La mejor unión
Por Donna Alward
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Alexis Grayson sabía muy bien cómo cuidar de sí misma, pues llevaba haciéndolo toda la vida. Y seguiría haciéndolo por mucho que ahora estuviese embarazada y sola. Sin embargo, el guapísimo vaquero Connor Madsen parecía haberse empeñado en cuidarla y a cambio Alexis podría ayudarlo… necesitaba una esposa temporal y ella necesitaba un lugar donde vivir hasta que naciera el bebé. Pero en cuanto Alexis empezó a conocer bien a aquel hombre valiente y honrado, se preguntó si no habría cometido el mayor error de su vida. Porque aquella esposa de conveniencia quería ahora un matrimonio de verdad.
Donna Alward
Since 2006, New York Times bestseller Donna Jones Alward has enchanted readers with stories of happy endings and homecomings. Her new historical fiction tales blend her love of history with characters who step beyond their biggest fears to claim the lives they desire. Donna currently lives in Nova Scotia, Canada, with her husband and two cats. You can often find her near the water, either kayaking on the lake or walking the sandy beaches to refill her creative well.
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La mejor unión - Donna Alward
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Donna Alward
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La mejor unión, n.º 2132 - mayo 2018
Título original: Hired by the Cowboy
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-186-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
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Capítulo 1
SEÑORITA? Despiértese. ¿Puede oírme?
Alex escuchó primero una voz profunda y, poco a poco, comenzó a recuperar la visión.
–Oh, gracias a Dios. ¿Está bien?
Confundida, Alex miró para ver de dónde venía la voz. Esforzándose por enfocar la vista, se encontró de frente con el par de ojos marrones más hermosos que había visto jamás. Eran impresionantes, oscuros y con vetas doradas, grandes y rodeados de espesas pestañas.
Se dijo que los hombres no deberían tener ojos tan hermosos y, de pronto, se dio cuenta de que el propietario de aquellos ojos la sujetaba en sus brazos.
–¡Oh, cielos!
El extraño la sujetaba de un brazo y de la espalda para ayudarle a levantarse.
–Despacio. Se ha desmayado.
«¿De veras? No me había dado cuenta. Estaba demasiado inconsciente», pensó responder Alex. Pero se contuvo al ver preocupación sincera en la mirada de su interlocutor.
Él se aseguró de que Alex se mantuviera estable sobre sus pies antes de soltarla y se quedó cerca, como si no confiara en que pudiera sostenerse.
–Lo siento mucho –se excusó ella, sacudiéndose los pantalones y evitando mirarlo. Aunque sólo lo había visto un segundo, su imagen se le había quedado grabada. No sólo sus ojos, también su cabello moreno, sus labios y su figura vestida con un traje gris.
Alguien con el aspecto de aquel hombre no encajaba en su mundo, pensó ella, y siguió sin mirarlo, avergonzada. No levantó la vista más allá de sus zapatos… de cuero marrón, relucientes, sin una mota de polvo ni de tierra. Los zapatos de un hombre de negocios.
–No tiene nada que sentir. ¿Seguro que está bien?
Ella se inclinó para tomar su bolso. La primera vez que había intentado hacerlo, todo había comenzado a darle vueltas y se le había nublado la visión. Así que se agarró al banco para sujetarse, por si acaso. Con horror, se percató de que se le había caído el zumo de manzana y que estaba chorreando por toda la calzada. Agarró la botella del suelo y miró a su alrededor, buscando un cubo de la basura.
–Estoy bien –respondió, y lo miró por fin a la cara. Se sorprendió al verlo realmente preocupado. Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por ella. Era un extraño, pero la expresión de su cara demostraba que le importaba cómo estuviera ella–. Aún no le he dado las gracias por impedir que me cayera.
–Se puso blanca como la nieve.
Alex echó un rápido vistazo alrededor. Los viandantes que podían haber visto lo sucedido ya se habían ido y todos seguía su curso normal; nadie reparaba en ellos. Un rostro más entre la multitud. Eso es lo que ella era. Pero ese hombre… El señor desconocido se había percatado de su malestar y se había acercado para ayudarla.
–Estoy bien. Gracias por su ayuda. Sólo necesito sentarme un momento –dijo ella, a modo de despedida.
Con galantería, el extraño se echó a un lado para dejarle pasar y, cuando Alex se hubo sentado, se sentó también.
–¿Necesita un médico?
Alex se rió. Claro que lo necesitaba. Pero un médico no podía curar su problema.
–No.
La respuesta de Alex fue definitiva y, por el gesto que puso él, estuvo claro que había entendido el mensaje. Sin embargo, se sintió culpable por haber sido tan brusca.
–Pero gracias de nuevo, señor…
–Madsen. Connor Madsen –se presentó él, y le tendió la mano.
Ella estrechó su mano. Era cálida y sólida y un poco ruda. No eran las manos de un banquero, como había creído. Eran manos de trabajador. Manos sólidas.
–Alex –se presentó ella.
–¿Sólo Alex?
–Sí, sólo Alex.
Estaban a comienzos del mes de junio y hacía mucho calor. Alex notó cómo su camiseta de manga larga le asfixiaba y se pegaba incómoda a sus pechos. ¿Y por qué diablos se había puesto vaqueros en un día como aquél? Una ola de calor a comienzos del verano no era algo tan poco común y la temperatura no hacía más que acentuar su dolor de cabeza y su sensación de mareo.
Había elegido las ropas que llevaba porque no le había quedado otro remedio, así de sencillo. Los pantalones cortos le quedaban demasiado apretados y, al menos, con los vaqueros podía respirar.
Un pesado silencio cayó entre ellos y el mundo amenazó con tambalearse de nuevo para Alex. La sensación pasó poco a poco, mientras respiraba despacio y profundamente.
–Por el amor del cielo –murmuró ella.
Él rió, con un sonido tan masculino que un extraño oleaje recorrió el estómago de Alex.
–¿Así que sólo Alex? Intrigante. ¿Tus padres querían un hijo? –preguntó él, comenzando a tutearla.
–Seguramente –respondió Alex, sin poder creer que el desconocido siguiera ahí todavía. Después de todo, a pesar de haber caído desmayada en sus brazos, no había hecho nada para incitarlo. Por otra parte, su comentario educado no había hecho más que despertar en ella una antigua sensación de tristeza ante todo lo que tenía que ver con sus padres–. Mi nombre completo es Alexis McKenzie Grayson.
–Es un nombre muy largo para alguien tan pequeño como tú –señaló él, con mirada cálida.
–Alex por Graham Bell y MacKenzie por el primer ministro, ¿sabes? ¿Planeas emplearlo para el informe médico por si me vuelvo a desmayar?
Él rió y negó con la cabeza.
–Tienes mucho mejor aspecto. Pero se te cayó el zumo. ¿Quieres que te traiga algo fresco para beber? –se ofreció, dirigiendo su mirada a la tienda que había detrás de ellos.
El estómago de Alex rugió ante el sólo pensamiento de una bebida dulce y gaseosa. Apretó los labios.
–¿Estás hambrienta? Hay un puesto de perritos calientes un poco más abajo.
Alex se puso de pie, intentando tomar un poco de aire fresco y tratando de sacarse de la cabeza la imagen de un grasiento perrito caliente. Pero se levantó demasiado rápido, le bajó la presión sanguínea y su visión se nubló de nuevo.
Él la sujetó al instante, pero la bolsa de papel que Alex llevaba en la mano se le cayó al suelo, con todo lo que contenía.
Tomándola de las muñecas, le ayudó a sentarse.
–Pon la cabeza entre las piernas –ordenó él con tono calmado.
Por alguna razón, Alex obedeció.
–Lo siento mucho –se disculpó ella minutos más tarde, después de incorporarse, evitando mirarlo a los ojos y sintiendo el peso del silencio entre ellos. Se había caído no sólo una vez, sino dos, enfrente de su Caballero Andante particular. Que, por cierto, resultaba un poco molesto de ver ahí sentado, tan perfecto, tan calmado.
Esperaba que él se disculpara y se fuera a toda prisa pero, en lugar de eso, se arrodilló y comenzó a recoger lo que se había caído al suelo.
Cielos. Alex se sintió humillada por completo cuando su «salvador» se detuvo con el frasco de vitaminas para embarazadas en la mano y la miró a los ojos, como si ya lo comprendiera todo.
–Felicidades.
Alex esbozó una débil sonrisa. Él no sabía nada. No tenía por qué saber que su vida se había puesto patas arriba después de aquel test de embarazo que había dado positivo hacía sólo unas pocas semanas.
–Gracias.
Él la observó con detalle y volvió a sentarse a su lado.
–No pareces contenta. ¿No lo tenías planeado?
Alex pensó que debía terminar la conversación en ese mismo momento. Después de todo, aquel hombre no era más que un extraño.
–No es asunto tuyo.
No tenía por qué hacerle partícipe de sus problemas personales. Eran cosa suya y ella sola los resolvería. De una forma u otra.
–Te pido disculpas. Sólo quería ayudar.
Ella agarró el frasco de vitaminas y lo metió en su bolso.
–Nadie te pidió ayuda.
–No, no me pediste ayuda. Pero yo te la he ofrecido de todas formas.
Lo cierto era que nadie más parecía estar dispuesto a ayudarla. Estaba sola, casi sin trabajo y embarazada. Nadie la esperaba en casa. Casa… Hacía mucho tiempo que no tenía un verdadero hogar. Demasiado tiempo. Cinco años, para ser exactos. Cinco años era demasiado tiempo para estar de un lado para otro.
En ese momento, estaba durmiendo en el suelo de la casa de un amigo de un amigo. Su espalda se resentía cada mañana, pero era lo mejor que podía hacer mientras tanto. Se dijo a sí misma que encontraría una solución. Siempre lo había hecho, desde que se había quedado sola y sin un penique a los dieciocho años.
Connor tenía un rostro amistoso y era la primera persona que parecía interesarse por ella. Tal vez, por ello, Alex se decidió a responderle.
–Sí, este bebé no estaba planeado. Ni mucho menos.
–¿Y el padre?
–Como si no existiera –replicó ella, mirando hacia otro lado.
–¿Entonces estás sola? –quiso saber él, tras observarla pensativo durante unos segundos.
–Amarga y completamente –confesó ella, sin poder evitar un tono de desesperación en su voz. Al darse cuenta, quiso ser fuerte y no quejarse por lo que no podía cambiar. Así que volvió a hablar con un tono más firme y seguro–: Pero me las arreglaré. Siempre lo he hecho.
Connor se inclinó hacia delante en su asiento, apoyando los codos sobre las rodillas.
–¿Tu familia te ayudará?
–No tengo familia –contestó ella con rotundidad, para impedir que siguiera ahondando en ese tema. No tenía a nadie. Todos aquéllos que realmente le importaban se habían ido. A veces conseguía olvidarse, pero en aquel momento, embarazada y sin perspectivas de futuro, se sintió más sola y aislada que nunca.
–¿Te encuentras mejor? –preguntó Connor tras un largo silencio, y sonrió con amabilidad–. ¿Quieres un té o algo?
El corazón de Alex se estremeció ante aquel extraño que le mostraba tanta generosidad.
–No te preocupes. Estoy bien.
–Hazme ese favor. Aún estás un poco pálida. Me harás sentir mejor.
Era una oportunidad que no debía rechazar. La vida social de Alex no era demasiado activa.
–Un té puede sentarme bien. Gracias –replicó, y se colgó el bolso al hombro–. ¿Adónde vamos, Connor Madsen?
–Hay un pequeño café a la vuelta de la esquina.
–¿Invitas a todas las chicas ahí o qué?
–No creo que haya invitado a