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Refracción de las Sombras
Refracción de las Sombras
Refracción de las Sombras
Libro electrónico91 páginas1 hora

Refracción de las Sombras

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Información de este libro electrónico

Historias que emergen del caos, lo informe e intocable, la vida misma...sombras que se deslizan y escabullen en los lugares menos pensados y se refractan en el papel unidas por un hilo conductor, letras entrecruzadas por la muerte. Cuando tu vista pasee por cada palabra, cuando tus labios vibren en cada sonido, ellas cobrarán vida. En ti.
Los personajes transitan por sus pequeños mundos hasta que todo lo que era real y verdadero se ve amenazado, son arrancados para quedar inmersos en situaciones que exceden su comprensión hasta llevarlos a los rincones más oscuros. Donde a veces se puede ver con mayor claridad.


'Ambas jóvenes han sabido sacar adelante la literatura en un género que no es común pero es muy atrayente especialmente para los jóvenes y adolescentes curiosos por historias de terror que harán volar su imaginación en rincones oscuros y personajes siniestros' Periódico digital La Voz de Tarija
IdiomaEspañol
EditorialXinXii
Fecha de lanzamiento1 dic 2017
ISBN9783962462352
Refracción de las Sombras

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    Refracción de las Sombras - Withney Ferrufino Ruiz

    REFRACCIÓN DE LAS SOMBRAS

    Autoras:

    Victoria P. Ferrufino Ruiz

    Withney Y. Ferrufino Ruiz

    ISBN: 978-3-96246-235-2

    Verlag GD Publishing Ltd. & Co KG, Berlin

    E-Book Distribution: XinXii

    www.xinxii.com

    Indice

    CANNUR

    CIELOS COLOREADOS DE SANGRE

    EL SUEÑO DE MARCO ANTONIO

    TRANSLUNAE

    SOBRE LA HISTORIA

     Así, el más terrorífico de los males, la muerte, no es nada en relación a nosotros, porque, cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, nosotros no somos más. 

    Epicuro de Samos.

    Mueres y el mundo sigue, 

    El viento sopla en los rostros de los que se quedan. 

    Imágenes tuyas asedian las mentes de los que se quedan, 

    Tu vida culminó en un silencioso estruendo, tan devastador que te extinguió,

    Tan tenue que el mundo sigue… 

    Los que se quedan saborean tu resplandor… 

    Tu sabor… las imágenes de tu voz… 

    Te vas, tu pasión se acaba; pero el mundo sigue; 

    Mueres pero eres eterno.

    Mueres pero eres metonimia de sonidos, de luces, de imágenes… tu sudor. 

    Mueres, te vas, te fulminas, te acabas… 

    Pero insistes, pero sigues… 

    Mueres, pero nunca mueres… para los que se quedan. 

    Mueres y no descubres que solo uno muere. 

    Que eres múltiple y sempiterno.

    CANNUR

    Sur de Bagdad.

    Nuevamente dentro de esa campana de caliza, el aire aún tenía el salado sabor del ayer, se sentó en el mismo lugar elegido por un sacerdote, hace miles de años, como su última morada, como si de algún modo pudiese reconectarse con algo de la psique ese ser, algo que aún permanecía en la pequeña cuenca donde descansó su cuerpo, algo que quizá se escondía en aquel cielo de la cueva que parecía derretirse sobre su cabeza, algo sobre el enigma de su historia, que desde hace poco más de dos años, se había convertido en la suya también.

    Su pequeño compañero canino olfateaba inquieto el aire en todas direcciones, asimilando información de ese nuevo lugar.

    ―Tranquilo Cannur, ¿no recuerdas que ya estuvimos aquí antes?, nos conocimos aquí, bueno… varios metros arriba de nuestras cabezas, en la superficie.

    Miró hacia el cielo entre las formaciones de picos cónicos, palideció, sus pupilas se contrajeron, el esbozo de sonrisa juguetona, que se dibujaba en su rostro, lentamente se disipó dando lugar a una expresión difícil de distinguir entre gozo y miedo; observó algo que captó su atención, una manifestación que hubiese cambiado el rumbo de su historia, si la hubiese hallado…

    Dos años antes.

    Las partículas de arena arrastradas por la ventisca golpeaban con fuerza la tienda de campaña del arqueólogo, el aire seco y polvoriento se adentró por las junturas de la tela, y en el interior arrastró los planos de la excavación que se encontraban sobre el escritorio, haciéndolos caer. Intempestivo como el viento, el jefe de los excavadores abrió la entrada de par en par. 

    ―Monsieur Anjou, encontramos algo que debe ver―  sus ojos enrojecidos por la sequedad del clima, brillaban de emoción.

    El arqueólogo, Monsieur Françoise Anjou, quedó perplejo y enmudecido ante la noticia, como si el corazón se le hubiese subido a la garganta; él diría que siempre se había considerado un escéptico, con todas sus letras, pero en ese momento estaba convencido de que ese descubrimiento era lo que estaba buscando, aún sin haber visto el hallazgo, aún sin saber nada de ello; allí estaba la superstición brotando a sus pensamientos libremente, contrariando la lógica de su vida, era un hombre de hechos, un arqueólogo, su fin siempre había sido derrumbar todos los mitos, mostrar la realidad que la arena y el tiempo cubrían del pasado.

    Emergió de la tienda de campaña y junto al jefe de los excavadores, descendió por el escarpado con la emoción a flor de piel.  Faltaban pocas horas para el anochecer, más el calor seguía siendo sofocante, y la visibilidad se tornaba escasa, con el sombrero se protegía los ojos de la ventisca para no bajar el ritmo en su descenso. 

    El corazón le palpitaba intensamente, no dejaba de pensar en la frustración que había sentido durante los tres meses pasados sin un hallazgo significativo, tan solo vasijas rotas, y pequeños fragmentos de huesos, nada que despejara sus dudas al respecto de la fosa común recién excavada, en la cual el número de cuerpos desenterrados no dejaba de crecer. Sus colaboradores del Museo Británico dataron el hallazgo en la caída de la gran Ur, pues las primeras civilizaciones mesopotámicas se sucedían en esa tierra aniquilando a la anterior. 

    Monsieur Anjou sabía que no era costumbre de los pueblos Acadios rendir honores fúnebres a los cadáveres de sus enemigos derrotados, él estaba convencido de que Ur fue azotada por una plaga. Su teoría contradecía todo lo que por siglos se sostuvo como la caída de la primera ciudad de la historia de la humanidad, y esta era su prueba, estaba seguro. No se había planteado una meta fácil, lo sabía; pues en aquella fosa tan solo se encontraron cadáveres de varones adultos, ¿Qué enfermedad podría ser tan selectiva como para atacar solo a la población más resistente?

    Finalmente llegó a la excavación U-43, al pie del escarpado, los excavadores con los turbantes y túnicas manchados por la arena y el sudor se hicieron a un lado para dejarlo ingresar a la cueva recién descubierta. El jefe de la excavación le entregó una linterna y junto con un joven guía se adentraron por la fría y oscura caliza.

    A medida que se adentraban, Anjou se percató de que era una cueva natural, sin vestigio de trabajo humano, se preguntaba que sorpresa le aguardaba al fondo de aquella cueva recién abierta, colmada por un vaho húmedo. Caminaron varios metros, otra distancia la recorrieron a rastras, varios minutos de tensión transcurrieron mientras avanzaban con la roca casi comprimiéndoles el pecho, hasta que llegaron a una pequeña campana, donde pudieron estar de pie nuevamente, era una sorprendente formación natural de caliza con estalagmitas y estalactitas que le daban una apariencia de roca derretida, y al fondo, totalmente fuera de lugar, una momia yacía sentada, sujetando tablillas entre sus brazos, tenía el torso inclinado hacia adelante y la cabeza apoyada sobre su clavícula, en su último gesto. El cuadro parecía extraído de la imaginación de Dalí.

    Caminaron entre las rocas cónicas hasta llegar a su hallazgo, Anjou se acercó a la momia a una distancia que el jefe de expedición ni el muchacho guía se habían atrevido, era poco usual un sepulcro de esa naturaleza, si se le podía llamar sepulcro; temían que se pudiese tratar de alguna maldición; Supersticiosos; pensó, luego paseo su vista por cada detalle de aquel hallazgo alumbrando con su linterna mientras se hallaba de cuclillas, nunca habían sepultado a alguien sentado en aquella región del mundo, por aquella razón, aquel

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