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La Isla De Togo-Togo
La Isla De Togo-Togo
La Isla De Togo-Togo
Libro electrónico260 páginas3 horas

La Isla De Togo-Togo

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Esta novela es de un gnero dramtico, ya que muchos de sus pasajes recrean el tiempo de la dictadura vivida en el pas. Est llena de suspenso, de amoros imprevistos y a la vez de grandes sucesos costumbristas. Con el infalible argumento de la poesa, en esos tiempos de percances existenciales.

De una forma fascinante se escribi este libro, que consta de tres relatos cortos, agrupados en una sola novela, y relacionada a vivencias familiares. Por cierto, desde el principio hasta el final es sumamente cautivante e inspira al lector a no dejar de leerla hasta el final.

Porque no slo vemos cmo se desarrolla la poesa dentro de las historias, tambin descubrimos el efecto positivo de la misma, como parte ntima de su lnea de cuento y su virtud figurativa.

Me atrevo a dedicarla, a todas las personas que se complacen con la buena y entretenida lectura, porque la obra est llena de poesas picas, de gracia, y de la misteriosa picarda de mi tierra Guaran, el Paraguay.

Pero sobre todo, sta novela refleja innumerables experiencias vividas. Y mi gran deseo es que al final de la lectura, tanto el apreciado lector como yo quedemos satisfechos y nos demos un fervoroso y simblico apretn de manos como seal de satisfaccin mutua.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento6 ago 2012
ISBN9781463334260
La Isla De Togo-Togo
Autor

Victor Enríquez

Victor Enríquez, nació en la ciudad de Coronel Bogado, (Itapuá) Paraguay. A la edad de 8 años empezó a escribir su primera poesía a la maestra, y después siguió escribiendo en pedazos de papel para más tarde completarlos. A su temprana edad paso a vivir en Asunción, la capital del país donde dio por cumplido su obligación cívica, pero sin dejar de escribir. En Buenos Aires, Argentina, cursó la especialidad de Construcción de Edificios, que le sirvió para mantenerse económicamente, sin dejar de escribir hasta completar los libros “La Isla de Togo-Togo”, “Dina” y “El huerfanito.” En New York, adquirió la Licencia de Construcción de Edificios de donde formo su propia empresa, pero siguió escribiendo sus novelas hasta completar los libros “Vigilante de Cuadra”, “El hermoso Rey de Gualantu”, “Déjame Vivir mi Vida” y “Avelín de Coronel.” Unos años después se fue a vivir en Miami, donde está radicado hasta el día de hoy. Aquí escribió “La Cantuta de Trifona” y “El Castillo de Pelagio y Catrina.” Además escribió “Ensayo y Crítica Literaria” para ayuda profesional, que pasó por consideración en el Ministerio de Educación y Cultura en Asunción, Paraguay, en el año 2004, por su posible implementación en los estudios del alumnados.

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    La Isla De Togo-Togo - Victor Enríquez

    CAPÍTULO 1

    Siendo el mes de julio, año del Señor se cumplía un aniversario más del nacimiento de un singular hombre. Fue en la cordillera, en el mismísimo corazón del Continente. Un varón, engendrado en medio de la selva, cercana a las Cordilleras de Amambay y Mbaracayú. Nadie conocía su nombre, ni siquiera sus padres, pero todos coincidían en llamarlo Lumer.

    Todos los años en la primavera, Lumer recorría los lugares vecinos, para explorar el valle y sus sombras. Labraba la tierra, cerca de la montaña para alimentarse con todo tipo de verduras y frutas.

    Bordea la montaña una frondosa y melancólica pradera de flores, de guirnaldas y de exóticas yerbas primaverales.

    Tiempo después, cansado de trotar cuesta arriba, Lumer decide quedarse debajo de la sombra cálida de un Samuhú, árbol frondoso en su majestad, que se enseñorea con los rayos del sol del mediodía.

    Entonces, Lumer pensó qué maravilloso sería que la mente del hombre pueda narrar historias, para ensalzar y engrandecer la Obra de Dios para con el hombre.

    De esta manera, Lumer decidió dar riendas sueltas a su imaginación y a su espíritu creativo, hasta penetrar en los secretos del Orión y de la gran Pléyade Celestial. Para ver si encontraba una fuente mayor de inspiración.

    Quizá, lograría conocer su espíritu, su aliento divino y la hermosura de su alma; o tan sólo describir el ser de su figura, o mirarse alrededor de sí mismo. Necesitaba reconocerse en su interior de hombre.

    Pronto recorrió por mil ideas, de estrofas cortadas, provenientes de un manantial de fuerza y poder. Lumer deseaba reconocer el valor de la existencia, de la vida.

    Pero grande fue su desilusión por la temática del Ser y la vanidad humana; este dilema lo maltrató en gran manera, hasta desprenderse de la realidad de su persona.

    Porque todo es un capricho en este lugar bendito, decía Lumer tratando de medir el límite de su Existir. Porque herido duele, enfermo padeces.

    De esa manera murmuraba todo el día.

    En una noche llena de estrellas se lamentó nuevamente y escribió esta poesía.

    (1)

    ¡OH alma mía! Si tan sólo supieras,

    Y quisieras hablar conmigo,

    Qué lengua, entenderías,

    En mis razones hacia ti,

    Hablaría y expondría mi dolor,

    Si tan sólo escucharas, pero quizá no me,

    Comprenderías nada.

    (2)

    ¡Por favor! Lléname más de tu esencia,

    Porque sollozaré y nadie me consolará,

    Hablaría mi espíritu ¿Acaso?

    ¿Manipularé dentro con herramientas?

    ¡Y me verás desesperado! ¿Y te reirás de mí?

    (3)

    ¿Acaso, se alegrarán los que vean?

    Mis desnudos pies,

    Tomarán las palmas de mis manos,

    Y me pondrán ungüentos finos,

    ¿Verdad que sí?

    ¡Oh no!, Sólo sé,

    Que menearán su cabeza por mí.

    (4)

    ¿Acaso gritaré? Allá en el pico,

    De la montaña. Para contar,

    Mi verdad,

    Si alguno me escuchara,

    Treparé la falda helada de la,

    Cordillera, para que me escuchen,

    Y no me abandonen ¡Aquí!

    Ni siquiera así, Yo sé que lo lograría.

    De esa manera, Lumer se inspiraba en el espíritu del hombre. Aquel día en el valle que estaba en el lado izquierdo del torrente azul, compuso otra poesía, inspirada en el árbol del lugar.

    (5)

    Árbol que albergas en tus sombras,

    Al caminante cansado y hastiado,

    Tu copa, es vista por curiosas,

    Miradas del sol en el día, y de noche,

    Te contemplan la luna, con millares,

    De estrellas navegantes.

    (6)

    Los pajarillos cantan en tus ramas,

    Y las fieras feroces y mansas,

    Del campo, engrandecen tu,

    Orgullo de figura gigante.

    (7)

    El águila revolotea en lo alto, y él,

    Halcón travieso te mira en tu seno,

    Tal vez, ellos también desean la,

    Frescura de tus hojas, y la,

    Fragancia de tus perfumes.

    (8)

    ¡Linda y gallarda eres! Planta,

    Que cubre el suelo de mis,

    Recuerdos. Tan sólo los árboles,

    Son mis testigos ¿Verdad?

    (9)

    ¡Contarás al viento! La ilusión de,

    Amor, dará a mis amados hermanos,

    Una fragancia de Paz,

    Las razas y lenguas los confundirán,

    En una comprensión y una Libertad.

    (10)

    ¡Sólo ellos! Sí mis hermanos,

    Suspiran a la verdad de las cosas,

    Quizá en Otoño, se escuche,

    El tronar feroz de la metralla,

    Y el odio y las sombras prevalezcan,

    ¡Abre tu copa!, que al fin tienes,

    Unas que quedan; invita a mis,

    Hermanos a la cordura, y,

    Consuélalos a ellos por favor,

    Y diles que después del invierno,

    Llega la primavera. Y entonces,

    Todo será muy distinto.

    (11)

    Si algunos de ellos yacen inertes,

    Sobre tus ramas, ¡Por favor!

    Cava un hoyo en tu tronco. Y luego,

    Envuélvelos, en el inmenso,

    Mar, que las olas los lleven, por,

    Los lejanos rincones del mundo,

    Donde las almas,

    Sobreviven, ¡Yo sé! que ellos,

    Mirarán al que navega por las,

    Sombras. ¿Y quizá entendieran?

    (12)

    No murmuren los clavos ni,

    Chillen tus maderas,

    Deja ir al muerto, al final,

    No te pertenece,

    Planta del bosque solamente,

    Y para el servicio de mis,

    Hermanos fueron creados,

    No tengas un alto precio,

    ¿Por qué te haces inalcanzable?

    El tiempo pondrá testigos,

    En contra de ti, ¡Y al fin! Ya,

    Viejo, tu esencia cansada,

    Quedará en el olvido.

    13)

    Y si vuelve el Otoño,

    También lo recordarás,

    Y luego, llorarás,

    Por el pasado que nunca fue,

    Tuyo.

    (14)

    No ves que son estaciones del año,

    A unos favorece, y a otros languidece,

    También termina y consume,

    Entonces lleva tu tiempo con orgullo,

    Tomados de la mano, caminemos juntos,

    Por si caemos, será al Norte,

    O quizá al Sur, allí esperaremos,

    Hasta que el Alba vuelva a nacer.

    Al terminar este poema, Lumer se sintió cansado de la rutina y engañado por el egoísmo, trató de romper la monotonía de su vida, y decidió navegar y tocar los confines de la tierra.

    CAPÍTULO 2

    El poeta emigró y después de varios meses de viajar, al fin llegó a un lejano y miserable pueblo. Pidió algo de comer y beber, pero los pobladores no tenían nada que ofrecer, ni menos para regalar a un extraño.

    Debido a esto, Lumer tuvo que gastar su pequeño tesoro; algunas piedras preciosas y metales brillantes, que la gente de ese lugar lo apreciaba mucho. También le dijeron que su vestidura de cuero tenía un buen precio para comprar alimentos, pero Lumer se negó a hacerlo. Sin embargo, decidió enseñar a la gente del campo, respecto a la importancia de la humedad en el cultivo del grano, porque era patente la falta de conocimiento en su agricultura.

    Los pobladores tenían una pobre cosecha cada año, muchos de ellos razonaron que la falta de agua era fatal, para el crecimiento de las plantaciones.

    Pero otros murmuraban entre sí, diciendo que no había personas de más sabiduría que sus gobernantes. Los más reacios decían que Lumer intentaba confundir al pueblo en contra de las autoridades del lugar.

    Por el supuesto complot, Lumer fue llevado ante los jefes del pueblo. Una vez conducido a la jefatura, pasaron cinco largas horas y el poeta ya no soportaba aquella pieza húmeda y vacía.

    Cuando de pronto se presentó un policía que dijo:

    —Muy pronto serás atendido por el Jefe Principal, solamente espera un momento más, porque el Jefe está echando una siesta.

    Evidentemente no había otra cosa que hacer. El joven debía seguir esperando y confiar en su suerte.

    Pasaron más de siete horas de espera, cuando al fin hace su aparición en la sala un caballero elegante, de un gusto exquisito en el vestir; con voz dulce y distinguidas palabras, mientras que su rostro reflejaba un temperamento agrio y poco amistoso.

    Pero Lumer ya se había enterado del carácter ruin de este hombre. Según las malas lenguas, el Jefe era amante de las torturas físicas y se recreaba haciendo sufrir en celdas oscuras al inocente de turno. De igual forma hacía uso frecuente de latigazos y azotes para hacer respetar su autoridad.

    Su egoísmo brutal de animal era aterrador y su rostro casi siempre estaba desfigurado como preámbulo de su personalidad de lobo feroz.

    —¿Qué tal buen hombre? No veo nada en ti que pueda ameritar mis servicios.

    Le comentó con sarcasmo el Jefe.

    Pero Lumer entendió muy bien sus palabras y se desanimó, pero, aún así, logró contestar al Soberano:

    —¡Sí, Señor!. Ya son varios días desde mi llegada al pueblo y, como no tenía nada más que comer, vendí todo a cambio de alimento.

    Después, con una simulada cólera de político barato, el jefe contesta apropiadamente:

    —¿Cómo dice Ud. eso de mi gente? Si todos ellos son muy hospitalarios.

    El pobre Lumer, otra vez comprendió muy bien la treta de este hombre, y el peligro inminente que corría.

    —¡Pero ellos también recaudan bastante dinero por sus alimentos Señor!, contestó Lumer.

    Pero el jefe, sigue acosando a su víctima por carecer de un regalo para la Autoridad del lugar, situación que le pareció poco satisfactoria.

    —¡Cómo creo que Ud. no tiene educación! Dejemos para otro día la entrevista. ¡Puedo hacer esto porque soy el principal mandatario de este país bendito!

    Lumer quedó con el corazón humillado pero tuvo fuerzas para contestar:

    —¡Ya fui informado sobre su carácter déspota de antemano! También sé cómo trata a la gente extranjera.

    —¡Ah, sí! Cómo voy entendiendo, toda mi gente le informó perfectamente sobre mí y dígame, caballero ¿Quién fue el que le envió a espiar a mi país? ¿O no es verdad eso?.

    El jefe mayor miró rígidamente al pobre Lumer, dejándolo sin respiración.

    —¡Señor Presidente! Déjeme defenderme de las acusaciones ¿Por favor? Porque siento en mi alma un agobio.

    Le respondió con miedo.

    —¡Ah, que bien! Estoy viendo que también puede hacer muy bien de un sucio puerco rengo. ¿Verdad caballero que así es Ud.?

    —¡Por favor Señor, no entiendo de lo que Ud. me acusa! Juro que no se nada de lo que me está imputando.

    —¡Bien caballero! Espere un momento aquí y será informado cuando venga el Encargado de los extranjeros, porque yo estoy aquí para los casos de mis ciudadanos.

    Luego se retiró de ahí con un fuerte rechazo.

    Más tarde, por fin llega un uniformado para decir que será llevado ante una Junta de Expertos de Investigaciones del Estado, después tendrá la entrevista con el Encargado de Asuntos Extranjeros del gobierno.

    Nunca se cumplió el hecho, porque después le obligaron a irse en un sitio donde se realizaban trabajos forzosos, con unos patronos amigos del jefe del gobierno. La tarea era recoger los frutos de la tierra. Cuando terminó la cosecha, con otros más, Lumer fue embarcado en un precario bote de madera.

    Una vez que fue empujada la embarcación al torrente, la gente de aquella ciudad costera, contaba que siempre veían por la noche, avanzar unas pequeñas balsas en la correntada de esas aguas revoltosas.

    Los pobladores fueron testigos, en otras ocasiones de trágicos finales cuando los hombres balseros deseaban alcanzar su libertad pero eran arrastrados por la corriente, mar adentro, desapareciendo en la oscuridad del infinito.

    Aquella triste noche, tanto hombres, como mujeres y niños fueron obligados a subir en la débil barcaza y entre esa gente desamparada estaba Lumer. Nadie sabía el destino de ese viaje, pero todos buscaban la libertad en el horizonte.

    CAPÍTULO 3

    Después de muchos días de navegar sin rumbo, una noche la balsa encalló en una playa, y luego de bajarse sus ocupantes fue arrastrada por una fuerte correntada marina. Ante la mirada de algunos curiosos, los confinados se levantaron de la arena empapada con agua y sal, para ser recibidos por la gente de aquella Isla.

    Los recién llegados se identificaron con los números que llevaban encima de sus gastadas ropas y Lumer fue bautizado con el número diecisiete mil.

    Aquella tarde el sol calentaba con más fuerza, hasta llegar al máximo del termómetro. La mayoría de los habitantes de esa Isla que había llegado allí en las mismas circunstancias - traídos por la corriente de las aguas del mar estaba seriamente enferma.

    Todos soñaban con la idea de volver algún día a sus lugares de origen. Repetían frases cristianizadas en amargas plegarias: -¡Todo lo perdí! ¡Ya no soy de ninguna parte!

    Pero otros se mostraban reacios, no entendían la razón común y la convivencia era muy peligrosa.

    En las primeras horas que pasaron juntos, Lumer no quiso mirar a nadie, ni le apetecía dirigir la palabra a ninguno de ellos; ensimismado se fue en busca de algún lugar privado para alejarse del resto.

    Al fin, cuando encontró un sitio, se dispuso a dormir entre la maleza. Entonces noté su silencio para darme a conocer, como su amigo y escritor de su vida. Luego se quejó mucho de los tratos recibidos de la gente de aquella ciudad, que le obligó a vivir así.

    Cuando vi su deseo de estar en silencio, también decidí callarme y paré de escribir, porque ya aprendí a quererle por su sinceridad e integridad, ante los problemas.

    Pasó un tiempo corto, y él decidió recorrer el lugar para conocer mejor el sitio, porque así era Lumer. Después comprendió la situación y se convenció de que no era más que un lugar de espera.

    Encontramos unas chozas de paredes de tronco de árbol, con revoques de arcilla y techos hechos de palma del cocotero.

    Pero aquella noche, él me recibió como su mejor y fiel amigo. Juramos entonces no separarnos nunca. Deseaba relatar su vida desde el principio hasta el final. Quería conocer su música, su poesía y su existencia misma.

    Aunque nada pudimos improvisar esa noche, porque estuvimos muy cansados, sentíamos la fatiga del calor del día, con una elevada humedad. Nos pusimos de acuerdo y entramos a una de las chozas.

    Una vez dentro, vi algunos enseres de latas viejas que fueron usados por algún ser humano que no pudo soportar la tristeza y murió en un tiempo indefinido.

    Noté que el piso fue hecho de piedra de mármol blanco, alisado cuidadosamente, en el corredor trasero, descubrí unas Coplas que alguien en el pasado, antes que Lumer llegara ahí, escribió en el suelo y que decían así:

    (15)

    ¡Valles! De cielo abierto tu,

    Que cubres el gran misterio,

    De mi lejana tierra… donde nací,

    Yo, tan solo yo, deshojaré tus ramas,

    Una por una, hasta el sí de tus secretos.

    (16)

    ¡En el velo ahí! Guarda alguna cosa,

    De mí. Sí, algo de mi vida,

    No importa encontrarme a mí mismo,

    Y aun al recuerdo de los días,

    Te venceré con la daga, y de la,

    La sabiduría. Y si puedo té,

    Enterraré en las fuerzas del poder.

    (17)

    ¡No me verás vencido! Ni si me vieras,

    Mis pies desnudos y ennegrecidos,

    Con el tiempo por ti. Pasarás,

    Todo el día cerca de mí,

    Mas, jamás te diré al fin,

    ¡Cobarde llévame en tu oscuridad!

    Porque estoy vencido.

    Aquel día tratamos de acomodarnos en nuestra nueva morada. Tomamos troncos de madera y acomodamos algún pedazo para nuestra almohada. Nos dispusimos a dormir, no antes dar gracias a Dios por todo lo recibido.

    En eso hace su aparición el diablo en nuestro escenario, y se agudizan los rumores nocturnos. Los gritos del ave teruteru a lo lejos, y en el aire se sentían horribles miedos. De repente rompe con fuerza el silencio un alarido del Aguara-guazú.

    Acto seguido se escucha el aullido de los perros; el canto triste del pájaro de mal presagio, que de rama en rama transmite su queja en la noche desolada. Las voces de llantos y amarguras estaban en el viento, como pidiendo ayuda desesperada. Los gritos eran de niños y de mujeres, que llegaban de lejos, posiblemente desde las enfurecidas olas del mar.

    Por fin llega la ansiada luz de la mañana, tranquila y embustera, después de la terrible experiencia de la noche. La claridad abre su camino entre las ruinas del poblado, huellas de la tormenta de una noche infernal.

    Decidimos continuar el camino hacia el bosque, para recoger frutos comestibles, regados en el suelo, tras el paso de la tempestad. Cortamos raíces para un exquisito plato.

    De pronto hallamos una familia que se formó ahí, entre los confinados. Ellos ya se resignaron a esperar al Encargado del gobierno de la Isla y decidieron restablecer sus propias vidas.

    Cuando Lumer volvió de nuestro recorrido, contó a los demás la precaria condición sanitaria en que vivía la población. Por esa causa decidí convocar a una gran Asamblea. De inmediato noté el desinterés y

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