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El Huerfanito
El Huerfanito
El Huerfanito
Libro electrónico306 páginas4 horas

El Huerfanito

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En esta narracin puse todo mi empeo en contar las fantasas y costumbres de la poblacin, y con muchas verdades que vislumbra en los estratos ms sensibles de la localidad. La historia del malfico y terrible: "Pombero", que es un verdadero espritu, aunque a veces se presenta como fantasa. Como vern lo que sucedi a una joven de 14 ao de edad, de la que se puede palpar minuciosamente lo sucedido a ella, y adems con un nio recin nacido de madre desconocida, que lleva como nico nombre conocido, como "El Huerfanito" en un populoso y nutrido pueblo llamado "San Jaimito de la Misin".

El Huerfanito es una de las tanta historia verdadera que con mucho dolor lleg a ser parte de una historia del abuso familiar y social del lugar, y como novela dramtica se presenta para el relato los ingredientes literarios, adems ni corta ni extensa se presenta, en la que volcado todo mi entusiasmo de lo palpado y visto. Para caracterizar una serie de personajes, que a veces parecen escapados del paraso, y otras veces del mismo infierno, aunque siempre tienen algo que decir y ensear desde el principio hasta el fin lo mucho que sucedi en ese lugar.

Adems estn escritas con la intencin real de provocar el suspenso y mantener la atencin del lector en todo el desarrollo de la trama, que es a la vez fascinante y evocadora, para llevar un buen recuerdo del contenido literario.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento29 may 2012
ISBN9781463329174
El Huerfanito
Autor

Victor Enríquez

Victor Enríquez, nació en la ciudad de Coronel Bogado, (Itapuá) Paraguay. A la edad de 8 años empezó a escribir su primera poesía a la maestra, y después siguió escribiendo en pedazos de papel para más tarde completarlos. A su temprana edad paso a vivir en Asunción, la capital del país donde dio por cumplido su obligación cívica, pero sin dejar de escribir. En Buenos Aires, Argentina, cursó la especialidad de Construcción de Edificios, que le sirvió para mantenerse económicamente, sin dejar de escribir hasta completar los libros “La Isla de Togo-Togo”, “Dina” y “El huerfanito.” En New York, adquirió la Licencia de Construcción de Edificios de donde formo su propia empresa, pero siguió escribiendo sus novelas hasta completar los libros “Vigilante de Cuadra”, “El hermoso Rey de Gualantu”, “Déjame Vivir mi Vida” y “Avelín de Coronel.” Unos años después se fue a vivir en Miami, donde está radicado hasta el día de hoy. Aquí escribió “La Cantuta de Trifona” y “El Castillo de Pelagio y Catrina.” Además escribió “Ensayo y Crítica Literaria” para ayuda profesional, que pasó por consideración en el Ministerio de Educación y Cultura en Asunción, Paraguay, en el año 2004, por su posible implementación en los estudios del alumnados.

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    El Huerfanito - Victor Enríquez

    Capítulo 1

    Una joven de catorce años de edad, solía salir al parque de diversiones de nombre Sarai, hija de una familia pudiente del pueblo de San Jaimito.

    Un día paseando por el parque entre los asientos, se le acercó una mujer con un niño en brazos y le ofrece darle sin ninguna condición. Esto le pareció una broma pesada, porque siendo ella una niña todavía, le contesto:

    —¿Que lo qué está diciendo señora? ¡Dame un niño a mí! ¡Dios mío! Como puede ser. -preguntó Sarai sorprendida, pues nunca había cruzado por su mente la posibilidad de tener un bebé en sus brazos.

    —¡Sí, no tengo otra cosa que puedo hacer con él bebe que darte! Antes que verlo sufrir en manos de gente maligna de San Jaimito. -pero la inocente muchacha nada de esta vida conoce aún, aunque su corazón late como el de cualquier buena madre en tal circunstancia.

    —¿Cómo, Dios mío? ¡Usted me va a dar el niño, para que sea mi hijo!¿Eso me está diciendo? -y la extraña mujer contestó de: -¡Que sí! -entonces el interior de Sarai su espíritu se conmovió, y llorisqueando con los ojos llenos de lágrimas, y de compasión le responde:

    —¡Así tan fácil me entregará el niño a mí! Que solo tengo catorce años, y también soy pura todavía. Y además, ¿qué dirá la gente de San Jaimito de mi persona también? -de pronto Sarai toma una drástica decisión, y agarra un billete que tenía ahorrado para el dulce y lo entrega a la mujer diciéndole:

    —¡Señora! Tome este dinero para comprar las necesidades del niño, mientras que yo me voy a preparar un lugar para el varoncito mío. -entusiasmada se despidieron las dos. Aunque Sarai no pudo darle la espalda, y la miró hasta ocultarse en el follaje de la plaza, y después se fue ella también de vuelta a casa.

    Pero cuando llegó su madre le estaba esperando con una amonestación. Que no es otra cosa que el rezo del santo rosario de cada día, cuando les dijo:

    —¿Qué has hecho hoy indígena? Ya es casi el medio día y nada en absoluto haz limpiado. -pero Sarai estaba muy ilusionada como cualquier madre que tiene a su niño, y suspira profundamente ante esta reprimenda de la madre.

    Pero él desvive causa una gran ira en su madre, y luego la escucha gritar con más fuerza que antes:

    —¡Esto sí que! ¡Remolona del diablo! ¡Anda rápido, estúpida y empieza a limpiar el baño! -Sarai como siempre se traga los insultos de su progenitora a quien nunca le pudo dar el gusto.

    Aunque esta vez siente gana defenderse de las injurias y le contesta de mala gana, he indignada por el odio de su protectora:

    —¡Vos también sois antipática! ¿Acaso no estás viendo lo que hice hoy, antes de irme en la plaza? -la madre nunca pensó ver una Sarai agresiva, que se defendiera de acusaciones y atropello.

    Y se llena de cólera y le ordena vociferando con más fuerza, diciéndole a voces:

    —¡Vete al diablo estúpida, y ponte a limpiar el baño! Ante que me aburras de ti, y no me pueda contener y tendré que matarte de una buena vez. -Sarai quedó convencida de que esa vida está terminando con su juventud, sumiéndola en una gran angustia, y desesperación cada día más.

    Luego toma fuerza y valor, y le contesta a su progenitora, nuevamente con más energía que antes:

    —¡Vos también sois agria como el limón! ¿Por qué nunca pude hacer algo bueno, ante tu ojo? -su progenitora siempre le trató con dureza, lo tenía con duro reproche e insultos cada día, porque además desconfiaban siempre de que había algo de oculto entre ella y su padre y por esa razón las dejaba en la soledad a sufrir. Y seguía con la palabra ofensiva y sin razón en contra de su propia hija:

    —¡Que demonio tiene, basta de pantomima! Tu más que nadie sabe, que a mí no me gustan las contradicciones de parte de nadie, ni tampoco las puedo tolerar ni soportar. Ahora ponte a limpiar ¡mil veces retardada! -pero en la mente de Sarai acuden pensamientos del pasado, porque todos sus recuerdo son de burlas e insultos de parte de quien tendría que ayudarla, además ahora con un niño regalado que cuidar.

    Aunque ella se sintió protegida por ese inocente que le estuvo acariciando. Además se sintió más poderosa y llena de ansias de vivir, libre con su hijo en el futuro a como sea dijo entre diente, de legal oh ilegal en algún país lejano de este mundo cruel, que le tiene en continuo tormento y en su temprana edad.

    Y vuelve arremetiendo en su defensa:

    —¡Por favor no sea así madre mía! Porque yo soy madre como tú, de un niño y se cómo cuidar a mi hijo con respeto y cariño. Además de hoy en adelante te exijo que me respete como lo merezco, ya que soy una procreadora. ¡Ya no seré la Sarai, que escucha y se tragas los insultos, desde ahora soy la madre que merece respeto! -luego dio la media vuelta caminando a su dormitorio y se encierra allí.

    Mientras tanto la madre asombrada, porque vio a su sumisa hija convertida en una fiera respondona. Y por un buen rato, ella se sintió confundida ante la actitud asumida por su hija, ya que no era usual en Sarai ese comportamiento.

    También le había oído decir que tenía un hijo.

    —¿Qué carajo fue eso que dijo esa estúpida? ¡Que tiene un hijo! Pensó doña Juana, porque estaba muy aturdida y atónita ante este drama y esa rebeldía, pues allí la que habla e impone había sido siempre ella, y nadie más que ella. Más tarde hizo llamar a su marido que vino, apresurado.

    Le contó lo sucedido con algunos detalles y agregados, con tal de dejar mal visto a la Sarai ante su padre. Aunque ya tuvo una mala impresión el padre de la situación, porque el también vio la injusticia que ella le hacía, conociendo el trauma que podría causar ese maltrato continuo en la mente de la joven y le tuvo mucha compasión, y tenía poca gana de seguir con los problemas y violencias.

    Después llama a Sarai y ella reconoce la vos y el cariño de su progenitor, abriendo la puerta se echa a llorar en sus brazos, luego le cuenta lo que venía sucediendo allí con ella y su madre.

    Pero la mamá desde afuera no dejaba de acusarla, diciendo lo peor de la jovencita Sarai:

    —¡No te decía yo, que ella venía saliendo mucho, como la perra caldeada, y vengo notando en ella una agresividad y mala conducta! -Sarai se mantiene callada ante las acusaciones de su creadora, porque ella conoce que son mentiras. Además ella es pura y virgen.

    Perplejo el hombre de casa no sabe qué hacer o decir, por temor de herir a alguna de las dos. Y más luego continúa la acusación de parte de la madre; Entonces Sarai mirando a ambos les conto diciendo:

    —¡Es verdad que soy madre de un niño! Y estoy decidida que no sea Huérfano, y le tendré conmigo como todos niños que se merecen respeto y amor. -luego lloro ella, después le faltó fuerzas al autor de su vida, y se sentó en un banquillo:

    —¡Hija mía! ¿Qué estás diciendo? ¿Entonces, por qué no está contigo si tienes un hijo? -Sarai estaba muy segura en su mente de que sí tiene un hijo: Además ya nada podrá separar a ella de la idea, de que tiene un niño, porque lo siente en su alma y su corazón henchido de espera, y llora como una verdadera madre en las presencias de sus padres.

    Entonces el padre ante esta situación difícil, y el temor a su mujer, sale del cuarto sin pronunciar palabra, porque para él era un sueño pesado, como un capricho de la joven con el que está azotando a su madre en venganza por el maltrato sufrido a diario.

    Muy pensativo mira a su amada hija y lagrimea, porque recuerda los malos momentos que vivió y está viviendo allí por las injusticias, luego siente dolor de lo que está sucediéndole. Después llama a su mujer para tener una charla en privado, pero la terquedad de ella siempre está sobre todas las cosas, y esta le contesta:

    —¡De qué hablaremos! Si la perra caldeada de tu consentida no entiende nada, además no ves que acaba de confesar que tiene un ¡hijo! -conocía muy bien Pablo a su mujer, por eso trató de alejarla de Sarai, antes que salte y le tome a picazo, como siempre lo hizo.

    La atmósfera estaba lista y por falta de comunicación entre ellos, terminó en una dura pelea descontrolada y salvaje. Porque la doña se sintió frustrada por su hija, y repentinamente toma acción gritando y saltando, coge del cabello a Sarai tirándolo al piso a patadas y a mordiscones.

    Pero la joven no pudo soportar más tal humillación, y asida también del cabello de su madre lucha con ella. Ambas perdieron el control. Y rodaron al suelo de la calzada, luchando a puño y patada y mordiscones.

    Y como pudo Sarai se defendió, seguido grita y la amenazó con matarla si se atrevía a acosándole más. Don Pablo reprendió a su mujer por agredir y empezar la pelea con su propia hija salvajemente. No quiso calmarse la doña por nada del mundo y exigió ver al niño, luego insulta a Sarai de una manera denigrante y cruel.

    Al no poder escuchar ni soportar más los gritos e insultos de su madre, la joven sale y gana la calle huyendo, pero a la vez histérica y gritando se iba ganando la calle, rumbo hacia donde sea, con tal de escapar de esa amarga vida:

    —Vos sois el demonio aquí y más perra serás también tu hija del diablo. -luego sale llorando, y le sigue la agresora con un balde lleno orín y de agua sucia. Destrozada por su impulso pasional, olvida todo principio de respeto y avienta él liquida a la espalda de su hija y el resto a los que estaban pasando por la vereda en ese momento.

    Pero cuando nadie le dio la menor importancia. Ella se sintió más burlada y pierde nuevamente la cordura y comienza a decir barbaridades y palabras obscenas a toda persona que encontraba en sus alrededor.

    Hasta caer desmayada al suelo de la vereda. Mas luego despierta y dice:

    —¿Adónde se fue la perra de tu hija? Y nadie de los que se iban pasando por el lugar se ocupo de ella, por ver su miseria de golpes y moretones en la cara.

    Pero al rato llegaron las vecinas de las altas sociedad para consolarla por lo sucedido en su casa, más otras que gustan de la desgracia ajena, llenan la copa con el ingrediente que faltaba, diciéndole haber visto siempre a su hija Sarai, besándose escandalosamente en la plaza, con el peón del cementerio de San Jaimito, además de esto dijo:

    —¡Que pensó querida Juana! Que no le mató a la depravada a golpe y porque también dejó ir con un bebé Huerfanito que no tiene ningún amparo, a mendigar el pan de cada día por las esquinas. ¡No ve que ese niño y su madre solo vivirán de la caridad pública! -cuando, llegaron estos a oídos del jefe de policía, y hizo llamar a ambos a la Comisaria, para estar informado de lo sucedido, pero ella niega que hubo violencia en su casa.

    Aunque don Pablo contó algo del mal carácter de su mujer y quien fue la que inició la agria discusión y pelea. Pero la arpía mujer se defendió y dijo:

    —¡Cómo creer de eso señor Comisario, que mi propia hija y yo pelearemos! -El aburrido jefe de policía desde el principio no quiso dar mucho crédito al asunto, porque había muchos chismes en el barrio y confiaba en doña Juana que decía la verdad, y amigablemente luego le contesta, diciendo:

    —¡Muy cierto! Nunca pensé, que ustedes se mezclarían en una pelea con su propia hija. ¡Aunque también los vecinos me confirmaron ver a Sarai irse de la casa con un niño desnutrido y enfermizo, además muy sucias! -al escuchar estas palabras, don Pablo cambió el semblante, y con un fuerte chucho de frío, trató de contar lo sucedido.

    Pero le faltó valor para asentir desde el principio y tartamudeando dijo:

    —¡Pobre de mi Sarai, que siempre pasó mal entre nosotros! Al escuchar eso se sintió muy dolido el Comisario por lo acontecido en casa de la vecindad, después mirando a los dos les increpa duramente diciéndole:

    —¡En mis veinte años de cargo que vengo ejerciendo aquí en San Jaimito! ¡Nunca jamás estos echo infame fueron oídos entre la vecindad! ¡Tengo adolorido el corazón y el alma entera, por este suceso infame! Pero doña Juana le contesta:

    —¿Entonces señor Comisario, qué diría usted a su hija, cuando esa joven le está diciendo que es una madre soltera y con hijo en brazo que mantener? -pero el adolorido jefe siente una fuerte comezón en la cabeza, luego rascándose, sufre la gran pasión de ser abuelo, porque él sabe que no tiene ningún hijo por su esterilidad y le responde maravillado:

    —¡Y bueno, creo en ese caso, que cuando el amor está concebido! Ya no hay motivo de odio ni rencor. Sino pura felicidad. ¿Además también, quién me darías un nietito a mí, que me haga feliz? -y de pronto lloro con gran aflicción.

    Viendo la escena don Pablo respira profundamente, y mirando a su mujer se siente más consolidado por la contestación y el sufrimiento del jefe Policíal.

    Luego explica lo sucedido:

    —¡Desde el principio yo noté en mi hija Sarai, que fue abusada en la casa por su madre, además nunca le dimos su más mínimo derecho! -después lloro también con amargura.

    Pero nerviosamente observa doña Juana, el lamento de su esposo y del jefe de policía, y airadamente reprocha el acto de ambos llorones:

    —¡Esto sí que es! Y de los buenos payaso que son los dos! ¿Y ahora que sabe los pormenores, Señor policía de lo que sucedió en casa, y contado por el alcahuete de mi marido borrachón? ¿Qué ha resuelto, señor Comisario? Y no pudo el judicial aceptar la maldad de unos padres torturadores de sus propios hijos, y se siente avergonzado de que tal hecho haya acontecido, en la vecindad.

    Y se levanta de su asiento muy disgustado, diciéndole con vos enérgica a los dos:

    —¡Quiera Dios! Que la pobre madre con su niño nada les haya pasado; porque de lo contrario le estaré formulando cargos de abuso al menor y asesinato de primer grado, y los llevaré a la cárcel de la capital, por el resto de su vida. -al escuchar eso don Pablo quedo aturdido y no pudo soportar que le este juzgando de mal padre, además de asesino, ni con la amenaza de ser encarcelado en la peor cárcel del país. Enseguida después se llenó de amargura su corazón y repentinamente lloró en presencia de la autoridad otra vez.

    Pero al contrario la doña Juana, endurecida su frente como un pedernal, se defendió diciendo:

    —¡Que bárbaro! Sepa señor Comisario que yo no soy una persona confesa, sino una víctima del chantaje. ¿Además porque con la mala amenaza con mandarme a la cárcel entonces? -las contradicciones cayeron como un balde de agua fría en la cara del policía, y tuvo piedad de don Pablo.

    Pero reprochando la conducta de la mujer le dijo:

    —Doña Juana, por favor mire un poco el semblante arrepentido y muy político-religioso de su marido, llorando con amargura como una Magdalena. Pero la doña Juana muy distraída se arregla el cuello de su saco, y después con afabilidad le contesta:

    —Claro que si, así son. ¡Está bien señor Comisario! ¡Cómo verá, nosotras las del sexo débil, a veces somos más cuerdas y fuerte que muchos hombres también! -y por esa causa se disgusto mucho el jefe con ella, además de las risas burlonas, y pone punto final a la entrevista y después le advierte a ambos antes que se retiren del lugar, diciéndole:

    —Tienen cuarenta y ocho horas, para que me informen de la suerte de Sarai y el niño flacucho, que se va en brazo de una madre soltera. -Después se retiraron ambos.

    Capítulo 2

    Después fueron convocados varios voluntarios, que se fueron hasta los límites reales de San Ramón de las misiones. Ese mismo día también otros asistieron con más voluntarios que se unieron de los pueblos más cercano de Ñeembucú, mientras el Comisario acompañado de don Pablo, buscaron por los caminos a San Lázaro.

    Pero como fue un día de mucho calor, las mujeres llevaron cántaros de agua sobre sus cabezas, porque ellas decían entre sí:

    —¡No sea que la pobre madre tenga mucha sed, y abandone su hijo en el campo y muera ella con el niño! -por eso al llegar la noche, todos volvieron por el camino real.

    Aunque doña Juana nunca se movió de su casa ese día. Entonces el pueblo reunido con las mujeres, le juzgaron en su ausencia en medio de la Plaza Mayor de San Jaimito, diciendo de ella con enojo y dolor:

    —¡Quiera que el Señor San Jaimito quebrantar el corazón de piedra, de esta madre contumaz, en este mismo instante! -y por resolución de la vecindad reunida allí.

    Le condenaron a soportar por tres noches el brillo de las luces del toro candil en los postes, y el mal olor de la grasa de vaca. Y más tarde se vio por doquier un espectáculo como nunca visto en el pueblo antes, ni nadie recordaba otro igual.

    Cuando volvió el Comisario, tuvo que sostenerse para no caer de su montura al ver tantas lumbreras brillando en el pueblo. El muy asustado policía pregunta, si la locura de quien fue, prender fuego alrededor de la Plaza: -y las mujeres reunidas y encargadas de alimentar con aceite los candiles contestaron a coro, para que asimilara bien el Jefe:

    —Esto no es un festejo patronal del Negrito Pastoreo. Si no una protesta al Señor San Jaimito, para que tenga a bien y quebrante el corazón de la doña Juana, por sus malas acciones. ¡Para eso nada más fue hecho! -el Comisario no tenía otra alternativa que callarse y seguir su camino.

    Y cuando llega la madrugada, las mujeres del pueblo reunidas en la Plaza Mayor, gritaron como señal de dar por finalizada la primera acción de la noche, y se santiguaron delante de la casa de doña Juana, luego se retiraron hasta la noche que viene, para volver a hacer lo mismo, como se iban diciendo entres las multitudes.

    Ese mismo día en horas de la mañana llegaron más voluntarios de Santa Inés. Estos gestos de los vecinos llenaron de alegría los corazones afligidos de la gente de San Jaimito.

    Y más luego se veían poco a poco que llegaba gente de otros lados, atraídos por la noticia. Entre ellos venía una familia de Payador de un pueblo lejano, para payar a la desdichada Sarai y su hijo el Huerfanito.

    Aunque más tarde se extendió la noticia de la desaparición y la práctica del maltrato de los padres a una joven madre, por todos los pueblos vecinos. Hasta se llego a creer que llegó la noticia a la capital del país. Por eso mismo el Comisario, muy preocupado desde ese día, y por la multitud atraída por los cuentos y chisme farandulero, pregunta a su ayudante por el gran bullicio en la plaza.

    Una vez que fue informado el jefe se sentó en una silla en la parte de atrás de la casona, buscando tranquilidad y paz para olvidarse de todo. Pero un buen rato vuelve a preguntar por segunda vez.

    Entonces el ayudante le cuenta lo acontecido, pero esta vez agregando algo más:

    —¡Señor Comisario, esta vez los payadores de Santa Inés, uno canta y otro se lamenta la muerte de Sarai y el niño, frente a la casa de doña Juana, y con mis propio ojos le estuve observando bailar a la mujer de don Pablo, detrás de la ventana al son de la música. Y en eso segundo, el Comisario que tenía en manos una barra de jabón y del sobresalto de la noticia se atragantó, y tose desesperadamente queriendo librarse de la barra de jabón, y luego se desmayó por falta de aire. Pero por suerte un practicante veterinario de segundo grado que estaba por allí de pura casualidad, metió el dedo índice en su garganta y le hizo tragar la barra de jabón.

    Una vez normalizado y superada la exasperación de la garganta, sonriente de nuevo el jefe de policía de volver a la vida, pide al agente que busque algo:

    —¡Mi hijo! Ve a la parroquia y dile al padre Seraclio de mi parte, que me mande una vela que éste bendecida con agua bendita siete veces, y que sea así. Apúrate también mi hijo en volver. -a la vista de todo el mundo entra el Cabo en la parroquia a cumplir la orden de su jefe.

    Al rato vuelve con una vela encendida, y camina cruzando por el medio de la plaza mayor, donde está congregada tanta gente de todas partes del mundo. Más una consorte flaca y bizca de las más atrevidas que estaba allí, le pregunta al agente:

    —¿Vos Cabo tonto? ¡Para qué lleva esa vela encendida de las ánimas benditas! ¡Sí Sarai está viva con su hijito en alguna parte! -después se hacían preguntas entre ellas, para estar más segura de lo que dijeron:

    —¿Verdad, que Sarai vive y el niño también en alguna parte? -inmediatamente después, en coro ellas tapan las voces de los payadores cantando:

    —¡Sííí, Saraiii viveee! -así repetían mil veces. Porque sentían compasión y un profundo amor por el desdichado bebé y su madre. Pero el disgustado Cabo aligera el paso y sale a su encuentro otras mujeres con agua bendita echándole a los pies.

    Muy irritado el agente del orden por estas acciones les reprendió duramente, diciéndole:

    —¡De donde salieron vieja cotorras! Parecen que no se les escapa un solo chisme aquí. -nada les importó a

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