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El Caso Collins
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Libro electrónico183 páginas2 horas

El Caso Collins

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Dos agentes del FBI en busca de una familia secuestrada

Trabajar para el FBI ciertamente no es un trabajo “normal”, pero la agente especial Julie Ann Davidson nunca se había encontrado con un caso tan personal como este. A pesar de no estar oficialmente asignada al caso, Ann y su compañero, Patrick Duncan, asumieron la tarea de hallar a Rachel, Jason, y Emily Collins. Como si esa tarea no fuera suficiente, Ann and Patrick tienen también que investigar un desconcertante caso de robo informático.

¿Quién es Christopher Collins y qué hay en su pasado que pone en peligro a su familia? ¿Dónde están retenidos Rachel y los niños? ¿Dónde está Dios en medio del caos? ¿Llegarán a tiempo Ann y Patrick o encontrarán sólo dolor?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 oct 2017
ISBN9781507194096
El Caso Collins

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    El Caso Collins - Julie C. Gilbert

    Dedicatoria

    Este libro va dedicado a todos aquellos que juraron servir y proteger a otros, pero en especial a los que viven bajo el lema: Lealtad, Valor y Honestidad.

    Agradecimientos especiales al personal del FBI, que respondió gentilmente a muchas preguntas. La ayuda ofrecida por el Agente Especial Supervisor Joseph Lewis y la Especialista en Relaciones Públicas, Señora Linda Wilkins, sirvió de mucho para hacer más creíble esta y otras historias de Casos de la Vida Real. Espero me disculpen por las libertades creativas que me tomé en determinados eventos.

    Agradecimientos especiales a aquellos que me ayudaron a perfeccionar esta historia (Ken Dalenberg, Mike–del otro lado del océano–y los demás héroes y heroínas que me echaron una mano de cuando en cuando).

    Agradecimientos especiales a Timothy Sparvero por la estupenda portada.

    Prólogo

    Residencia de la familia Parker

    Piscataway, NJ

    –Jon, Jon, ¿estás ahí dentro? –clamó Elizabeth Parker, cada vez más angustiada con cada segundo que pasaba.

    ¿Dónde estará ese muchacho?

    Elizabeth tocó a la puerta, pero no recibió respuesta. La abrió con precaución y echó un vistazo dentro de la oscura habitación de su hijo.

    –¿Jon?–todo estaba desordenado, excepto el ordenador. De repente, vio una nota sobre el teclado. La tomó con gesto de desagrado y leyó:

    Mamá, no seré una carga para ti. No te preocupes, estaré bien.

    Tu hijo,

    Jon

    Elizabeth sintió un nudo en la garganta, que le asfixió momentáneamente antes de lanzar un grito de dolor. Ciertamente el divorcio había sido difícil para todos ellos, pero nunca imaginó que terminaría en algo así. Si Jonathan no quería que lo encontraran, no había nada que hacer. Apesadumbrada, llamó a la policía.

    Capítulo 1

    Noche serena

    Residencia de la familia Collins

    Fairview, PA

    Rachel Collins tenía la vida perfecta. Amaba su trabajo como médico en una pequeña clínica privada en Pensilvania. Su esposo, el doctor Christopher Collins, era agradable a la vista y maravilloso en todos los demás aspectos. Sus pequeños hijos habían traído mucha alegría–y un alegre desorden–a sus vidas. Ciertamente, Dios los había bendecido como familia; al menos, eso pensaba ella. A pesar de que él nunca menospreció la religión de ella, tampoco prometió creer ni una sola palabra de ella.

    Gracias por ser bueno con nosotros, Padre, pensó Rachel, girando la cabeza hacia un lado y viendo a su esposo gatear por el suelo con los niños. Sólo anhelaba que noches así no fueran tan raras. Trabajaba horas bastante regulares, pero Chris trabajaba en el Hospital Comunitario de Millcreek, por lo que su horario debía ser un poco más flexible.

    Probablemente Sandy logra ver a los niños más que nosotros, reflexionó tristemente Rachel, pensando en la muchacha que había contratado para cuidar a los niños mientras ella trabajaba. Esa noche, Chris había convencido a un amigo de cambiar turnos, a fin de poder pasar tiempo en casa con la familia.

    ¿Con qué lo sobornaste, Chris?

    –No, Emily. No es tuyo– dijo Jason con los verdes ojos encendidos de ira, dejando clara su posición.

    Rachel sonrió divertida por el tono impaciente con que su hijo de cinco años se dirigía a su hermana menor.

    –¿Puedo quedármelo? –preguntó Emily con lágrimas en sus tiernos ojos marrones y separando los labios para meterse un dedo en la boca. Su hermano gruñó irritado, pero le dejó conservar el bloque de construcción que sostenía en la regordeta mano derecha.

    A Rachel le hizo gracia que con tan sólo tres años pudiera manipular tan fácilmente a su hermano.

    Cuando crezcas serás una rompecorazones, Emily Adele Collins.

    Rachel le sonrió a su hija, admirando su ondulado pelo rubio. El bonito color dorado del pelo de los niños venía de Chris, pero las ondas eran definitivamente herencia materna.

    El pelo de Chris no tendría ondas ni siquiera con la ayuda de un rulo, reflexionó Rachel.

    –Toma Jay, termina de armar esta torre–dijo Chris desviando la atención de Jason de Emily y del bloque prestado.

    Aprovechando la oportunidad, Emily echó mano de un bloque. Rachel sonrió ampliamente y volvió la mirada a su esposo. Tenía el pelo lacio cortado al rape, dejando ver una frente amplia y despejada que por lo general anunciaba sus estados de ánimo. Tenía profundos ojos verde mar que le daban un aire misterioso que siempre fascinó a Rachel. Su nariz habría sido demasiado grande si su boca y labios no hubieran desviado inmediatamente la atención de ella.

    La noche iba bien hasta el momento, con pastel de carne y puré de papas como cena, tres cuartos de una película de Disney y tiempo para jugar con los bloques de construcción. Luego vendría la hora de los cuentos, seguida poco después por la hora de dormir. Rachel disfrutaría esa noche por un rato. Aunque se hacía tarde, permaneció de pie un minuto más observando a su esposo e hijos.

    Cuando parecía que tendrá lugar una ronda de paseos a caballito, Rachel intervino.

    –Creo que ya es hora que dos pequeñitos se vayan a dormir.

    –¡No quiero ir a la cama! –gritó Emily soltando los bloques que celosamente agarraba y colocándose las manos a ambos lados de la cara.

    Jason se fue gimiendo débilmente y con mala cara; su desilusión era evidente.

    Rachel miró sus rostros cabizbajos.

    –¿Por qué tienen tan mala cara? Pareciera que soy la única feliz aquí. Vamos, sonriamos todos–dijo Rachel mientras hacía reír a Jason haciéndole cosquillas en la barriga. La risa sustituyó el lúgubre silencio.

    –También es hora de dormir para ti, princesa–dijo Chris arrastrando por el suelo a Emily.

    Señalándoles las escaleras a Jason, Rachel se volvió para ir adelante.

    –¡Aww! –gritó Chris.

    Rachel se volvió y sonrió al ver a Emily riendo y apretando la nariz de Chris.

    –Esa no es forma de comportarse de una princesa–dijo Chris zafando cuidadosamente la nariz del apretón de la niña y sin hacer más comentarios se puso a tararear y silbar mientras se dirigía al baño para cepillarse los dientes y usar el orinal.

    De la mano de Jason, Rachel siguió a su esposo hacia el baño en busca de aventuras nocturnas. A pesar de que la mitad de la población del baño eran personas diminutas, la falta de espacio hizo más interesantes los preparativos. Aun así, era una alegre contienda.

    Veinte minutos y dos cuentos más tarde, los niños ya estaban cuidadosamente arropados y habían recibido el beso de buenas noches, por lo que Chris y Rachel bajaron para aprovechar la rara oportunidad de pasar algo de tiempo juntos. Rachel se acomodó en el sofá, acompañada de Chris, y se tomó el tiempo suficiente para sintonizar un canal de música clásica en la televisión. Rachel recostó la cabeza en el pecho de su esposo y descansó complacida. Momentos después, tomó su viejo anuario de la secundaria que estaba en la mesa auxiliar. Habló sobre las fotos mientras disfrutaba el toque de sus manos acariciando su pelo. La música se mezcló agradablemente con su voz hasta quedarse dormida en los brazos de Chris.

    Cuando despertó horas más tarde, le tomó unos minutos al adormecido cerebro de Rachel darse cuenta que estaba acurrucada en su propia cama.

    Chris debió de haberme traído.

    Creyendo haber escuchado algo, Rachel prestó atención por unos instantes. Al no oír nada, el sueño le volvió a vencer y empezó a soñar apaciblemente. De haber sabido lo que le deparaban las siguientes semanas, sus sueños habrían sido muy diferentes.

    Capítulo 2

    Movimiento audaz

    Wegmans

    Erie, PA

    Una vez concluido su trabajo el jueves, Rachel Collins hizo una parada en el supermercado para comprar productos básicos y algo especial para la cena. Tras haber escuchado muchas historias horribles, no se atrevía a dejar a los niños solos en el vehículo. Las advertencias de que se portaran bien cayeron en oídos sordos. De algún modo, se armó de paciencia para tolerar las travesuras infantiles de Jason y Emily.

    –¿Por qué tienes mala cara, mami? –preguntó Jason.

    –Sólo estoy cansada, Jay–respondió Rachel. Tenía la mente puesta en la oficina, donde miles de cosas habían salido mal. El accidente automovilístico de la secretaria esa mañana había sumado más estrés a la ya agitada vida de Rachel. Ni siquiera su confianza en Dios le hacía más fácil sobrellevar los días malos.

    Durante años, había considerado a Cristo como simple retórica eclesiástica. Finalmente, durante un difícil año escolar, había aceptado el regalo de salvación de Dios a través del sacrificio de Jesucristo. Le apenaba que Chris no asistiera a la iglesia. Al llegar el domingo, Rachel se esforzaba por sonreír ampliamente, cantaba en el coro, ayudaba en la guardería y coordinaba otros ministerios con niños. De hecho, estaba tan ocupada con el trabajo, los niños y la iglesia que su camino spiritual se tambaleaba. El estrés y las facturas eran sus mayores problemas. Sin embargo, comprendió que eso garantizaba a su familia luz, alimento, calor y una bonita casa en el gran estado de Pensilvania. Sabía que lamentarse por el pasado y preocuparse por el futuro podría hacerla enloquecer, por lo que decidió no preocuparse.

    –Necesitarás una siesta cuando lleguemos a casa–dijo Jason.

    La seria sugerencia de su hijo la trajo de vuelta al presente. Sonrió con ternura. Los niños eran una bendición, incluso si a veces le ponían de los nervios.

    –¡Galletitas! –gritó Emily señalando con su pequeño dedo.

    Molesta consigo misma por deambular por el pasillo equivocado, Rachel se sobresaltó por el estrépito, tomó la inquieta mano de Emily y le dijo:

    –Shhh, cariño; ya las vi.

    Eso es lo que ganas por no prestar atención. Bueno, el daño está hecho. De todos modos, la despensa está casi vacía.

    Dejó que cada uno tomara lo que quisiera y terminó la excursión en la esquina de atrás donde se encontraban la leche y huevos.

    Fue una brillante idea colocar los huevos en la parte de atrás, reconoció Rachel.

    Luego pasaron por la sección de pescados, donde Jason hizo una mueca.

    –¡Apesta! –dijo Emily tapándose la nariz.

    Rachel cogió apresuradamente camarones para la cena antes de correr al área de panadería, que era un área más segura para sus delicadas narices. Quizás vio a un joven observarla, pero si así fue, no pensó nada al respecto. Sus hijos a menudo atraían las miradas de extraños al ser encantadores o locos, o ambas cosas a la vez. Finalmente, Rachel llegó a la cola para pagar. A pesar de los dos paquetes adicionales de galletas dulces y la adición de último minuto de galletas saladas, Rachel consideró un éxito la expedición y se dirigió a casa.

    ***

    Residencia de la familia Collins

    Fairview, PA

    Una vez estacionada en el garaje, Rachel apagó el vehículo, bajó a los niños y los llevó al cuarto de juegos, donde estarían a salvo de pisotones. Eso facilitaría el desempaque de comestibles y los preparativos para la cena. Hasta el momento, la rutina de la tarde iba bien.

    De vuelta al garaje, Rachel creyó escuchar un ruido. Se quedó paralizada a medio camino, experimentando la escalofriante sensación de ser vigilada. La vigilancia en público era una cosa, pero ser vigilado en casa era realmente preocupante, lo que le hizo sentir un escalofrío en los brazos. Segundos después, encendió el aire acondicionado para amortiguar otros ruidos. Encogiéndose de hombros, Rachel siguió hacia el garaje pensando de sí misma: miedosa.

    Con los brazos cargados de bolsas de papel llenas de comestibles, Rachel estaba ocupada planificando las actividades vespertinas cuando apareció ante ella el ancho pecho de un hombre. Dio un paso atrás por reflejo y giró rápidamente la cabeza para mirarle. Una áspera mano le cubrió la boca antes que pudiera gritar y otro brazo rodeó su estrecha cintura, haciéndole retroceder. Sintió un nauseabundo mal aliento y lanzó un grito sordo e infructuoso. El miedo había paralizado sus manos. Su corazón latió con fuerza al clavar la mirada en el agresor que tenía delante de ella, el cual era de estatura promedio, cabello bien peinado, ojos oscuros y un rostro bien afeitado que parecía tallado en piedra.

    ¡Lárguense! ¿Qué quieren? Rachel no lograba controlar sus frenéticos pensamientos.

    –Relájese, Dra. Collins. Será mucho más fácil

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