Causas y Azares
Por Jaifer Lozano
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CAUSAS Y AZARES
Purificación Bautista es una joven de diecinueve años. Jamás ha visto el rostro de su padre. Desconoce hasta su nombre. Huérfana de madre pocos días después de su cumpleaños número doce, termina siendo criada por doña Adelina, su abuela materna.
Cuando el precario apoyo que sostiene su vida se viene abajo, Purificación se ve obligada a confrontar a un espíritu maligno empeñado en perturbarla. Pero no está sola. Su amiga Inés, los padres de esta y el joven abogado Christian Del Valle están dispuestos a auxiliarla.
Sin embargo, hay tareas que son intransferibles y Purificación tendrá que decidir si se aferra a viejos paradigmas que han regido su grisácea vida o si se anima de una vez por todas a enfrentar sus miedos ancestrales y a regalarse la oportunidad de vivir la vida de un modo diferente.
Jaifer Lozano
Jaifer Lozano es el seudónimo utilizado por Jaime Fernández Lozano para publicar sus obras. Nació en Pamplona, Colombia. Realizó estudios de música en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico y durante varios años formó parte del Grupo Mestizos, donde tuvo oportunidad de estudiar los aires musicales tanto de Colombia como del sur de América. Posteriormente formó parte de la Sinfonieta Alvin Schutmaat, interpretando el saxofón contralto y el oboe. Durante muchos años formó parte del equipo de trabajo de la emisora de la Universidad del Norte de Barranquilla, primero como asistente y luego como jefe de programación. Ha colaborado en tres números de la revista Maríamulata, revista cultural que se distribuye de manera gratuita en la ciudad de Barranquilla y también participó en la segunda Feria del Libro Unipamplona en octubre de 2021.
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Causas y Azares - Jaifer Lozano
CAUSAS Y AZARES
JAIFER LOZANO
Título: Causas y azares
Copyright © 2022 Jaime Fernández Lozano
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A la memoria de mi amiga Ximena Carvajal
Contenido
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
Sobre el autor
Otras obras del autor
CAPÍTULO 1
BAJÓ DE AQUEL DESTARTALADO bus. Ajustó el morral sobre su espalda y observó en silencio la primera de las cuatro cuadras que aún debía recorrer para llegar a casa. Por siete años las había caminado tantas veces. Con sus empedradas calles, con sus aceras angostas, pero ahora, nada resultaba familiar. Todo parecía extraño.
Pronto divisó su casa. En el poste de la esquina la farola titilaba. Desde allí, se desparramaba por la cuadra un aroma a pastelitos de yuca con ají, un olor a buñuelos recién hechos, a masato y a empanadas. Vio a doña Mercedes, como siempre, afanada por hambrientos clientes, y desde la distancia, nada más cruzarse sus miradas la señora comenzó a gritarle:
—¡Purita! ¡Purita! ¡¿Cómo está doña Adelina?!
La señora se acercó de prisa, tan a prisa como sus cortitas piernas permitían.
—Ninguna novedad doña Mercedes.
—No pierdas la esperanza hija. Confiemos en el Todopoderoso.
Purificación guardó silencio. Doña Mercedes señaló la esquina.
—Gracias, pero tengo prisa.
—Está bien. Espérame.
Dos minutos luego estaba de regreso. Entregó un paquete a Purificación, la joven enseguida agradeció, doña Mercedes dijo adiós y retornó a su esquina y a sus clientes.
Purificación, aunque recelosa, abrió la puerta. Prendió el bombillo de la sala, tiró las llaves y el morral sobre una vieja mesa y se dejó caer sobre un sofá forrado en tela. Apoyada en el respaldo, abrió el paquete y empezó a comer de prisa dos pasteles. Prendió el televisor y nueve o diez segundos luego, sonó el teléfono.
—¿Aló?
—¡Purita!
—Hola Inés, ¿te espero?
—Sí. Dame diez minutos y enseguida llego.
Tras colgar, Purificación miró un retrato. Un retrato acomodado justo al lado del teléfono. Su abuela parecía decirle: «Hola» e inmediatamente Purificación sintió un dolor, un estrépito la sacudió, el retrato se partió, se apagó el televisor y un escalofrío recorrió su cuello. Deslizó la vista por la sala una, dos, tres veces. El televisor volvió a encenderse. Una escandalera de ollas estrelladas contra el piso se escuchó por la cocina. Ella vaciló, pero al fin se decidió y entró de prisa. Prendió la luz. Todo retornó al silencio. Un silencio que inyectaba miedo en sus entrañas. Uno que pesaba sobre sus espaldas. Registró cada rincón, cada plato y cada olla, mientras sus pulmones inspiraban y exhalaban aire entrecortadamente. «Todo en orden», dijo Purificación, regresó a la sala y se sentó de nuevo. De inmediato se apagó el televisor y antes de lograr ponerse en pie, Purificación lo vio encenderse. Corrió al tomacorriente, pero desde la cocina se escucharon otra vez los golpes. Tragó saliva espesa. Empezaron a temblarle las manos y las piernas. Con todo, se obligó a sí misma a entrar de nuevo y una vez en la cocina todo regresó al silencio.
Arropada en un perturbador mutismo, no escuchaba nada, aparte de su desbocado corazón castigando sin misericordia y sin ninguna consideración su pecho. Regresó a la sala. Observó expectante todo cuanto la rodeaba. Detuvo la mirada ante la superficie de la vieja mesa y ubicó las llaves desde la distancia. El morral de manera parcial las ocultaba. Se arrojó sobre el sofá. Cerró los ojos. No podía evitar la sensación que la observaban y atrapada en esa sofocante percepción se levantó de nuevo. Miró la mesa. No vio las llaves.
Un gemido se atoró a medio camino en su garganta y otro escalofrío recorrió su espalda. Reapareció el bullicio en la cocina y desde el fondo del pasillo se sumó a la barahúnda el ruido de las puertas de los cuartos que se abrían y se cerraban.
«¡No más!», gritó Purificación e inmediatamente se arrojó sobre la mesa. Lanzó sin más al suelo su morral y buscó y buscó con desesperación las llaves. Las halló debajo de la mesa y sin dudarlo ni un instante se precipitó sobre ellas. Abrió la puerta tan a prisa como pudo y sin volver la vista atrás cruzó la calle.
CAPÍTULO 2
PURIFICACIÓN NO DEJABA DE mirar hacia la puerta. Sentía calor, tenía la boca seca, pero al menos su respiración se había normalizado y ya no le temblaban las manos y las piernas.
Dos vecinas al pasar le preguntaron por su abuela. «Sin novedad», les respondió sin más y cruzó la calle nuevamente. Podía escuchar el insistente repicar de su teléfono, pero no sintió la fuerza para entrar y responderlo. Fastidiada, dos minutos luego resolvió buscar a Inés. No avanzó ni cuatro pasos y la vio doblar la esquina. Detrás de Inés, vio a doña Belén. Las vio charlando con doña Mercedes. Las vio abrazarse. Las vio llorar. De inmediato Purificación dio media vuelta.
—Hija, ¿por qué no estás en casa? —escuchó a doña Belén decir a sus espaldas—. Sé que la entrevista estuvo bien.
—Sí mamá Belén. Y otra vez le doy las gracias.
—Entremos —dijo Inés.
Purificación negó con la cabeza.
—Vamos hija. Todo va a estar bien —expresó doña Belén tras persignarse.
Una vez adentro vidrios rotos por el suelo y muebles en desorden fue lo que encontraron. Madre e hija se miraron, pero antes que pudieran preguntarle algo, Purificación las puso al tanto de lo que minutos antes ella había experimentado. Doña Belén e Inés se acercaron al sofá y se sentaron cada una en un extremo. Purificación buscó el regazo de doña Belén y mientras esta acariciaba sus cabellos negros escuchó llorar a Inés descontroladamente.
—Hija, me acaban de llamar del hospital —manifestó doña Belén con voz entrecortada.
El corazón de Purificación sintió un pinchazo.
—Doña Adelina —prosiguió doña Belén—, ya no nos acompaña.
Las tres mujeres de inmediato se abrazaron y lloraron.
CAPÍTULO 3
EN LA SALA DOS de la Casa Funeraria Cristo Rey no cesaba el desfile de personas que llegaban para dar su adiós y expresar sus condolencias. Purificación, recostada sobre el féretro, observaba a una corona de margaritas amarillas y de rosas blancas que sobresalía a su derecha. Esta precedía a otra que de igual manera resaltaba. Una hecha casi que con puros girasoles y enviada a nombre del colegio donde la difunta trabajara tantos años como secretaria.
Doña Adelina, en vida, se ganó la admiración, el respeto y consideración de casi todos en el barrio, por su natural disposición para servir y por una inquebrantable fe forjada en medio de problemas, sinsabores y dolores. Eso Purificación no lo ignoraba. Si de ella se tratara, si su dolor contara, con seguridad se encontraría casi sola. Y podría jurar, a ojo cerrado, quienes estarían acompañándola.
«Tal vez sería mejor», se dijo a sí misma mientras revoloteaban a su alrededor frases que por más que procuraba desoír la lastimaban.
—Doña Adelina. Ánima bendita. Tan buena como era y enviudar tan joven —dijo una señora.
—Sí comadre. Quedar sola. ¡Con semejante hija! —dijo otra.
—Y obligada a recoger a esa mocosa —remató con ironía otra.
—Tan joven… tan bonita.
—¿Y de qué le sirve? Si a leguas se le nota la desgracia. Para mí que está maldita.
—¡Comadre! ¡Cierre esa boca! ¡Virgen santísima!
Purificación mordió su lengua. Su primer impulso le ordenaba confrontar a esas chismosas. Le sobraban ganas para echarlas, pero por respeto a la memoria de su abuela decidió aguantarlas. Eso sí, un aire de satisfacción sintió cuando vio a doña Belén y a Inés enfrentando a las odiosas lengualargas. Las vio callarlas. Ambas se golpeaban en los labios con sus índices derechos de manera autoritaria, y las tres chismosas, arrugando frente y apretando boca se largaron.
A las cuatro y treinta, la señora fue llevada a la capilla. Un joven sacerdote fue encargado de oficiar la misa. Y tras la eucaristía, llegó el adiós inexorable. Inés, doña Belén y su esposo rodearon inmediatamente a Purificación y la abrazaron. Ella reprimió las lágrimas y fijó la vista en el sepulturero. No vio coronas, flores ni personas. No escuchó más rezos. No escuchó lamentos. Contó tan solo las paladas de esa tierra que de a poco la alejaba de esa abuela a la que amaba.
CAPÍTULO 4
PURIFICACIÓN E INÉS SUBIERON al furgón las dos últimas cajas. Era domingo, mediodía, el sol brillaba con intensidad y las hacía sudar y no había nubes que mancharan u ocultaran el azul del cielo. «Todo en orden», dijo Purificación, tras un vistazo a su modesto patrimonio. Bajó enseguida del furgón y acompañada por Inés, por enésima vez, recorrió el espacio que por siete años fuera su vivienda. Miró de nuevo el cuarto que ocupara allí su abuela. Un espacio reducido, de paredes amarillas,