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Los Hijos De Dios
Los Hijos De Dios
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Libro electrónico291 páginas4 horas

Los Hijos De Dios

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¿Qué haces cuando no sabes si tu gran amor es un ángel o un demonio? Hijos de Dios Esta pregunta tuvo que hacerse Kate Wilson, una joven mujer, residente en Nueva York, quien pensaba que la vida no tendría nada emocionante qué ofrecerle. Hace tiempo se había dado cuenta que de su sueño, el ser una famosa pintora, no podría vivir, y tendría que conformarse con un triste trabajo de oficinista. Pero entonces se topó con Sam, un hombre excepcionalmente atractivo que la hechizó de inmediato, si bien no necesariamente fingió ser el apropiado. Los misteriosos acontecimientos que comenzaban a sucederle a Kate en su vida comenzaron a acumularse, e incluso sucedían más cosas en la propia ciudad de Nueva York, horribles e inexplicables. Cuando finalmente ella supo el secreto de Sam, fue muy dura la verdad, pero Kate la pudo resistir. El título del libro podría sonar extraño, pues la impresión de "Hijos de Dios" no significa nada más que Ángeles (si es que una clase especial de ángeles). La novela está en género de: Fantasía/Thriller de misterio, con raíces mitológicas y un argumento moderno.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento30 nov 2019
ISBN9781071514023
Los Hijos De Dios

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    Los Hijos De Dios - Tyra Reeves

    CAPÍTULO 1

    Ella no sabía en dónde se encontraba, tan fatigada que no podía moverse. Las correas que la sujetaban al duro suelo la ceñían por el húmero y también la tibia, sus manos se encontraban sobre una superficie dura y lisa. Se sentía como piedra. Si. Roca, cual helado y pulido mármol. Aparentemente ella se encontraba sobre una plancha de mármol.

    Abrió los ojos y no vio nada excepto: gris. La densa niebla la envolvía. Giró la cabeza a diestra y siniestra, pero la espesa bruma le permitió ver a apenas una distancia de no más de un metro. Entonces alzó su cabeza y miró hacia atrás. Era exacto lo que ella había supuesto. Estaba atada con cintos de cuero, de brazos y piernas, a una oscura plancha de mármol. Atada como animal de sacrificio que espera el cuchillo ritual que lo llevará a la muerte.

    Algo frío, helado, reptó por su pierna izquierda. ¿Qué era eso? ¿Una serpiente? Ella comenzó a tirar de sus ataduras, su pecho quería explotar, pero las ligaduras de cuero no cedieron ni un milímetro. La cosa desconocida continuó ascendiendo  más y más, hasta su pecho descubierto. Llena de asco y pánico gritó, pues ese algo helado tomaba posesión de su vientre.

    Un rayo cayó del cielo e iluminó la tierra, seguido de un profundo estruendo. Todo en torno a ella se estremeció. Con un fuerte crujido y estampido se rompió la pétrea plancha bajo de si, y ella fue libre.

    La niebla se dispersó. En torno a sí apareció un denso follaje de árboles, cuyas hojas eran movidas aquí y allá por el viento, como si la quisiesen atraer e internar en el profundo bosque. Bajo sus pies sintió el césped y el suelo boscoso, que a todos en sus pasos como sobre plumas permite caminar.

    Un rayo de luz, el cual abría su camino a través del denso bosque, hizo que su atención saltara. Allí, a un par de metros frente a si, sobre un tronco caído en el suelo, la luz del sol se reflejaba brillantemente. Algo  yacía alli.

    Se aproximó con curiosidad al árbol y pudo ver allí encima una espada. En torno a la oscura vaina de cuero había una cadena plateada, en forma de serpiente, entrelazada. Los rojos ojos de piedra del reptil daban la impresión de tener un brillo conspirador y, al lado de la vípera cabeza, había un amuleto de metal: un hexagrama en cuyo centro resaltaba la cabeza de un macho cabrío, de cuernos retorcidos y quijada puntiaguda. Su mirada divagaba, llegando a la empuñadura de la espada. Allí descansaba un adorno, finamente trabajado, con la figura de un ángel, cuya espada alzaba directamente sobre la cabeza de la serpiente. 

    En torno a ella reinaba un silencio mortal. El viento ya se había asentado. Las ramas y hojas de los árboles estaban gélidamente inmóviles.

    De lontananza se escuchó un refunfuño indefinido. Se escuchaba como si las rocas rodaran sobre el frondoso suelo del bosque, y que constantemente se acercaban hacia ella. El ruido fue cada vez mas recio.

    »Buenos Días, Usted escucha las noticias de las siete. Quisiéramos que Usted tenga un buen día. Y piense siempre en mi lema: Perdone a sus enemigos, pero nunca olvide sus nombres...«

    Kate apagó de un golpe su radiodespertador, que inmediatamente se calló. Confundida, se preguntó en dónde se encontraba, y alzó la mirada. Naturalmente, en casa, en su cama. Se volteó y quiso introducirse nuevamente en su sueño, cuando cuatro suaves patitas a pasos casi inaudibles aterrizaron a sus pies. Segundos más tarde, otras cuatro patas, que se balanceaban sobre sus sábanas, seguidas por un concierto de ronroneos, que era interrumpido por constantes mauillidos aquí y allá. »Si, si. Ya me levanto«, graznó Kate con voz adormecida. La realidad ahincó lenta en su conciencia, que ya se encontraba cada vez mas alejada de su extraño sueño.  Desde hace una semana que tengo siempre el mismo sueño y nunca lo llego a culminar. Si eso continúa, deberé ir a un psiquiatra, pensó ella, cansada. De un salto se lanzó fuera de la cama, en la que había sido saludada por los persuasivos miaus.

    Se estiró y desperezó con fruición, arrastrando los pies se dirigió lentamente al cuarto de baño, seguida por dos cuadrúpedos y desgreñados animales peludos. Como siempre, salió en primer lugar, durante unos minutos, del grifo de la ducha, el agua fría, hasta que la temperatura subió a una mesura apropiada para la mañana. Kate entró, con un agradable suspiro bajo la caliente ducha, mientras era observada con curiosidad por los dos pares de ojos azules, al lado de los cuales había un pelaje de color crema, característico de la raza gatuna »Sagrado de Birmania«. Los gatos no podían adaptarse a la goteante humedad de la bizarra acción que su querida abrelatas humana ejecutaba. Finalmente finalizó el matutino ritual del baño, y su compañera humana tomó camino a la cocina. Con claras caricias rebosantes de amor debían ahora dar a entender a su humana que ya era pasada la hora de su desayuno.

    »Aquí, Bangla«, deslizó Kate un plato lleno de comida bajo la nariz del gato,  »y este plato es para tí, Desh«. Alegres ronroneos llenaron la habitación. Kate se estiró y encendió la cafetera. Luego se desplazó al dormitorio, se ciñó Jeans, una blusa blanca y un Blazer azul, hizo la cama y se tropezó con algo suave, flexible. »Oh, no. La mañana empieza bien«. Sobre el obscuro parquet de madera relucía una verdosa y aceitosa mancha, mientras que el dedo gordo del pie de Kate se levantó del tubo de color  que allí yacía. Blasfemando lo tomó con un trapo viejo, el que rebosaba de suciedad por limpiar las manchas. El tubo voló realizando un alto movimiento de arco para caer en una caja con utensilios de pintura que permanecía un poco más allá. De ahí cayó su mirada sobre los lienzos pintados que se apilaban apoyados en la pared. El de hasta arriba mostraba una bailarina vestida en rojo y negro que, ingrávida, en círculos giraba por entre una multitud. De alguna manera, aún le faltaba el toque final al cuadro. Su versión interna de la pintura aún no tomaba ninguna forma. Este fin de semana se consagraría ella finalmente a su obra.

    Un delicioso aroma a café  cautivaba en la cocina, en la que ambos gatos gozósamente engullían su comida. Kate bebió la taza de café de pie, limpió la plancha de la cocina, dio a Bangla y a Desh un beso de despedida y enfiló su camino al trabajo. Un dìa, como cualquier otro, se le pasó por la cabeza, mientras que, como todas las jornadas, se apresuró al atestado subterráneo de la ciudad de Nueva York. La gente en torno a ella vacilaba en sus propios pensamientos o leía el periódico matutino. Cada quien sólo para si mismo.

    Bajarse del subterráneo, estación arriba, una cuadra más, por la puerta giratoria del enorme edificio de oficinas, saludar al portero, adentro del ascensor, con otras personas indeseables seguir subiendo del piso 6, luego afuera a la oficina, y dejarse caer en la silla. Viene el día, se va el día, lo mismo. Estoy llegando a ser lo que nunca quise ser: una funcionaria de la gran ciudad, que odia su trabajo y espera que alguien la saque de su letargo.

    Kate hizo un ademán y se llevó la mano al cabello, como si hubiese tenido un peine y arreglado su cabellera. Encendió la PC, al mismo tiempo se colocó los auriculares en los oídos y presionó el botón que parpadeaba en su teléfono. »Buenos Días, aquí la Corporación Multi Medex«, habló amigablemente al micrófono. »Mi nombre es Kate Wilson. ¿Cómo puedo ayudarlo a Usted?«

    ¡Finalmente, el descanso de medio día! Kate fue hacia su colega Lucy quien, como siempre, gesticulaba salvajemente frente a su micrófono. Ella debía sonreír, y los ojos rasgados de la diminuta asiática hicieron alegremente un guiño a Kate, quien realizó una señal ostensible a su reloj de pulsera y a la que Lucy realizó un movimiento de cabeza tan violento, que le cayó su propio cabello brillante y negro sobre el rostro.  En unos pocos segundos colgó el interlocutor al otro lado del aparato, y la asiática agriaciada colocó su juego de auriculares sobre el escritorio. Kate sonrió.

    »Es siempre lo mismo contigo. De tanto trabajo olvidas hasta el descanso de medio día. Al parecer tu, en serio, disfrutas el trabajo. «

    »Claro. ¿Tú no?«

    Kate rezongó con algo ininteligible »Hala. Vámonos al Bistro. Ya tengo hambre.«

    El Bistro estaba lleno. Kate y Lucy disfrutaron su almuerzo. Lucy comía y comía y, aún con la boca llena, no paraba de platicar, y Kate no pudo contener la risa sobre esa acalorada verborrea.  »Tu, Kate, tengo noticias sobre Charlene. Ella pronto tendrá a su niño. «

    Kate interrumpió. »Yo pensaba que ella no estaba tan próxima. ¿No está en el sexto mes? «

    »No, aparentemente no es asi. Ella estaba un poco confundida con la, um, la fecha de concepción. Ella no debió haber notado las primeras señales de embarazo. Na, da igual. Lo importante es que finalmente va a tener a su hijo. Tanto tiempo que lo estuvo deseando, queriendo quedar embarazada, y nunca le iba bien.«

    »Si, yo sé, fueron tiempos difíciles para Charlene y Martin. Pero tú sabes eso mejor, Lucy, en realidad tu eres más amiga de Charlene que yo.« Lucy se reclinó sobre la mesa y comenzó a cuchichear: »Cierto, ella también me contó que tuvo que dejar los antidepresivos para asegurarse de quedar embarazada. Había tenido tanta euforia como nunca antes lo había experimentado. De todas maneras apenas creo que venga de nuevo a la oficina. Seguramente se dedicará totalmente a su niño.« Ambas damas guardaron silencio y mantuvieron sus pensamientos dentro de si.

    »Oh, si«, Kate vio el reloj, »nuestro descanso ya ha pasado hace rato. Ya nos debemos ir. « A toda prisa dejaron las amigas el Café y se apresuraron por el móvil torrente humano de regreso en dirección al edificio de oficinas. 

    Kate se detuvo al ver a una joven y atractiva mujer frente a ella, que caminaba con todo orgullo. Era imposible evitarla dentro de tal multitud. La mujer quedó parada directamente frente a ella, vió desinteresadamente a Kate y, aparentemente, esperando a que ella le diera paso.  Kate se quedó contemplándola, hechizada. Nunca antes habia visto semejante dama. La desconocida era un poco mas alta que ella, muy delgada y, a pesar de ello, de curvas pronunciadas. Kate la calculó empezando los veintes. El cabello largo y rubicundo regateaba en fluidas ondas en torno a su eurítmico rostro. Ojos sesgados verde profundo adornaban frescos bajo sus cejas arqueadas, de color negro azabache. La roja boca, cuya perfecta línea curva sacaría de sus casillas a cualquier hombre, consentía su arrogante sonrisa. Un perfume embelesador emanaba de ella, y el suelto abrigo plegado de piel sobre sus hombros. Un lujurioso aroma manaba de ella y reforzaba el aura de ligera infamia que ella emitía.

    Lucy haló a Kate hacia un lado. »Je, ¿Qué es lo que sucede? ¿A última hora te están gustando las mujeres?«

    La sexy extraña continuó caminando, imperturbable. Los hombres se quedaban detenidos y se volteaban con la boca abierta hacia ella. »Pues, debo decir que esa es la mujer más erótica que jamás haya visto, y eso que en verdad no me gustan las mujeres, me debes creer.«

    Lucy dejó entrever una risita. »Mira a todos los muchachos, cómo las babas chorrean de sus bocas.« Ellas entraron por la puerta giratoria al vestíbulo del edificio de la firma.» No es de extrañarse el que yo sólo desgracias he tenido con los hombres«, opinó Kate, mientras presionaba el botón del ascensor, »ellos siempre van de salida.«

    »¿Entonces qué tienes? Te ves bien. No me puedes decir que los jóvenes no enloquecen por tus hoyuelos.« Kate sonrió y en sus mejillas aparecieron, efectivamente, dos encantadores camanueces. »Si, claro«, Kate empujó ligeramente a Lucy con su codo al costado y entró al ascensor. »Los hombres me encuentran divertida. Eso es lo principal.«

    »¿Y qué te parece si nosotros hoy por la noche fueramos a una fiesta después del trabajo, para pasarla bien como se debe? « Ya habian ellas logrado llegar a  su lugar de trabajo, y Kate vio con mirada de disculpas a Lucy.

    »Tu ya sabes que mis dos tigres domésticos se ofenden fácilmente cuando los dejo solos mucho tiempo. Veamos mejor qué podemos hacer este fin de semana, así me estoy con mis gatos todo el día jugando y tengo tiempo para salir por la noche. Seguramente estarás de acuerdo y algo haremos.«

    Lucy se levantó frente a su rubia colega y sonrió profundamente.  »¿Y qué tal si vamos al Bar Karaoke, en el Planet Rose?«

    »Oh no, no me puedo dejar ver más en ese lugar.« »¿Porqué?, si has dado un excelente show, después de haberte metido tres Daiquirís de Fresa.«

    Kate suspiró y meneó la cabeza.  »Yo me he puesto atontada y tu te has divertido a lo grande.« La asiática achinó inocentemente sus ojos avellanados. »Pero eso no es para nada cierto. La gente se divirtió mucho con tu insólita versión de »We are the champions«, que has presentado de lo mejor. «

    Kate hizo una risita. »Si, y el bar completo  está entre tus ocurrencias de éxito. « Lucy explotó en carcajadas, luego se calló y señaló hacia la puerta con la cabeza.

    Mrs. Marsh, su jefa de equipo, estaba parada con las piernas abiertas a la puerta, las manos apoyadas en las caderas. El suéter rojo bermellón, que ella escogía un par de tallas más grande, colgaba saliendo sobre su falda azul plegada. Desde hacía meses se habría podido describir a Mrs. Marsh como con un fuerte sobrepeso. Entonces, de un día a otro, se había sometido a un tratamiento radical, cuyo feliz resultado era la pérdida de numerosos kilos, pero lamentablemente se le arremangaba el estómago enormemente.  Otro efecto secundario de esa maratón de adelgazamiento era su mal humor crónico, que descargaba con sus preferidas, Kate y Lucy. No es que Mrs. Marsh tuviera un humor soleado en sus tiempos de enormidad, pero los hostigamientos a sus subalternos habían aumentado sus dimensiones, mientras las libras habían disminuido.  

    Algunos días antes había estado de un humor fatal, como solía haber sido, y había sacado a Kate de la fila para  llamarla a una discusión entre trabajadores en su oficina. »Mrs. Wilson, me gustaría platicar con Usted sobre su rendimiento.« Kate inclinó ligeramente la cabeza y se presionó profundo en la silla que su jefa le había ofrecido. »Me ha parecido últimamente que Usted ya no tiene más los bríos hacia la cuestión precisa.«

    »¿Cómo asi?¿Cómo es que Usted piensa eso?«

    »Ahora tengo la sensación que a Usted el trabajo ya no le gusta mucho. Y esto me lo ha confirmado un colega de su equipo.«

    »¿Y, podría yo enteraeme, cuál de mis colegas ha asegurado eso?«

    »Por razones de discreción no deberé revelar el nombre. Ahora, esta muestra es mi confirmación de la impresión que tuve. Usted ya carece de alegría en su trabajo.« »No«, respondió Kate de inmediato, sin estar de acuerdo con esta verdad, »estoy aquí porque me gusta y disfruto mi trabajo. Precisamente es que...«

    »Eso era todo,« la interrumpió Mrs. Marsh brúscamente, »pero, si yo comparo su rendimiento con el de otros trabajadores, queda Usted ubicada en el tercio inferior. Sus colegas atienden más llamadas de clientes que Usted, y la satisfacción de éstos es claramente mayor que con Usted.« Kate volteó la mirada hacia la ventana e intentó desesperadamente contener sus lágrimas. »Entonces, Mrs. Wilson, esfuércese más en el futuro y quédese por las tardes o dos horas extra, lo que también hacen sus colegas a menudo. Entonces su escritorio estará limpio, listo para un nuevo reto. Verá Usted que crecerá la alegría en sus hechos. Pero, finalmente, nadie esta obligado a quedarse aquí. ¿Usted entiende lo que quiero decir? « »Si, le entiendo. ¿Eso era todo?« »Si, eso era. Puede Usted regresar a su puesto.«

    Con un nudo en la garganta y el estómago lleno de coraje, dejó Kate la pequeña oficina. Lucy preguntó llena de compasión, si le habia ido mal a ella y Kate le respondió que le daba igual lo que Mrs. Panzafloja pensara de ella. A partir de este momento ya tenia un nuevo apodo la directora del equipo. A veces a Kate le picaba la conciencia por haber titulado así a su jefa, pero de esta manera al menos podía soltar un poco de ese vapor, cuando las ocultas susceptibilidades y aumentos en las llamadas de atención hacia ella eran demasiado a su sentir.

    »¿Qué hay aquí para reir? Me gustaría reir también. Vaya que es bello cuando los compañeros se divierten tanto en el trabajo.« El mordaz tono de voz de la jefa de equipo dejó plantada la posición de vigilancia de ambas amigas.

    »Si, con gusto«, respondió dulcemente Kate y se volteó en dirección a la procedencia de la voz. »Si Usted quisiera, podría acompañarnos este fin de semana, Mrs. Marsh. Entonces tendremos motivos para reirnos las tres. Sería en verdad bueno poder conocer de forma más íntima a nuestra líder de grupo.«

    Mrs. Marsh levantó su labio superior, mostrando sus grandes dientes y respondió en un tono dulce similar: »Con mucho gusto, Mrs. Wilson, pero me espera mi esposo y a él no le gusta cuando alguien me hace distraer el fin de semana. Pero, muchas gracias por la invitación. Por favor continúen su trabajo, la hora de descanso hace tiempo se terminó.«

    La jefa se retiró con ligero paso de la sala de oficina. Kate hizo un guiño a Lucy, y entornó los ojos en señal de protesta, para sentarse finalmente, enojada, frente a su escritorio.

    Por fin pudo Kate, ya por la noche, regresar a su casa. Se sentía vacía y desganada, como si toda su energía hubiese sido triturada dentro de esas interminables llamadas telefónicas. Pero su humor mejoró bruscamente luego que fuera saludada alegremente por Bangla y Desh. Kate tomó su cena sobre el sofá junto a sus dos gatos, con comodidad en la pequeña entarimada habitación, colocó su Laptop frente a si en la angosta mesilla del sofá y la encendió. Apareció un mensaje, su hermana menor Susan estaba en linea.  Encendió el micrófono y la webcam y un par de segundos después apareció el  rostro de moza de su hermana. Su cabello, tan rubio como el de Kate, estaba como siempre atado en una apretada cola de caballo.

    »Hola Susan, ¿cómo te va?« »Oh, bien Kate, que bien que te hayas conectado. Yo estoy bien.« Entonces sonrió de oreja a oreja mostrando sus frenillos

    »¿Debes usar los frenillos aún? Pensaba que el dentista ya estaba satisfecho con tus dientes.« Los labios de Susan cubrieron los apretados cables dentro de su boca.  »El pensó que debería usarlos por otro medio año. ¿Qué es de ti, has conocido a alguien nuevo? «

    Kate suspiró. »No. Creo que eso ya no va a sucederme. Soy un caso perdido. Los hombres de Nueva York y yo no nos llevamos.« »Hombre, pero en la Gran Manzana seguramente hay muchos solteros, por ahí estará para tí dentro de ellos el apropiado. Posibilidades de conocer a alguien tienes de sobra. Si quisieras, podrías ir cada noche a un club diferente y en un año no los habrás recorrido aún todos.« Kate sacudió la cabeza. »Aquí no todo es tan salvaje y, dicho sea de paso, no me alcanza el efectivo como para ir cada noche al mundo nocturno a derrocharlo. Mi sueldo no es tan copioso.« Vio ella la decepción en el rostro de Susan. Su hermana se había hecho la idea que la vida en la gran ciudad estaba llena de color y diversión. Kate no se lo pudo tomar a mal, pues a la postre acababa de sepultar a su perro en Auburn y los jóvenes no tenían mas remedio que, o quedarse en casa con sus padres frente al televisor, o reunirse en alguno de los parques públicos. De nuevo se alegró Kate de haber dejado atrás su ciudad natal.

    »¿Porqué no intentas colocar tus cuadros en una galería? Quién sabe, si a alguien por ahi le lleguen talvez a gustar.«

    »Ah, eso no lleva a nada. Hay demasiados jóvenes y florecientes artistas, y yo soy una más de tantos. Sólo puedes ser algo cuando sobresales de las masas.«

    »¿Porqué has desechado también tus estudios de arte?«

    Kate cerró los ojos, el ya conocido nudo se clavó de nuevo en su garganta y ella debió deglutir. »Lo siento mucho, no quise decir eso.« »Todo bien. Ya pasó, Mamá y Papá ya me habían anticipado que del arte no se puede vivir.«

    Detrás de Susan fue abierta la puerta, y la madre de Kate, Alexa Wilson, asomó la cabeza. Con su peinado corto de salón y su figura delgada, la rubia madre se veía mucho más joven de lo que realmente era a sus 49 años. 

    »¿Con quién hablas tu, Susan?« Kate vio cómo su madre, curiosa, miró hacia la pantalla. Al haber conocido a su hija, se le iluminó todo. »Ah, eres tú Kate, ya no había escuchado nada de ti. Tu padre y yo nos habíamos empezado a preocupar.« Kate reprimió su deseo de entornar los ojos en señal de descontento 

    Y volvemos a lo mismo. ¿Cuándo entenderá finalmente mi mamá que ya soy adulta y dueña de mi propia vida?  Ah, nunca me va a perdonar por haberme mudado a Nueva York.

    »¿Cuando nos vas a venir a visitar de nuevo? Tu padre dice que ya no sabe más como luces. «

    .  »Pronto, pero de momento tengo demasiado que hacer. Debemos trabajar horas extra, y...«

    »Te estás dejando explotar. Ya te he dicho que debías esperar al haber tomado tan miserable trabajo. Vas a trabajar hasta que te suceda un accidente, y por un salario de hambre. Y tienes ese apartamento tan pequeño que te llega al cuello y con la renta sobrevalorada. «

    Kate se apagó internamente. Miraba cómo se movían los labios de su madre, pero las palabras silbaban de largo, inaudibles para ella. Siempre era la misma cantaleta y generalmente terminaba con una mirada de la madre en espera de una respuesta, de cuándo iba a regresar a casa. Pero eso no quería. Había tenido suficiente del anticuado pueblito, en el que cada fin de semana se daba una competencia implícita, de quién segaría más rápido y dejaría más pulcro el césped de la casa. Y, vivir bajo el mismo techo con sus padres, ya no lo podría soportar.

    Cuando Alexa Wilson dejó caer el nombre Ray , despertó de nuevo ella.  »¿Ray? ¿Te lo has encontrado?«

    »Ya te lo habóa dicho. « Las cejas de la madre mostraron signos de enojo. »Me lo

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