dobló en la silla, con las rodillas casi tocando su pecho. Y apoyó la cabeza en el codo. Desde ahí, escuchó el llanto de su hijo menor, Emmanuel.

    Mi mano no llega a la sopa, dijo el chico.

    Junta las piernas y mantenlas estiradas a lo largo de mi espalda, escuchó decir a su hijo mayor, Vincent, al chico que se estaba quejando.

    Vale, dijo el pequeño.

    Si extiendes las piernas hacia la comida, ocupan todo el espacio, dijo Vincent otra vez. Nos bloqueas y la mano no te llega a la comida.

    Vale, dijo nuevamente el chico.

    Ahora, muévete un poco hacia delante.

    Entonces, escuchó un movimiento sordo en el suelo mientras los niños se colocaban alrededor de la comida.

    Emelisa no había hablado con ninguno de ellos desde que llegó a la sala y se recostó en la silla. Los niños la habían saludado, pero también eran conscientes de que la comida se iba a enfriar. Así que tampoco hablaron con ella, después de saludarla. La mujer sabía que la comida era lo que les impedía notar el temblor de su cuerpo en la silla mientras estaba recostada. No les dijo nada del accidente. Emelisa no les había dicho que un coche había aplastado a su padre y que había huido de la escena, del cuerpo destrozado de su padre.

    Sus ojos estaban abiertos, sin parpadear. Escuchó un ruido en dirección al salón y se sorprendió al ver a su cuñado entrar desde la habitación interior. El joven, Edosa, empezó a hablar con ella incluso antes de entrar en la sala de estar. Pero no escuchó lo que le había preguntado. La tensión en su cuerpo había crecido tanto que no podía oír a Edosa ni el ruido de los niños que comían en el suelo. La sensación del momento fue reemplazada por las imágenes vívidas del accidente. Había un detalle espantoso delante de sus ojos. Trató de escuchar a Edosa, pero la impresión que le había dejado en el cerebro la visión del accidente era tan intensa que ningún otro pensamiento podía penetrar en su conciencia.

    Entonces vio a Edosa, una tenue sombra, de pie frente a ella y la interrogó con más ganas.

    ¿Algo va mal?

    Emelisa no contestó. Su mente perturbada no le permitió comprender bien lo que Edosa le estaba preguntando. Los niños también habían dejado de comer. Emelisa no oía el ruido como antes. Entonces otra pregunta recorrió el salón.

    ¿Dónde está mi padre?

    La voz recorrió su cuerpo estremeciéndolo, como si hubiera sido un trueno proveniente del cielo. Miró de nuevo y vio a su hijo mayor, Vincent, de pie junto a ella.

    Mamá, ¿estás enferma? le preguntó.

    Emelisa no contestó.

    ¿Sabe mi hermano que estás enferma? Salisteis de la casa juntos hace un rato. ¿Se ha ido a buscarte medicinas?

    Emelisa no contestó. Quería responderle y decirle que su hermano no había ido a buscarle ninguna medicina. Había muerto en un accidente. Pero cuando quiso abrir la boca, sintió que su cuerpo

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