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La esperanza de Emily
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La esperanza de Emily
Libro electrónico471 páginas10 horas

La esperanza de Emily

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Información de este libro electrónico

"Convincente... una verdadera máquina de pasar páginas". Damon Owens
"Recomendable de todo corazón," Catholic Insight Magazine.
La esperanza de Emily es la apasionante historia del viaje físico, emocional y espiritual de una joven desde el instituto hasta la edad adulta. A lo largo de la historia se intercalan retrospectivas de la problemática vida de la bisabuela de Emily, con un clímax que culmina en la sorprendente revelación de que Emily y su bisabuela tienen una conexión que va más allá los lazos ancestrales. Basada en una historia real.

"Hay mucho que amar en La esperanza de Emily: la inocencia del amor joven, el hermoso y milagroso poder curativo del amor y la belleza del amor matrimonial sacrificado y su esplendor vivificante. Esta historia no es una fantasía, sino un retrato tierno y sensible de lo que hace que el amor sea real y duradero."
Jean Heimann, Catholic Fire 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jun 2021
ISBN9798201671815
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    La esperanza de Emily - Ellen Gable

    LA ESPERANZA DE EMILY

    Una novela

    por

    ELLEN GABLE

    Full Quiver Publishing.

    Pakenham, Ontario

    DEDICATORIA

    A Dios, el Autor de la vida, y a mis padres, Elizabeth May Gable Power y Francis Gable, ya difuntos, por darme el regalo de mi vida.

    A nuestros hijos quienes, por su sola presencia, proclaman el Evangelio de la Vida: Joshua, Benjamin, Timothy, Adam y Paul, a quienes estamos educando, y a los siete preciosos niños que nos esperan en el cielo, es un gran privilegio ser su madre.

    A mi mejor amigo, esposo y compañero sacramental, James Hrkach: sin tu amorosa influencia no me habría convertido en la persona que soy ahora.

    ... no hay amor sin esperanza, no hay esperanza sin amor, y no hay amor ni esperanza sin fe.

    San Agustín 

    Junio de 1993

    El dolor en el abdomen se volvía más intenso a cada momento. Ella se sentó en el sofá y marcó el número de la escuela secundaria. Parecía que conectar la línea estaba tomando una eternidad. Uno, dos timbres del teléfono. Por favor, que alguien conteste, rogó en silencio. Al escuchar la voz de la secretaria Emily apenas pudo hablar, pero dijo lo suficiente para dejar claro que necesitaba a su esposo. Dejó caer el teléfono y trató de respirar profundamente. Al sentir una incontenible necesidad de vomitar corrió al baño justo a tiempo para derramar lo que tenía en el estómago. Se aferró al frío y duro retrete como si, de alguna manera, este hiciera su dolor más tolerable. Desorientada, pensó en su bebé y rápidamente vio su sonriente e inquisitivo rostro, ajeno al dolor de su madre.

    Debo permanecer consciente por mi bebé, repetía en su mente una y otra vez. Regresó al piso, junto al sofá, tratando de sentarse recta con su pequeño niño al lado mientras recuperaba y perdía la conciencia constantemente. Lo tenía asido fuertemente y, cuando despertó, los paramédicos estaban separándole las manos de su hijo y la colocaban sobre una camilla. Todo parecía un sueño. Escuchaba a los paramédicos hablar de la cosilla que ella era.

    Aún demasiado débil para emitir sonidos, preguntó dónde estaba su pequeño hijo. Vio por un segundo a su esposo llevándolo en brazos por las puertas traseras de la ambulancia.

    Con el brazo derecho sostenía el pequeño cuerpo de su hijo, mientras que con la mano izquierda mantenía la pequeña cabeza contra su pecho como si fuera un escudo que lo protegía de la confusión que los rodeaba. Pero la cara de su esposo... su cara estaba tan descompuesta y consternada que, Emily sintió la angustia de una esposa y madre que abandona a su familia. A Emily se le llenaron los ojos de lágrimas y, por un momento, olvidó su dolor.

    Entonces los ojos de ambos se encontraron, y él se dio cuenta de que ella lo miraba. Todo cambió. Su esposo levantó la barbilla como dándole ánimo y entró en su ser con una mirada de ternura, de confianza y de consuelo. Lo que sea que pase, seré fuere por ti y por nuestros hijos, a quienes tú y yo amamos, y por Dios, quien te ha pedido mucho. Él parecía decir todo eso con sus ojos, todo eso y más. Mientras su amor la alcanzaba entre los gritos de los paramédicos y sus frenéticos procedimientos, los ruidos de las máquinas y el abrumador escándalo de la sirena, con su luz que ya destellaba, su terror empezó a desvanecerse, y su corazón resurgía en su interior. Ya consolada, se permitió volver a dormir.

    Emily abrió los ojos de nuevo, esta vez mientras los paramédicos metían una aguja intravenosa en su brazo. Aunque sentía como si la apuñalaran con un picahielos, todo lo que pudo hacer fue hacer un gesto de dolor y emitir un suave quejido. Parecía como si cada onza de energía hubiese sido extraída de su ser. Así debe de sentirse cuando te mueres.

    Después imaginó las caras de sus pequeños y, de repente, la posibilidad de morir le pesó en el corazón. Por favor, Dios, no puedo morir, rezó en silencio. No quiero que mis pequeños crezcan sin su madre. De pronto, una sensación de calidez la rodeó, después se sintió en paz. No había amargura, solo aceptación, una calma que era lo suficientemente enorme para tranquilizar un océano. Silenciosamente recitó un Ave María... ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Esas últimas palabras cobraron un poderoso significado con la posibilidad de que esta pudiera ser su hora. Supo que lo que sea que sucediera sería la voluntad de Dios, y ella se sometería a ello, lo que sea que fuera.

    Al pasar a la inconciencia, lo último que escuchó fue La estamos perdiendo...

    1

    Salmo 31, 12

    Octubre de 1976

    Emily sacó todos los libros de su casillero mientras su pensamiento recorría la lista mental de cosas que necesitaba lograr hacer antes de que acabara el día. Primero, planeaba investigar un poco para su proyecto de Inglés. Aunque la fecha de entrega estaba para el siguiente mes, ella a menudo terminaba las tareas en unos pocos días. Emily tenía poca tolerancia con estudiantes que dejaban todo al último minuto para terminar o, peor aún, para empezar sus proyectos.

    La práctica de porristas había terminado temprano, dándole un espacio para poder hacer la tarea. Vio su reloj y pensó que tenía alrededor de veinte minutos antes de que cerrara la biblioteca. Aceleró por los pasillos y, al salir por la puerta, casi chocó con su profesor de Inglés.

    —Lo lamento, Sr. Bishop —se disculpó.

    —No se preocupes —dijo él, con un ligero ceceo—. ¿Adónde vas con tanta prisa?

    El Sr. Bishop les caía bien a todos en la secundaria. Era como un oso de peluche, se parecía a Pedro Picapiedra; era un caballero con una voz que resonaba y siempre usaba un traje arrugado con una corbata de moño de color brillante. 

    —Solo tengo veinte minutos hasta que cierre la biblioteca, tengo que investigar para el proyecto que nos asignó.

    —Qué bueno ver que alguien sí hace su tarea, señorita Greer. Buena suerte con su investigación —dijo con una amplia sonrisa en su rostro. Él siempre parecía estar tan feliz y era tan amistoso que ella se preguntaba si alguna vez perdía los estribos. 

    Emily salió corriendo por la puerta, pero se detuvo cuando vio los impresionantes colores de los árboles justo cuando empezaban su transición de verano a otoño. Su época favorita era el otoño, con sus mañanas frías, el fresco aire helado con un atisbo del invierno que estaba por llegar y, por encima de todo, los coloridos árboles.

    Al llegar a la biblioteca, fue a toda velocidad hacia donde estaban los archivos de las tarjetas.

    —D, E, F... ah, allí están las G, Genealogía —tomó nota de varios números de libros, luego caminó rápidamente a donde estos podían encontrarse—. Aquí están, Genealogía para principiantes y Genealogía y árboles genealógicos. Esto debería ser suficiente para empezar.

    Después de sacar el préstamo de sus libros, Emily los metió en su mochila y, con un suspiro de alivio, salió y se fue a casa.

    En el camino pasó al lado de otros estudiantes, levantó la mirada para ver si los reconocía, y ya que no era así, vio de nuevo al suelo. Emily era amistosa, pero no tan amistosa. Tal vez era porque era baja de estatura y se veía muy joven para su edad, su rostro era amable y atractivo incluso cuando no estaba sonriendo.

    Siguió caminando por la calle y pasó junto a la parada de autobús mientras este dejaba a unos estudiantes allí.

    —¡Hola Em!

    Su mejor amiga, Carrie, la saludaba agitando la mano con energía. La efervescente personalidad de Carrie y su belleza natural la hacían popular con los chicos.

    —Hola, Carrie. —Emily se detuvo en la calle, junto a la parada del autobús.

    —Detesto que la escuela esté tan lejos. Desearía que mi mamá me dejara ir a la secundaria pública de aquí, pero, bueno, ya conoces a mi mamá. Ella cree que si está pagando por algo, ese algo debe de ser mejor  .

    Emily asintió con la cabeza

    —Oye, ¿quieres venir a mi casa a escuchar discos o hacer bromas por teléfono?

    —No puedo ahora. Debo pasar al Palacio de la Pizza y comprar la cena. Mi mamá trabajará esta noche. Además, mañana tengo que entregar un proyecto de ciencias.

    —Iré al Palacio de la Pizza contigo y podemos hablar mientras comes. Oye, ¿cómo es que esperaste al último minuto para hacer tu proyecto?

    —Ya me conoces, trabajo mejor cuando estoy bajo presión.

    Emily puso los ojos en blanco.

    —Claro.

    Caminaron por la calle hacia el restaurante. Cuando Carrie estaba ordenando la pizza Emily se sentó en una de las butacas junto a la ventana. Echó un vistazo despreocupadamente hacia afuera y vio pasar a una pareja de jóvenes. El chico tenía su brazo alrededor de la cintura de la chica, y su mano en el bolsillo trasero del pantalón de ella. Caminaban al mismo paso, como si estuvieran conectados entre sí. Emily suspiró.   Carrie se unió a Emily en la butaca y le dio una gran mordida a la pizza.

    —Oye, Em, ¿has pensado en ponerte lentes de contacto? —preguntó mientras masticaba—. Quiero decir, esos pequeños anteojos de montura de alambre te hacen ver como Ben Franklin o, peor aún, como si fueras una chica estudiosa o algo parecido.

    —Sí, bueno, a mí no me parece que sea así. Quiero decir, simplemente no me gusta la idea de poner algo sobre mis ojos. Además, a mí me gustan mis anteojos.

    —Pero, Em, tienes unos hermosos ojos en forma de almendra. Cielos, recuerdo la primera vez que te conocí, pensé que quizás eras asiática.

    —Debe de ser mi lado indio.

    —¿Indio?

    —India-norteamericana. ¿Recuerdas que te conté que mi bisabuelo era indio? Aunque no sé de cuál tipo era.

    —Bien, ciertamente tienes el largo cabello de una chica india —replicó Carrie, moviendo su cabellera castaña que le llegaba debajo de los hombros—. ¡Por el amor de Dios! Parece que no lo has cortado en años. Ese estilo pasó de moda el año pasado. ¡Por-fa-vor! Apuesto a que los chicos te notarían más si cortaras tu cabello y le dieras forma.

    Emily puso los ojos en blanco otra vez. Carrie siempre estaba tratando de convencerla de usar maquillaje o cambiar su apariencia de niña. La verdad es que a ella le gustaba su cabello largo que le llegaba a la cintura, por costumbre, ella se lo quitaba de la cara echándolo hacia atrás. La mayor parte del tiempo ella disfrutaba verse más pequeña de lo que era.

    —¡No me pongas los ojos en blanco, Emily Greer! Hemos sido amigas durante siete años, y durante los últimos dos o tres años has estado quejándote de que los chicos no te toman en serio.

    —¿Y?

    —Así que... necesitas empezar a vestirte como una chica de diecisiete años, no como una niña de diez. La semana pasada peinaste tu cabello con coletas a los lados. Incluso a mí me convenciste de que tenías diez años.

    —De acuerdo, de acuerdo. Entiendo tu punto. Pensaré sobre lo de ponerme lentes de contacto, cortar mi cabello, y te prometo no peinarme con coletas a los lados. ¿Feliz?

    Carrie suspiró.

    —Sí, seguro, Em. Si cortas tu cabello, me desmayaré al instante.

    —Muy graciosa.

    —Por cierto, ¿cómo está Rick?

    —Está bien, supongo.

    —¿Cómo iba vestido hoy?

    —Con su suéter azul y pantalones de mezclilla

    —Solía verse muy guapo con nuestro uniforme de la escuela Em. Pantalones oscuros, camisa blanca y corbata, un verdadero sueño. Por supuesto, puedo entender por qué te gusta. —Carrie tragó el último trozo de pizza. —Te llamaré esta noche cuando termine mi proyecto. Nos vemos.

    Salieron del restaurante y, Emily se despidió con la mano mientras veía a su amiga cruzar la calle. En su camino a casa, se permitió soñar despierta. Aunque no había tenido una cita aún, con frecuencia escuchaba disimuladamente a las otras chicas en los vestidores cuando hablaban sobre sus grandes citas de los viernes por la noche. A veces, las chicas le preguntaban a Emily con quién había salido. Usualmente, por vergüenza, mentía y les decía que estaba saliendo con alguien de otra escuela. Solo sus amigas cercanas sabían la verdad.

    Sus sueños siempre eran sobre cierto chico, Rick. Él medía más de un metro ochenta, y tenía cabello castaño claro cortado en capas. Para Emily, Rick lo tenía todo: era inteligente; era el chico más guapo de la escuela y, en su opinión, era el mejor jugador del equipo de básquetbol. Rick estaba en algunas de sus clases, pero los nervios siempre le impedían hablarle.

    Siguió soñando que se casaba con Rick, que echaban raíces y que tenían muchos hijos. Al llegar a una calle ruidosa, vio a ambos lados, se percató de que no se acercaran autos y procedió a cruzar. De pronto, sintió que unas manos la agarraban firmemente por los hombros y tiraban de ella justo cuando una camioneta, al hacer un giro brusco, pasó por su lado. Seguía sintiendo en sus hombros las manos de la persona desconocida, quien evitaba que se cayera.

    Por unos segundos, estuvo de pie en mitad de la calle, sin ser capaz de respirar o de moverse. Con la boca abierta y temblando de la cabeza a los pies, se dio la vuelta, pero no vio a nadie.

    —¡Esa camioneta casi se estrella conmigo! —dijo en voz alta, aturdida—. Me habría golpeado si alguien no hubiera tirado de mí.

    Los peatones a ambos lados de la calle seguían caminando, absortos en sus propios pensamientos, como si nada hubiese pasado. Emily pudo escuchar un sonido como de golpes, entonces se dio cuenta de que era su propio corazón que latía con intensidad. Siguió su camino, distraída y confundida, pero más que todo aliviada. 

    Al llegar a su casa, se paró en el pequeño porche del frente y abrió la puerta. El olor del tocino recién cocinado estaba en el aire.

    —¡Hola, papá! —gritó. Como su padre, que era cartero, usualmente llegaba a casa de trabajar alrededor de las 3:30, ella sabía que él cocinaría la cena, una tarea del hogar que él siempre hacía regularmente desde que su esposa había regresado a trabajar a tiempo completo.   Emily se quedó de pie en la puerta que daba a la sala, se quitó la chaqueta y la tiró en la silla más cercana. A la derecha de la espaciosa sala estaba su pequeña cocina  —. ¿Sándwiches de tocino, lechuga y tomate otra vez?

    —Sí —masculló él con un cigarrillo Raleigh en la boca a medio fumar.

    Al darle un beso en la mejilla, ella sintió el conocido olor de la loción Old Spice a través del humo del cigarrillo. Se sentó a su lado y lo vio mientras le daba vuelta a una tira de tocino en la sartén.

    Él se sacó el cigarrillo de la boca, tomó un sorbo de su cerveza y empezó a tararear al ritmo de la canción que sonaba en ese momento en el tocadiscos. Phil Greer medía aproximadamente un metro con setenta centímetros, todavía tenía la mayor parte de su cabello y, excepto por la barriga causada por beber, se veía considerablemente más joven que sus 48 años. Estaba tarareando la canción My Cherie Amour de Stevie Wonder. Emily a menudo le decía a su padre que pensaba que él era el vivo retrato de Frank Sinatra, lamentablemente, él no tenía el talento de Frank para el canto.

    —¿Te ayudo? —preguntó Emily. Aunque estaba ansiosa por empezar su investigación, pacientemente esperó que su papá le respondiera.

    —Claro, Em, puedes poner la mesa.

    —Está bien.

    —¿Cómo te fue en la escuela? —le preguntó su padre.

    —Bien, supongo. Oh, saqué un diez en mi composición de Francés.

    Tres bién —la felicitó su padre sonando más como Gomer Pyle hablando en francés.

    —Papá, es tres bien, tienes que enrollar tu r.

    —Te recuerdo que yo estuve en París durante los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial.

    —Ya sé que estuviste allí, papá, ¿pero quién rayos te enseñó a hablar francés?

    —Las chicas —levantó las cejas y sonrío.

    —Vamos, papá. ¿Eran chicas francesas?

    —Claro que sí —rio él. Le gustaba tomarle el pelo a su hija menor.

    Emily terminó de poner la mesa, después regresó a la sala y subió corriendo la escalera. En lo alto de los escalones, pasó al lado de la habitación de sus padres, volteó a la derecha, luego pasó por la de su hermano mayor, Matthew, que era más pequeña, y caminó por el pasillo hacia una habitación más grande que ella y su hermana, Susan, compartían. A veces, Emily se sentía un poco culpable de que ella y Susan, por ser las hijas, a veces eran las preferidas. La habitación tenía una alfombra afelpada y cobertores con estampado de color rosa y azul. La habitación de su hermano, aunque impecablemente limpia y ordenada, no tenía nada en el piso y solo había una simple sábana de color marrón sobre la cama. Ambas habitaciones tenían televisores en blanco y negro, aunque la de las hermanas era más grande.

    Emily estuvo agradecida de que Susan empezara en su nuevo empleo el año anterior. Ahora podía disfrutar de la privacidad de la habitación hasta las seis de la tarde en punto. Una vez estuvo dentro, tiró su mochila sobre la cama sin arreglar, después fue hacia la pequeña ventana que estaba en el centro de la pared del fondo para abrirla. Sus camas estaban una a cada lado de la ventana, arrinconadas en las dos esquinas del fondo de la habitación.

    Después acercó el mueble de la televisión a la cama. Encendió la televisión y empezó a ver una vieja repetición de Yo amo a Lucy.

    Con el diálogo del programa que venía de la televisión como fondo, Emily se sentó en su cama, después tomó la mochila, sacó los libros que prestó en la biblioteca y empezó su investigación. Como parte de su tarea de Inglés, estaba rastreando su árbol genealógico tres generaciones atrás. Hojeó los libros sobre genealogía en busca de ideas de dónde encontrar información importante relacionada con el árbol genealógico de una persona.

    En uno de los libros, los autores animaban a aquellos interesados en su genealogía familiar a hablar con cada miembro mayor de su familia para obtener información y fotos de primera mano. La primera persona que le vino a la mente era la tía Sally. Ella sabía que su tía no solo tendría montones de fotos, también tendría mucha información la cual ayudaría a Emily en su búsqueda para averiguar sobre sus ancestros.

    Le bajó el volumen a la televisión, luego tomó el teléfono rosa de princesa que estaba sobre la mesa de noche y marcó el número de su tía. La tía Sally, la hermana mayor de su madre, había enviudado desde hacía varios años. Ahora tenía casi sesenta, pero parecía que no había envejecido ni un día desde los cuarenta y cinco; en la opinión de Emily aun así era vieja, pero no muy vieja. A ella le gustaba decirle a su tía que ella le recordaba a Ava Gardner, pero, de hecho, se veía y sonaba más como Dinah Shore, solo que sin el acento sureño.

    Siempre se la imaginaba sentada junto al teléfono porque, como siempre, su tía contestaba en el primer timbrazo.

    —Hola, tía Sal, soy Emily.

    —Hola, Tootsie Roll. ¿Cómo estás?

    Emily se alejó el auricular de la oreja, la voz de la tía Sally a veces podía ser muy alta y aguda.

    —Estoy bien. Estoy haciendo una investigación sobre mi árbol genealógico para mi clase de Inglés. Necesito averiguar quiénes son mis ancestros, y tener quizás una foto o dos de cada uno. Esperaba que pudieras ayudarme.

    —A la tía Sally le encantaría ayudarte —contestó. Emily recordó cómo sus hermanos solían molestar a la tía porque ella casi nunca se refería a sí misma en primera persona, siempre lo hacía como la tía Sally.

    —Puedo llevarte mis álbumes de fotos el domingo, si quieres.

    —Eso sería buenísimo. Muchas gracias.

    Se despidieron y luego Emily colgó. Subió el volumen de la televisión y vio lo que quedaba del programa Yo amo a Lucy. Sintió que el resto de la semana pasó volando.   El domingo llegó la tía Sally.

    —Oye, Em, la tía Sally está aquí —le dijo su madre. Emily bajó a saltos los escalones, pasó al lado de su madre y corrió a abrazar a su tía. 

    —Sal, puedes traer tus álbumes al comedor. Todavía faltan un par de horas para cenar —dijo Becky, después le dio otra calada a su cigarrillo. Becky era diecisiete años menor que Sally, pero era más de seis centímetros más alta, y su cabello oscuro estaba empezando a mostrar algunas canas.

    —Gracias, Beck.  

    La tía Sally colocó los tres gruesos álbumes sobre la mesa del comedor.

    —Caramba, esos álbumes huelen a... bueno, a viejo —exclamó Emily. Un fuerte olor a moho emanaba de los tres grandes álbumes.

    —Sí, es cierto. Algunas de estas fotografías son de finales de los años 1800.

    En uno de los álbumes, Emily encontró una fotografía marrón que estaba un poco desenfocada. Mostraba a una mujer joven con un hombre más alto que ella detrás.

    —¿Quién es ella?

    —Esa es mi abuela, Katharine Clayman. Ella era la madre de tu abuelo.

    La foto de Katharine Clayman mostraba a una joven de apariencia estoica, supuso Emily que podría haber sido muy bonita si hubiese sonreído. Así como estaba, su cara tenía una apariencia dura a pesar de su juventud.

    —¿Cuántos años tenía tu abuela allí?

    —No estoy segura. Por lo oscuro de la fotografía, podría ser una que mi padre tomara con su nueva cámara compacta. La tía Sal recuerda que él dijo que ahorró por tres años para poder comprar una de esas. Finalmente tuvo suficiente dinero cuando tenía alrededor de quince años, en 1911. La mayoría de estas pequeñas y oscuras fotografías son de su colección. Quizá fue en 1912.

    La tía de Emily entornó los ojos mientras examinaba la borrosa fotografía que tenía un matiz marrón. La cámara había capturado la mirada de ambos, su abuela y un hombre que parecía estar caminando detrás.

    —¿Quién es ese hombre alto de allí?

    —Caramba, no estoy segura, Tootsie Roll. La tía Sal no lo reconoce.

    —Bien, quien quiera que sea, se ve que era bastante alto, ¿no crees?

    —Sí, pero la abuela era bastante bajita, no llegaba al metro y medio.

    —Genial, tía Sal, más o menos como yo, ¿no?

    —Sí, era más o menos como tú, Tootsie Roll  —Emily se sintió conectada inmediatamente con su bisabuela, Katharine.   La tía Sally señaló otra fotografía—. Él es su esposo, Harry Clayman.

    Emily examinó la fotografía de su bisabuelo, y vio que al principio su cara daba miedo, tenía la apariencia de haber sido tallada en madera. En algunas fotografías mostraba una amplia sonrisa desdentada, la cual hacía que su cara pareciera amenazante.

    —Mamá dice que él era un indio, un nativo norteamericano.

    —Sí, lo era. Pero él estaba un poco avergonzado de sus raíces. Cuando la tía Sal era una adolescente, ella solía preguntarle a cuál tribu pertenecía él, y él siempre le contestaba a la civilizada.

    —¿Qué más puedes contarme sobre Katharine, mi bisabuela?

    —Bien, ella murió en 1961 cuando tenía casi ochenta y dos años. Tenía una personalidad muy inquieta y tuvo dos hijos.

    —¿Dos hijos? Eso es extraño. He leído que las familias eran generalmente numerosas en esos días. Me pregunto por qué ella tuvo solamente dos hijos.

    —Bueno... —la tía Sally dudó, luego vio hacia otro lado por un momento—. Sé que tuvo al menos un embarazo ectópico, lo cual significa que el embarazo se dio en la trompa de Falopio y no en el útero. Por lo que sé, ella casi murió por ello.

    —Pobre mujer —Emily siguió examinando las numerosas fotografías, cada vez más intrigada por sus ancestros—. ¿Quién es él?

    —Él es John Clayman, mi padre, y aquí está Ruth Clayman, la hermana de John, mi tía. Esta fotografía fue tomada en 1909, justo después del nacimiento de Ruth.

    La fotografía era una hermosa imagen de la bisabuela de Emily, Katharine, y su hijo, John, sentado frente a ella en el piso. La bebé Ruth estaba sobre su regazo.

    Emily había visto a la tía abuela Ruth varias veces. Nunca antes había pensado dónde encajaba Ruth en la familia.

    —Aquí hay otra fotografía de la tía Ruth —anunció la tía de Emily, luego señaló una foto tomada en la década de 1920, cuando Ruth era una jovencita de dieciséis o diecisiete años.

    —Tía Sal, ¿sabes?, Ruth no se parece nada a mi abuelo, John.

    —¿Qué quieres decir con eso?

    —Bien, ella se ve muy diferente. Mi abuelito parece ser en parte indio, tiene la piel bastante oscura.

    —Oh, bien... —la tía Sally dudó, luego se movió en su silla—. Creo que ella simplemente se parece mucho a su madre.

    —¿Y quién es esta linda jovencita?

    —Oh, esa es la tía Sal, Tootsie Roll, cuando era una adolescente.

    —Guau, ¿esa eres tú? ¿Tenías casi la misma edad que yo allí?

    —No estoy segura, quizás tenía quince o dieciséis en esta fotografía.

    Emily examinó la foto en blanco y negro de su tía cuando era joven. Llevaba un hermoso vestido que le llegaba a media pierna, su cara exhibía una reservada sonrisa. A pesar de eso, definitivamente tenía un destello en los ojos, una mirada juguetona.

    —Eras muy bonita, tía Sal.

    —¿Te parece?

    —Claro que sí. Estas fotos son tan geniales. Creo que es fascinante pensar que en el momento en que estas fotos fueron tomadas, estos ancestros míos estaban caminando y hablando, con sus personalidades únicas.

    —Sabes, Tootsie Roll, la tía Sal desearía que hubieras conocido a algunas de estas personas. Tú eras solo una bebé cuando tu bisabuela murió, y solo niña pequeña cuando mis padres, tus abuelos, murieron. Es difícil sentir sus personalidades a través de una simple fotografía.

    —No lo sé, tía Sal. Quiero decir, puedo notar en esta foto de aquí que eras muy traviesa.

    —Quizá. Pero las fotos solamente revelan una pequeña parte de la historia. Hay mucho más en una persona que lo que puedes ver en una fotografía.

    —Bien, algún día tendrás que contarme más sobre ello, tía Sal. ¿Puedo sacar algunas copias de estas para mi proyecto?

    —Claro, a La tía Sal le gustaría hacer eso por ti. Sin embargo, probablemente tomará alrededor de una semana. ¿Te dará tiempo para terminar tu proyecto?

    —Sí, tengo casi un mes para entregarlo. Muchísimas gracias.

    Emily reunió los materiales de su proyecto, junto con toda la información relacionada con la familia del lado de su padre, y lo guardó todo en un lugar seguro. Había algo que la intrigaba sobre su árbol genealógico, y eso le hizo querer saber más sobre su linaje.     

    Ocho meses después, Emily, acostada en su cama, reflexionaba sobre lo que iba del año escolar.

    El verano había llegado temprano al pequeño pueblo de Nueva Jersey. Las noches eran tibias, los días calurosos. El alba acababa de romper cuando ella estaba acostada en su cama disfrutando una inusual brisa que entraba por la ventana. Le costaba creer que acababa de cumplir dieciocho años. Este era un año importante. Legalmente tenía edad para beber alcohol y votar, era una adulta.  

    Emily saltó de la cama, se quitó el camisón y se puso un par de pantalones ajustados de algodón, una camiseta y sus sandalias, luego bajó los escalones. Se sentó a ver en la tele el programa Today show con un plato de cereal y un vaso de jugo de naranja. Su madre y su padre ya se habían ido a trabajar ese día. Su hermana mayor, Susan, se arrastró a la sala.

    —Buenos días, Sue.

    — ¿Por qué tienes que actuar tan alegre en las mañanas? Me pones nerviosa —Susan le llevaba varios centímetros y dos años a Emily, y teñía su cabello desde que tenía dieciséis años. No era sorprendente que Susan fuera años por delante de Emily en lo que respecta a madurez. Salía con chicos desde que tenía catorce, fumaba un par de cajetillas de cigarrillos diariamente y bebía socialmente—. Oye, no te terminaste los Lucky Charms, ¿verdad? Sabes que a mí me gustan.

    —No. Estoy comiendo copos de avena.

    —Necesito café.

    Su hermano mayor, Matthew, estaba trabajando en el turno de medianoche a siete de la mañana en Kravitz, una tienda por departamentos. Aunque iba a clases nocturnas en el centro formativo superior local, Emily sabía que él llegaría antes de que ella se fuera a la escuela.

    En el programa Today Show, Tom Brokaw estaba dando las estadísticas actualizadas de la cantidad de mujeres que ejercían su derecho a elegir abortar. Emily recordó el domingo anterior, cuando asistió a la misa. El sacerdote habló de la marcha provida que tendría lugar esa semana. En su homilía predicaba a las personas que abortar es malo, de hecho, que era un asesinato. Para Emily, el aborto parecía algo que debía mantenerse en secreto entre la mujer y su doctor. ¿Quién soy yo para decirle a alguien que abortar es malo?

    Aunque ella no había empezado a salir con chicos todavía, suponía que cuando empezara a hacerlo, ella probablemente perdería su virginidad y que se enamoraría. Ciertamente no estaba en sus planes esperar hasta el matrimonio. Después de todo, pensó Emily, parecía que en estos días nadie esperaba hasta casarse. Sin embargo, sabía en su corazón que si alguna vez quedara embarazada inesperadamente, podría ejercer su derecho a elegir abortar. A ella realmente no le importaba si otras personas habían abortado o no. Por otro lado, Emily pensaba que era demasiado inteligente como para quedar embarazada por accidente. Para eso se habían inventado los anticonceptivos. En su mente, no había excusas para los embarazos no deseados en estos tiempos.

    La puerta se abrió y su hermano, Matthew, entró.

    —Hola, Matt —dijo Emily.

    Él respondió con un gruñido, algo que ella no pudo entender.

    Emily observó a su hermano mientras él se movía por la habitación. Su cabello normalmente bien peinado se volvía un desastre después de una noche de trabajo, y sus ojos marrones parecían estar listos para cerrarse. Arrastró los pies por la habitación como si llevara un gran peso en su espalda, y caminó lentamente hacia el baño para tomar una ducha. Él era el más alto de la familia, y con su casi metro ochenta se parecía mucho a su padre. Emily y Susan se parecían más a su madre.

    La puerta del baño estaba cerrada con llave, Matthew empezó a aporrearla.

    —Sue, ya sabes que yo me ducho en cuanto llego a casa. No soporto estar sudado. Date prisa.

    —Saldré en unos minutos. Ya para el carro.

    Emily tomó sus libros y su bolsa, salió al pequeño porche, y empezó la larga caminata hacia la escuela. El sol se sentía tibio y el aire olía a césped recién cortado. Le encantaba su vecindario, un área suburbana de clase media donde las casas, construidas después de la Segunda Guerra Mundial, eran de estilo Cape Cod, con postigos que adornaban las ventanas y abundantes flores en prácticamente todos los jardines. Los robles eran tan numerosos que en un día de lluvia podías permanecer seco si caminabas debajo de ellos.

    Ella disfrutó los cálidos días de verano caminando hacia la escuela en la semana que acababa de pasar. Le costaba creer que en unas cuantas semanas se habría graduado de la secundaria e iría a la universidad. Pensó en lo mucho que cambiaría su vida y el aumento de responsabilidad que tendría entonces.

    Un poco distraída por el tránsito que había frente a la escuela Emily se topó con dos estudiantes que estaban enredados en un abrazo cerca de la puerta lateral del edificio.

    —¡Oye, fíjate por dónde vas! —le gritaron, mientras se apresuraban a pegarse otra vez entre sí como si fuesen dos aspiradoras. Cuando se besaron así, parecía como si estuvieran succionándose las caras el uno al otro. Esa clase de besos le erizaban la piel a Emily.

    Rápidamente llegó a su casillero para dejar allí algunos libros y sacar su libro de historia para el primer periodo.

    Su amiga, Maddie, la detuvo. Ella era alta, medía casi un metro con sesenta y cinco centímetros, y tenía cabello rubio.

    —No puedo creer que nos graduaremos en unas cuantas semanas —exclamó Maddie.

    —Sí. Los últimos cuatro años han pasado volando para mí —replicó Emily.

    —Estoy realmente anhelando ir a la universidad —dijo Maddie—. Espero hacer las pruebas para los equipos de jóquey sobre césped y de softbol.

    —No tendrás ningún problema. Eres una gran atleta —dijo Emily.

    Las dos chicas siguieron con su charla mientras caminaban por el pasillo hasta que llegaron a la clase de historia.

    Ese era el momento favorito de Emily, no por la materia, sino porque Rick estaba en esa clase. Él se sentaba detrás de ella, unos cuantos asientos atrás. Ella siempre se aseguraba de evitar mirarlo, en lugar de eso se enfocaba en los bloques de cemento pintados que servían de pared en la recién construida escuela. Después de todo, ella no quería que él supiera cuánto le gustaba. Carrie y Maddie solían bromear con ella, Por la forma en la que actúas, es como si no te gustara. No nos sorprende que no te haya invitado a salir todavía.

    Emily reconocía que había algo de verdad en ese comentario. Sin embargo, no creía que pudiera soportar el rechazo si él averiguaba que ella gustaba de él, y aun así no quisiera invitarla a salir.

    Después de la clase de Historia tocaba la de Inglés con el señor Bishop, su maestro favorito. En su clase ella aprendía algo nuevo cada día. Emily también estaba fascinada con el rostro del señor Bishop. Sus facciones eran grandes,

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