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Por el amor de un hijo
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Por el amor de un hijo
Libro electrónico120 páginas1 hora

Por el amor de un hijo

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Información de este libro electrónico

Una chica atrapada en una casa de acogida para madres gestantes en la década de 1960 en Inglaterra, está deseperada y lucha por quedarse con su bebé.

Una anciana escucha una canció en la radio y recuerda la traición cometida contra su hijo nonnato.

Una niña desaparece en otro mundo y su familia mueve cielo y tierra para encontrarla.

Una madre observa como su amado hijo parte en barco hacia una muerte casi segura y jura venganza.

Un hombre joven regresa a España tras la guerra para salvar a su amada y a la hija por la que ella ha luchado.

El amor de una madre puede adoptar muchas formas.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento15 jul 2019
ISBN9781547598762
Por el amor de un hijo

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    Por el amor de un hijo - Jenny Twist

    For the Love of a Child

    By Jenny Twist

    ––––––––

    Five short stories about mother love

    Jenny Twist, Copyright © 2017

    ALL RIGHTS RESERVED

    ––––––––

    The author is hereby established as the sole holder of the copyright. The author may enforce copyrights to the fullest extent.

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    This is a work of fiction. Any resemblance to the living or dead is entirely coincidental.

    Credits

    Editor: Emily Eva Editing

    http://emilyevaediting.weebly.com/

    Cover Art: Novel Prevue

    http://www.novelprevue.com/cover-art.html

    The Children of Hope and The Bull-Dancer were originally published in the anthology Bedtime Shadows by Mélange Books, LLC

    Never Too Late was originally published in the anthology Bump Off Your Enemies

    The Minstrel Boy was originally published in the anthology Letterbox Love Stories by World Romance Writers 

    All rights have now reverted to the author

    Dedicatoria

    Para Barbara

    Quienes creamos historias sabemos que contamos mentiras para vivir. Pero son mentiras buenas que cuentan cosas verdaderas. Y les debemos a nuestros lectores el construirlas tan bien como nos sea posible.  Porque en algún lugar alguien necesita esa historia. Alguien que crecerá en un entorno diferente y que sin esa historia será una persona distinta.  Y alguien a quien esa historia le otorgará esperanza, sabiduría, bondad o consuelo.  Por eso escribimos. 

     Neil Gaiman, El libro del cementerio

    Hijos de la Esperanza

    Vinieron a por el bebé de Hilary el domingo por la mañana.

    Ginny y las demás vieron desde una ventana del piso superior como un coche aparcaba fuera y una pareja se bajaba de él. Eran de mediana edad, más o menos de la edad de los padres de Ginny, y vestían de forma muy elegante. La mujer llevaba un traje de chaqueta azul con una gabardina a juego y parecía nerviosa. Se estiró del dobladillo de la falda y palmeó un poco el sombrero para pulir su aspecto. A continuación, se giró hacia su marido y le sacudió un poco el traje. Él le sonrió, entrelazó su brazo con el de ella firmemente y subieron las escaleras.

    Unos minutos después comenzaron a oír fuertes golpes y los gritos de Hilary que luchaba por quedarse con su bebé. Debía de estar pataleando y quizás golpeando los muebles. Puede que incluso pateando a uno de los trabajadores. Eso estaría bien.

    Las chicas se miraron y sintieron el miedo que flotaba en el ambiente. Una a una se giraron para mirar a la pequeña Susie Wilson que lloraba en silencio.  Las lágrimas le recorrían las mejillas sin que se diese cuenta mientras sostenía y mecía a su bebé. Dos de las chicas se acercaron a ella y la abrazaron. El bebé de Susie sería el siguiente. Tenía casi cinco semanas, y se los llevaban al cumplir seis.

    Pobre niña Susie. Solo tenía once años. ¿Qué probabilidades había de que le dejaran quedarse al bebé? Ni siquiera podría trabajar para mantenerlo. ¿Y qué le esperaba al regresar a casa? Una madre horrible que debía saber lo que estaba ocurriendo pero que hacía la vista gorda. Susie decía que había ocurrido durante años. Desde que el novio de su madre se había mudado con ellas. Cuando se dieron cuenta de que se había quedado embarazada su madre la culpó a ella, y la acusó de haberle incitado a hacerlo. Pobre niña Susie. Así era como se refería siempre a ella. No como Susie a secas, sino como la pobre niña Susie.

    El personal la trataba con el mismo desprecio que a las demás, aunque estaba claro que no había sido culpa suya que su padrastro se hubiera aprovechado de ella. Eso era lo que decían, que se había aprovechado de ella, no que la hubiera violado, lo cual sería una descripción mucho más acertada. Se llevarían a su bebé a la semana siguiente porque no tenía ningún sitio al que regresar ni a nadie que la defendiera. ¿Cómo sería para ella el volver a esa casa y escuchar las acusaciones de su madre de haber seducido a su novio? La parte positiva era que ese hombre ya no abusaría de ella. Al menos no en el futuro cercano. Ahora estaba en la cárcel. Seguro que su madre también la culparía por eso.

    A Ginny le dolía pensar en la pobre niña Susie.

    «Yo puedo hacer algo», pensó Ginny mientras se abrazaba su vientre hinchado, «soy joven, fuerte e inteligente. Voy a salir de aquí y a llevarme a mi bebé conmigo». 

    Llevaba meses preocupada por ese problema. Ya había sido bastante horrible en casa. Su madre se había puesto histérica cuando ya no fue posible ocultar el embarazo por más tiempo. A su padre le repugnaba. ¡Pero este lugar! ¡Este lugar era un infierno! A las chicas se las trataba como a criminales. Las obligaban a hacer tareas humillantes e innecesarias. Las obligaban a dejar a sus bebés en la calle dentro de los carritos durante largos periodos de tiempo porque pensaban que el aire fresco les vendría bien, o como pensaba Ginny, porque era una gran forma de hacer sufrir a las madres. Privándolas de estar con sus bebés cuando tenían tan poco tiempo para ello. «¡Eso no me ocurrirá a mí!», pensó mientras se mecía y se abrazaba el vientre con ánimo de protegerlo. «No voy a regresar aquí cuando nazca el bebé».

    Los golpes que venían del piso inferior habían cesado y los gritos se habían convertido en llanto. Era un terrible llanto desesperado. «¡Esto es el Infierno!» pensó Ginny. «Ese debe de ser el sonido de las almas en el Infierno, no puede ser otra cosa».

    La pareja abandonó el edificio y bajó las escaleras. La mujer sostenía al bebé de Hilary y hacía oídos sordos a los gritos desgarradores de la madre.

    —¡Cabrones! —dijo Verónica, y las demás chicas se giraron sorprendidas al escucharla. Verónica no parecía avergonzada y se abrazó con fuerza a su bebé. —No se van a llevar al mío.

    Susie la miró un momento con un brillo de esperanza en los ojos.

    —¿Y cómo piensas evitarlo?

    —No lo sé —, dijo Verónica  —pero pensaré en algo.

    Susie agachó la cabeza y continuó meciéndose y llorando en silencio.

    Ginny había pensado en ello durante mucho tiempo. No tenía un lugar a donde ir, y aunque lo tuviera, sería muy difícil escapar. Los muros altos y la puerta cerrada con llave hacían de este lugar una prisión de la que resultaba imposible huir cuando te encontrabas en el último trimestre del embarazo.

    ¿Y a dónde iría? Sus padres le habían dejado bien claro que no volverían a acogerla en su casa. Ni siquiera habían ido a visitarla en todo este tiempo. Sospechaba que era cosa de su padre. Su madre se habría mostrado más comprensiva una vez hubiera dejado de pensar en las muecas de disgusto de los vecinos. ¿Pero su padre? Él nunca la perdonaría por haberle deshonrado. Su querida hija no era más que una furcia.

    Tendría que arreglárselas sola. Había ahorrado algo de dinero. Bastante, a decir verdad. Siempre había sido ahorradora. Guardaba sus pagas y el dinero de sus cumpleaños, y cuando empezó a trabajar pudo ahorrar prácticamente todo el sueldo de un año. Trabajaba de contable en la fábrica de amianto y ganaba cuatro libras y diez chelines a la semana. Un buen salario para alguien que había dejado los estudios. Le daba dos libras a la semana a su madre por su manutención, se guardaba diez chelines para el autobús y otros gastos e ingresaba el resto en su cuenta de ahorro.

    No había tocado el dinero excepto para comprarse un par de cosas para las vacaciones el año pasado: un precioso vestido verde oscuro con una minifalda muy atrevida, y un bikini rosa más atrevido todavía. Sonrió al recordarlo. Julia la había ayudado a escoger la ropa. Eran las primeras prendas que compraba que no había adquirido en el economato. Normalmente, su madre utilizaba los descuentos del economato para comprar ropa para Ginny y para ella. Pero por lo general nunca había tenido ropa nueva. Sus padres no

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