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El evangelio según un perro vagabundo
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Libro electrónico88 páginas1 hora

El evangelio según un perro vagabundo

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Un perro que se mezcla con los seguidores de Juan el Bautista, y después de la muerte de Juan sigue a los que se han alineado tras el Nazareno, nos va llevando por diversas localidades de la antigua Palestina, por variados sucesos humanos, y nos muestra sus puntos de vista sobre el decir y actuar de los hombres. También se asombra con la personalidad del maestro, tiene dudas y se hace preguntas, pero permanece en el grupo de quienes caminan junto al “Pescador de hombres”, y nos conduce hasta descubrir los hilos de la intriga que envuelve a los protagonistas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 jul 2017
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    El evangelio según un perro vagabundo - Jorge Muñoz

    aguardan.

    NOTA DEL AUTOR

    La presente obra no es un texto de historia, tampoco es un ensayo filosófico o religioso; se trata, pues, de una obra de ficción. Y como tal, se ha escrito como se hace un cuento largo o una novela corta, ese género que los franceses llaman nouvelle. Sin embargo, la historia y la ficción suelen estar más cercanas de lo que a primera vista parece. El inmortal poema homérico La Iliada, que relata la guerra de Troya sirvió, varios siglos más tarde, de fuente inspiradora al investigador alemán Schliemann que dedicó gran parte de su vida a demostrar que la mítica ciudad no era una leyenda sino una realidad, y lo consiguió. Por su parte, J. K. Chesterton sostenía que la historia es una novela inacabada. Borges, que tanto gustaba de escudriñar en las intrincadas galerías de las leyendas nórdicas y orientales, concebía al Paraíso como una gran biblioteca. Lo que sabemos hoy de Alejandro Magno, ¿es la realidad de ese hombre o solo se trata de una recreación impregnada de subjetivismo? ¿Cuánto hay de verdad en la historia y cuánto de falsedad en la ficción? Podría entonces, el compositor de ficciones, intrusear en las estanterías de esa fantástica biblioteca o en las páginas de esa novela sin final, sea para copiar, alterar o agregar algo. Y en ese hurgar entre libros y estanterías, me encontré con los evangelios, esto es, la buena nueva, o el relato de la vida de Jesús. Pero este apretado y singular Evangelio que expongo en las páginas que siguen se asienta en la ficción narrativa y en sucesos considerados verdaderos, aunque los personajes y hechos desfilaron en la cronología humana hace ya más de dos mil años, y la figura del predicador de Galilea sigue estando envuelta en el misterio y la controversia. Aunque, no puede negarse, que en los lejanos sucesos y palabras del Pescador de hombres, tan traicionado y manipulado por sus seguidores, hay un poema, una epopeya que como una semilla abierta se ofrece a la recreación literaria. Las opiniones van desde aquellos que consideran al Nazareno un ser divino que llegó a la vida de los hombres para redimirlos y salvarlos, hasta quienes afirman que nunca existió. Entre esos dos polos ideológicos y valóricos (que han abierto ríos de sangre y odio) se agitan las especulaciones teóricas que han dado origen a centenares de libros y estudios de diversa índole. Mas, en nuestro caso, que nos movemos en el ámbito de la fantasía literaria, esto es, sin pretensiones de verdad y exactitud, todas aquellas tentativas de precisión se aflojan y entramos, sin controles policiales, ni regulaciones teológicas, en los parajes de la antigua Palestina guiados por un perro que en calidad de testigo presencial —porque forma parte de los seguidores del maestro— nos va relatando los acontecimientos y, como no tiene nada que ocultar ni temer, muestra sus dudas y pensamientos de manera directa y espontánea.

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    Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, yo no lo sé. He conocido hombres buenos y malos, bondadosos y crueles, inteligentes y necios, pero lo que mejor conozco son las pellejerías y angustias de la calle. Y en mis correrías con otros perros y también solo, porque creo que soy más bien solitario, conocí a Juan. Unos decían que era un loco, otros que era un profeta, yo no creo nada más que lo que ven mis ojos, oyen mis orejas y huele mi nariz, así sobrevivieron mis padres y mis abuelos. Pero ahí estaba Juan, vestido con una piel de camello, comiendo raíces y miel silvestre, seguido por una turba de pordioseros, gentes de oficios variados, y perros entre los que me hallaba, con la intención de recoger algún despojo de alimento; todos individuos que lo escuchaban en sus predicas y lo acompañaban a las orillas del Jordán donde los bautizaba, por eso lo llamaban el Bautista. De Judea y de Jerusalén iban a verlo y le confesaban sus faltas, práctica que para mí era muy extraña puesto que ellos creían que haciendo tal cosa se salvarían de castigos terribles. También Juan les hablaba de otro profeta superior a él que llegaría pronto y ellos lo escuchaban con la boca abierta, dando plena fe de sus palabras porque aquel Bautista era muy apasionado en sus discursos.

    Y sucedió que por esos días apareció en el lugar un hombre de unos 27 a 30 años, de frente amplia y mirada obstinada, la melena lisa y negra le llegaba hasta los hombros, se llamaba Jesús; corrió la voz de que venía de Galilea, y más precisamente del pueblo de Nazaret. Y cuando Juan lo bautizó en las aguas del río, dijeron que el cielo se había abierto y una paloma blanca descendió sobre el Nazareno, también dijeron, con gran alarde de gestos y palabras, que se oyó una voz venida de lo alto proclamando al recién bautizado como el hijo de Dios. Yo no oí, ni vi nada semejante, pero ellos lo juraban. Transcurrido cierto tiempo, Jesús desapareció por cuarenta días sin que nadie tuviera conocimiento de su destino. Algunos decían que se había ido al desierto en busca de Satanás, eso se comentaba entre las gentes que seguían al Bautista, y discutían con ardor sobre aquel Satanás al que yo imaginaba como un salteador de caminos, aunque después comprendí lo que era en verdad ese personaje para ellos. En todo caso, ese desierto situado a la orilla del Mar Muerto, y a unos cuatrocientos metros bajo su nivel, no era un sitio para andar buscando salteadores, demonios o dioses. Otros comentaban que se había unido a los esenios que tenían su asentamiento

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