Romance Gay: Tres tíos en el bosque

Por Kathleen Hope

—¿Me quieres, Seth?
—Sí —suspiró Seth, al darse cuenta de repente de cuánta verdad escondía aquella afirmación.
—¿Cómo ibas a quererme?
Eli se había mordido los labios, suaves y rosas, con un mohín lascivo. Seth lo observó detenidamente, con un hambre que no había sentido nunca antes. Se alegró de no estar babeando cuando se puso en pie, mientras se olvidaba de su distanciamiento con Luke. Esa era la razón por la que sabía desde el principio que iba a perder, se debajaba tentar con mucha facilidad.
Seth agarró los pantalones sueltos de Eli por la cinturilla, mientras lo giró y lo volvió a empujar contra Luke. A Eli se le dibujó una sonrisa preciosa en el rostro, satisfecho de que aquella maniobra lo dejara directamente en el regazo de Luke. Profirió un gemido de satisfacción cuando restregó el culo sobre la erección de Luke, que consiguió que aquel estoico hombre echara la cabeza hacia atrás con un sonido grave y gutural. No obstante Luke seguía sentado, con las manos apretadas contra las rodillas como si ni siquiera fuera consciente del...

• Idioma: Español
• Editorial: Kathleen Hope
• Fecha de lanzamiento: 11 dic 2017
• ISBN: 9781547502028

Vista previa del libro

Gay

Tres tíos en el bosque

Kathleen Hope

Contenido

Capítulo 1: un hombre por el que escalar montañas

Capítulo 2: Cena para tres

Capítulo 3: Sorpresas del trío

Capítulo 4: Cortar madera

Capítulo 5: Se rompe la presa

Capítulo 6: Búsqueda, rescate y confesiones

Capítulo 1: un hombre por el que escalar montañas

Era invierno. Eso era lo más extraño de todo, convino Seth mientras estaba de pie medio dormido a la vera de la cinta transportadora de equipajes. Ser invitado a hacer un largo viaje hasta la cabaña de un antiguo amigo y viejo amante no era inusual. De hecho, era una de las mejores cosas que tenía el hacerse mayor. Todos tus conocidos se hacían mayores, por lo que se convertían en personas más interesantes y también un poco más ricas.

¿Entonces, por qué en invierno? Aquel triste aeropuerto estaba lleno de carteles que advertían sobre la nieve, escritos con letras rojas hechas de puntos luminosos en marquesinas con pantallas. Seth Guinne había estado alejado muchas décadas de sus raíces escocesas y su prolongada carrera en Hollywood le había ablandado contra el frío cortante del viento invernal. ¿Qué tipo de loco dejaría la ciudad con este clima?

Por casualidad se vio la cara reflejada en una ventana de espejo que había en la zona de recogida de equipajes y notó que tenía las facciones afiladas y un montón de ojeras. No pudo evitar reírse a carcajadas mientras cogía la maleta de la cinta transportadora. ¿En serio, qué tipo de loco haría aquello? Los canadienses que había a su alrededor parecían como marionetas de su infancia porque estaban envueltos en botas de pelo y capas de fieltro.

No solo habían convencido a Seth de cambiar su ático de Los Ángeles por las maravillas invernales del verdadero y crudo norte, sino que también había aceptado sin reparos hospedarse en un lugar que estaba a horas de lo que cualquier persona cuerda llamaría civilización. ¡Ay!, las cosas que hacía por amor.

El taxista estaba buenísimo a más no poder, incluso envuelto en franela de cuadros, lo que le había recordado a Seth la otra razón por la que ardía en deseos de llegar a su destino. Luke Hatchet era un bombón que nunca olvidaría.

Cuando escuchó por primera vez que iba a convivir con el agente del FBI en el que se basaba su nuevo papel, no había esperado que fuera alguien tan guapo ni tan joven. Al actor se le hacía raro interpretar a alguien más joven que él, pero a veces la realidad superaba la ficción.

De eso ya hacía casi seis años. Su rollo con Luke, si se pudiera llamar así, había finalizado al mismo tiempo que la película. Luke no era un quejica, nadie que armara escándalos, por eso cuando se despidieron no lo hicieron con tristeza. En realidad no es que Seth supiera con certeza si Luke estaba triste, puesto que el agente imitaba la perfección una estatua de piedra a diario. Formaba parte de su encanto.

El viaje de Seth por sus recuerdos finalizó bruscamente al escuchar el crujido de los neumáticos del taxi cuando giró por un camino de grava. Seth intentó disimular su sobresalto, aunque su repentina necesidad de agarrarse al coche hasta que se le pusieron los nudillos blancos lo delataría en el caso de que alguien le estuviera mirando. Sin embargo, los ojos del taxista buenorro estaban concentrados en la carretera.

Los árboles ni siquiera estaban separados para dejar paso hasta la cabaña, sino que crecían alrededor de ella como si aquella estructura brillante de madera formara parte del paisaje. El taxista encontró un espacio