Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El código Novida: Trilogía Novida, #1
El código Novida: Trilogía Novida, #1
El código Novida: Trilogía Novida, #1
Libro electrónico271 páginas3 horas

El código Novida: Trilogía Novida, #1

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Nadie en el mundo es más buscado que Simon Novida. Solo él evita la sumisión completa de la Tierra y la victoria total de los invasores.

A la cabeza del grupo de la resistencia más poderoso del mundo, es perseguido por el enemigo e incluso por los aliados que intentan descubrir su identidad.

Simon es fundamental para la liberación de la Tierra. Pero no existe. Nacido de las maquinaciones de una joven, es el único que todavía puede unir a toda la población del planeta en la lucha despiadada que se libra...

IdiomaEspañol
EditorialJN DAVID
Fecha de lanzamiento23 nov 2021
ISBN9781667410814
El código Novida: Trilogía Novida, #1

Relacionado con El código Novida

Títulos en esta serie (2)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El código Novida

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El código Novida - JN DAVID

    J. N. DAVID

    El código Novida

    Traducción : Silvia Adriana Domingo Puga

    Web : http://www.jn-david.com

    Copyright © 2021 J. N. DAVID & Silvia Adriana Domingo Puga

    Portada © innovari – Fotolia.com & JND

    Esta noche he soñado con mi amado. Estábamos en la playa donde nos conocimos e hicimos el amor. El aire era tan puro, la arena tan fina y el suave oleaje del mar nos acunaba mientras me penetraba y por primera vez, susurré su nombre... Todo está grabado en mi memoria, incluso más fuerte que mi nombre, toda mi historia o incluso toda mi vida. Ese día se enteró de quién era yo. Y yo lo había olvidado.

    ¡NOVIDA VENCERÁ!

    El lema está en todas partes. En las paredes, escrito con tiza o pintura en aerosol. En el suelo, en innumerables folletos manchados por el suelo. Y en la mente de las personas. La mente es lo más importante. Lo comprendí enseguida.

    Tengo 25 años y voy a unirme a una reunión de los grupos de la resistencia más importantes para coordinar nuestras políticas e intercambiar información. Represento al más poderoso de estos grupos: el grupo Novida, que lleva el nombre de su líder, el rebelde más famoso del planeta: Simon Novida.

    Tengo 21 años y estoy intentando unirme a la Resistencia. Me interroga una célula. Descubren mi pasado como colaboradora y me rechazan.

    Tengo 18 años y estoy aprendiendo sobre la rendición incondicional de la Tierra ante la invasión. Decido convertirme en colaboradora.

    Tengo 15 años y me escapo de casa por última vez para vivir con mi mejor amiga Auxana. Porque mi padrastro entra a mi habitación por la noche y no puedo soportarlo más.

    En 2 años se declarará la guerra.

    En 3 años estará perdida y yo me convertiré en una de las colaboradoras del nuevo régimen.

    En 6 años intentaré en vano unirme a la resistencia.

    Ante su negativa, crearé mi propio grupo de resistencia así como su líder ficticio: Simon Novida. Soy Simon Novida pero nadie lo sabe.

    Primera Parte

    Colaboración

    Laurence

    El día de mi decimoquinto cumpleaños fue el más importante de mi vida. Fue mi primera victoria. El primer monstruo que maté. Mi padrastro.

    Odiaba su nombre. Nada era hermoso en aquel hombre. Era un ser abyecto, un pervertido. Había estado intentando abusar de mí desde hacía meses. No se lo permití. Luché, lo golpeé, gritaba tan pronto como entraba en la habitación. A mi madre que venía corriendo, le decía que había tenido una pesadilla. Mi madre se iba sin decir nada, sin querer enterarse nada.

    Había intentado hablar con ella sobre eso varias veces, pero ella prefería creer que solo eran pesadillas. Huía a casa de Auxana, mi mejor amiga, pero la policía siempre me encontraba y me llevaba a casa.

    Para ellos, como para nuestros amigos y vecinos, la realidad era simple. Mi padrastro era encantador, educado y sobre todo rico. Yo solo era una chica mala con problemas. Nunca sonreía, mirada dura y suspicaz, me escapaba a menudo. No me merecía unos padres tan agradables.

    Nadie, ni siquiera mi madre, me había defendido. Solo Auxana me creyó. Seguía siendo mi única amiga en el instituto, donde todo el mundo me rehuía e incluso había convencido a sus padres de la verdad de mis acusaciones. No podían ayudarme legalmente, pero el apoyo y el afecto que recibí de su familia me hicieron seguir adelante.

    Así que decidí resolver el asunto con mis propias manos. Como nadie me creía, tuve que actuar con más sutileza.

    Rebusqué entre todos sus dispositivos de cristales, hackeé sus contraseñas de seguridad y me di cuenta de que algunas de sus actividades eran ilegales. Terminé encontrando lo que estaba buscando el día antes de mi cumpleaños. Decidí esperar hasta el día siguiente para confrontarlo en presencia de mi madre.

    Ese día estaba lista. Esperé sola en la casa a su regreso. Estaba sentada en el sofá de espaldas a las puertas del patio. Quería que la luz los deslumbrara un poco y mantuviera mi rostro en la sombra. Esperé en silencio y solo me temblaban las manos. Finalmente, la puerta se abrió. Eran ellos. Llegaron a casa con mis regalos y las provisiones necesarias para organizar mi fiesta.

    Mi padrastro me vio primero. Me sonrió mientras un destello malicioso e irónico apareció en sus ojos,

    —¿Cómo estás, cariño? —Había pasado algún tiempo desde que fingía llamarme así, para demostrar que no me culpaba por decir todas estas mentiras sobre él.

    —Estoy bien —respondí sonriendo. Esto lo sorprendió. No había sonreído desde hacía mucho tiempo. Pero no se preocupó, y silenciosamente continuó su camino hacia la cocina para guardar la compra.

    Mi madre le siguió y me sonrió sin decir nada. Parecía abrumada por la fatiga. Esta guerra entre su marido y su hija la entristecía. A pesar de todo, lo amaba. Quería que ella entendiera que hay cosas que una no puede consentir. Aquello me dolió más que todos me tratasen como una paria y una mentirosa. Que ella lo supiera y no hiciese nada.

    Esperé a que volvieran al salón. Mi padrastro regresó primero. Lo hacía a propósito para crear momentos en los que estuviera solo conmigo. Disfrutaba mi miedo, mi reticencia ante él. Pero esta vez estaba tranquila.

    Se sentó frente a mí en el sillón y me sonrió:

    —¿Cómo estuvo tu día, cariño?

    —Muy bien —le contesté. Tenía problemas para aflojar los dientes. Pero era absolutamente necesario mantener la calma. Lo había aprendido de la manera difícil, nadie escucha a alguien que grita—. He aprendido muchas cosas.

    —Está bien. —Se volvió hacia mi madre, que llegaba al salón—. Nuestra pequeña Laurence aprovechó al máximo su día en la escuela. —Sabía que odiaba que hablase de mí como una niña y le gustaba provocarme para hacerme perder los estribos. Pero me juré a mí misma que nunca volvería a perder los estribos.

    —No estaba hablando de la escuela secundaria. —Mi madre reconoció mi tono de inmediato. Había estado mediando nuestras peleas durante mucho tiempo—. Vamos, nos lo puedes contar más tarde, tenemos que preparar la comida.

    Pero mi padrastro insistió:

    —¿Qué quieres decir, cariño?

    Me tomé mi tiempo para responderle. Estaba hirviendo de odio, pero por fuera estaba tranquila. No quería arruinarlo todo. Mi padrastro me miraba con su sonrisa falsa mientras mi madre miraba a ambos, pareciendo arrepentida.

    —He descubierto mucho sobre ti, Léon.

    —¿Qué quiere decir sobre mí? —Seguía sonriendo. Creo que ni siquiera podía imaginarse que pudiera hacerle daño. Él también había llegado a creer que yo era un fracaso, una pobre chica patética y que no valía para nada.

    —Bueno, por ejemplo, que las evaluaciones sobre el valor de tus empresas son incorrectas, que sobornaste a los expertos y que toda tu buena fortuna se basa en un castillo de naipes.

    Se rio:

    —¡Pobrecita mía! Sigues delirando. Creo que es hora de llamar a un psiquiatra. —Se puso de pie y encendió la terminal de enlace.

    Mi madre gritó:

    —Querido, por favor. No es culpa suya, por favor. —Lo tomó de la manga y le suplicó. Supuse que estaba llamando a uno de sus amigos psiquiatras. Conocía a todo el mundo. Sin duda, este confirmaría su versión sobre mi condición.

    —Tengo pruebas.

    Se detuvo, se volvió hacia mí y me observó por un momento. Entonces la sonrisa regresó:

    —¿Tienes pruebas? Ni siquiera sé de qué estás hablando. —Pero no terminó de activar la terminal. Ahora sí tenía toda su atención.

    —Encontré las escrituras de propiedad de algunos de los bienes que hipotecaste para fundar tu empresa.

    —¿Y qué? —Hablaba con calma, pero por primera vez vi miedo en sus ojos.

    —Se parecen mucho a las escrituras que mostraste a tus socios, excepto que los originales no te mencionan como propietario. Creo que el término que se usa para ti es usufructuario. ¿Sabes qué quiere decir eso? Te daré una pista: no se trata de jardinería...

    Mi madre intervino.

    —¿Pero qué quieres decir, Laurence?

    —Quiero decir que nuestro querido Léon no es dueño de los bienes con los que creó su empresa. No puede venderlos y no tenía derecho a hipotecarlos como lo hizo. Es ilegal. Si sus inversores se enteran, se echarán para atrás —añadí, volviéndome hacia él—. Sería la bancarrota.

    —¡Maldita zorra! ¿Qué hiciste con ellas?

    —Copias. Un montón de copias, que tengo escondidas en un lugar seguro y que saldrán a la luz si acabas lo que estás a punto de hacer.

    Se sentó frente a mí, su rostro enrojecido y contorsionado por la ira.

    —¿Qué quieres?

    —Quiero que te pudras en la cárcel. Pero eso no sucederá. Eres demasiado inteligente, seguramente has cubierto tu rastro y conoces a gente suficiente como para escaquearte.

    —¿Y?

    —Así que guardo estos documentos amablemente bajo llave, tu empresa no estará comprometida y yo me iré a vivir con mi amiga Auxana. Y esta vez, no habrá policía que venga a buscarme.

    —¿Y por qué haría eso? Como dices, estoy seguro de que estaré bien.

    —No seas tonto, Léon. Estarías bien, pero no tu compañía. Perderás dinero, mucho dinero. Y nadie querría eso, ¿verdad?

    Se quedó callado y yo sonreí. Mi primera sonrisa real en meses. Todos sabíamos que había ganado. Me levanté para hacer las maletas en mi habitación. Decidí llevarme lo todo lo que deseaba guardar conmigo de inmediato porque sospechaba que se vengaría con mis cosas tan pronto como me fuera.

    Mi madre me siguió al dormitorio.

    —Por favor, Laurence. Por favor, no hagas esto. —No me miraba, bajó los ojos y se apartó de mí, erguida en la puerta. Me sentó mal, pero lo ignoré. Insistió de nuevo—. No destruyas a nuestra familia.

    Por fin la miré:

    —Fuiste tú quien destruyó nuestra familia, mamá. Cuando dejaste que tu nuevo marido me hiciera daño.

    Finalmente me miró con los ojos llenos de lágrimas:

    —No soy como tú, Laurence. No lucho todo el tiempo.

    La miré largo rato, luego le respondí:

    —Bueno, yo soy como yo, mamá, y no me dejo violar.

    Pasé de largo y ella se apartó de la puerta para dejarme ir.

    Sin mirar atrás, añadí:

    —No te pedí que lucharas todo el tiempo, mamá. Solo esta vez, para salvar a tu hija.

    Me fui sin esperar su respuesta. De cualquier manera, sabía que no me respondería. Salí de casa esa noche y me mudé con Auxana.

    Sus padres, siempre tan considerados, me habían organizado una fiesta de cumpleaños. Nadie hizo comentario alguno sobre mi situación. Auxana, su hermano Ethan y sus padres habían organizado la fiesta como si yo perteneciera a su familia. En realidad, no la disfruté mucho porque tenía un nudo en la garganta, pero estar allí con ellos significaba todo para mí.

    Ya no tenía familia, pero no estaba sola. Sabía que no lo olvidaría.

    Auxana

    La Tierra se rindió el 17 de mayo de 2065. Sin condiciones.

    La guerra había ido mal desde hacía meses, pero nunca habíamos imaginado una derrota semejante.

    Hacía solo un año, la única preocupación que teníamos Laurence y yo, era elegir una universidad que cumpliera con nuestras expectativas comunes: ella quería estudiar Medicina y yo quería Historia del Arte.

    Todo este futuro se esfumó tan pronto como se anunció la invasión. Al ver el increíble progreso técnico de nuestros enemigos alienígenas, lo comprendimos. Los periódicos retrataron a los invasores, sin haberlos visto, como seres grotescos y semipensantes, y aseguraron a la población una victoria rápida.

    Pero Laurence no se lo creyó. Después de todo, nos estaban invadiendo y ni siquiera habíamos llegado a los sistemas solares más cercanos. Estábamos asustadas. En fin, yo tenía miedo. A veces pienso que Laurence no conoce este sentimiento. Pero ella era muy pesimista y aquello me asustó. Estaba segura de que pronto nos llamarían a todos a luchar en la Tierra.

    En esto se equivocó, nos enteramos de eso durante el discurso del presidente Gourdyne. Rendición sin condiciones. Parecía imposible. Me sentía avergonzada de nuestro mundo. Laurence hervía de rabia contenida. Pero pronto se calmó, incluso antes de que llegara el comandante Amar Oxonates. Había elegido visitar un centenar de institutos de nuestro país, líder temporal de la coalición mundial.

    El director nos había explicado el comportamiento que esperaba de nosotros y había insistido en que debía ser ejemplar. Laurence había tenido especial cuidado con su aspecto, lo que me sorprendió. Se había alisado cuidadosamente su largo cabello castaño, e incluso se había maquillado, enfatizando sus párpados con un maquillaje azul resaltando el de sus ojos, y sus labios con rojo. Era algo incomprensible. Pensaba que se vestiría lo peor posible por puro despecho.

    Cuando le pregunté las razones de este cambio de actitud, sonrió sin responderme. Y entonces lo entendí. Conocía esa sonrisa. Era la sonrisa que puso cuando un profesor acosó y ridiculizó a uno de nuestros compañeros. La sonrisa que significaba que iba a tomar la justicia por su mano. Ningún castigo podía doblegarla y los profesores habían aprendido a desconfiar de esa sonrisa.

    Sentí miedo al verla sonreír así. No tuve tiempo para preguntarle más, porque estábamos en la primera fila del gran patio donde estaban las cámaras de televisión, y llegaban los efeghis.

    Fue toda una sorpresa. Ya sabíamos que se parecían a nosotros, pero eran hermosos, con rasgos finos, casi nobles. En cualquier caso, así los describían todos los periódicos, los mismos que los habían ridiculizado durante la guerra. Únicamente su complexión era diferente. Eran ligeramente grises. Pero eso no impidió que algunos idiotas de entre nosotros los miraran con asombro. Para mi gran sorpresa, Laurence también lo hizo.

    —¿Qué pasa contigo? —le pregunté.

    —Cállate y escucha —susurró. El comandante alienígena ya estaba subiendo los escalones del estrado que se había instalado en medio del patio y se detuvo frente al micrófono.

    —Amigos míos —comenzó con una voz alta y melodiosa—. He venido ante vosotros para asegurarme de que no sufráis ningún daño. A partir de este instante, os convertiréis en miembros del Imperio, y mi primer deber es protegeros.

    —Qué amable por su parte —susurré a Laurence.

    —¡Cállate! —Laurence me interrumpió brutalmente. Escuchó al comandante con una mirada de fascinación y sus labios esbozaron una sonrisa vacilante. Estaba empezando a asustarme.

    —Ya vale, ¡dime qué está pasando!

    —¡Luego! —respondió con una voz seca que contrastaba con la expresión suave de su rostro. Un horrible presentimiento comenzó a surgir en mí. Había temido que intentara ridiculizar al enemigo, hacer algo frente a las cámaras. Pero ahí me asusté de verdad. Sentí que estaba tramando algo mucho más peligroso.

    El comandante continuó:

    —Todo permanecerá en la Tierra como antes. Nuestro único papel con vosotros será mantener el orden y garantizar vuestro bienestar. —Una voz lo interrumpió bruscamente:

    —¡Garantízate tu c***, gilipollas! —Era Michel, un chico de nuestra clase que a menudo se había quejado de ser demasiado joven para alistarse. El comandante sonrió sin responder y continuó:

    —Entiendo tu miedo y tu hostilidad. Solo el tiempo puede demostrarte que nuestras intenciones son pacíficas. Pero para eso necesitaremos tu ayuda. Para evitar errores y malentendidos que puedan volvernos unos contra otros.

    —Si sois tan pacíficos, ¿por qué habéis venido hasta aquí para invadirnos? —exclamó con bastante fuerza Fabienne, la enfermera de la escuela.

    Laurence frunció un poco el ceño y se alejó un poco de ella. Seguía mirando fijamente al comandante, como una niña perdida que busca desesperadamente consuelo.

    Estaba dividida entre el deseo de reírme de su juego y el horror. Porque estaba empezando a entenderlo y sabía que Laurence simplemente había perdido la cabeza. Había decidido pelear. Y no tenía ninguna posibilidad. Yo sabía que era inteligente y madura para su edad, pero seguía siendo una cría de dieciocho años como yo.

    Mientras tanto, su artimaña había llamado la atención del comandante. Lo ocultaba, pero vi un destello iluminándose en sus ojos. Laurence era preciosa. No lo veíamos mucho porque, por lo general, casi nunca sonríe y observa el mundo con una mirada dura y distante. Entiendo por lo que pasó, pero sigue siendo difícil acercarse a ella. Pero la Laurence que estaba mostrando hoy era una criatura completamente diferente. Dulce y vacilante, como una joven frágil e impresionable.

    —Así comienza una nueva era para todos nosotros. Debemos olvidar los conflictos pasados y mirar juntos hacia el futuro. Un futuro donde ambos mundos serán hermanos y podrán trabajar juntos por el bien de todos.

    El final del discurso provocó algunos abucheos. No participé porque había visto los ojos del comandante, que seguía a toda la multitud con la mirada, registrando cada reacción. Tuve la sensación de que aquellos que se habían opuesto más violentamente se arrepentirían, y estaba agradecida a Laurence por haberme impedido hacer la misma estupidez. A pesar de todo, seguía furiosa con ella. Había logrado llamar la atención del líder de nuestros enemigos y ya sabía que no se detendría allí.

    Esperé hasta que terminó el día para pedirle explicaciones. Al final de la clase de geometría diferencial, la llevé aparte:

    —¡Bien, ahora explícate! —Laurence me respondió con una sonrisa, mientras observaba el pasillo por donde pasaban profesores y alumnos cerca de nosotras.

    —Tranquila, Auxana. Actúa con normalidad. Sobre todo, no llames la atención...

    —No quiero que hagas lo que estés haciendo, sea lo que sea.

    —No sé de qué hablas —respondió con voz tranquila y razonable.

    —¡No juegues a eso conmigo! —grité.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1