Año/Cero

LOS AÑOS OCULTOS DE JESÚS

Quizás uno de los lugares más evocadores de Tierra Santa sea Cafarnaún, la ciudad de Jesús, una pequeña aldea de pescadores al borde del Mar de Galilea que nos hace soñar con la posibilidad de que, de un momento a otro, el Maestro pueda aparecer por el antiguo trazado de sus calles para tropezarse con nosotros y hablarnos de un Dios interior que sus coetáneos no supieron entender. Tal vez por eso, antes de bajar a Jerusalén, frustrado por la terquedad de sus vecinos, aseguró que si en cualquier metrópoli pagana hubiera realizado la mitad de los milagros que había hecho en Cafarnaún, Betsaida y Corazím, sus habitantes habrían creído inmediatamente en él.

Jesús vaticinó que, tras su muerte y resurrección, una serie de desgracias recaerían sobre las tres aldeas judías anteriormente mencionadas, las cuales deberían hundirse en el Hades debido a su incredulidad. Como dato curioso, hacia el año 800 d. C., un extraño terremoto sepultó Cafarnaún, Betsaida y Corazím, aunque otros historiadores aseguran que fueron víctimas de la invasión persa. Pese a su desaparición, en la primera mitad del siglo XIX fueron rescatadas del «inframundo» por el geógrafo norteamericano Edward Robinson.

Traspasando las puertas del recinto arqueológico, a apenas unos metros de la orilla del lago de Genesaret, se alza la casa de la familia de San Pedro. A partir del siglo XX, los arqueólogos franciscanos se hicieron cargo de las excavaciones, sacando a la luz una construcción datada en la época de Cristo que, según las crónicas de los padres patrísticos, fue uno de los primeros lugares de reunión de los seguidores del Nazareno. El relato neo-testamentario asegura que en su interior, el Maestro curó a la suegra de Pedro, que se encontraba echada en la cama aquejada por unas fiebres, y que instantes después cuatro hombres quitaron parte del techo de la vivienda para bajar a un paralítico con la intención de ponerlo cerca de Jesús y que pudiera tocarlo.

Sobre los cimientos de la casa, los monjes hicieron edificar una basílica octogonal, conmemorando las ocho bienaventuranzas que pronunció no lejos de allí, desde la cual se puede ver, a través del vidrio del suelo, el interior de las ruinas de la vivienda original, donde presumimos que el Maestro se quedaba a descansar mientras predicaba por las localidades contiguas y donde además se han encontrado inscripciones antiguas exaltando el nombre de Cristo.

EXORCISTA ITINERANTE

A pesar de todas las dudas que puedan surgir en torno a la vida y obra del Mesías cristiano, si de algo estamos seguros es de que el hijo de María era un exorcista itinerante que no dudaba en echarse a los caminos para recorrer a pie largas distancias sin ningún temor.

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