Tella: En busca del caramelo
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Desde bien pequeña siempre fui muy luchadora y protectora de mi familia como mis padres, y a lo largo de la historia veréis lo valiente que fui. La vida decidió por mí y yo solamente seguí luchando contracorriente.
Imagina, mi querido lector, que alguien se apodera de tu vida y no puedes hacer nada para evitarlo, porque tú no tienes el control ni de tu vida ni de tu propia tierra. ¿Qué harías tú si gente sin piedad te lo arrebatara todo? ¿Lucharías por tu propio caramelo para encontrar la felicidad?
Mahayouba Mohamed Salem
Mmayoba Mohamed Salem nació en el Sáhara en el año 1979 y decidió explicar toda la historia de su país en un relato que refleja todo el sufrimiento de los sucesos que tuvieron que pasar los saharauis para sobrevivir entre los años 1975 y 1991 y el problema que todavía sigue existiendo. Para entender la historia hay que ponerse en la piel de las personas que perdieron todos sus derechos e incluso la vida durante la Marcha Verde. La autora escribió la historia como un homenaje a su hermano Jalihina fallecido con 24 años en la guerra del Sáhara.
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Tella - Mahayouba Mohamed Salem
9788417927813
Capítulo I.
El ataque
Tras una noche muy larga, el padre de aquella familia no podía dormir y decidió salir a tomar el aire. Era una noche fría y oscura y, el hecho de ver las luces de su casa apagadas al volver, le hizo pensar que algo extraño estaba pasando.
Al bajar los escalones de su casa, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Todo estaba en silencio y solamente se escuchaba el murmullo del viento. De repente, sin darle tiempo a reaccionar, alguien le golpeó en la cabeza dejándolo inconsciente.
Al volver en sí, nada más abrir los ojos, se vio atado a una silla, en su propia casa. Lo primero que escuchó fue a un hombre dando instrucciones a otros dos de bajar a toda su familia a la planta de abajo. Estaba asustado y no podía dejar de temblar, una sola idea le obsesionaba: iban a matar a su familia. Pero lo peor estaba por llegar, algo peor que la muerte.
En aquel preciso momento, se dieron órdenes de separar a la familia completamente, obligando a su hija y a su mujer a entrar en una habitación con el jefe de los hombres y poniendo de cara a la pared a sus dos hijos varones. Casi no podía respirar, la impotencia que sentía era incontrolable, ya que sabía cómo iban a acabar las dos mujeres de su vida. Sus gritos suplicando piedad no pudieron evitar el fatal suceso.
Los dos niños sufrían viendo a su padre atado a una silla, sin poder hacer nada respecto a todo lo que estaba sucediendo en su casa. No podían dejar de llorar, de llamar a su madre desesperadamente, gritando de una manera tan desgarradora que hizo que el jefe de aquellos dos hombres ordenara la expulsión de aquellos dos niños de la casa.
Emin, era un niño de cinco años, moreno de piel y delgado. Tenía los ojos grandes y castaños, y el pelo corto, negro y muy rizado. Era un niño bastante reservado. Era muy cariñoso y tenía una conexión especial con su padre. Le gustaba mucho jugar a la pelota y al escondite con sus otros hermanos.
Sei, era un niño de ocho años, más claro de piel que Emin, de mediana estatura y delgado. Tenía los ojos rasgados y de color miel, y el pelo corto, negro y un poco más lacio que Emin. Era un niño muy extrovertido, que le encantaba hacer nuevos amigos. Era más independiente y un poco más despegado que su hermano. Su gran pasión era su hermana Tella, a quien admiraba mucho. Le gustaba mucho cantar y jugar al juego de los hoyos con sus hermanos.
Al salir, los chicos echaron a correr para pedir ayuda. De repente, el pequeño se paró en seco.
—¡Yo quiero volver! —dijo Emin, el hermano menor.
—¿Por qué vas a volver?, ¿para qué? — le preguntó Sei, el hermano mayor.
Emin no podía marcharse de allí sin su héroe. Su padre lo era todo para él y solo tenía en la cabeza la idea de poder desatarlo para que él salvara a su familia. Con su corta edad, no podía entender la gravedad de la situación.
Sei no podía comprender por qué Emin quería volver, si ellos estaban escapando de la muerte. Le obsesionaba la idea de poder salir con vida de allí para poder ir a buscar ayuda para rescatar a sus queridos padres y hermana.
—Para desatar a papá y que se venga con nosotros a buscar ayuda— contestó Emin sollozando. —No, no, no podemos volver, ¡primero tenemos que ir a buscar ayuda! — gritó Sei con todas sus fuerzas.
El pequeño Emin ni siquiera le prestó atención a lo que estaba diciendo su hermano y echó a correr hacia su casa.
No puedes imaginar, mi querido lector, el caos que se había formado en aquella casa de un momento a otro, en la ausencia de aquellos niños. En aquella maldita habitación, el jefe le había arrancado la ropa a la pequeña Tella y la había dejado completamente desnuda bajo la mirada de fuego de su madre. Seguidamente, se había quitado su propia ropa y estaba decidido a quitarle toda su dignidad a Tella. Lo que pasó después…no se puede explicar con palabras, solo los gritos de un alma torturada lo pueden explicar.
Tella era una niña de diez años. Era morena, bastante más alta que Sei y muy delgada. Tenía los ojos muy bonitos, de color negro azabache. Tenía la piel muy fina y suave. Su pelo era largo, sedoso y muy liso, y siempre le gustaba llevar el pelo trenzado. Ella siempre era muy obediente y muy respetuosa. Había adquirido el rol de madre para sus hermanos y siempre miraba de protegerlos. Era muy presumida y siempre intentaba estar bonita. Se pasaba las horas cantando y bailando, y le encantaba saltar a la cuerda.
Al escuchar los chillidos de dolor de su hija, el padre supo perfectamente lo que estaba pasando, y cada grito de Tella era un puñal en el corazón para él.
—¡Deja a mi hija, por lo que más quieras! — suplicó el padre des del comedor— ¡Matadme a mí, pero dejadlas marchar a ellas!
Dentro de la habitación, aquel hombre no cesó y continuó, sin importarle las palabras de aquel padre, que estaba completamente roto el oír a su pobre criatura. La madre, Niha, completamente desesperada por la situación, no encontraba aliento. No podía seguir mirando aquella escena horripilante para ella y giró su cara hacia un lado. De repente, vio un cuadro colgado en la pared y no dudó en agarrarlo con las dos manos, con toda la rabia de una madre teniendo que ver lo que estaba haciendo aquel hombre cruel con su pequeña.
Niha era una mujer de treinta y cinco años, morena de piel, bastante delgada y un poco más baja que su marido. Tenía el pelo de color castaño oscuro, muy largo y liso. Sus ojos eran negros con largas pestañas y tenía un lunar en la mejilla. Era muy luchadora y siempre ayudaba a la gente del barrio. Tenía devoción por sus tres hijos y su marido. Siempre le había enseñado a Tella que debía ser una buena chica, generosa y que debía cuidar de sus hermanos.
La madre estaba totalmente enajenada y, con el cuadro en las manos, golpeó al jefe varias veces en la cabeza hasta dejarlo inconsciente en el suelo. Seguidamente, la abrazó y le cantó al oído una canción que le había cantado a Tella y a sus hermanos desde que habían nacido, y que era una canción que ella siempre le había cantado a su hermano, antes de fallecer. La canción decía «Hermanito, hermanito, aquí estoy para lo que tú necesites. Hermanito, hermanito, te estoy cantando al oído, rascándote la cabeza, para que duermas muy tranquilito». Después de este momento tan especial para las dos, con toda su frialdad, Niha vistió a su hija, para que ni su padre ni aquellos hombres vieran lo que había sucedido con el cuerpo de su pequeña.
Al llegar abajo y no ver a sus dos hijos varones, Niha se imaginó lo peor.
—¿Dónde están mis hijos? ¡Por favor, no los habréis matado, ellos son inocentes! — gritó la madre desesperadamente.
Uno de los dos hombres se acercó a ella, la agarró del brazo muy fuerte y le ordenó que se callara. Como aquel hombre vio que las mujeres habían bajado solas, empezó a llamar a su jefe. Al ver que no contestaba, insistió de nuevo. No hubo respuesta esta vez tampoco.
La casa de aquella familia era muy grande, tenía muchas hectáreas, pero Emin la conocía perfectamente. Sin saber lo que había pasado dentro de su casa, se fue directo hacia el árbol donde él jugaba siempre con sus hermanos. Sin embargo, antes de que le diera tiempo a llegar, escuchó un fuerte chillido que provenía de la voz de su madre. Uno de aquellos hombres le estaba dando una paliza a su madre por haber dejado inconsciente a su jefe, obligándola a coger un trapo, mojarlo con agua y pasárselo a su jefe por la cara.
La madre no quería ayudar a aquel ser despreciable y solo quería que muriese por lo que le había hecho a su hija delante de sus propios ojos. Tenía un dolor tan grande, que ni siquiera escuchaba la voz de ese hombre, solamente estaba concentrada en la llama que seguía aumentando en su corazón.
Ezman, su marido, al mirar sus ojos veía en ellos un gran dolor y, sin poder contenerse, se echó a llorar. Desde su silla, atado como un niño indefenso, cada vez se frustraba más al ver a